19.- Contra el señor del Volcán (4/5)


Se alejó lo más posible en dirección a un costado del Señor. Al ser tan grande, el monstruo tendría dificultades para girar rápidamente. Si no podía apuntarles con su boca, no podría dispararles. Finalmente, después de mucho volar erráticamente, consiguieron abrirse paso a través de las últimas columnas de lava hacia terreno seguro. Aun así, se alejaron un buen trecho antes de aterrizar, tanto que salieron de la nube de humo.

Basuca detuvo la propulsión de su arma y cayó de pie en la cima de una loma, una que no amenazaba con estallar. Érica saltó desde su pecho para caer a su lado. En eso, Domador apareció montado en su lagarto resistente a las llamas. Farilama iba con él, sujetada de su espalda. Gil y Flecha aparecieron desde el cielo. Los 6 se reunieron en la cima de la loma.

Al fin con tiempo para respirar, contemplaron en silencio la nube de humo a lo lejos, arrasando con todo a su paso. No habían conseguido detenerlo, pero era lindo estar vivos. La alegría de vivir los sobrecogió por momentos.

Después de unos segundos de silencio, los quejidos de Domador terminaron llamando la atención del resto. Los demás se voltearon a verlo, curiosos. Érica abrió la boca para preguntarle si estaba bien, cuando notó que su costado estaba chamuscado. Una fea quemadura abarcaba casi un tercio de su pecho.

—Quizás deberías recostarte, Domador— le sugirió Farilama, con un tono suave— ¿No tienes una poción?

—No, se me acabaron ayer— indicó el cantropo— pensaba comprar más hoy, pero... bueno, nadie se esperaba a un Señor del Volcán.

Érica se preguntó si debía entregarle una de las pociones con las que iba, pero las pociones eran caras y todos sabían que esa misión iba a ser peligrosa. Bajó la mirada, hacia donde tenía su estuche con pociones. Le desagradaba la idea de tenerlo sufriendo ahí, pero la idea de sacrificar una de sus valiosas pociones en un desconocido se le hacía ridícula.

—Toma— le dijo Flecha.

Sorprendida, Érica alzó la mirada y encontró a Flecha pasándole una poción a Domador.

—No, no podría...— dijo este.

—Tómatela, vamos— insistió ella.

Domador agachó la cabeza, rendido, y aceptó la poción con gusto. Se la zampó de un trago y sus heridas comenzaron a sanar. Al menos con eso podría moverse.

Érica se sintió tonta por haber dudado hace un momento; Flecha había demostrado ser más empática, aun con su tono arisco y su cara de pocos amigos. Un tanto para disculparse con los demás, los examinó en busca de heridas; nadie estaba tan mal como Domador, pero todos habían salido con una u otra quemadura: el vestido de Farilama, una garra de Gil, un hombro de Flecha, una pierna de Basuca. Incluso a ella se le habían chamuscado las puntas del pelo, se había quemado levemente una mejilla y un brazo.

—¿Dónde están Cíborg y Dr. Veneno, a todo esto?— inquirió Farilama.

—Murieron— indicó Érica.

Nadie contestó. Cazar monstruos siempre fue peligroso, esa era prácticamente una misión suicida, no era extraño que gente muriera. Aun así, cada vez que veía a alguien morir en ese mundo, Érica recordaba lo frágil que era; aun con su fuerza y su timitio, no era más que una chiquilla. Ella también podría haber muerto con cualquiera de esas columnas de lava.

El monstruo continuaba su camino. Su cuerpo era tan largo que, aunque la cabeza se había perdido de vista, aún podían ver su cuerpo pasando no muy lejos de donde estaban, o al menos la nube de humo que lo cubría. Si lo dejaban así, terminaría destruyendo Hosi-01 y arrasando con todos los cazadores de nivel 3 para abajo. No es que tuvieran un deber moral para protegerlos, ni lazos afectivos. Lo mejor sería que se retiraran mientras podían.

Domador se rascó el cuello peludo.

—Creo... creo que sería mejor si nos retir...

—Maldito monstruo— soltó Érica.

Todos se giraron a ella. La brika se dio cuenta que tenía la atención de sus compañeros.

—Digo ¿No les molesta? Que nos haya ganado.

—Es un Señor del Volcán. Es un milagro que hayamos sobrevivido— refutó Flecha.

—¿Lo es? Digo... ¡Somos cazadores de 4 estrellas! ¡Somos buenos! ¡Debimos haber sido capaces de matarlo!

Pateó una piedra, que voló y se perdió en el cielo.

—¡Puto Señor de la mierda, que me chupe la vagina! ¡Sé que podemos matarlo!

Sin decir más, comenzó a marchar.

—¡Érica, espera! ¡No puedes ir sola!— la llamó Farilama.

—¡Claro que puedo!— contestó sin detenerse.

Los demás cazadores se la quedaron mirando, extrañados.

—Solo conseguirás que te mate— le aseguró Flecha, desde la distancia.

Érica alzó las manos para indicar que no le importaba.

—Esa niña está loca— comentó Domador.

—Todos los fortemes lo están, un poco— opinó Farilama.

Entonces, para sorpresa de todos, el héroe legendario echó a andar tras Érica.

—¡Espera, tú no!— le pidió Farilama— ¡La red de mundos no podrá sobrevivir sin ti, señor héroe!

Él se detuvo y escribió algo rápido en su tableta.

—"Opino lo mismo que ella"— dijo, y retomó su marcha.

—¿Deberíamos detenerlo?— inquirió Domador, algo preocupado.

—Basuca... quiere luchar una vez más con ellos dos— comentó el mismo.

Él también partió caminando.

—¡No tú también!— bramó Domador.

—Son unos tontos, no pueden parar al Señor del Volcán por su cuenta— alegó Flecha, la cual también echó a andar— pero odiaría que lo lograran sin mí.

Farilama suspiró.

—Nunca entenderé a los guerreros, tan enamorados de su fuerza y de los desafíos— se giró a Domador— ¿Podrás volver al pueblo por tu cuenta?

—¡¿Usted también, señora?!— alegó el cantropo.

—Soy la mayor, y soy una brika. Quizás solo sea una campesina, pero tengo fuerza que ellos no. No puedo dejarlos ir por su cuenta.

Domador se tapó la cara con ambas manos.

—¡Argh! ¡¿Por qué quieren intentarlo otra vez?!

Sin quejarse más, azotó su látigo contra el suelo. El lagarto resistente al fuego volvió a aparecer, desde atrás. Se detuvo frente a ambos y se bajó, previendo que lo necesitaban como una montura.

—Súbase, señora. Yo la llevo— le ofreció Domador.

—¿Estás seguro? ¿Cómo te sientes de tus quemaduras?

—La poción sanó la mayor parte. Solo tengo que evitar hacerme más. Usted me protegerá ¿No?

Farilama le palpó el hombro en un gesto amigable.

—¡Por supuesto!

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En poco tiempo alcanzaron a Érica y la convencieron de detenerse un momento, al menos para hacer un plan.

—Muy bien, ya conseguimos quitarle un ojo gracias a Dr. Veneno— recalcó Domador— si atacamos el resto de sus ojos, se quedará ciego y no sabrá a dónde ir.

—Pero seguirá siendo una amenaza y destruirá gran parte del mundo. Además, aún puede llegar al pueblo sin quererlo— apuntó Flecha.

—¡Tenemos que matarlo de un golpe!— bramó Basuca.

—El resto de nuestros ataques no le hizo mucho daño— se lamentó Farilama.

—Incluso con un golpe directo de mi martillo, apenas se movió— recordó Érica— ¿Tiene algún punto débil?

—Por eso digo, conseguimos romperle un ojo— rebatió Domador.

Érica lo pensó un momento.

—¿Creen que ese ojo esté conectado al cerebro?

Todos guardaron silencio un segundo mientras se giraban a verla.

—Es posible— concordó Farilama.

—No sabemos la forma de su cráneo. Podría tener hueso detrás de sus ojos— alegó Flecha— pero podemos usar sus fosas nasales.

—Aunque ya lo vimos lanzando fuego desde su boca. Podría hacer lo mismo desde su nariz— dedujo Farilama— el conducto más rápido al cerebro sería la boca, pero ya sabemos lo peligroso que es por ahí.

—Ese rayo es un problema— comentó Domador— si tan solo pudiéramos evitar que lo usara, o bloquearlo de alguna manera...

Todos meditaron, pero a nadie se le ocurrió nada. Mientras tanto, Gil escribió en su tableta. Cuando terminó, tiró del pantalón de Érica y le mostró lo que tenía. La muchacha tomó la tableta entre sus manos.

—"Cerrarle la boca"— leyó.

Entonces abrió los ojos de par en par.

—¡Claro! ¡Cerrarle la boca! ¡Justo cuando vaya a usar el rayo!

—¡Eso podría ser!— secundó Farilama.

—¿Pero no es resistente al calor? ¿Qué le puede pasar si le cerramos la boca?— alegó Domador.

—Quizás sea resistente al calor, pero al menos un impacto así desde adentro tiene que afectarle— dedujo Flecha— no es una mala estrategia.

—¡El Héroe es inteligente!— bramó Basuca.

Érica le acarició la cabeza a Gil.

—Bien hecho, desgraciado.

—Érica: tú y yo podemos pegarle en el momento justo para que cierre la boca— le indicó Farilama— entre las dos, deberíamos conseguirlo.

—¡Sí!

—Muy bien. Para recapitular— estipuló Farilama— atacaremos sus orificios para llegar a su cerebro. Si por los ojos no funciona, intentaremos con la nariz o la boca. Cuando intente atacarnos con su rayo de fuego, Érica y yo le cerraremos la boca. Esto debería aturdirlo un momento, aunque sea unos segundos. Aprovecharemos esa oportunidad para cavar en su cara todo lo que podamos hasta que lleguemos a su cerebro.

—¡Basuca puede congelar!— exclamó el mismo.

—¡¿En serio?!— saltó Érica— ¿Por qué no lo hiciste antes?

—¡Basuca no había visto un rayo congelante antes!

Para demostrar que ahora sí podía usarlo, apuntó su basuca a una roca cercana y disparó una bomba celeste, la cual se impactó y congeló la roca, partiéndola en varias partes casi instantáneamente.

—¿Es nitrógeno líquido?— inquirió Farilama.

—¡No lo sé!

—No importa, de todas maneras nos ayudará. Necesitaremos que se lo dispares a la boca. Danos todo el tiempo que puedas antes de que dispare su rayo— le pidió Farilama.

—El héroe podía disparar flechas congelantes ¿No?— recordó Flecha.

—Sí, yo también lo vi haciéndolo— secundó Domador.

—Entonces Basuca y el Héroe dispararán a la boca. Érica y yo estaremos encima de su hocico.

—Yo no tengo nada congelante, pero mi salamandra puede lanzar veneno. Ayudaré a atacarlo en la boca— se ofreció Domador.

—Yo puedo buscar una vía alternativa por la nariz, mientras ustedes se ocupan del ojo— sugirió Flecha— si consigo una línea recta entre mi arco y el cerebro, podría dispararme directamente, aparecer en el cerebro y matarlo.

Érica se giró a Flecha y se quedó mirando su arco dorado: el Arco del Encadenador. No podía creer que ese sujeto tuviera una armágida dedicada a él, o quizás él mismo la había forjado. Sí, eso tenía más sentido, siendo el señor de las cadenas que podía quitar y entregar poderes de las cadenas a discreción.

—Te dije que no permitiré que lo robes— le reclamó Flecha.

Érica despertó de su estupor y la miró, sorprendida.

—¡No, no te lo voy a quitar!— bramó— es solo que me hace pensar. Ese Encadenador es... bah, no importa. Ahora mismo no necesitamos concentrarnos en nada que no sea ese monstruo y cómo derrotarlo.

Flecha lo sacó y se lo entregó.

—No me lo puedes quitar, pero lo puedes ver, si tanto te interesa.

Érica lo miró con sorpresa, luego a la lonte. Finalmente tomó el arco en sus manos y lo examinó. Era un arco lindo, sin muchas rayas o manchas. La cadena que colgaba del centro también era dorada.

—Toma una vida amaestrarlo— se quejó Flecha.

—¿Amaestrarlo?— inquirió Érica.

—Las armágidas son armas complejas, necesitas entenderla, muchas parecieran tener conciencia propia. Te juzgan, solo te entregan su poder si te consideran digna, y aunque lo hagan, lo ceden poco a poco a medida que te pruebas. Es un incordio. Al principio lo único que me dejaba hacer era generar flechas de la nada. Me tomó años de práctica conseguir que me cambiara de lugar con estas.

Érica probó sacar a relucir las cadenas que la ataban; las cuatro cadenas. Ya no podía usarlas para ir a visitar a sus amigos o encontrar a su papá, pero al menos podía tocarlas y más o menos saber cómo estaban ellos.

Para su sorpresa, en ese momento también vio las cadenas del arco. Tenía una muy fina que lo conectaba con Flecha, varias otras que flotaban en el aire como algas que se agitaban con la corriente del mar.

—Antiguos dueños— pensó.

No estaba segura de que esa fuera la respuesta, pero no se le ocurría nada más. Curiosa, notó una de las cadenas acercándose a ella. Érica la tomó con cuidado y se la enganchó al pecho.

—¿Esto hará algo?— se preguntó.

Entonces se giró hacia Flecha. Notó que los demás hablaban entre sí; Basuca y Domador explicaban cómo sus propias armágidas funcionaban, dado que Flecha ya había compartido sus secretos. Al parecer, no habían visto ninguna de las cadenas.

—¿Podría... probarlo?— le pidió a Flecha.

—Puedes, pero con cuidado. Si lo rompes, te mato.

Érica se giró, tensó la canena para evitar romperlo. Los lados del arco se contrajeron como si hubiera una cuerda en ambos extremos. Una flecha de luz apareció junto a la cadena. Érica soltó la cadena, pero la flecha no salió disparada, sino que solo cayó a sus pies.

De un momento a otro, la brika se halló acostada en el suelo. El cambio fue tan repentino que le tomó unos segundos comprender que ya no estaba parada. Los demás cazadores la miraron desde arriba, extrañados.

—¿Qué fue eso?— preguntó Domador.

—¿Cambiaste de lugar con la flecha que cayó?— inquirió Flecha— ¡¿Cómo... ¡Pero si es la primera vez que lo usas!

Érica se puso roja. Comprendió lo que había ocurrido después de que Flecha se lo explicó sin querer. Ni siquiera había podido disparar la flecha como correspondía.

Roja de la vergüenza, se puso de pie y le devolvió el arco a su dueña.

—Solo quería verlo— musitó.

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Rápidamente continuaron hacia el monstruo. No se notaba desde lejos, pero cuando no tenía que pararse a pelear, podía avanzar grandes distancias en poco tiempo. Recién lo alcanzaron después de un buen trecho de viaje.

Se adentraron a la nube de humo por un costado, atravesaron el terreno volcánico y el aire horriblemente caliente, y se dirigieron hacia una de sus patas. Sus piernas eran gruesas como edificios, llenas de músculo, cubiertas por escamas de más de un noni de grosor. A lo largo de su cuerpo tenía cientos de patas igual de grandes y poderosas. Aun así, el peso del monstruo era tal que incluso un ejército de esas patas no conseguía levantarlo; nada más estaban ahí para ayudarlo a arrastrarse a través de la lava que se formaba debajo de su torso alargado.

Los cazadores treparon sobre la pata para dirigirse al torso en pendiente del Señor, similar a la falda de una montaña. Como el monstruo era tan grande, ni los notaba.

Se dirigieron rápidamente hacia el frente. En el camino advirtieron algunas ráfagas de disparos de la nave militar, a lo lejos. Los disparos ni se acercaban a ellos, pero procuraron mantenerse atentos por si acaso. El suelo estaba caliente, porque no era suelo, sino que el lomo del Señor. De no ser por las protecciones refrigerantes que les habían entregado para los pies, sus suelas se habrían derretido nada más subirse encima.

Después de varios minutos de andar por el torso caliente del monstruo, se acercaron a su cuello, luego a su nuca. Por el frente, algunas naves intentaban volarle encima para arrojarle bombas, pero dada la poca visibilidad y lo difícil de conducir la nave en tan altas temperaturas, se les complicaba apuntar. También podían ver disparos proviniendo de lejos, pero a nade ahí cerca. Érica supuso que los cazadores de 3 estrellas estarían guardando sus distancias, o quizás trataban de entrar a la nube de humo y morían de calor antes de avanzar mucho.

Farilama se adelantó para entregarles palabras de aliento.

—¡Comencemos con la operación! ¿Están listos?

—¡Sí!— contestaron los cazadores.

Basuca tomó a Gil con un brazo y corrió por el puente de la nariz. Domador los siguió de cerca. Los tres saltaron hacia abajo, evitando caer directo a la lava.

—¡Vamos, amiguitos!— exclamó Basuca.

—¿Amiguitos?— alegó Domador.

El Héroe alzó un puño animado como respuesta. Entonces bajó del hombro del noni de un salto y los tres se separaron para acometer la boca desde distintos ángulos: el Heroe con un arco y flechas imbuidas de un agente congelante, Basuca con misiles de nitrógeno líquido y Domador instruyendo a su salamandra para escupir bolas de líquido venenoso. Al mismo tiempo, Flecha se dirigió a los nasales para mirar hacia adentro. Sin embargo, como se esperaba, no tenía una vía directa hacia su cerebro. Los nasales eran tan grandes que ella cabría de pie sin problemas, pero apenas diera un paso adentro, se arriesgaba a que la calcinara con un soplo de aire candente. Desde la entrada podía sentir el calor inmenso de la respiración. El ritmo era tan lento que parecía más una brisa que una respiración, pero la corriente era continua y lo suficiente para levantar su pelo.

Por su parte, Érica y Farilama se fueron a un lado cada una; Érica formó un taladro, Farilama cargó sus puños con electricidad y ambas atacaron a la vez, sin darle tiempo para reaccionar.

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