18.- La Fantasía de Rechazar la Venganza (3/5)
Varios minutos más tarde, cuando hubieron acabado con el último monstruo en la zona, Érica se aseguró de que no había amenazas inmediatas, luego llevó su atención a su poto. Se había cubierto la herida con timitio, pero le dolía.
—Me alivia que no hayas matado a nadie aún— le espetó una voz conocida.
Al darse la vuelta, se encontró con Vidúa, con su mirada de pocos amigos que solo le reservaba a ella. Érica abrió los ojos de par en par y se inclinó para ver detrás de la viuda. Otros sanadores se encargaban del resto.
—¿Qué necesitas?— le preguntó.
—Guirudim me mandó a examinarte. Lamentablemente el resto de los sanadores son jóvenes y no podemos permitirnos que nuestra guerrera principal vaya por ahí herida.
—Les puedo decir yo misma si algo me duele— indicó la brika.
—Pero no puedes examinarte con el detalle de un escáner. Quédate quieta.
Vidúa extrajo una maquinita que se separó en dos bolas de acero, segmentadas en varias partes. Ambas bolas se elevaron solas en el aire, se acercaron a Érica y volaron en círculos a su alrededor, subiendo y bajando para verla de todos los ángulos. Al final volvieron con Vidúa y proyectaron una imagen tridimensional a través de un holograma.
—Te manejas bastante bien. Tenemos que sanar esa herida en el trasero, lo demás puede esperar. Bájate los pantalones.
Érica se desvistió como le indicaba y se inclinó. Vidúa se agachó y le sujetó el cachete del trasero con más fuerza de la necesaria. Rápidamente la desinfectó y le parchó la herida con un Dispositivo de Cicatrizado Rápido. Hizo lo mismo con otras heridas menores.
Érica no se sentía muy cómoda mostrándole una parte tan íntima a una mujer que debería odiarla a muerte. A decir verdad, estuvo incómoda por todo el tratamiento, desde que Vidúa le habló hasta que se marchó. La muchacha recordaba bien el momento en que la sanadora le había dicho que no quería vengarse, pero si los papeles estuvieran invertidos, Érica se imaginaba perfectamente capaz de mentirle a una brika forteme de esa manera para acercarse a ella y matarla de una forma menos directa, quizás usando veneno.
—Podría haberme inyectado algo ahora mismo y me habría matado— pensó— aunque los demás se habrían dado cuenta y podría haberla perjudicado eliminar ella misma a la vanguardia principal de la expedición, sobre todo después de lo que dijo en la superficie.
Se preguntó si debía tener cuidado, si debía dejarla ser por respeto, si le debía algo siquiera. No podía entenderla, simplemente no era capaz; había asimilado muy bien el concepto de otros mundos y magia y demás, pero alguien que no quisiera vengarse de ella le parecía un mero cuento de hadas.
Se preguntó qué haría su papá. Por una vez, no tuvo una respuesta.
—Eeeeek— la saludó Papel, asomándose en su hombro.
Érica le hizo cariño en la cabeza mientras meditaba ese asunto, mas no consiguió llegar a ninguna respuesta de momento.
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Las batallas se fueron volviendo cada vez más duras, como si la sola altura fuera un indicador de la fuerza de los monstros. A partir de la mitad de la torre, uno de los cazadores murió con el cuello atravesado por las fauces de una piraña voladora. En la pelea siguiente murieron dos más, partidos por la mitad por tenazas de langostas que se movían muy rápido.
Los ánimos del grupo disminuyeron rápidamente con las muertes y las dificultades para sobrevivir en cada pelea, que aumentaban al avanzar. Érica escuchó a uno de los cazadores consultar con Guirudim cuánto les quedaba para encontrar el tesoro que necesitaban y este contestó que no mucho, que ya llevaban cerca de ¾ del total. Érica no estaba segura de cómo podían rastrear el tesoro que buscaban específicamente, pero poco le interesaba.
Un rato más tarde descendieron a una sala enorme como el gimnasio de un colegio, solo que en forma de óvalo. Ellos entraron desde una comisura, mientras que del otro lado se veía un portón de algún tipo de metal resistente al agua. Cubriendo casi la mitad de la superficie, al medio se hallaba una poza de agua cristalina, parecía emitir cierto brillo. Al centro de esta poza se hallaba una pequeña islita, lo suficientemente grande para que Érica se acostara y estirara las extremidades, pero no mucho más.
—Deberíamos llenar nuestras cantimploras—escuchó a uno de los cazadores.
No le prestó atención en el momento, estaba más curiosa por el brillo del agua. Ella se fue a parar a la orilla y contempló desde ahí la piscina natural. No había peces, ni algas, ni nada. Se veía muy linda, casi daban ganas de quitarse todo y zambullirse, pero estaba trabajando y más encima hacía bastante frío ahí abajo, lejos del sol.
Se giró al resto del grupo y advirtió que todos examinaban el lugar entre maravillados y cautos. Era de esperarse que se mantuvieran alertas al peligro, sobre todo después de los compañeros que habían perdido.
—¿Cómo tenemos nuestras reservas de agua?— inquirió Guidurim.
—Vamos bien, tenemos lo que habíamos planeado que tendríamos a estas alturas— contestó uno de sus subordinados directos.
—¿Quizás deberíamos aprovechar esta agua para llenar nuestras reservas?— sugirió.
—No sé— comentó Vidúa— al menos estudiemos el agua antes de...
Entonces escucharon a alguien tosiendo violentamente. Al asomarse, advirtieron a dos soldados sentados en la orilla, cantimploras en mano.
—¡¿Tomaron del agua?!— exclamó la sanadora.
Los soldados trataron de contestar, pero la fuerte tos se los impedía. Los espasmos empeoraron rápidamente; de pronto los nonis dejaron de respirar de tanto que tosían, se encogieron sobre sí mismos y comenzaron a vomitar sangre.
Los cazadores alrededor se alejaron, mientras que Vidúa y el equipo de sanadores corrían a atenderlos. Érica se detuvo en su lugar como los demás, consternada. Miró de nuevo el agua y observó de nuevo que era clara, incluso un poco brillante, y que no tenía vida en su interior.
Se agachó y la olió. No olía a nada.
—¡Examinen el agua! ¡Necesito pociones rojas! ¡Rápido!— comandaba Vidúa.
El grupo completo se mantuvo quieto por varios tensos minutos mientras los sanadores hacían lo posible por salvar a los dos envenenados, pero ante un agente desconocido era poco lo que podían hacer. De pronto uno de los cazadores envenenados vomitó algo más sólido que sangre; un órgano. La sangre era tanta que empapó a uno de los sanadores. Ese cazador murió en ese momento.
—¡Lo tengo!— dijo al fin uno de los sanadores que investigaba el veneno en el agua— ¡Es una bacteria conocida! ¡Mire!
Le mostró un informe holográfico a Vidúa, la cual lo examinó y dio una orden inmediata de preparar un remedio, usando palabras complicadas que Érica no alcanzó a comprender. Se lo administraron de inmediato al cazador. Poco a poco su tos se fue aliviando, luego dejó de vomitar sangre, incluso se calmó. Después de media hora ahí, al fin se veía estable.
Finalmente lo dejaron sobre una camilla flotante y prepararon todo para partir; siendo una expedición, estaban más que preparados para llevar a unos cuantos lesionados con ellos.
Todos se dirigieron al portón de metal al final de la sala, el cual parecía tener un extraño mecanismo para ser abierto; al medio se hallaba un engranaje grandote, rodeado por varios engranajes más chiquititos. Los engranajes chicos podían desplazarse a lo largo del portón y generar distintos patrones. El mecanismo entero parecía ser cierto puzle; si lo resolvían, seguramente conseguirían abrir el portón. Lamentablemente, parecía requerir conocimiento de la civilización que construyó ese templo en primer lugar, cosa que ninguno de los cazadores del grupo tenía.
Érica ya había visto unos cuantos de esos acertijos en los túneles y las montañas nevadas, aunque había transcurrido tanto tiempo desde que las construyeron, que a veces los caminos estaban colapsados o podía haber un hoyo más adelante que se saltara el puzle. Érica supuso que con tiempo suficiente podría haberlo resuelto, pero había muchos nonis reunidos en torno al portón ya, todos más altos que ella y tapándole la vista, estrujándose las cabezas para dar con la solución. Así que no había razón para que ella gastara energía en eso.
En vez, se giró hacia el resto de la sala y miró hacia la piscina de veneno cristalino. Había escuchado que el agente patógeno se trataba de una bacteria y se preguntó qué le pasaría a alguien que cayera ahí.
—Probablemente la razón de que no tenga animales vivos— pensó.
También advirtió un hoyo al fondo de la piscina, por un lado. No se veía a dónde llegaba, solo que se hundía y se perdía de vista. Se preguntó si habría más túneles por ahí cerca.
—¡Ajá!— exclamó uno de los nonis, al mismo tiempo que un sonoro chasquido sorprendió a todos los presentes.
Érica se giró a ver el portón, pero este no estaba abierto.
—¿Ya podemos cruzar?— preguntó otro.
—No, parece que es el primerio de cuatro acertijos— indicó Guirudim— pero descuiden, conseguiremos llegar al otro lado.
Érica miró hacia arriba, se ajustó la linterna en la frente, saltó hacia la pared y comenzó a escalar a gatas. Lo hizo con cuidado, dado que las paredes tenían relieves puntiagudos y le impedían deslizarse rápidamente como acostumbraba hacer.
Desde lo alto miró alrededor, iluminada por su linterna. Para su sorpresa, encontró otro túnel en la misma pared que el portón. Se propuso seguirlo, pero al sujetarse del cielo raso, a su mano le chorreó un líquido helado. De inmediato se lo sacudió, se sujetó con la otra mano, pero esta también fue salpicada. Érica retrocedió y se fijó mejor en el área del cielo mojada; había mucho líquido mojando la roca, como si se filtrara desde algún lugar arriba. El líquido empapaba una gran área y luego caía, goteando lentamente hacia la piscina de abajo. Érica vio una de las gotas descender. Luego otra.
—No las había notado— pensó —¿Por qué no vimos estas gotas antes?
Mas no tuvo tiempo para pensarlo: en ese momento comenzó a sentir un dolor extraño en su muñeca, justo en el lugar en que le cayeron gotas del líquido. Luego en el antebrazo de la otra, también donde había tenido contacto con el veneno. Se trataba de un dolor que iba de adentro hacia afuera, como si cientos de cuchillos chiquititos hubieran surgido desde su hueso y trataran de abrirse paso hacia la superficie.
Rápidamente retrocedió y bajó a toda prisa.
—¡Tengo que llamar a los sanadores!— pensó.
Pero entonces recordó a Vidúa, a su marido muerto por su culpa. Se paró en seco.
Por un instante, Érica pensó que ese dolor se lo tenía merecido, que Vidúa podía decirle que no iba a sanarla de nada, que se salvara sola, y eso sería justo... pero dolía mucho, y cada vez más. La sensación no se iba.
—Está bien, le pediré ayuda— pensó la chica.
—Oigan ¿Por qué hay una gotera?— preguntó uno de los nonis cerca.
—Antes no caía nada ¿Verdad?— comentó otro noni.
Érica se fijó en la gotera, antes caía una gota cada cinco segundos, ahora caía a cada segundo. Esto le pareció un poco raro, pero primero debía preocuparse de su dolor. Si estaba envenenada, aunque fuera solo un poco, sería mejor pedir tratamiento y que la rechazaran a no decir nada. Se abrió paso con cierto trabajo entre los nonis, los cuales por lo general no la veían hasta que ella los tocaba.
—¡Sanadores!— los llamó, su voz no tan fuerte como habría querido— ¡Sanadores!
Desde la distancia alcanzó a ver a Vidúa. El dolor comenzaba a molestar, así que se dirigió a ella directamente en vez de buscar a alguien más.
—¡Vidú...
Justo en ese momento, algo enorme salió del agua. Érica y el resto de los cazadores se giraron a mirarlo y encontraron, para su sorpresa, una serpiente gigante, de al menos diez metros de largo, de ojos negros y cuerpo cristalino como el veneno líquido.
—¡Un monstruo!— exclamaron unos.
—¡¿Está hecha de agua?!— saltaron otros.
No hubo mucho tiempo para observarla, dado que en ese momento la serpiente se abalanzó sobre los cazadores y se tragó a tres de ellos de un movimiento. Los nonis lucharon por salir, pero las corrientes dentro del cuerpo de la serpiente les impidieron mover mucho sus centros de gravedad. Sus cuerpos cedieron ante el veneno y rápidamente sangraron de todos sus huecos, hasta que su piel y músculos se disolvieron y esparcieron sus vísceras alrededor del monstruo.
Érica había visto bestias así antes; líquidos con la inteligencia de un animal. Se llamaban "babosas" y las había de casi completamente inofensivas a monstruos altamente peligrosos, como el que tenía al frente en ese instante.
Primero pensó en huir por el túnel que había visto arriba, mas luego recordó que su trabajo era proteger a todo ese grupo. De inmediato saltó sobre las cabezas de los nonis, ignorando el dolor en sus manos. Extrajo un puñado de roca usando su timitio y se lo arrojó a la serpiente, la cual absorbió los pedruscos sin inmutarse.
—No basta con eso.
La serpiente volvió a arremeter. Érica se arrojó contra ella sin pensar mucho y formó una gran garra cóncava con su timitio. Arremetió contra la serpiente, extrayendo una buena porción de su cabeza, como si sacara sopa con una cuchara. La serpiente retrocedió y se volvió a formar casi de inmediato, pero en ese momento puso su atención en Érica. La atacó, pero la brika esquivó sus colmillos de veneno con movimientos rápidos.
—¡¿Cómo estás, Negro?!— le preguntó en voz baja.
El timitio no le contestó, por supuesto. No era una múnima, pero Érica más o menos podía notar sus emociones. A diferencia de la vez que lo usó para protegerse de un ataque ácido, o de las descargas eléctricas, el timitio no pareció reaccionar al veneno más que como reaccionaría a cualquier charco de agua inofensivo.
—¡El veneno no le afecta! — advirtió Érica, emocionada— ¡Es una bacteria, no es un ácido!
El resto de los nonis se dispersaron y sacaron sus armas para dispararle por todos lados. Sin embargo, los láseres no la afectaban en lo más mínimo. La serpiente entonces salió de la piscina y dio un coletazo a un lado de la cámara. Ocho nonis salieron volando y se impactaron contra la pared. Luego comenzaron a toser con fuerza y vomitar sangre violentamente.
—¡Mierda!— Érica miró al portón, donde Guirudim daba órdenes a sus subordinados— ¡¿Cuánto les queda?!
—¡Aún falta!— le gritó este desde la distancia.
Érica tuvo que pensar rápido; necesitaba distraer a ese monstruo cuanto pudiera, o todos terminarían muertos. Decidió usar lo de antes y saltó sobre la piscina para sacarle líquido con una garra cóncava de un metro de diámetro.
La serpiente siseó con rabia y volvió a fijarse en ella; justo lo que buscaba. Sin embargo, surgió otro problema: mantenerse a salvo el tiempo suficiente para que pudieran abrir el portón.
Esquivó una arremetida. Intentó saltar, pero el monstruo fue más rápido. Érica tuvo que aterrizar y de inmediato formar un escudo para protegerse de la arremetida. La serpiente chocó contra ella, su cuerpo fluido se separó en chorros más chicos, como si la chorrearan con una manguera de bomberos. Algunas gotas le salpicaron en la ropa y se metieron por su cuello y sus dedos. Érica supo que pronto comenzaría a sentir el dolor, el mismo que ya aguantaba en sus manos. Los chorros individuales escurrieron hacia la piscina y volvieron a formar a la serpiente.
—¡Vanguardia, toma!— exclamó uno de los nonis, mientras le arrojaba su rifle.
—¡Gracias!— contestó al recibirlo.
Érica se giró hacia la serpiente, la cual se daba la vuelta en ese momento para volver a atacarla. La chiquilla levantó el rifle y se lo arrojó directo a la cara. La serpiente lo esquivó sin problemas y volvió a arremeterla.
—¡Era para dispararle!— alegó el noni.
—¡No uso armas de cobardes!— bramó Érica
Rápidamente hizo una finta a la serpiente y se deslizó por un costado, extrayendo con su garra de timitio grandes cantidades de veneno.
Más encima, en ese momento surgieron decenas de babosas desde la piscina, no babas hechas de líquido como la serpiente, sino que babosas, como caracoles sin concha, con ojos al final de cachos, de un azul brillante con franjas naranjas y del tamaño de Érica. Estas se esparcieron por la sala, amenazando con potentes choques eléctricos a los cazadores. Érica hizo lo que pudo por mantener a las babosas lejos de sus compañeros entre que esquivaba arremetidas de la serpiente.
Los nonis dispararon a las babosas, pero estas eran resistentes y podían aguantar varios disparos láser antes de secarse completamente y morir. Las babas terminaron arrinconando a varios grupos de nonis y matándolos con potentes descargas, mientras que la serpiente envenenaba a otros a coletazos y embestidas. A medida que esquivaba sus ataques y le quitaba parte de su cuerpo líquido, Érica fue recibiendo más salpicaduras de veneno. Su ropa la protegió al principio, sin embargo al empaparse, el veneno se traspasó a su piel. Lo sentía como miles de agujas que trataban de abrirse paso desde su carne hacia su piel, desgarrarla desde adentro. Supo que no podría seguir así mucho tiempo. Desesperada, comenzó a pensar en el mejor lugar a donde abrir un puente para huir. Lo malo es que si iba a un lugar poblado, pondría en peligro la vida de cientos o miles de inocentes; mientras que si iba a una zona aislada como el desierto del imperio noni, no podría encontrar a un médico para sanarla. Peor aun, necesitaba tiempo y concentración para abrir un puente a otro mundo, recursos con los que no contaba en esa ocasión, mientras la serpiente la atacaba con todo lo que tenía.
—¡Ya falta poco!— exclamó Guirudim.
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