18.- La Fantasía de Rechazar la Venganza (2/5)
—¿Cuánto costaba la recompensa de ese monstruo? ¿1.200 puños o algo así? Toma.
—¿Eh?
La tarjeta de Érica la alertó de una transacción en su cuenta bancaria, como solía hacer cada vez que escaneaba otro monstruo. Esta vez no era el premio de una caza, sino que una transferencia. Le transferían 1.200 puños, exactamente el premio de la caza de un tarrékiton.
—N-no, espera...— musitó la chica.
—Con esto te quedarás tranquila ¿No?— supuso Vidúa— Acepta el pago rápido y deja al pobre Xinisferor tranquilo, y más te vale no amenazar a nadie más del equipo; necesitamos a una profesional.
—E... espera...— alegó Érica.
—¿Qué?— bramó Vidúa, imponente— 1.200, el monto está bien ¿No? Por ese dinero mataste a mi esposo.
Érica la miró desconcertada, luego el mensaje de transferencia. No la entendía. Había esperado su ataque de rabia, su venganza; aún la estaba esperando. Quizás todo ese teatro fuera solo una manera de distraerla. Érica miró alrededor, nadie le apuntaba con sus armas, nadie buscaba cubrirse, nadie se iba a vengar. Miró a Xinisferor otra vez, el noni la miraba encorvado, miserable. Estaba muy flaco, con el pelo rapado en patrones horribles y un par de marcas feas, como si alguien más se las hubiera hecho sin su consentimiento. Ese no era el mismo sujeto que le había robado.
Luego volvió a mirar a Vidúa, pero sus ojos la abrasaban como soles y le impedían mirarla directamente. La instaban a decidirse. Érica no aguantó más y terminó aceptando la transferencia. Las palabras de Vidúa hacían eco en su cabeza: "por ese dinero mataste a mi esposo".
Por varios tensos segundos nadie dijo nada, hasta que Guirudim cortó el silencio con fuertes aplausos.
—¡Ya, suficiente! Vinimos a hacer un trabajo, damas y caballeros, no a arreglar cuentas. Comiencen a preparar las armas y el equipo de apoyo. Radar, necesito que vengas y busques la entrada. Los demás, que se preparen ¡Vamos!
Tras sus palabras, los cazadores comenzaron a moverse, a sacar varias armas y máquinas de las naves y a instalar lo que necesitaban en la superficie. Todo se hacía más lento por la superficie de roca mojada y el viento arreciando.
Vidúa se retiró a supervisar el transporte de recursos médicos, mientras que Xinisferor se escondió de la vista de Érica. La muchacha se quedó en su lugar, la mente en blanco. Se preguntó si aceptar ese dinero había sido lo correcto. Se preguntó cómo sería para Vidúa encontrarse con la asesina de su esposo de 12 años.
Intentó imaginarse cómo sería para ella si alguien matara a Lili o Arturo y luego se lo encontrara en una expedición cualquiera. Érica haría todo lo posible por destruir a esa persona, quizás lo más dolorosamente posible; no entendía cómo Vidúa no tenía ganas de hacer lo mismo con ella.
En poco tiempo el grupo consiguió accionar la entrada secreta. El truco consistía en apretar una serie de botones de roca repartidos por el borde de la plataforma, en un orden específico y con un límite de tiempo desde que se apretaba el primer botón. Érica oyó que tenía algo que ver con las constelaciones de Hosilit de 2.000 años en el pasado, pero los detalles ni le iban ni le venían. El punto es que se elevó un pozo desde el centro por donde la gente pudo ingresar sin problemas.
Descendieron poco a poco a través de un túnel en espiral, el cual comenzó estrecho, pero se fue abriendo poco a poco hasta desembocar en una gran cámara subterránea. Estaba helada; por todos lados se oía el ruido de agua corriendo y de goterones a distintos ritmos. Estaba completamente oscuro, pero el escuadrón iba preparado con linternas. Érica se pegó la suya en la frente y, con las luces encendidas de todos en el grupo, de pronto parecía un día despejado ahí adentro.
Érica se dirigió al frente, junto con otros de los vanguardias. Todos eran nonis, la mayoría con armas de fuego pesadas, como escopetas y lanzamisiles. Uno llevaba un escudo, pero se notaba más seguro con su escopeta en las manos. Eso no estaba del todo mal; su trabajo era distraer a los monstruos del resto del grupo, no precisamente protegerlos directamente de cualquier ataque.
Los monstruos no tardaron en aparecer; surgieron cangrejos de dos metros de altura con rápidas y poderosas tenazas, con las cuales rompían roca como si fuera queso. Érica se arrojó de primera hacia los que venían más cerca y arrasó con diez en un parpadeo, mientras que el resto de la vanguardia se repartió alrededor del grupo para mantener a los cangrejos alejados.
Al mirar hacia atrás, la brika se dio cuenta que los demás tenían ciertos dificultades con los monstruos; los exoesqueletos eran lo suficientemente duros para resistir varios disparos y explosiones. Se apresuró a ayudarlos, pero se habían esparcido y la gente entremedio le dificultaba correr sin hacerles daño. Destrozó a los tres cangrejos que molestaban al grupo de un lado, luego se apresuró hacia el siguiente y mató al resto. Apenas acabaron dos cazadores heridos, nada fatal, pero le hizo entender que esa expedición sería un poco más difícil de lo que había esperado. Lo peor es que esos monstruos apenas podía considerarlos de 3 estrellas, lo cual quería decir que había otros aun más fuertes esperándolos en las profundidades.
Algo molesta con esto, decidió que lo más responsable sería decirle lo que pensaba a Guirudim. Sin embargo, como este era el líder, todo el resto lo llenó de preguntas y solicitudes, y Érica no consiguió hacerse oír sobre las voces de los demás. Al final se rindió. Ir y morir ahí era decisión de esos cazadores, después de todo.
A medida que fueron descendiendo, se encontraron otros tipos de monstruos, como babosas cubiertas de ácido, pirañas que flotaban en el aire y unos cuantos monstruos de roca como los que Érica había visto en los túneles. El resto de los vanguardias consiguieron proteger su sección del grupo, e incluso ellos y Érica fueron acomodándose los unos a los otros y formando tácticas, amoldándose y acostumbrándose poco a poco hasta el punto en que casi se podría decir que trabajaban en equipo.
Mientras marchaban, Érica advirtió que Xinisferor cargaba con un carrito flotador con provisiones y armas. Era un carro enorme, y aunque su capacidad de flotar le quitaba todo peso, no le quitaba la inercia; tirarlo para comenzar a andar, detenerlo una vez se iba andando y girarlo con cuidado para no pegarle a otros se veía como una tarea cansadora. Además de los médicos y sanadores, Xinisferor era el único noni que no llevaba ningún arma. Érica quiso saber por qué, pero no se le hacía fácil acercársele cuando ella tenía que ir al frente y él casi a la retaguardia.
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En cierto momento llegaron a un área grande, una cámara cerrada en donde no había monstruos. Ya habían estado caminando por dos horas, por lo que se detuvieron ahí para descansar y comer un poco. A Érica le pasaron un almuerzo empaquetado. Antes de comérselo, buscó a un noni en particular con la mirada. Encontró a Xinisferor sentado en un rincón, encorvado, tratando de disfrutar de su almuerzo por su cuenta. No era el único solitario ahí, pero sí era el más miserable. Al acercársele, y ya sin ganas de matarlo, Érica pudo ver mejor qué tan flaco estaba: se le notaban los huesos, sus músculos estaban desinflados. A diferencia de Limpack, sus cuernos se veían rotos, feos, como una marca de desfiguración.
La muchacha se paró a un lado.
—Hola— lo llamó.
Xinisferor la miró hacia arriba y se tensó por completo. Sujetó la bandeja con su almuerzo con fuerza, listo para echar a correr en cualquier momento. No lo había hecho ya únicamente porque sabía que ella podía alcanzarlo sin dificultades, pero en su cara se notaba el terror de tenerla cerca.
—No te haré nada— le aseguró Érica— solo quiero hablar... si no te molesta.
—Ah... ah... está bien— gimoteó, más como alguien que se resigna a su destino que alguien que acepta una conversación.
Érica señaló el puesto a su lado.
—¿Te molesta si me siento?— le preguntó.
Xinisferor la miró desconcertado, imposibilitado de responder. Érica comprendió que le tenía demasiado miedo para invitarla así como así, por lo que ella se puso a comer ahí mismo.
—¿Qué te pasó?
—N-nada. Nada, de verdad— aseguró él en una voz demasiado nerviosa.
Érica se rascó la cabeza.
—No te haré daño, de verdad.
Se giró un momento para mirar a Vidúa, la cual platicaba muy contenta dentro del grupo más grande que se había formado. No era la más fuerte ni de cerca, pero se notaba que sus habilidades para socializar le generaban respeto entre sus compañeros.
—¿Al menos me podrías decir cómo era su esposo?
Xinisferor siguió la mirada de Érica hacia Vidúa y comprendió a qué se refería.
—¿Está segura que quiere escuchar de él?— inquirió el noni— quizás yo no sea el más indicado...
—Por favor— le pidió Érica.
Xinisferor la miró a los ojos por primera vez en mucho tiempo, al menos por unos segundos, y bajó la mirada.
—¿Y si se... si se enoja conmigo?— musitó él, amedrentado.
Érica no supo cómo contestar, qué decir para que ese hombre le dijera lo que quería. Primero pensó que Xinisferor le debía esa explicación después de haberle robado, pero luego se autoevaluó y recordó que ella había matado a un sujeto solo porque este era cómplice de los ladrones, por mera asociación. Hasta el momento no le había parecido nada raro, pero mientras más lo pensaba, peor le parecía. La mirada severa que Vidúa le había dado en la superficie no ayudaba mucho a sentirse mejor consigo misma.
A lo largo de su vida había visto a muchas personas tratando de vengarse de ella por los crímenes que había cometido, pero nunca se planteó que el miedo que sentían hacia ella pudiese obstaculizarla. No era algo que podía sobrepasar con fuerza, no mientras le quedara un dejo de humanidad. En ese momento Xinisferor le tenía miedo y no había nada que ella pudiera hacer, que supiera.
En territorio nuevo, solo podía tantear a ciegas.
—Perdon... perdón por matar a tu amigo— dijo al fin.
El noni se la quedó mirando, desconcertado. Érica miraba al suelo, incapaz de encontrarse con sus ojos.
—Lo que hice estuvo mal. Soy una mala persona, siempre lo he sido, pero no por eso me gusta.
Se apretó la sien con una mano, sin saber qué decir.
—Mira, solo... no sé. Solo quería decirte que te ves mal y que... no intentaré hacerte nada ¿Bien? Solo eso.
Se preparó para dar media vuelta y marcharse, pero Xinisferor le pidió parar.
—Espere.
Érica se giró a él otra vez. El noni ocultó la mirada, aún amedrentado.
—Digo, lo siento. Soy... soy yo el que comenzó todo— indicó— yo di la orden de atacarla a usted y robarle el dinero de su presa. Fue... fue mi culpa que Kikicharra muriera... ah, él era el esposo de Vidúa. Así se llamaba.
Xinisferor suspiró, mirándose los pies en todo momento.
—Fue mi culpa que muriera. Usted solo reaccionó como cualquiera haría. Es natural enojarse cuando le roban, es natural querer vengarse. Mi equipo y yo no estábamos orgullosos de eso, solo lo hacíamos porque era fácil.
Érica parpadeó un par de veces.
—Ya veo...— musitó
—Sobre su pregunta anterior, Kikicharra era un hombre... normal, diría yo. Era callado, amable, algo bobo. Le gustaba hacer el trabajo rápido y partir cuanto antes a divertirse y a tomar. Lo conocí por 5 años, no fuimos amigos, pero tuvimos cierta química.
Suspiró.
—Después de lo que ocurrió, no me atreví a mirar a Vidúa a la cara. Me sorprende que me haya defendido allá arriba.
—¿A ella también la conoces?— inquirió la muchacha.
—No, no mucho. Hemos hablado un par de veces, pero nada más que eso.
—Ya veo ¿Y qué hay de ti?
—¿Eh? ¿De mí?
—Sí, digo— Érica lo señaló con una mano abierta— no te veías tan mal la última vez que nos vimos ¿Y por qué un ladrón está haciendo un trabajo de carga?
—Ah, esto— se pasó una mano por el relieve de un cuerno cortado— es raro, la verdad. Tenía mi vida hecha, era el jefe de un grupo mediano de ladrones. Teníamos varias sucursales en distintas ciudades de Nudo en donde estafábamos a la gente y vendíamos drogas. Era un buen negocio, pero poco después de nuestro... altercado... cuando traté de regresar a Nudo, no pasó nada; crucé el espacio del puente de Hosilit y Nudo, pero permanecí en Hosilit. Nunca había escuchado de nada similar. Obvio que volví a cruzar el puente varias veces más para estar seguro, pero no había caso; me había quedado atrapado en este mundo. Como consecuencia, mis rivales se apoderaron de la organización y me dejaron en la ruina. No podía volver de ninguna forma, así que tuve que encontrar trabajo aquí, trabajo honesto, pues es peligroso hacerse mala fama dentro de una población tan pequeña. He ido de un equipo a otro, en varias expediciones, haciendo todo tipo de trabajos para mantenerme con vida.
Suspiró con desgano.
—Ya no sé qué haré.
Érica tenía los ojos abiertos de par en par.
—¡¿No puedes cruzar el puente?!— exclamó.
—Suena raro ¿Verdad? Nadie me cree, tampoco.
Érica no necesitó meditarlo mucho para dar con el principal sospechoso; si el Encadenador le había quitado uno de los poderes de las cadenas a ella, y viajar a través de los puentes podía considerarse un poder, entonces era perfectamente posible que pudiera quitarle ese poder a quien quisiera.
—¡Desgraciado!— gruñó para sí.
Alzó una mano hacia un lado. Estuvo a punto de invocar un puente ahí mismo solo para probar si uno de los suyos podía mandar a Xinisferor a otro mundo, pero se cortó a tiempo; no podía invocar un puente en medio de un lugar infestado de monstruos. Más importante, aún no estaba segura de si el hombre se lo merecía; quizás matarlo estaba fuera de lugar, pero ayudarlo era otra cosa distinta. Érica aún necesitaba meditarlo.
Se fijó en el noni, este la miraba confundido.
—Si de un día a otro pudieras volver a Nudo ¿Regresarías a tu vida de ladrón y estafador?
—Sin duda— indicó este.
Érica apretó un puño, irritada. Estuvo a punto de abrir la boca para alegarle que cómo podía ser así, cuando él continuó.
—Es lo único que sé hacer.
La muchacha se cortó, sorprendida. Xinisferor se tocó el relieve de uno de los cuernos cortados.
—Soy un paria, un débil que se arrastra por el suelo y pelea sucio, pero así es como he sobrevivido desde niño. No soy fuerte como usted, Érica Sanz— negó con la cabeza— si no fuera un ladrón o un estafador, no sería nada.
Érica estuvo a punto de alegar que claramente podía vivir ahí en Hosilit trabajando honestamente, pero se paró antes de decir una tontería. Su cuerpo huesudo, las marcas y rapones en su cabeza, sus cuernos cortados. Claramente no era una manera de vivir. Ella había crecido odiada por todos a su alrededor, pero su papá siempre le dio todo lo que necesitaba. Incluso cuando este se desvaneció, ella no tuvo problemas en hacer dinero, por muy poco que fuera. Exigirles lo mismo a otros de repente no le pareció tan obvio.
—En... entiendo— musitó, y se fue.
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Mientras descendían, las paredes y los túneles fueron cambiando poco a poco; de cuevas y rocas naturales pasaron a ser paredes construidas, túneles iluminados por cristales luminiscentes, incluso comenzaron a encontrar puertas y escaleras, todas rotas, agrietadas y erosionadas, pero de pie aún. Érica no era fanática de la historia ni la arqueología, pero incluso ella se preguntaba quién había construido todo eso, hace cuánto tiempo, por qué ya no estaban y cómo ese edificio seguía ahí erguido.
Por otro lado, los monstruos que se iban encontrando eran cada vez más fuertes; cangrejos de cinco metros de alto y cuatro tenazas, erizos de mar del tamaño de Érica que podían disparar sus agujas como balas y atravesar acero, pulpos que flotaban en el aire usando su cabeza como globos y succionaban tan fuerte que podían partir rocas con sus ventosas, langostas con caparazones de coral que expelían gases venenosos, y todo tipo de criaturas extrañas y letales. El equipo de vanguardia comenzó a tener problemas para mantener a todos los monstruos alejados del resto del grupo; los tiradores tuvieron que esparcirse, rodear a los enemigos y atacarlos por la espalda mientras la vanguardia hacía lo posible por mantener su atención.
Érica iba de un lado a otro del campo de batalla, haciendo lo posible por mantener la atención de todos los monstruos sobre sí misma. En eso uno de los cangrejos la agarró de una pierna. Érica la hubiera perdido de no ser porque se protegió esa zona con timitio. Entonces el monstruo la azotó contra el suelo con tal fuerza que destrozó un palmo de roca. La forteme se protegió los puntos frágiles con su timitio, pero algunos relieves consiguieron penetrar en su piel, especialmente una estaca de piedra en uno de los cachetes del trasero. Érica de inmediato clavó una daga de timitio desde su pierna en la tenaza del cangrejo, rompiéndosela. De inmediato se deslizó hacia él y lo partió por la mirad con una patada de hacha.
No tuvo tiempo para descansar, pues en eso oyó gritos y tuvo que pararse a ayudar a sus compañeros de equipo.
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