17.- La Dama de Hielo (3/4)


Yustrof se encontraba ese día atendiendo una reunión urgente sobre una filtración en el baño de no binaries, cuando de pronto recibió una llamada aun más urgente de la bibliotecaria. Al principio la descartó, pero luego el mensajero le susurró un nombre al oído:

—Érica Sanz.

Yustrof se puso de pie de inmediato.

—Surgió algo. Continuaremos esta reunión en otro momento— les dijo a la gente en la reunión— Diríjanse a la zona de seguridad.

Se fue sin dar más explicaciones. El asistente que había recibido la llamada de la bibliotecaria se marchó con él. Ambos partieron a zancadas por los pasillos.

—¿Cómo ingresó?— demandó saber.

—No lo sabemos, señor. Lo estamos investigando— indicó el asistente.

—Llama a Hilgra a la sala de control. Quiero verla ahora.

—De inmediato, señor.

El asistente se retiró. Yustrof se dirigió a dicha sala y demandó ver a Érica Sanz. Para su sorpresa, no se encontró con una masacre ni una habitación hecha pedazos, sino que una niña leyendo un libro calmadamente en la biblioteca.

—¡¿Qué está haciendo?!— alegó Yustrof.

—Está leyendo, señor.

Yustrof se golpeó la cara con una palma.

—Sí, lo veo. Me refiero a que por qué no ha causado un estrago. No puede ser que se haya infiltrado a la base a solo leer ¿O sí?

En eso, la puerta se abrió y dejó pasar a Hilgra, la guardia capitana de turno. Yustrof le pidió que se acercara a ver la grabación en directo que tenían de Érica, en la biblioteca.

—¿Una chica humana?— reconoció ella.

—Érica Sanz— indicó Yustrof.

Los ojos de Hilgra se abrieron de par en par. Las alas de su cabeza se alzaron de repente, como si se prepararan a pelear.

—Está en la biblioteca. Iré sola, les daré tiempo a los demás de evacuar por su cuenta— se ofreció.

—¡No, espera! ¡Nos falta información!— le indicó su jefe— ¡No sabemos cómo llegó a la base! ¡¿Nadie de tu equipo la vio pasar?!

—Yo misma vengo de la entrada; nadie la vio— aseguró la Dama de Hielo.

Sus características se le hacían familiares, era posible que se hubieran visto casi una hora antes, pero no estaba del todo segura, no recordaba bien. Prefirió ignorar este dato irrelevante, de momento.

—¿Qué dicen las cámaras? — preguntó el jefe.

—Nada, señor— indicó el jefe de monitoreo— de alguna manera evitó la entrada principal a la base. Tampoco hay rastro de que haya usado ninguno de los puentes. Seguiremos buscando, pero ya deberíamos haber encontrado algo.

Yustrof se estrujó la cabeza, confundido. Hilgra se llevó una mano a la sien.

—¡No puede ser!— alegó el jefe de la base— ¡¿Cómo una chiquilla sobrepasó nuestras defensas?!

—Una chiquilla con el poder de las cadenas de Tur'non ¿Verdad?— recordó Hilgra— después de todo este tiempo, debe haberse acostumbrado a usarlo, sobre todo para dirigirse a lugares a los que ya ha estado, como esta base.

—¡¿Pero entonces por qué iría a la biblioteca?!— alegó Yustrof.

—¿Qué se obtiene en una biblioteca?— contestó Hilgra con una pregunta— Información.

—¡¿Pero para qué necesitaría...

Yustrof se detuvo, entendiendo la lógica de Hilgra.

—Es la enemiga del Encadenador— continuó Hilgra— Naturalmente, los encadenados tenemos información sobre nuestro dios. No es raro que venga a buscar una manera de matarlo.

—¡¿Cómo no se nos ocurrió?!

—Eso no importa. Lo que vale en este momento es que sabemos que su objetivo principal no es buscar pelea— observó Hilgra— aun así, no podemos permitir que ande a sus anchas por la base, menos que descubra algo que pueda afectar a nuestro señor. Jefe, mi propuesta sigue en pie: yo iré y la retendré el tiempo suficiente para que la gente salga. Entonces la mataré en combate.

—¡No! ¡No, no te puedo arriesgar de esa manera!— alegó Yustrof— Tenemos que enfrentarla entre todos, tenderle una emboscada.

—¿Entre todos?— se extrañó Hilgra— ¿De qué hablas? Ella está sola; si vamos a enfrentarla, a proteger a nuestro señor, debe ser de la manera correcta: la enfrentaré en un duelo individual, sin ventaja numérica.

—¡¿De qué estás hablando?!— alegó Yustrof.

—Las Damas de Hielo nunca peleamos sucio.

—¡Te aseguro que ella sí! ¡Es una rufián que intenta destruirnos!

Hilgra lo tomó del brazo para obligarlo a mirarla.

—Los guerreros emplean su fuerza para proteger, para destruir. Todos quieren ser justos, pero a veces se protege a los malvados y se destruye a los inocentes. Por eso debemos usar nuestra fuerza con cuidado, con disciplina, guiada por reglas estrictas que forman un código de honor. Las Damas de Hielo operamos únicamente bajo nuestro código, y si vas a usar mi ayuda, tiene que ser a mi manera. Mientras te decides, yo iré a proteger a nuestros compañeros.

Dio media vuelta y se dirigió a la puerta. La abrió, pero antes de salir, Yustrof la detuvo.

—¡Espera!— le pidió.

Hilgra se giró y lo miró, atenta a sus órdenes.

—Prefiero interrogarla, si es posible— indicó Yustrof— Daré la alarma de evacuación. Manda a un grupo de guardias con armas paralizantes para que la intercepten. Tú espera en la sala común del piso de la biblioteca. Si los guardias fallan en capturarla, tendrás tu duelo a muerte ¿Eso entra en tu código de honor?

Hilgra asintió y se marchó a distribuir sus órdenes.

Yustrof suspiró, estresado. Luego se giró y se fijó en la grabación en vivo de Érica, leyendo tranquila en la biblioteca.

—¿Jefe?— lo llamó el supervisor de monitoreo— ¿Cree que Hilgra pueda contra Érica Sanz? Digo... Hilgra parece ser fuerte, pero Érica Sanz consiguió derrotar a Tur'non.

—Esperemos que Hilgra le dé pelea— contestó Yustrof— de todas maneras, ponme en contacto con el teniente de los guardias. Érica Sanz no saldrá de esta base.

—¿Y lo que dijo Hilgra?

—Me importa un bledo su código de honor. MI código es conseguir resultados sin importar qué, y en este momento tenemos la posibilidad de capturar o incluso matar a la mismísima enemiga del Encadenador. No me voy a arriesgar por una sola mujer.

—¿No cree que Hilgra pueda enojarse con usted?

—Yo me encargo de Hilgra, tú limítate a comunicarme con los demás guardias y a mantenerme informado sobre los movimientos de esa chiquilla brika.

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Todos en la biblioteca echaron a correr, excepto por ella. Pensó en retirarse usando un puente, pero entonces recordó que hacía poco había formado uno y necesitaría tiempo para formar otro. La única manera de salir era usar el mismo pasillo por donde todo el mundo huía en ese momento.

—Quizás me pueda confundir con la multitud— pensó.

Echó a correr tras ellos, pero apenas girar en la esquina de un estante, vio una pistola especial apuntándole. Apenas alcanzó a protegerse con timitio antes de recibir el impacto. Sin embargo, no le llegó un rayo láser ni una bala normal, sino que un proyectil que liberó una descarga eléctrica, lo cual contrajo a su timitio y lo obligó a volver a meterse en su cuerpo. Érica solo sintió cosquillas, pero pudo sentir a su timitio aturdido.

De inmediato se volvió a ocultar tras la repisa.

—¡¿Pistolas paralizantes?!— reconoció.

Eran similares a las que usaba la milicia de Hosilit; armas no letales. Comprobó el estado de su timitio: estaba completamente paralizado. No podría sacarlo de su cuerpo durante un buen rato. Si una de esas balas le llegaba, quedaría igual de paralizada.

No es que le amedrentara el reto. Se aflojó el cuello y los hombros por haber estado leyendo tanto rato, dio media vuelta y saltó hacia arriba del estante.

Los guardias encadenados le apuntaron y dispararon, pero ella corrió rápida como el viento, esquivó todas sus arremetidas con saltos acrobáticos y cayó sobre uno de ellos para aplastarlo con su cuerpo. De inmediato le quitó la pistola y la rompió, luego se puso de pie para echar a correr, sin darle tiempo a los demás para apuntarle bien.

Contó alrededor de cuatro guardias en total, mucho menos de lo que habría esperado. Claramente a nadie se le ocurrió que ella podría darles una visita. Escondiéndose detrás de estantes de libros, bajo mesas y detrás del mostrador, Érica rápidamente los golpeó con la fuerza suficiente para dejarlos inconscientes, o al menos tan adoloridos que no tuvieron ganas de levantarse más. Se controló para no causarles daño severo; ninguno de ellos había atentado contra su vida. Ella había hecho una promesa y pensaba mantenerla.

Por otro lado, no había visto otros libros que le sirvieran; el de leyendas del Encadenador apenas se podía considerar como una pista. Sin más interés en esa base, Érica se retiró por el pasillo. Luego bajó hacia el piso de las prisiones. No se encontró a nadie más mientras caminaba; los encadenados estarían escondidos, amedrentados por su presencia. Así era mejor, cuidar de no matar a sus enemigos podía llegar a ser una molestia.

Bajó hasta la sala central del último piso, pero apenas entró en ella, notó que reinaba una ventisca: una tormenta de nieve y escarcha hacía girar fuertes vientos, dando círculos por la sala. En las orillas, las paredes se hallaban cubiertas de hielo y nieve acumulada, mientras que por el centro aún se veía un círculo de concreto sin cubrir.

Se preguntó por un segundo si había salido sin querer, o había cruzado un puente a una zona nevada sin darse cuenta, pero ninguno de los dos era el caso: en verdad continuaba dentro de la base de los encadenados; esa ventisca se realizaba dentro del piso de las celdas.

Desde arriba aterrizó una figura alada, inmutable ante el frío de la sala. Se trataba de una mujer celeste con dos alas en vez de orejas y otras dos alas grandes en la espalda baja, de largo pelo calipso atado en una trenza y armadura ligera cubriendo sus zonas vitales. En una mano derecha llevaba una lanza que parecía estar hecha de hielo, mientras que en el antebrazo izquierdo sujetaba un pequeño escudo de metal. Era la misma mujer con quien se había topado antes de entrar a la biblioteca.

—¡Érica Sanz!— gritó la mujer— ¡Sabandija cobarde! ¡¿Cómo osas infiltrarte en mi base de operaciones?!

Érica se la quedó mirando un rato en silencio, demasiado sorprendida.

—Ah... espera ¿"Tu" base? ¿Qué pasó con Cromo?

—¡Silencio!— la mujer le apuntó con su lanza de hielo— ¡Yo soy Hilgra, capitana del 7mo escuadrón de Damas de Hielo de Trogard! ¡Y esta será tu tumba! ¡No permitiré que sigas robando y profanando el santo poder de las cadenas!

—Heh ¿Mi tumba? ¿Entonces piensas matarme?— Érica esbozó una sonrisa confiada.

—Te desafío a un duelo a muerte, Érica Sanz. Si tienes un dios que te favorece, este es el momento de decir tus oraciones.

Érica miró a todos lados, pero no encontró a otros encadenados. Miró atrás, pero ahí solo estaba la puerta cerrada. Esa Hilgra no parecía querer tenderle una emboscada.

—¿Me vas a enfrentar sola? Sabes que soy una brika ¿Verdad?

Hilgra resopló con molestia.

—¡Sé quién y qué eres, Érica Sanz! Si no tienes más asuntos pendientes, me gustaría comenzar nuestro duelo. No puedo dejar que una enemiga de mi dios ande por ahí suelta.

Érica no la entendía bien, pero no alegó. Si Hilgra quería un duelo a muerte, un duelo a muerte le iba a dar; su promesa con Cromo permanecía intacta. Lista, alzó los puños.

Hilgra de inmediato se arrojó a ella, anteponiendo la punta de su lanza. Érica apenas tuvo un instante para echarse a un lado antes que la Dama de Hielo le pasara por un lado.

La lanza terminó estrellándose contra la puerta. Para la sorpresa de Érica, de esta surgió un cúmulo de hielo que cubrió a la puerta, como si le hubiera surgido un caparazón de tortuga de cristal. Érica se lo quedó mirando, desconcertada, pero no tuvo tiempo de sorprenderse; Hilgra quitó la lanza desde el bloque de hielo con un simple tirón para volver rápido a la pelea.

Con sus alas acortó rápidamente la distancia entre ambas, con su lanza apenas necesitaba acercarse para perforarla. Érica se imaginó que, si esa lanza llegaba a rozarla, saturaría la herida de hielo para aumentar el daño. Más encima esa Hilgra era más rápida y fuerte que una persona normal, y podía blandir su arma con destreza, como si fuera un tercer brazo. Hilgra atacó diestramente, usando tajos y estocadas fugaces que apenas le dieron tiempo a Érica de esquivar. Tampoco podría usar su timitio para atacar, defenderse o desplazarse; necesitaría valerse con su propia habilidad.

La Dama de Hielo podía dar saltos de varios metros de altura, ayudándose de sus alas para ganar altura y maniobrar, mientras que Érica tenía que luchar contra el viento y la temperatura de la ventisca.

Pero Hilgra no era el enemigo más rápido ni el más fuerte que había enfrentado. Mientras esquivaba y retrocedía, se fijó en la manera en que la guardia sostenía la lanza, en sus pies, en dónde se apoyaba y cómo usaba sus alas para cambiar su centro de gravedad. Entonces, justo cuando Hilgra la arremetió, Érica pateó la lanza hacia arriba, quitándosela de las manos.

—¡Te tengo!— pensó la brika.

Se le acercó para mandarle un golpe al pecho que la dejaría sin aire, pero Hilgra la esquivó tan rápido que por un instante pensó que había desaparecido; tomó su muñeca, embistió su torso, empujó su muslo. De un momento a otro Érica dio una vuelta en el aire y terminó tumbada en el piso.

—¿Qué pasó?

Mas no tuvo tiempo de comprender: notó la lanza de Hilgra apuntándole desde arriba. Le pidió a su timitio deslizarla, pero este permanecía indispuesto. Érica apenas consiguió girar para evitar el filo. Aun así, la punta formó una capa de hielo en el piso, parte de la cual se fijó a su pelo y a su espalda. Érica sintió parte de la escarcha helando su piel.

Se puso de pie de inmediato, pero no tuvo tiempo de recomponerse; Hilgra continuó su arremetida veloz, sin darle un solo respiro.

—Esta Hilgra sabe lo que hace pensó la chiquilla— me matará en cuanto tenga una oportunidad. Tengo que tomarla en serio.

Intentó saltar alto para ganar tiempo y pensar en un plan; ese fue su peor error. Hilgra agitó sus alas con fuerza y la alcanzó en un parpadeo. Érica no podía maniobrar en el aire, ni siquiera tenía a su timitio con ella. Intentó sujetar su lanza, pero Hilgra fue más rápida y le enterró su lanza en un costado del abdomen, donde Érica no alcanzó a protegerse. Entonces agitó sus alas otra vez y la empujó de vuelta al suelo, donde Érica se desplomó con fuerza. La lanza penetró aun más, abriendo una herida fea y a la vez formando un caparazón de hielo por todo su cuerpo que la inmovilizó. Su cuello quedó expuesto.

—Yo gano— sentenció Hilgra.

Érica estaba paralizada del dolor; hacía tiempo que alguien conseguía abrirle una herida tan profunda. Vio a Hilgra rodearla para acercarse a su cuello. Levantó su lanza para ejecutarla.

—¡Esto no es nada!— bramó Érica.

A pesar de que apenas podía moverse y de la herida profunda, la brika se liberó del bloque de hielo a fuerza bruta. Hilgra intentó decapitarla, pero Érica atrapó la lanza con sus dientes y se la quitó de un tirón. El filo consiguió rajarle las comisuras de la boca, algo que ignoró de momento.

—¡Mierda!— bramó Hilgra.

Érica mandó la lanza al otro lado para que su contrincante no pudiera recogerla. Luego se puso de pie de un salto, sus heridas sangrando menos de lo que debían debido al frío en su piel. Necesitaba entrar en calor, terminar esa pelea rápido, o moriría de todas maneras.

Ambas guerreras levantaron los puños.

—¡Fuego!— exclamó un hombre.

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