15.- Siempre, Siempre, Siempre (2/3)


Cuando volvió a abrir los ojos, estaba bocabajo. Alzó la vista y, para su sorpresa, se encontró con Arturo.

—Hola— lo saludó, y se volvió a dormir.

Notó que la sacudía para despertarla. Érica intentó resistirse lo más que pudo, pero Arturo terminó ganando. No importaba, no es como si tuviera que llegar temprano a algún lado. Siempre podía recuperar sueño y nadie le diría nada. Érica se sentó sola y se refregó la cara.

—¿Ya es de día?— inquirió.

Arturo le puso algo encima. Una camisa. Mientras despejaba su mente, la muchacha advirtió que no se encontraban en una habitación, sino que al aire libre, sobre el pasto.

—Es mediodía— indicó el mago— ¿Estás bien?

Érica bostezó.

—Sí, sí, todo bien— contestó.

Lo miró un momento. Ahí estaba, al fin frente a ella. Igual que como Liliana, Érica podía verlo otra vez. Recordó el beso que se dio con Liliana. Quería hacer lo mismo con él y pensó "¿Por qué no?". Si había alguien que se lo iba a permitir, era Arturo. Siempre le aceptaba sus tonterías, incluso si lo ponían nervioso o no le gustaban mucho.

Rebosante de alegría, Érica se inclinó sobre él y lo besó en los labios. Este se mostró sorprendido, pero a diferencia del noni inconsciente que la había asaltado, incluso en su estupor, los labios de Arturo reaccionaron y contestaron a los de ella.

Érica se separó pronto, sin querer molestarlo mucho. Seguro tendría el aliento oloroso después de dormir... o quizás ni lo había notado.

—Me alegra verte de nuevo, Arturo— le dijo.

El mago simplemente la miró con ojos abiertos de par en par.

—¡Oye!— alegó una vocecita andrógina.

Al voltearse, Érica notó a un chico bajo, de largas orejas blancas como conejo y pelo blanco risado. Tenía una cara ligeramente infantil, redonda y armónica.

—¡Wooooooooh!— exclamó— ¡¿Y estas orejas?!

Estiró las manos hacia las orejas del muchacho, pero este se quitó.

—¡¿Quién eres?! ¡¿Y cómo llegaste aquí?!— alegó, extrañado.

La brika reparó entonces que ese chico y la otra persona detrás seguramente estaban ahí acompañando a Arturo. Sintió un poco de envidia, pero al mismo tiempo se alegró de que el mago hubiera encontrado a alguien que lo acompañara.

—Hola, me llamo Érica Sanz ¿Ustedes también son amigos de Arturo?— quiso verificar.

—Sí... sí, lo somos— contestó la otra persona; una chica muy delgada, de largo pelo negro y un velo tapándole la cara. Por sus manos azules, Érica asumió que se trataba de una volir.

—¡Yo soy su novio!— se presentó el muchacho conejo.

Desconcertada, Érica se giró hacia Arturo.

—¡Maldito suertudo, me ganaste!— alegó.

—¿Te gané?

Ella se tapó la cara con una mano. Siempre pensó que ella y Arturo eran más o menos igual de burdos al momento de buscar pareja. Pero entonces recordó que ese no era la primera pareja del muchacho.

—¡No puedo creer que soy la más lerda de los tres! ¡Soy un fracaso!

—No eres un fracaso— Arturo puso una mano en su hombro— eres una chica genial, siempre lo has sido.

Érica lo miró, extrañada, luego sonrió con ternura. No se había esperado esa reacción tan rápida.

—¡Aaaaawwwwwwwwwwwwww!— exclamó ella.

Su alegría era demasiada para dejarse llevar por la envidia. Eufórica, Érica se arrojó sobre Arturo para atraparlo en un abrazo. Su maniobra los terminó botando a ambos sobre el pasto.

—¡Se me olvida lo lindo que puedes ser! ¡Con razón encontraste novio antes que yo!

No como ella, que era un fracaso en el romance. Otra vez triste por su futuro, Érica se separó del chico, rodó hacia un lado y se apretó la cabeza entre las manos.

—¡¿Por qué mi vida es así?! ¡¿Por qué?!— se lamentó.

Los amigos de Arturo la miraron, entre extrañados y apenados.

—¿Está bien?— preguntó el chico de orejas largas.

—Sí, descuiden, solo le gusta exagerar— indicó el mago.

Érica se dio cuenta que estaba atrayendo mucho la atención, por lo que se sentó y se obligó a calmarse. Supuso que se encontraban cerca de la universidad de magia a la que había ido a estudiar Arturo.

—¿Y entonces estamos en la universidad de magos?— inquirió.

Miró alrededor; se hallaban en un patio de pasto bien cuidado, pero no muy lejos se notaban altos edificios de bonitas y lujosas fachadas, y una cuidada fuente que atraía a gente relativamente joven. Se veía todo bien, pero había esperado un lugar más mágico para una universidad de magia. El cielo violeta le hizo entender que se encontraban en Nudo.

Luego se fijó en el sombrero de la chica del velo en la cara. Curiosa, se lo quitó y lo puso sobre su cabeza.

—¡Mira, soy una maga!

—¡Oye!— exclamó la volir.

Le quitó el sombrero para ponérselo otra vez. Érica rio bajito.

—Disculpa, no quería molestar.

Se puso de pie y les dio la mano a ambos.

—Ah, claro. Estos son Jrotta y Coni, mis amigos de aquí— los presentó Arturo.

—Un gusto, muchachos ¿O muchachas?

—Yo soy una chica— bramó Jrotta, algo molesta.

—Y yo soy el novio de Arturo— gruñó Coni.

Ambos se sentían como gente suave; con voces tranquilas y gestos relajados. Quizás el que más destacaba de los tres era Coni, el chico de orejas largas, el cual parecía un peluche. Érica se lo quedó mirando, luego se inclinó sobre él y le tomó ambos cachetes.

—¡Eres lo más lindo que he visto! ¡Me dan ganas de llenarte a besitos!

—¡No soy lindo!— alegó él.

—Disculpa, Érica— la llamó Jrotta— ¿Te molestaría decirnos cómo llegaste aquí?

Esta pensó un momento si estaba bien decirles o no, pero siendo amigos de Arturo, supuso que estaría bien. Para explicarles con algo tangible, se concentró en las buenas memorias que tenía de Arturo y en lo agradecida que se sentía de tenerlo, y con eso una cadena dorada se materializó, colgando de los pechos de ambos jóvenes. Érica la tomó y se la mostró.

—Con esto. No estoy muy segura, pero creo que generé un puente entre ambos... aunque fue sin querer— volvió a bostezar— debí hacerlo mientras dormía.

—¡¿Un puente?!— saltaron ambos.

—¿Cómo es que una cadena formó un puente?— inquirió Coni— Arturo, discúlpame, pero no confío mucho en esta chica.

Érica reprimió una risita.

—No, Érica tiene razón, es la respuesta más plausible— indicó Arturo— ella tiene parte del poder del Encadenador en sus genes.

Ambos se quedaron boquiabiertos. Érica se sujetó el lóbulo de una oreja, lo tenía frío.

—Tranquilo, conejín, no pienso hacerles nada— aseguró.

De inmediato se acercó a Arturo, le pasó un brazo por la cintura y levantó dos dedos en símbolo de paz.

—Son amigos de Arturo ¿No? Entonces también son mis amigos.

Coni pareció relajarse.

—Está bien. Si Arturo confía en ti, no veo caso en ponerme tenso. Disculpa, Érica, es que... apareciste de la nada.

—Descuiden.

Érica tenía la garganta seca, dado que acababa de despertar. Preguntó si había un casino o algo así. Arturo le dijo que, antes de comer, necesitaba ponerse algo de ropa.

—Tranquilo, tengo mi timitio.

Apenas decir esto, se quitó la camisa de un tirón y formó una segunda capa de piel en sus senos, entrepierna y pies, tal y como había hecho hacía una semana con Liliana. Luego dio una vuelta para modelar.

—¿Te gusta?

—Ah... sí, supongo— rezongó el mago— ¿Pero no tienes más?

—Prefiero reservar algo por si surge una pelea repentina o si me disparan. Nunca se sabe— argumentó.

—¡Nadie te va a disparar aquí!— reclamó él.

Érica negó con la cabeza.

—Lo siento, crecí con muchos traumas para hacerte caso. Además, a nadie le importa que vaya desnuda ¿Verdad?

—A... a mí sí— alegó Jrotta tímidamente.

—¡¿Qué?! ¡¿En serio?!— saltó Érica— vaya, no se ven a muchos vole así.

Érica lo meditó un momento y terminó aceptando, pero consiguió que se dirigieran antes al casino. En el camino, Coni y Jrotta les hicieron preguntas típicas.

—¿Cómo se conocieron?— quiso saber Coni.

—Entramos a la cárcel juntos— aseguró Érica.

—¡No cuentes solo la parte que suena mal!— alegó Arturo— Érica me salvó de unos matones, me dio comida y sanó mis heridas. Luego... bueno, es verdad que fuimos a una cárcel ¡Pero solo es porque necesitábamos rescatar a una amiga! ¡No por algo malo que hubiéramos hecho!

—Fuimos criminales buscados por meses— recordó ella.

—¡Injustamente perseguidos!— Arturo se apresuró a corregirle otra vez— ¡Deja de hacer eso!

Érica no pudo evitar una risita.

—¡¿Fuiste perseguido?!— exclamó Coni.

—¿Fue un criminal?— saltó Jrotta.

Arturo alzó las manos para explicarse, pero mientras comenzaba a balbucear, un sujeto distinto se les acercó y le habló como si le tuviera mucha confianza.

—Me reclamas por mis sirvientes, pero tú tienes los propios. Qué hipócrita, mago descerebrado.

Érica se fijó en el tipo que le había dicho eso a Arturo; se trataba de un joven de su edad, quizás un poco mayor. Tenía un cuerpo robusto, ojos chicos, melena trigueña y mentón ancho. En ese momento parecía muy divertido por algo, aunque Érica no comprendió del todo qué es lo que había querido decir. Aun así, su estómago se encogió al oír que insultaba a Arturo frente a ella. Pensó en darle un puñetazo ahí mismo, pero prefirió esperar la reacción de su amigo antes de causar estragos.

Los seguidores del tipo robusto rieron detrás de él, sin muchas ganas.

—¿Sirvientes?— rescató Érica de lo que había dicho.

—Nada, no le hagas caso— le pidió Arturo.

Intentó seguir caminando, pero el chico robusto se interpuso en su camino. Érica se dio cuenta que tenía un puño apretado, así que estiró los dedos para evitar golpearlo por costumbre.

—No puedes traer invitados sin autorización ¿Sabes, mago imbécil?— continuó el molestoso— Te pueden multar por algo así.

—¿"Imbécil"?— repitió Érica. Luego se volteó hacia Arturo— ¿Es tu amigo?

—Solo ignóralo— aleguó.

El mago se veía muy insistente en que no le hicieran caso, deseo que Érica se esforzó en cumplir. Esta se giró de nuevo al brabucón, preguntándose cómo meterle en la cabeza que Arturo era mucho mejor que él en todo aspecto, solo que sin usar la fuerza. Cada vez se le hacía más difícil simplemente ignorarlo.

—¿Cuánto te paga ese pobretón?— continuó el chico ancho— Te pago el doble si lo dejas ahora ¿Qué me dices? No sé si me conoces, soy Jonás Balurto ¿Estás impresionada?

—"Jonás". Ese nombre me suena— musitó Érica— ¿Dónde lo he escuchado antes?

—En muchas partes, seguramente— intervino uno de sus amigos— la familia Balurto es rica y famosa.

Entonces Jonás pasó una mano por la cintura de Érica.

—Ven conmigo, deja a ese tonto— le espetó, algo exasperado de que Érica no saltara a la oportunidad.

—¡Jonás, ten cuidado!— le advirtió Arturo.

—En esta posición sería muy fácil enterrarle mi timitio a través de todo el brazo— pensó Érica— sacarle los ojos, arrancarle la mandíbula mientras sigue vivo...

No, no podía pensar así. Aunque fuera un desgraciado que insultaba a Arturo, este último claramente no quería hacerle daño, a pesar de todo. Érica se dio un segundo para admirar la determinación de su amigo para evitar aludir a la violencia tan rápido como ella.

Jonás lo miró y sonrió con superioridad. Con la dicha rebosándosele de la cara, tiró de Érica para que fuera con ellos. Esta tuvo que retener su timitio para que no matara a Jonás ahí mismo. En vez de eso, le quitó el brazo de su cintura, con cuidado de no hacerle daño.

—¿Qué te pasa, hombre?— reclamó ella, esforzándose mucho por controlar su voz.

Se giró hacia Arturo para continuar su camino. Este respiró aliviado, pero entonces Jonás la tomó de un hombro y la dio vuelta de un tirón, ofendido.

—¡¿Qué te crees, maldita puta?! ¡Soy Jonás Balurto! ¿Me oyes? ¡Ahora ven conmigo!

La tomó de la mano para tirarla hacia él, pero Érica se soltó sin problemas.

—¿Qué intentas hacer, Jonás Balurto?— inquirió Érica— no pareces un amigo de Arturo.

—¡Soy mejor que ese desgraciado!

La ira hizo le hizo cosquillas a Érica en la cabeza.

—¡Pfff! ¿En qué?— se burló ella.

Jonás dio un paso adelante y le mandó una cachetada con el dorso de la mano, pero el timitio de Érica reaccionó sin problemas y se transformó en una larga aguja que salió desde su mejilla. La mano de Jonás se ensartó en la aguja casi hasta el fondo. En seguida intentó quitarla, pero el timitio se curvó hacia arriba como un gancho y se lo impidió.

—¡Ja! ¡No pensaba que lo fueras a hacer de verdad!— se burló Érica— ¡Qué tonto eres!

Se echó a reír a carcajadas, lo cual hizo vibrar la aguja de timitio y removió la herida de Jonás. Este se puso a gritar aun más fuerte. Sus amigos intentaron ayudarlo, pero al ver que no podían simplemente quitarlo a la fuerza, se dirigieron a Érica para enfrentarla, lo cual terminó en más manos y pies clavados en timitio.

De pronto la muchacha parecía un cactus cubierto de víctimas atrapadas. Mientras reía, se dio la vuelta para ver a Arturo, arrastrando a todos los chicos con ella.

—¿Ves que es bueno tener algo de reserva?— le dijo.

Arturo intentaba ocultar una sonrisa de satisfacción, pero nervioso como era, se fijó alrededor. Su sonrisa se esfumó al notar que podría ser el centro de atención.

—Érica, por favor, déjalos ir— le pidió— nos vas a meter en problemas.

—¡Pero míralos! ¿No es chistoso como gritan?— se sacudió un poco para hacerlos chillar aun más.

Arturo ocultó otra sonrisa. Tuvo que cubrirse la boca con una mano para no ser muy obvio, pero al final se sacudió la dicha para ser el chico responsable de siempre.

—¡No habrá desayuno si no los dejas ir!— le advirtió.

—Oh... oh, supongo que si nos metemos en problemas, no podremos desayunar— concordó Érica— como quieras, igual ya me estaba aburriendo.

Érica retrajo las agujas de timitio, con lo cual, los muchachos cayeron adoloridos al suelo. Arturo la tomó de la mano y se la llevó rápidamente por un pasillo. Luego de unos cientos de metros, ya no se oían los gritos de los abusones.

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