15.- Siempre, Siempre, Siempre (1/3)


Después de una hora de viaje desde Jurtatto, Érica llegó al puente que conectaba Nudo con Hosilit, pasó al otro lado y se dirigió a su habitación de hotel. Para su fortuna, todas sus cosas seguían ahí. El puente que la había llevado a la ciudad de fantasmas se había desvanecido. Ya lo sabía, puesto que no encontró ningún puente cuando despertó junto a Liliana, pero aun así se le hacía raro.

Sentía que ya había descansado suficiente de su entrenamiento, así que se armó con provisiones y decidió ir otra vez hacia el área de montañas nevadas. Fue en su moto voladora, por lo que el viaje le tomó mucho menos que antes. Apenas llegar a la nieve, dejó a su moto en modo alerta, para que se alejara por si percibía movimiento cercano, y se abrió camino hacia las montañas.

Los monstruos ahí eran fuertísimos; Érica había aprendido a no subestimar a sus cazas ahí en Hosilit, incluso a contemplar su huida si veía la pelea muy difícil. Aun así, se le hizo más fácil acostumbrarse a ese nivel que al de los monstruos en los túneles. Quizás era porque había aprendido a ser paciente y meticulosa con su crecimiento; a ir poco a poco en vez de enfrentarse a monstruos fuertes desde el primer día. Quizás era que tenía un mejor entendimiento de su propio cuerpo, sus músculos y su fuerza. Quizás era que había visto mejor cómo eran Bel y su equipo, y por eso conocía mejor a dónde podía llegar. No estaba segura, pero sabía que no se sentía solo más fuerte, sino que también más madura y, tal vez contradictoriamente, más humilde. Enfrentar a tantos monstruos le había enseñado que alguien podía nacer fuerte, adquirir timitio, entrenar y practicar por años y aun así caer ante el primer golpe de una bestia cualquiera.

Estuvo una semana en los picos nevados, preguntándose si nuevamente sería llevada en sus sueños hacia Liliana. Aunque, como ya la había visto, comenzó a extrañar más a Arturo. Extrañaba alguien que no le pusiera reparos en nada, que simplemente la aceptara tal y como era, que la siguiera y le dijera a todo que sí, no porque tuviese poca fuerza de voluntad, sino porque simplemente no tenía razón para rechazar nada. Arturo era muy relajado en ese sentido. Liliana también la aceptaba tal y como era, pero el mago podía hacerlo con más naturalidad.

Pensó que, si era transportada alguna noche hacia él, preferiría que fuese luego de que volviera a su habitación en el hotel. De esa manera su moto y sus cosas estarían todas en Hosi-01 y no a la intemperie en medio de una zona saturada de monstruos. No estaba segura de si ese fenómeno volvería a ocurrir o si fuese pronto, no estaba segura de nada. Tenía sus sospechas de qué se trataba, pero aun así no conseguía entenderlo. Cómo era, qué o quién lo activaba, ni por qué había ocurrido de noche mientras dormía.

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Durante el día peleó con monstruos, arrancó las partes comestibles, las cocinó, las comió, salió a pelear otra vez, iba a dormir.

Al día siguiente despertó, tomó desayuno de sus provisiones, salió a pelear con monstruos: peleó, peleó y peleó por horas, luego les sacó algunas partes a algunos para almorzar. Luego peleó más. Hacía frío, la nieve le dificultaba avanzar, el agua estaba helada, el aire le enfriaba la cara, no había nadie con quien hablar. Fue a dormir.

Al día siguiente despertó, tomó desayuno, salió a pelear.

Al día siguiente despertó, salió a pelear. Mató a uno de los pingüinos que se deslizaban por el hielo. Se preguntó cuántos había matado ya, tenía una confusión con la cuenta, pero luego se dio cuenta que se estaba confundiendo con los del día anterior.

Al día siguiente despertó.

Tengo que ir a pelear se dijo.

Se quedó sentada en su escondite. Sabía qué tenía que hacer, pero le costaba hacerlo. Se sentía vacía, que la vida no valía la pena, que nada importaba.

Entonces la reconoció: esa era la soledad, la misma que la había estado acosando antes. Aún sentía que su visita a Liliana no había sido suficiente para acallar esa soledad. Con el tiempo, esa urgencia de volver con ella se había apaciguado. Pensó que se estaría acostumbrando a estar sola otra vez, pero en verdad solo había penetrado más hondo, había echado raíces.

Érica se llevó las manos a la cabeza, aún no podía salir de su escondite. Intentó sacar la cadena de su padre para sentirla, para contemplar la posibilidad de tirar de ella y volver a verlo, terminar con todo. Pero para sacar sus cadenas necesitaba sentir un mínimo de alegría y agradecimiento respecto de la persona conectada, y en ese momento era incapaz de alegrarse.

Entonces sacó una daga de timitio, pensó enterrársela en el cuello, acabar con ese demonio que la atormentaba.

No lo haría, estaba segura que no lo haría, pero comenzaba a ver la posibilidad. Se había convertido en un camino, una solución.

Una solución a un problema se dijo— tengo un problema. Estoy mal.

No sabía cómo solucionar su problema, solucionarlo de verdad. Finalmente consiguió ponerse de pie, salir de su escondite, mató a un monstruo, pero colapsó junto a su cadáver. No podía seguir.

No estaba cansada, ni triste, ni hambrienta, no sentía nada.

Solo que algo esencial le faltaba.

Se sentía como si le acabaran de cortar los pies y la obligaran a caminar por un camino de púas; no podía hacerlo, pero tampoco podía quedarse parada sin hacer nada. No había opciones, no había salidas. Solo miseria.

Ya había pasado una semana en la zona de nieve, por lo que tomó sus cosas y regresó al pueblo. Se preguntó si se encontraría con Bel, también se planteó ir con los viejos, pero no estaría bien de su parte hacerlo. Sí, olvidarse de ellos era lo mejor; odiaría dejar a uno viudo solo porque quería comer más galletitas.

Como ya era costumbre, fue a cenar a un buen restaurante para recuperar las calorías que había perdido y regresó a la habitación de su hotel con el estómago lleno. Ahí se puso a ver una película de comedia.

Era una buena película, pero no tenía ganas de reír. Se fue a dormir temprano.

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Al día siguiente decidió darse un pequeño descanso extra. Fue a tomar un buen desayuno, compró dulces y fue a su habitación del hotel a ver películas, series y jugar videojuegos.

Eso la ayudó a olvidarse de su miseria por momentos. No era una solución; no llegaba a ningún lado, pero al menos podía ponerle pausa al dolor.

Vio varias películas. Descubrió que, después de tanto esfuerzo, hacer algo que no requería esfuerzo de su parte era lo mejor.

Una de estas películas se trataba de un drama romántico, en la que había una escena de sexo entre los dos protagonistas. No se veía nada, pero fue suficiente para ponerla caliente. Érica buscó un poco de porno y procedió a masturbarse.

Sin embargo, en ese momento advirtió que una de las chicas en el video sacaba un dildo negro para usarlo con su compañera. Por un momento, Érica pensó que se trataba de un pene de timitio, hasta que reparó en que no era más que un juguete de plástico. Eso la dejó pensando. Mientras la chica del video le metía el juguete a su compañera en la vagina, Érica alzó su mano y formó un pene idéntico, usando a su timitio.

Tragó saliva. No es que nunca se hubiera imaginado usarlo para algo como eso, pero nunca se atrevió a hacerlo durante el viaje con sus amigos, y antes de eso había estado muy preocupada por su papá para masturbarse.

Pensó en el sujeto al que había manoseado en la jungla. Pensó en Liliana besándola. Se preguntó si algún día, si llegaban a hacerlo entre las dos, de si ella se mostraría contenta de que Érica fuese una forteme capaz de darle cualquier forma a su timitio. Ni siquiera tenía que lubricarlo; el timitio podía formar una capa fina en las paredes vaginales para que un objeto fálico entrara y saliera sin problemas.

De pronto comenzó a hacer mucho calor. Érica se giró a revisar el aire acondicionado, pero el aparato estaba encendido y funcionaba bien. No, no era el aire, era ella, estaba literalmente muy caliente.

Aún curiosa, respirando hondo de los nervios, se sentó en cuclillas en la cama y separó las piernas. Acercó el timitio a su ingle.

—¿Qué pensarían mis amigos si me pillaran haciendo esto?— se preguntó.

Se imaginó a Liliana mirándola con asco y a Arturo desviando la mirada, incómodo. Pero se sacudió la cabeza, porque sabía que sus amigos nunca harían eso. Recordó cuando ambos la besaron, luego de que María la decepcionara tanto. Ambos eran tan lindos con ella, no podía ser que la despreciaran por algo que no hacía daño a nadie.

—Sí, está bien. La masturbación es saludable— habría dicho Arturo, sin darle mucha importancia.

—Pues... me parece bien mientras tú estés contenta— habría indicado Liliana, seguramente roja de la vergüenza, pero tratando de aceptarla tal y como era.

Intentó imaginarse cómo sería hacerlo con ambos a la vez, lo cual la puso más caliente. Se imaginó que con Arturo sería más fácil, dado que él tenía experiencia con chicas, pero quizás Liliana, al ser también una chica, sabía darle placer mejor que Arturo. No sabía, de verdad que no sabía.

Ansiosa, se tocó los labios vaginales con la punta del dildo de timitio. Aún en ese momento no estaba muy segura de hacerlo, pero al mismo tiempo tenía mucha curiosidad y estaba muy caliente para dejarlo. Tragó saliva y se metió la punta, que entró rígida. Apenas era un poco más gruesa que un dedo, por lo que no la sintió mucho. Poco a poco la fue introduciendo más, aún insegura sobre hacerlo, mientras reservaba una sección de su mente a mantener la forma del timitio. Trató de imaginarse a sus amigos haciéndolo con ella.

La posición le resultó un poco incómoda, con el brazo sobre la rodilla, por lo que traspasó el timitio desde la palma de su mano hasta su ingle, justo en la base de sus piernas. Así no necesitó concentrarse en mover su brazo o sus dedos y pudo ordenarle a su timitio que se comportara como un pene independiente. Se apoyó con las manos por detrás y separó algo más las piernas mientras se acostumbraba a la sensación del timitio revolviéndose a distintos ritmos dentro de ella. Pronto también sacó algo de Negro desde su pelvis para acariciar los alrededores de su clítoris con movimientos suaves.

—No puedo creer que esté haciendo esto.

Más confiada, se permitió aumentar la velocidad con que se metía el juguete de timitio y hasta dónde se lo metía. También quiso hacerlo vibrar, pero hacerlo requirió mucha concentración de su parte. Decidió continuar sin vibraciones.

Se removió con más fuerza el clítoris. De pronto se le escapó un gemido, así que se cubrió la boca con una mordaza que salió de sus mejillas. Las sensaciones la llevaron a arquear su espalda, incluso le pareció chorrear un poco la cama. No estaba segura, el placer le tapó la mente y nubló sus sentidos por momentos.

Un súbito orgasmo la tensó por completo y la paralizó hasta la punta de los dedos.

—¡Lo hice!— celebró.

Pulsos de placer recorrieron su cuerpo, que ella disfrutó con júbilo hasta que inevitablemente desaparecieron.

Luego sus músculos se relajaron. Mientras recobraba los sentidos, cayó de vuelta sobre su cama. Su timitio se volvió flácido y perdió su forma para convertirse en un charco de goma negra que se derramó sobre la cama.

Érica se quedó ahí un rato, acostada, mirando el cielo. Esa había sido una de las mejores sesiones de masturbación que había tenido. Era más o menos como se imaginaba que sería el sexo.

Se sentó y notó el timitio derramado. No estaba esparcido, dado que nunca iba a separarse de ella porque sí. Solo se había aflojado sobre la cama en forma de charco gelatinoso. Contenta, Érica lo devolvió a su cuerpo.

Finalmente se fue a duchar, volvió a su cama y se quedó acostada ahí un rato. Ya se preocuparía de las sábanas mojadas luego. Mientras se quedaba dormida, se preguntó si hacerlo con sus amigos se sentiría así de bien.

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