Unos minutos después, decidió bajar. Por si acaso, preguntó por Liliana, pero le indicaron que ya se había ido. Entonces comió algo y se fue a dormir. Había sido un día largo y al siguiente necesitaría viajar un buen tramo.
A la mañana siguiente, Érica agradeció a los propietarios del hotel y se marchó de vuelta hacia Hosilit. Podría haber creado un puente ahí mismo directo al medio del pueblo, pero se temía que abrir un puente hacia un mundo tan peligroso pudiera causar un accidente grave. Por eso prefería usar el puente normal de Hosilit para viajar a Nudo, y es a donde pensaba ir en ese momento.
Sin embargo, su poder sobre las cadenas le permitía viajar grandes distancias, como aquella entre dos continentes. Por eso, apenas salió del hotel, partió por la carretera para alejarse de la ciudad y de ahí se desvió hacia una zona pelada, sin plantas ni animales, fuera de la vista de cualquier curioso. Desde ahí generó un puente hacia el imperio noni, no muy lejos de la ciudad más cercana al puente hacia Hosilit. Ella misma no podía cerrar el puente que había creado, pero sabía que no duraría más de una semana abierto; eso mismo ocurría con todos los puentes que hacía.
Se halló en el primer camino que había tomado para llegar a Jurtatto, la ciudad más cercana al puente entre Nudo y Hosilit. Jurtatto estaba al sur del país de Kervel.
Mientras se acercaba a Jurtatto por el camino pelado entre campos de vegetales, advirtió a un flotador volcado. Los flotadores eran vehículos muy similares a los autos, con una de sus pocas diferencias siendo que no tenían ruedas, sino que flotaban a medio metro sobre la superficie. Eran más caros, pero no tanto como las naves voladoras.
Extrañada, Érica desaceleró para mirar qué ocurría. Había pedazos de vidrios de las ventanas rotas sobre la calle; el flotador se mantenía inmóvil al borde del camino. Al rodearlo, la muchacha advirtió que una manada de ladraban como locas y trataban de atravesar la carcaza del flotador. Las hydrenas eran sólida. En ese momento Érica se imaginó por qué trataban de romper el flotador: para sacar y comerse a quien quiera que estuviera adentro.
Sin perder un momento, la muchacha saltó sobre los monstruos y decapitó a tres de ellos de un tajo limpio de su timitio. Luego atravesó el torso de un cuarto con una lanza y aplastó la cabeza del último. Al terminar, miró en todas direcciones por si había más monstruos escondidos, pero esa era toda la jauría.
Finalmente se dirigió a ver qué era lo que buscaban esas hydrenas y se encontró con un sirivi de cara arrugada y pelo blanco, cubierto de sangre y aturdido aún. Con cuidado, abrió la puerta y lo sacó de ahí. Revisó sus signos vitales para comprobar su estado. Se llevó una mano a su estuche con pociones, pero no tenía nada.
—Claro, llegué sin nada a la habitación de Lili— recordó.
Ese viejo seguía vivo, pero necesitaba ayuda rápido o podría desangrarse. Solo por si acaso, buscó en el mismo flotador. Para su sorpresa, encontró un estuche de primeros auxilios con un Dispositivo de Cicatrizado Rápido. Era un aparato similar a una pistola, que disparaba un láser capaz de cerrar heridas fácilmente. A continuación atendió al anciano ahí mismo y le cerró las heridas. Este comenzó a gruñir. Érica lo miró a la cara y se lo encontró mirándola de vuelta.
—Tranquilo, estarás bien— le dijo— ya me deshice de los monstruos ¿Cómo te sientes?
El anciano la miró, aún algo atontado, pero no lo suficiente para no poder hablar.
—B-bien— musitó.
—Eso está bien.
Érica terminó de cerrar sus heridas. Luego pensó en llevarlo ella misma a Jurtatto, pero supuso que cargarlo en su espalda podía provocar que sus heridas se abrieran, o quizás se fracturaba de alguna manera. Se veía frágil ya de por sí, más encima había pasado por un volcamiento.
—¿Quién eres?— preguntó él.
—Solo una chica que pasaba por aquí— contestó.
Revisó en la ropa del viejo y encontró un celular. Buscó rápido entre los contactos hasta que dio con el número grabado de fábrica del hospital. Llamó, describió lo que ocurría y les pidió que fueran a buscar al viejo.
—Mi marido— musitó el anciano— mi marido es médico...
—Ah, vaya. Qué conveniente— comentó Érica— ¿Cómo lo tienes en tus contactos? Quizás debería llamarlo también.
Pero no necesitó escuchar la respuesta del viejo sirivi: apenas terminar su pregunta, dio con uno de los contactos que decía "corazoncito". Lo llamó.
—¿Aló?— contestó una voz grave del otro lado.
Érica volvió a explicar la situación, mencionó que ya había llamado a una ambulancia.
—Ya veo. Seguro lo llevarán a la clínica oeste— comentó con más calma de la que Érica se esperaría para el "corazoncito" de ese sirivi— Gracias, jovencita ¿Te puedo pedir un favor?
—Sí, dígame.
—¿Podrías acompañarlo en el camino? Yo estaré esperando en la clínica.
—Sí, claro.
No es como si tuviera que llegar apurada a ningún lado.
El "corazoncito" también le pidió poner a su marido al teléfono. Ambos hablaron un rato, Érica sujetando el celular, porque al sirivi le costaba moverse. Hablaron un par de minutos, bastante tranquilos a pesar de lo que había ocurrido. Finalmente se despidieron con "besitos" y "te quiero" y cortaron.
Dicho y hecho, unos minutos después apareció una nave voladora blanca, característica de urgencias médicas. Érica formó una bandera sólida con su timitio, lo más grande posible, y la agitó sobre su cabeza. No estaba segura de si fuese necesario para que la vieran, pero no le pareció que haría daño a nadie.
La nave aterrizó, de ella surgieron varios médicos nonis que comprobaron el estado del sirivi, lo subieron a una camilla y lo introdujeron en la nave. Érica se fue con ellos, nadie le dijo que no.
Pronto se hallaron en el hospital. A Érica le hicieron un par de preguntas, pero no les servía mucho que no conociera de nada al paciente, por lo que decidieron esperar. Por mientras, terminaron con el sirivi y lo dejaron en una sala normal. Érica lo acompañó para que no se quedara solo. Ya había llegado ahí, después de todo.
Al verlo mejor, su cara despejada de tanta sangre, notó . A pesar de haber sufrido un accidente que podría haberle costado la vida, se veía satisfecho, hasta contento.
—¿Cómo te sientes?— le preguntó Érica.
—Bastante bien. Me dieron un par de sedantes para calmar el dolor— contestó— gracias, a todo esto. Me salvaste de esos monstruos y me trajiste a un hospital. Te debo mi vida, jovencita.
—No, descuida. No me debes nada— le espetó ella.
—No, insisto. Estaría muerto de no ser por ti. Al menos déjame invitarte una buena comida.
Érica podía ir a cualquier restaurante caro de la ciudad y pedir todo en el menú sin preocuparse mucho de su billetera, con todo lo que había ganado en Hosilit. Los precios en Nudo eran más baratos que allá, después de todo. Pero ese viejito no se veía como alguien malo.
—Está bien— terminó aceptando.
—¿Cómo te llamas, a todo esto?— preguntó el anciano— yo soy Guruy.
—Ah, yo me llamo Érica.
—Un gusto, Érica— Guruy le mostró una sonrisa plácida— dime, si no te molesta hablar con un anciano como yo ¿Cómo te hiciste tan fuerte?
—Soy una brika— contestó— nací así, se podría decir.
—¡Vaya! ¡Una brika de verdad!— exclamó Guruy.
—¿Sabes lo que son las brikas?— se extrañó Érica.
Incluso en círculos militares y de mercenarios, la raza no era muy conocida.
—Me topé con el tema en uno de mis estudios. Me pareció fascinante: humanos capaces de increíbles proezas físicas. Eres la primera que veo.
—¿Así que eres un estudioso? ¿Qué estudias?
—Soy un historiador— indicó— la red de mundos tiene muchos años de historia, y muchos años antes de eso. Por eso decidí estudiarla. Hace poco le ayudé a un colega en un estudio de los distintos mundos de seres humanos y de ahí que me topé con Perka. Gente fascinante, esos brikas.
A Érica se le escapó una sonrisita. Ese viejo le recordó un poco a Arturo, aunque solo fue una primera impresión.
Pronto, por la puerta apareció un noni. .
—¡Amor!— exclamó con un grave vozarrón que hizo estremecer el estómago de la niña.
—¡Corazoncito!— contestó Guruy.
—Ah, entonces ese es el "Corazoncito"— pensó Érica.
El noni se acercó por el otro lado, abrazó a su marido y le besó en los labios. Érica desvió la mirada, algo incómoda con la muestra de afecto. Pensó que no acostumbraba a ver muchas parejas de nonis con otras especies; sirivis se emparejaban con cualquiera, pero los nonis solían permanecer con otros nonis, o quizás los que ella había conocido eran discriminadores en ese sentido.
—Y tú debes ser la heroína— comentó el noni.
Rodeó la cama para tenderle su grande y peluda mano, que Érica estrechó. Su cara estaba arrugada, . Olía a persona vieja, aunque de una forma distinta de Guruy.
—Me llamo Limpack. Es un gusto conocerte, jovencita.
—Hola, sí— admitió, algo tímida de darse el crédito que compartían los paramédicos— me llamo Érica. Érica Sanz.
—Érica, te debo mi vida. Solo soy un humilde médico, pero si hay algo en lo que te pueda ayudar, por favor dímelo.
—Gracias, aunque no necesito nada. Solo hice lo que cualquiera habría hecho.
—No cualquiera se habría arriesgado a salvar a otro de una jauría de monstruos— indicó Limpack— ni siquiera un noni valiente.
—Es una buena chica ¿No?— agregó Guruy.
—Se nota que sí— contestó Limpack.
Érica apretó los labios, no muy segura de si agradecer el cumplido o corregirles. Decidió guardar silencio de momento.
—Ya la invité a cenar, por supuesto— le avisó Guruy a Limpack.
—Como mínimo— contestó este, y se giró hacia Érica— no estás muy ocupada ¿O sí, mi niña?
—No, no, descuiden.
Érica se pasó una mano por la cabeza. No estaba segura de si ir con esos sujetos o volver a Hosilit. Tenía ganas de simplemente continuar su rutina como si nada y olvidarse un poco de todo el asunto con Liliana, quitarse el extrañarla, huir de la soledad que la embargaba.
—Qué raro, no soy mucho de juntarme con otros— pensó.
Y seguramente se aburriría como ostra en la cena con esos dos ancianos, pero quizás eso era precisamente lo que necesitaba; querer estar sola, extrañar su tiempo para sí misma. Para eso, primero necesitaba hartarse de gente.
—¿Qué dices? ¿Te gustaría ir a nuestra casa hoy en la tarde?
—Eh...— Érica tomó una bocanada de aire. Casi no podía creer la conclusión a la que había llegado— está bien.
—¡Muy bien!— celebró Limpack.
Su voz era atronadora. Su cuerpo voluminoso de noni se movía con gestos enérgicos a pesar de la edad, atrayendo la atención hacia sí.
—¿Hay algo que te guste comer?— le preguntó Limpack.
—Pues... no soy muy mañosa— confesó— aunque si pueden evitar los sabores agrios, se lo agradecería.
—Sin agrios. Muy bien.
Después de eso los dejó solos, pues seguramente tendrían harto que conversar entre los dos después de un accidente como aquel. Érica se fue al baño, de ahí los médicos le hicieron un último examen a Guruy y lo dieron de alta. Aunque ya había visto miles de veces las maravillas de la tecnología medicinal de Nudo, Érica no dejaba de sorprenderse, sobre todo cuando el paciente no era ella, sino que un viejito frágil como Guruy. Parecía que se iba a caer y romper en mil pedazos en cualquier momento.
Para celebrar, fueron a su casa y pidieron comida a domicilio, dado que ya era entrada la hora de almuerzo. Érica intentó no curiosear mucho, pero no necesitó hacerlo para darse cuenta que la casa de ambos ancianitos tenía muebles viejos y de estilo muy acabado y detallado; el piso y los muebles eran de madera y en cada esquina había un estante transparente con antigüedades en su interior, que por sí mismas podían ser bonitas, pero en conjunto no aportaban mucho a un ambiente ameno o cómodo, sino que más bien parecía un museo.
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