13.- El Demonio Invencible (3/3)
Satisfechas, bajaron de la torre y volvieron a la Academia. Érica se mostró confundida respecto a qué hacer sobre lo que había ocurrido, pero Liliana le explicó que no necesitaba hacer nada distinto, que un beso era un beso y que era una muestra de que ya se querían.
—Eres una de mis personas favoritas, Érica, sin importar lo que ocurra— le aseguró Liliana.
—¡Ay, Lili, me vas a hacer llorar!— exclamó Érica.
Le tomó algo de trabajo, pero con la compañía de Liliana consiguió entender que no necesitaban "convertirse" en novias o ponerle un nombre específico a su relación; la manera en como se llevaban dependía de ambas y de nadie más, y si no sabía qué hacer, a Liliana le bastaba con su cariño. Tampoco necesitaba "reservarse" por ella o por Arturo.
—Es más, creo que sería preferible si encontraras a otras personas; nunca está de más un poco de experiencia— le indicó —Hablando del tema ¿Hay alguien que te guste ahora? ¿Quizás alguno de los otros cazadores que hayas visto en Hosilit?
Érica lo meditó un momento.
—Hay algunos que no están mal, pero la mayoría son unos tontos. No, ninguno de ellos me gusta... aunque sí hay un chico.
—¡¿Qué?!
Érica se puso roja, se miró los pies con vergüenza.
—Ay, ya lo conoces, es Bel.
—¡¿El príncipe Bel?!— exclamó Liliana
Érica asintió con la cabeza.
Para ese entonces ya estaban entrando de vuelta a la Academia. Caminaron entre estudiantes, por el patio del frente, mientras comentaban sobre los gustos de Érica. En eso, Liliana comenzó a mirar a los lados, como buscando algo o a alguien. Érica le iba a preguntar qué le pasaba, cuando de pronto una chica comenzó a llamarla desde lo lejos.
—¡Oye, Lili!— se escuchó a lo lejos.
A la distancia, junto a una de las columnas del edificio de habitaciones, una flaca volir agitaba una mano a modo de saludo. Llevaba un hábito de monja puesto, con un mechón de pelo celeste asomándosele por afuera.
—¿Y esa?— inquirió Érica.
—¡Oye, Lili, vamos a tomar algo!— dijo la mujer mientras se acercaba.
Liliana, al reconocerla, comenzó a sudar a mares. Con el júbilo de encontrarse con Érica de nuevo, se le había olvidado por completo que esa persona andaba por ahí. Aferrándose a una pizca de esperanza, tomó a Érica y trató de asirla de vuelta a la entrada.
—¡Érica, tenemos que irnos ahora mismo!— exclamó— ¡No le hagas caso a esa chica! ¡Vamos, rápi...
Pero Érica miró a la monja una vez más, extrañada. Entonces la reconoció: era una mujer que había visto un par de veces, pero que nunca olvidaría: era la misma monja asesina que la había engañado en el imperio noni.
—¿Esa es... María?— la reconoció.
Liliana se llevó una mano a la boca. María se acercaba despreocupada, sin saber que ahí la esperaba una de sus antiguas víctimas. Érica, que no había olvidado su engaño, dejó su antigua ira fluir. Era el momento de su venganza.
Liliana la vio, supo lo que se avecinaba y se giró hacia María.
—¡CORRE, IMBÉCIL!
María se detuvo, momento en que Érica se disparó hacia ella como un tren.
—¡MARÍAAAAAAaaaaa!— gritó a pulmón vivo.
La brika voló por el aire hacia ella. La volir apenas tuvo un instante para arrojarse al piso y esquivarla. Érica pasó de largo, se estrelló contra una columna de roca y la pared más allá. Pero eso no era nada para ella; de un salto se reincorporó y regresó con María.
No entendía cómo ella estaba ahí, pero no le importaba. En ese momento solo podía pensar en hacerla sufrir cien veces lo que le había hecho sufrir a ella.
La monja, al verse en peligro, echó a correr hacia un lado y evitó por los pelos un hachazo de timitio. El tajo se hundió en el suelo y abrió una zanja de tres metros de largo.
—¡Ayuda!— gritó.
—¡No te dejaré escapar!— pensó la brika.
Blandió sables, lanzas y mazas con la fuerza suficiente para destrozar tanques, pero María era tan ágil y flexible que consiguió esquivar cada uno de sus tajos. Bastaba con uno para matarla.
—¡No puede esquivar para siempre!— pensó Érica, rabiosa.
Poco a poco fue aumentando el ritmo, transando fuerza por velocidad. Solo necesitaba conectar uno y habría ganado. María intentaba alejarse, naturalmente, pero Érica no tenía problemas en deslizarse para alcanzarla, imponente. Pasó de atacarla con un brazo a usar dos brazos por separado. Luego se le ocurrió que podía generar brazos de timitio extra que sin duda la alcanzarían.
Sin embargo, en ese momento advirtió a alguien acercándose por detrás. Su timitio contestó rápidamente y dirigió una parte de sí hacia el cuello de la muchacha, donde una hoz hecha de espectros trató de cortarla. El timitio bloqueó la hoja y la hizo rebotar. Entonces Érica se dio vuelta y se encontró con Liliana. Esta la miraba asustada, como una niña chiquitita a quien pillan cometiendo una maldad.
—¿Qué pasa?— le preguntó Érica.
Liliana la miró con ojos culpables, arrepentida. Abrió la boca, pero no consiguió decir nada.
Érica comprendió que Liliana la había atacado, por la razón que fuera, pero en ese momento no sabía si podría entender sus razones rápidamente, ni podía gastarse mucho tiempo sin que María huyera.
—Espérame aquí, no tardo mucho— le pidió.
Se volvió hacia la asesina y echó a correr tras ella a toda prisa. Esta se dirigió al edificio de la Academia, hacia los dormitorios, donde podría perderla más fácilmente, pero Érica no se lo permitió; la siguió de cerca por el pasillo y luego por las escaleras. La atacó con su timitio, pero la asesina era escurridiza y consiguió eludir sus arremetidas incluso mientras corría por su vida.
—¡Malnacida!— bramó Érica.
—¡¿Quién eres?! ¡¿Por qué me quieres matar?!— preguntó María.
—¡¿No te acuerdas de mí?! ¡Desgraciada!
Érica le arrojó una puerta, pero María rodó por el piso y la puerta reventó en mil astillas. Liliana apareció desde una habitación.
—¡Érica, detente!— clamó.
Pero Érica no la escuchó, solo continuó lanzando golpes que destrozaban paredes y demolían puertas. María hacía todo tipo de piruetas para esquivarla, apenas con su vida en la garganta. Liliana intentó interponerse entre ambas, pero Érica la rodeó para seguir atacando a María. Seguidamente intentó usar a Brontes, pero Érica la tomó por los hombros y la dejó a un lado con cuidado.
Ninguna de las tres se dio por vencida: María esquivaba por su vida, Liliana hacía lo posible por detener ese asesinato y Érica arremetía con furia una y otra vez, destrozando todo a su paso excepto a Liliana. Arrojó puertas, desgarró paredes, destrozó ventanas y partió mesas. Nada podía detenerla.
Pronto María volvió a bajar de un salto las escaleras, se dirigió al comedor y de ahí salió de vuelta al patio a toda prisa. Liliana saltó sobre Érica y le abrazó la cabeza para impedirle ver.
—¡Suficiente!— gritó la brika.
Aunque no iba a hacer daño a su amiga, tampoco pensaba dejar ir a María, por lo que tomó a Liliana en sus brazos y la cubrió con timitio para impedirle interponerse más. La sombra no pudo hacer nada frente a las envolturas del parásito.
Érica entonces salió al patio, corrió hacia María y saltó sobre ella lista para partirle la cabeza. Liliana comprendió que no había posibilidad para que María se salvara: Érica la iba a matar ahí mismo.
—¡Pagarás por lo que hiciste!— pensó la brika, mientras corría a toda prisa.
Sin embargo, antes de alcanzar a su presa, Érica perdió el conocimiento. Ella y Liliana cayeron y rodaron por el suelo. Cuando esta última consiguió levantar la mirada otra vez, advirtió a quince sombras sobre el cuerpo inconsciente de su amiga.
—¿Érica?— la llamó.
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Para cuando volvió a abrir los ojos, Érica se encontró en lo que parecía una habitación de hotel. Era un lugar modesto, de paredes de madera y cama de una plaza. No era ningún hotel de Hosilit; el aire era distinto.
Confundida, se llevó una mano a la frente. Lo último que recordaba era enfrentar a María y luego... nada.
—¡Argh! ¡Por la mierda! ¡Se me escapó!
Pensó en salir de esa habitación e investigar dónde estaba, pero aún tenía sueño, así que optó por quedarse acostada un rato más. No pasó mucho tiempo para que alguien abriera la puerta. Érica se preparó para saltar si se trataba de algún enemigo, pero resultó ser Liliana.
—¡Érica!— exclamó, sorprendida— ¡¿Cómo estás?!
Liliana se sentó en la silla a su lado. Le explicó que, en su enfrentamiento con María, un fantasma de Krux Tavoi la había puesto a dormir. En ese momento se encontraban en el imperio vole en Nudo, en un hotel de unos conocidos. La habitación ya estaba pagada.
En cuanto a María, estaba perfectamente bien. Al final Érica no había conseguido tocarle ni un pelo. Para su sorpresa, esta y Liliana se habían hecho amigas en Penumbra. La brika pensó que debía haberlo esperado, siendo María una asesina y Liliana yendo a una de las organizaciones de asesinos más grandes que había.
Conversaron un poco más, ya sin prisas ni estrés. Liliana se disculpó por ir en contra de sus deseos y defender a María, pero Érica le restó importancia; vengarse de esa monja era asunto suyo, Liliana no necesitaba ensuciarse las manos por uno de sus caprichos.
Por último, discutieron un dilema que Liliana tenía sobre la responsabilidad que tenía ella como cómplice de los asesinatos que cometieran sus amigos en Krux Tavoi. Érica comprendió que ese dilema la había estado aquejando por un tiempo, pero luego de entregarle otra perspectiva, la dejó un poco más calmada. Ambas rieron, se dieron un besito y Liliana se preparó para marcharse.
—Nos volveremos a ver— le dijo— cuando me haya vuelto fuerte... quizás al final del semestre.
—¡Eso suena bien!— exclamó Érica.
Cerró la puerta tras de sí. Érica se quedó sola, otra vez.
El vacío dentro de ella volvió casi de inmediato. Se sujetó le pecho, desconcertada. Inexplicablemente, tenía la misma sensación que la embargaba antes de esa mañana. Recién se había despedido de Liliana y ya la extrañaba.
—¡Pero estuvimos todo un día juntas!— se dijo, pasmada— ¡La pasamos bien! ¡Incluso nos besamos! ¡Debería estar satisfecha!
Pero su cuerpo le pedía más tiempo con ella, como si se hubiera despertado a mitad de la noche y ya no pudiera volver a la cama; solo porque hubiera dormido un ratito no quería decir que estaba bien. Solo ver a Liliana un día no era suficiente.
Pensó seriamente en ir tras ella, pedirle que se quedara un rato más ¿Pero cuánto sería necesario? Un día no había bastado ¿Y dos? ¿Y una semana? ¿Y después qué? No, Liliana estaba entrenando y Érica también. Ambas tenían sus propias tareas. Érica no podía pararlo todo y armar un berrinche porque la extrañaba.
Aún así, no dejaba de doler.
—Ya no queda mucho— pensó— me reuniré con Lili y Arturo, y juntos encontraremos a mi papá...
Se llevó una mano a la sien, encogida sobre la cama. Con toda su fuerza, todo su valor, su timitio y su poder sobre las cadenas, no podía derrotar su soledad por sí misma. Tenía un demonio que la roía por dentro y ella no podía hacer más que sentirse miserable y esperar que sus amigos la salvaran.
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