13.- El Demonio Invencible (1/3)


El desierto rojo era una zona de dos estrellas; los monstruos no eran tan fuertes como dentro de los túneles. Érica descansó un poco después de su pelea con el gólem, luego fue a explorar, pero no encontró nada que valiera la pena.

Supuso que lo mejor sería atravesar el desierto para buscar un área de tres estrellas, o simplemente seguir en los túneles, pero estaba harta de pasarse el día en lugares cerrados y oscuros. Además, según el mapa de su tarjeta electrónica, atravesando el desierto se encontraba un cordón montañoso al que habían asignado 4 estrellas. Después de haber acabado con el monstruo más duro de los túneles, sentía que ya estaba preparada para algo más difícil.

Pero eso tendría que esperar. Estaba agotada, mugrienta, se había pasado varios días durmiendo entre rocas, se le estaban acabando sus raciones de comida y parches, y extrañaba comer bien. En vez de regresar por los túneles, decidió subir por las montañas que iban por encima, que era una zona de nivel 2 como el desierto y el pantano. Por ahí había varios monstruos aves y demás bestias adaptadas a riscos escarpados, pero Érica tenía su timitio con el que podía movilizarse tanto o más rápido que cualquier animal de montaña. Atravesó esa zona en medio día, luego el pantano y la jungla por la noche. Llegó a Hosi-01 por la madrugada, se metió a su posada y se desplomó sobre su cama, muerta.

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Se despertó durante la tarde del día siguiente. Seguía agotada, pero al menos ya no tenía sueño, así que se marchó.

La posada en donde se alojaba no estaba muy mal, pero todo era un poco muy tosco; el servicio y las instalaciones eran apenas lo suficiente para que la gente pudiera dormir y partir a trabajar, no estaban diseñadas para que nadie se relajara o disfrutara adentro. Érica ya había hecho mucho dinero, por lo que decidió que ese día dormiría en un hotel, uno más cómodo que esa posada militar.

Pero primero, necesitaba comer. Estaba hambrienta y quería algo sabroso, nada de carne de monstruo ni raciones de viaje como las que se había acostumbrado a comer. Así que se duchó, se cambió de ropa y se dirigió al barrio de restaurantes. Se metió a uno de comida rápida, con comida grasosa y azucarada que la llenara rápido. Adentro se pidió tres menús y los devoró impaciente. La comida le supo como un manjar de los dioses, comparado a las raciones de viaje. La grasa se le pegó a los labios y el aceite extra se deslizó hacia su mentón; el azúcar de la gaseosa le produjo cosquillas en la lengua con el primer sorbo y se la dejaron pastosa al terminar. Comió como cerda, pero tuvo que rendirse cuando llevaba la mitad. Su estómago simplemente no daba más.

Ahíta, se relajó en el respaldo del asiento plástico. Toda su sangre en su estómago digiriendo la comida, su mente en blanco, nada más contenta por tener comida sabrosa, por muy dañina que fuera para su cuerpo a largo plazo.

—¿Qué decía el anuncio?— escuchó que alguien decía por ahí cerca.

Había varias voces en ese restaurante de comida rápida, pero el noni detrás de ella hablaba más fuerte que la gente común y parecía animado. Además, estaban cerca, Érica no podía evitar escuchar su conversación.

—Algo sobre un bolso perdido en el pantano ¿Cómo ponen algo así?— alegó la persona con que conversaba.

—¿Qué más van a poner? Así son los anuncios, pueden pedir lo que quieran.

—Podría ser algo más importante, como acabar con cierto monstruo o recuperar el cadáver de un compañero. No sé, algo que valga la pena.

—¿Qué importa si no vale la pena? Me imagino que pagaban bien.

—No, ni siquiera eso.

—Ah, bueno.

Érica comprendió que hablaban de un tablero de anuncios, como los típicos tableros de recompensas que había en casi todas las ciudades y pueblos del imperio noni. No sabía que había uno en Hosi-01.

—¿Quizás sea una regla que todos los asentamientos del imperio deben seguir?— supuso.

No tenía energía en ese momento para interrogar a los hombres que hablaban de los anuncios, pero sabía que podría preguntar en Recepción, en el edificio militar principal al que la gente llegaba desde el puente.

Apenas su cuerpo le permitió moverse, se puso de pie, partió hacia allá y preguntó sobre el tablero con anuncios. Para su sorpresa, le apuntaron a una pared junto a la que había pasado varias veces, pero que nunca se molestó en mirar bien; ahí había un tablero con todo tipo de notitas en hologramas, algunas también en papel. No había nada interesante; varios trabajos sobre recuperar cosas perdidas, reemplazar a integrantes de equipo heridos o muertos, servicios externos a la caza, incluso algunas invitaciones que no se esperaría; había un panfleto religioso invitando a la gente a un grupo de oración, con la foto de una monja. Érica tenía malas experiencias con grupos religiosos, sobre todo con cierta monja que le había hecho pasar mal, en su viaje anterior. Esa monja le había hecho creer que quería algo romántico con ella, cuando solo buscaba engañarla para capturarla y cobrar una recompensa.

—Maldita María— pensó— si algún día la vuelvo a encontrar, la partiré en dos.

Eso si la volvía a encontrar, lo cual era imposible; la red de mundos era demasiado extensa.

Le indicaron que podía dejar el anuncio que quisiera, pero tenía que llenar un formulario para hacerlo y que el personal de la milicia se encargaría de dejarlo en el mural, no ella directamente. Aun así, Érica pensó que no perdía nada, por lo que tomó un formulario y lo llenó. En donde le pedían describir su anuncio, escribió: "Necesito información sobre los encadenados: quiénes son, dónde se esconden, etc. El grupo que sirve al verdadero Encadenador, no la religión. La recompensa se entregará de acuerdo a la calidad de la información, desde 15.000 puños".

No estaba segura de cuánto ofrecer, pero esa era una cifra llamativa que podía costearse sin problemas. En recepción le indicaron que ellos le informarían si alguien aceptaba su anuncio y que ellos se contactarían con ella; la milicia de Hosilit prefería mantener cierto control sobre tales asuntos, más que nada para evitar tráficos criminales bajo sus propias narices.

Luego, viéndose libre, fue a buscar un nuevo hotel. Se tentó de ir donde Bel la había llevado con las esperanzas de encontrarse con él de nuevo por ahí en el pasillo o algo por el estilo, pero no quería demostrar cuán desesperada estaba. Además, ese hotel era muy caro para las habitaciones que tenía. Se dirigió a otro, más modesto, pero también más silencioso, escondido en un callejón, con comida abundante, camas blanditas, un recibidor acogedor y personal que la trataba bien. El precio no era muy elevado, tampoco. Dicho y hecho, pidió una habitación por tiempo indefinido, fue a tomar sus cosas de la posada básica y las llevó a su nuevo hotel.

Desde ese día comenzó a relajarse un poco, no porque se creía de alguna manera lista, sino que a modo de estrategia; para llegar al cordón montañoso, el área más cercana de nivel 4 que había en los alrededores, necesitaría dos días de viaje a pie, incluso patinando con su timitio. Por eso pensó que sería más conveniente invertir su tiempo en sacar una licencia y comprarse una motocicleta voladora. Por ese motivo dividió su día en cazar monstruos en el pantano y la jungla, e ir a Nudo a practicar en el curso que había dejado congelado al irse a explorar los túneles de nivel 3. Ya había aprendido bastante antes y por fortuna no le tomó mucho trabajo retomar lo que ya sabía. En general, las motos voladoras eran más fáciles de aprender a manejar que una moto de tierra, dado que simplemente se deslizaba por el aire, con tiempo de sobra para reaccionar y maniobrar si llegaba a equivocarse en cualquier momento. También, los vehículos voladores venían con computadores más avanzados que los vehículos de tierra y tenían la capacidad de reorientar el vehículo si este comenzaba a caer en picada; opcionalmente, esta medida de seguridad podía quitarse para conductores más avanzados.

Al cabo de dos semanas más, Érica sacó su licencia para volar en zonas rurales y se compró una moto voladora usada; nada espectacular, solo algo para transportarla a donde necesitara ir. Las licencias para transitar dentro de las ciudades eran más difíciles de conseguir, dado que los conductores necesitaban tener más cuidado, pero ella siempre podría patinar con su timitio, así que poco le importaba.

Mientras cruzaba el puente de vuelta hacia Hosilit, pensó lo curioso que era sacar una licencia de moto voladora antes que cualquier otro vehículo; ni siquiera podía conducir un auto en su país natal, pero sí su moto voladora.

Esa misma tarde sacó su nuevo vehículo a pasear por los alrededores de Hosi-01 y confirmó que podía abarcar distancias bastante más grandes por aire que deslizándose por tierra. Más importante: podía relajarse mientras lo hacía. Advirtió algunas bardadas de monstruos aves a lo lejos y supuso que podría llegar a tener problemas con ellos, pero no debería ser un encuentro muy frecuente.

Ese día se relajó y no hizo mucho más.

Al día siguiente partió en su nueva moto hacia el desierto. Cruzó la jungla y el pantano como una estrella fugaz, pronto atravesó las montañas bajo las cuales se encontraban los entramados túneles y pasó por el desierto. Finalmente, luego de apenas 4 horas de viaje, el desierto comenzó a ascender abruptamente hasta que en un punto el sol no calentaba y entre la tierra rojiza comenzó a divisar porciones de nieve. Érica se puso un abrigo que había llevado. Luego de subir un poco más, la nieve comenzaba a ganar más terreno, hasta que en cierto punto cruzó una loma y apenas vio tierra.

Érica dejó su moto estacionada con un sensor de movimiento puesto. Dado que había muchos monstruos en Nudo y en mundos civilizados, los vehículos voladores como ese tenían una función especial que les permitía detectar movimiento alrededor y alejarse de inmediato. No era un método infalible para protegerse contra monstruos, pero disminuía enormemente las probabilidades de que algo la destruyera. La muchacha continuó a pie, ascendiendo lentamente por un valle nevado.

El cordón montañoso no era únicamente una fila de montañas, sino que toda un área de picos nevados, tan extensa como el desierto o la jungla. Érica de pronto se paró en la cima de una de las montañas más altas que encontró; venía caminando desde hacía un buen rato, pero aun así no alcanzó a ver dónde acababa la nieve.

Siendo Hosilit, también se encontró a varios monstruos, como unos primates cubiertos de largo y grueso pelaje blanco, de tres metros de alto que corrían ágilmente y pegaban como un camión; unos animales cuadrúpedos bien peludos que cazaban en manadas; diversas criaturas con corazas hechas de hielo; un animal similar a un león azul, con melena oscura, que lanzaba un gas desde su boca que podía congelar cualquier objeto sólido que tocara; unos pingüinos que se deslizaban sobre la nieve como balas de cañón, tan rápidos que apenas le daban tiempo a Érica de esquivarlos para que no le atravesaran las piernas; incluso un gólem de hielo, tan grande como el que había enfrentado en los túneles. Y todo eso fue tan solo aquello que alcanzó a ver el primer día.

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