12.- Al Final de los Túneles (2/2)


Luego de un par de días de ambular por ahí, Érica se encontró con el lúmini. No siempre estaba en la misma habitación, pero solía quedarse en las ruinas de un templo antiguo, cubierto de gemas brillantes que cubrían el suelo como si fuera un lago magenta. El suelo cubierto de piedras preciosas era sumamente irregular, con muchas de estas gemas afiladas apuntando hacia arriba, listas para cercenar el pie de un cazador descuidado. Érica podía protegerse con timitio, pero aun así prefería atravesar esa sala colgándose de la pared. Era mucho más fácil.

Generalmente no le preguntaba mucho al lúmini, primero porque este no le contestaba mucho de lo que ella preguntaba, segundo porque, cuando conversaban por mucho rato, su cabeza comenzaba a doler. Al parecer, conversar telepáticamente con un ser superior era un estrés mental tremendo.

"Cómo encontrar a mi papá", "cómo vencer al Encadenador" y "a dónde voy para obtener dinero más rápido" no eran preguntas que el lúmini contestara; las dos primeras no sabía por qué, pero la última entendía que se debía a la tendencia de esos seres a preferir la vida, y por ende no ayudaban a matar a nadie, ni siquiera a un animal o un monstruo.

—Hola— lo saludó— ¿Cómo te va?

No era necesario usar tales convenciones sociales con un ser como él. Su estado físico, emocional y mental tenían dimensiones que ella no podía comprender y por tanto él no le podía explicar "cómo estaba".

Érica se masajeó la sien, mientras recordaba que la manera de comunicarse de los lúminis era transmitir el conocimiento de las respuestas directo a la mente de quienes les hicieran preguntas.

—Bastaba con un "bien, gracias", pero como quieras, señor "soy demasiado complejo para ti".

Érica hizo rodar sus ojos mientras decía esto, burlesca.

—¿Cómo salgo hacia la próxima área?— quiso saber.

Silencio. Ninguna nueva información apareció en su cerebro.

—¡Vamos! ¡Dime algo, tonto cabezón!

En el acceso más cercano entre ambas zonas se hallaba una criatura que ella buscaría matar. El lúmini se negaba a ayudarla en su cruel empresa.

Érica se rascó la cabeza.

—Disculpa... ¿Pero por qué no nos detienes, si estás aquí? Podrías evitar que todos se mataran ¿No?

Podía evitar una que otra riña, pero no podía evitar el curso de la naturaleza. En la selva, los depredadores mataban a sus presas para cazarlas. En civilizaciones de nivel 9, las personas domesticaban ganado para abastecer el sobreconsumo sobre el cual estaban fundados sus sistemas.

—Supongo que lo entiendo. Un vegano no protesta contra los leones, sino que contra la industria. Cuando todos somos inferiores a ti, es lógico que pases a verlo como el "curso natural"... ¿te molesta que yo siga cazando monstruos?

Sus sentimientos se escapaban a lo que ella podía comprender. "Molestia" era un concepto muy primitivo para definirlo.

—Ya, ya, está bien. Lo ves de una manera distinta. Bueno. Seguiré por mi cuenta, entonces. Hasta la próxima.

Se colgó de la pared para deslizarse por ahí, pero se detuvo junto al lúmini y se lo quedó mirando, curiosa.

—Dime... ¿Tengo alguna oportunidad con Bel?

Ninguna.

—¡Vaya! ¡Qué brutal!

Estaba por continuar con su camino, cuando de pronto, el lúmini le dejó un último pedazo de conocimiento.

En un futuro no muy lejano, ella tampoco querría nada con él.

Érica se paró en seco y se giró al lúmini. Este continuaba flotando como si nada sobre el lago de piedras preciosas.

—¿Qué? ¿Lo dices como que lo habré superado?

Pero no contestó. Su cabeza comenzaba a doler, más encima.

No pudo sacarle más información ese día. No le quedó de otra que continuar con su camino y quedarse con la duda. "Tampoco querría nada con él".

Al inyectar conocimiento, los lúminis a veces podían anunciar qué sentimientos rodeaban a un pedazo específico de información, como si marcaran sus palabras en un color distinto. No solía ser nada importante, dado que lo que más se sacaba de los lúminis era información dura y fría, pero en algunos casos, como aquel, el sentimiento que acompañaba a la información podía ser tanto o más importante.

Lo que el lúmini le había hecho saber a Érica iba acompañado de un sentimiento de disgusto, incluso asco y arrepentimiento, como si se diera cuenta que nunca debió molestarse en quererlo en primer lugar. Mientras avanzaba por los túneles, Érica se preguntó qué es lo que podría descubrir de su príncipe azul que le asqueara tanto como para arrepentirse de quererlo.

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Después de un par de días de ambular, perderse, encontrarse y volver a perderse, Érica se halló de pronto ante lo que parecía un camino sin salida. Al acercarse, advirtió que al final se encontraba una puerta: un portón grande, metálico, sellado con uniones de metal. Se notaba antiguo, abandonado, claramente no había sido usado por cazadores.

Érica la rompió.

Del otro lado el túnel de roca pura daba paso al pasillo de una cámara; una construcción. A medida que Érica avanzaba, admiró amplios pasillos construidos en arco, los cuales se iluminaban a su paso gracias a lámparas de cristales brillantes que parecían advertir su movimiento. Se preguntó qué cultura había existido ahí para construir esa tecnología y arquitectura, por cuánto tiempo habían vivido en ese mundo y cómo se habían ido. Quizás podía preguntárselo al lúmini, si volvía a verlo.

Al final del pasillo se encontró con una cámara cuadrada, la cual solo tenía una salida: hacia abajo. En el medio de la habitación había un hoyo amplio, de unos cinco metros de diámetro. Abarcaba la mayoría de la habitación. Asomándose por el borde, Érica observó que llevaba a una caída enorme hacia tierra plana. Luego el camino continuaba hacia el frente y se perdía de vista.

Ya había llegado hasta ahí, así que saltó. Cayó decenas de pisos por sí sola. Cuando se acercó al suelo, sacó dos agujas de timitio desde sus pies para insertarlas en la tierra y aminorar su velocidad a medida que las ensanchaba. De esa manera, cuando sus pies tocaron tierra, ya apenas se movía. Desde ahí continuó cainando.

Las enormes paredes, tan altas como toda la distancia que había caído, comenzaron a abrirse a medida que el sendero avanzaba, hasta desembocar en un área abierta, amplia, con una capa de arena sobre el suelo y grandes pilares de roca plantados en la superficie como árboles centenarios, a decenas de metros unos de otros. Al fondo de la enorme cámara se hallaba un montículo de rocas, tan grande como un pequeño edificio. Más allá, el camino volvía a elevarse un poco y terminaba en otra puerta. Para su sorpresa, Érica advirtió un hoyo en la puerta, por donde pasaba un rayo de luz. Era luz intensa, totalmente distinta de la luz de las piedras preciosas. Esta era luz de sol.

—¡No puede ser! ¡¿Llegué al otro lado?!

Emocionada, atravesó la enorme cámara patinando con su timitio y saltó sobre el montículo para ver con más detenimiento el rayo de luz. Sin embargo, apenas hacer contacto con la roca, esta comenzó a temblar y se elevó. Érica dio un salto hacia atrás y de inmediato hizo distancia, cauta. El montículo se levantó en el aire, aguantando su enorme peso en cuatro gruesas piernas. Irguió su torso de roca de tres pisos de ancho y sacó a relucir cuatro gruesos brazos que terminaban en garras puntiagudas, listas para atrapar y destrozar todo lo que tuvieran al alcance. Érica lo reconoció, no de Hosilit, sino que de su primer viaje con sus amigos: ese era un gólem, uno muy similar otro contra el que había peleado en Nudo.

Su pelea con ese primer gólem no había ido muy bien; entre ella y sus amigos apenas habían conseguido debilitarlo; cuando ella falló un golpe y quedó expuesta, el gólem la habría matado de no ser porque otro guerrero más experimentado fue y la salvó.

Observó que ese nuevo gólem custodiaba el único camino que llevaba a la puerta con el rayo de sol.

—No me dejarás pasar ¿Eh?— comentó.

Érica sonrió, emocionada. Ese reto era justo lo que necesitaba: quería saber cuánto había crecido en ese tiempo.

El gólem le mandó un manotazo. Érica se deslizó hacia un lado para esquivarlo, pero el impacto contra el suelo le arrojó rocas y arena encima. Entonces el gólem, con el mismo brazo, barrió el suelo a su alrededor. Érica no tuvo tiempo para reaccionar; terminó sufriendo el impacto y salió volando más de cien metros.

El dolor la dejó ahí unos segundos, entumecida. De pronto advirtió los pesados pies del monstruo acercándose a toda prisa y se deslizó usando su timitio para ganar distancia mientras se recuperaba. A pesar de su tamaño y toneladas de peso, la bestia de roca podía desplazarse rápidamente, rivalizando la velocidad de su timitio.

Érica vio que no conseguía hacer mucha distancia, así que cambió de táctica: dio un giro en "U" y se dirigió directamente hacia su contrincante. Este le mandó otro manotazo, ella esquivó hacia un lado e ignoró los escombros que se le encaramaron encima. Antes de que le gólem volviera a subir su guardia, Érica se le acercó a toda prisa, saltó con el impulso que llevaba patinando, formó un ariete de timitio desde su puño y le mandó un puñetazo en una de sus rodillas, con tal fuerza que lo hizo perder el equilibrio y le produjo una grieta.

Apenas Érica aterrizó, el gólem la sujetó con un de sus tremendas garras de roca y la alzó, dispuesto a arrojarla con fuerza al piso. Érica supo que no aguantaría bien un golpe así, por lo que hizo fuerza para separar las garras de roca que la apresaban. Consiguió un hueco para saltar.

Rápidamente se pegó a enorme cuerpo de roca y se dirigió a uno de los hombros; desde lejos se veía como un montículo, pero estando ahí cerca, Érica pudo apreciar que las uniones del gólem dejaban un espacio de unos centímetros entre su torso y sus extremidades. Esto mientras le otorgaba flexibilidad para moverlas en todas direcciones.

Debían tener una debilidad. Érica cubrió sus manos con timitio y les dio forma de garras para introducirlas en las uniones. Desde ahí usó toda su fuerza para tirar hasta que desgarró un pedazo de coraza de roca.

Al mirar adentro se encontró con una piedra luminosa, flotando en un hueco entre el torso y el hombro. A su alrededor giraban varios círculos compuestos de letras hechas de luz, como encantamientos superpuestos unos a otros.

Se veía interesante, pero no pudo estudiarlo a fondo, dado que el gólem la agarró con otra de sus garras para arrojarla lejos. Érica voló a través del aire decenas de metros, girando sin control, hasta que se impactó contra uno de los pilares de roca y lo rompió, pasando de largo.

Adolorida, se dio la vuelta y se llevó las manos a la espalda, donde había recibido el impacto. Se retorció de tanto que le dolía. Lamentablemente, el gólem no tenía intención de esperarla; sus pasos retumbaron ansiosos a través del suelo. Érica no tuvo de otra que ignorar el dolor y ponerse otra vez de pie.

—Supongo que no debería confiarme solo porque he estado entrenando— se dijo— este monstruo es fuerte. Tengo que echarle ganas si quiero vencerlo ¡Vamos, Érica!

Separó las piernas, se inclinó hacia adelante con las manos bien abiertas, como un depredador listo para arrojarse sobre su presa.

—¡Aquí voy, máquina imbécil!

Se disparó como una bala. Corrió a toda prisa, usando su timitio para impulsarse en cada paso como si tuviera cohetes en la plantas de los pies. El gólem agarró un pilar de roca y se lo arrojó como una jabalina, pero ella lo esquivó sin problemas. Luego saltó hacia el monstruo, formó un garrote con todo el timitio que tenía y bateó su pecho de roca. El gigante cuerpo del gólem fue impulsado hacia atrás, se tambaleó y terminó desplomándose.

Érica se dirigió a la misma zona del pecho resquebrajado para taladrarlo. Su timitio abrió un camino en la dura piedra hasta el núcleo, donde se encontró con un cristal esférico de dos metros de diámetro, con grabados y letras iguales a los circuitos de luz de las uniones que había visto antes. Érica rompió el núcleo con un golpe de su lanza. En ese mismo instante el gólem entero colapsó para no levantarse nunca más. Por fin lo había matado.

Un escaneo con su tarjeta le confirmó que había vencido.

—¡¿6.000 puños por un solo monstruo?!— exclamó.

En general era mucho más fácil sacarle dinero a varios monstruos débiles que a uno más fuerte, pero ganar tanto con un solo monstruo no dejaba de ser impresionante.

Satisfecha, se tomó un tiempo para tratar sus heridas y luego partió hacia el portón con los rayos de luz, que derribó de una patada. Al otro lado se encontró con un pasillo iluminado por el sol.

—¡Llegué al otro lado!— celebró.

Rápidamente atravesó el último pedazo de túnel para admirar el nuevo terreno: Ante ella se extendían kilómetros y kilómetros de pura tierra, rocas y arena roja.

—¿Un desierto rojo?

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