Capítulo 4

Y así fue como pasó la tarde para mí, del despacho de Tseng a cualquier otro departamento y de ahí vuelta al despacho de mi padre. En cierto momento tuve que ir a las dependencias de SOLDADO a llevarle unos documentos a Lazard, y cuando salí de su despacho, me topé con Sephiroth.

—Vaya casualidad —dijo él, mirándome fijamente.

Me sentía una hormiga a su lado, él era tan alto y yo tan enana que tenía que levantar la cabeza para mirarle a los ojos.

—Yo... Perdón por lo de esta mañana, no era mi intención incomodarle, general —le dije, muy nerviosa y apenada, su mirada felina me intimidaba de sobre manera.

—No te preocupes —no esperaba esa respuesta para nada. —Supongo que no es muy normal cruzarse con el general Sephiroth en tu primer día de trabajo.

¿Cómo sabía él que era mi primer día aquí? ¿Rufus le habría dicho algo? ¿Quizá Tseng? Esto era muy extraño.

—Disculpe la pregunta, pero ¿cómo sabe que es mi primer día aquí? —Estaba muy intrigada.

—¿Quizá porque nunca te había visto? —Preguntó, con cierto tono de obviedad en su voz.

Me sentía muy estúpida en ese momento, había quedado como una completa imbécil.

—Supongo que tiene razón... —Tartamudeé, mucho más avergonzada y cohibida que antes. —Bueno, si me disculpa, he de volver al despacho de Tseng a por más documentos.

—Te acompaño —debía evitar eso a toda costa. —Tengo algunos asuntos que tratar con el líder de los Turcos.

Mierda. Eso era lo único que pensaba en ese momento. ¿Cómo iba a hacer para subir en el mismo ascensor que aquel icónico héroe de Shinra? El simple hecho de mirarle ya me ponía nerviosa, y ya ni hablar de tenerle cerca.

Suspiré, intentando calmar mi mente e intentar olvidar cuán importante era aquel hombre.

—Está bien —tartamudeé, emprendiendo la marcha hacia el ascensor.

Todo el mundo que nos veía nos miraba extrañados, seguramente preguntándose qué mierda hacía una recién llegada becaria sin ninguna relevancia en la compañía con el gran e icónico SOLDADO número uno de Shinra, Sephiroth.

Al llegar al despacho de mi padre, nos miró extrañado, tanto a Sephiroth como a mí, y al ver que quizá Tseng me echaría la bronca por ir codeándome con gente muy superior a mí, el de pelo plateado se dispuso a hablar:

—Me he encontrado con su becaria en las dependencias de SOLDADO, y puesto a que tenemos unos asuntos a tratar pendientes, decidí acompañarla. Espero y eso no le genere problema alguno —dijo pausadamente mientras se sentaba en uno de los sillones que había frente al escritorio.

—Ya que lo explica así, creo que se ha librado de una buena —dijo Tseng, mirándome. —Tenga, lleve estos documentos al departamento de armamento —extendió una pila de documentos hacia mi persona.

—Con su permiso, me retiro —estaba ya algo cansada de tanta formalidad, pero debía mantener la educación y formas, y más delante de alguien como el general.

Tseng hizo un gesto con su mano para darme permiso a marchar, así que así hice.

Finalmente, cuando llegó la noche, me encontré con la desagradable sorpresa de que no volveríamos a casa para dormir. Me sentía furiosa, pero no podía reprocharle nada a mi padre, así que me limité a coger las llaves de mi dormitorio e irme de muy mala gana.

Salí del despacho de mi padre, cogí el ascensor y fui a las dependencias de los Turcos, buscando mi habitación mientras me esforzaba por no volver sobre mis pasos y asesinar a mi padre. En cuanto pudiera tendría una muy seria charla con él, ya que yo no estaba dispuesta a vivir en Shinra teniendo una casa fuera de la compañía.

El dormitorio era sobrio y funcional: paredes color crema, una cama, una mesita de noche, un armario y una lámpara de pie, además de un sofá y una televisión. Seguramente mi padre se había asegurado de que mi cuarto fuera mejor que el del resto de personas, lo cual no me parecía para nada justo. Miré todo con el ceño fruncido y me dirigí a la puerta que había al fondo de la pared derecha de la habitación, descubriendo que se trataba de un baño.

Fui entonces al armario, con la descabellada idea de que mi padre hubiera traído ropa de cambio para mí rondando por mi cabeza.

—Yo lo mato —susurré al descubrir que gran parte de mi ropa estaba ahí, ¡junto con ropa interior incluso! Además, también habían varios uniformes de Turco colgados.

Furiosa, cogí un pijama y ropa interior y me metí en el baño para darme una ducha. Mientras estuve bajo la lluvia artificial no pude evitar llorar, toda mi vida había cambiado a peor sin elección alguna. Todo esto estaba pasando porque a mi padre se le antojó que yo viniera a Shinra con él. No había pasado ni un día en la compañía, y yo ya me quería marchar.

Salí de la ducha, todavía medio llorando, mas me lavé la cara y me calmé. Llorando no iba a salir de ahí ni iba a arreglar nada, además, el pensamiento de que Reno estaba conmigo me calmaba en gran parte.

Decidí irme a la cama, mañana tendría que madrugar, al igual que hoy, así que debía descansar bien. Pero obviamente, el sueño no llegó. Pasaron las horas, y yo seguía dando vueltas en la cama. Se sentía extraño no dormir en mi cama, en mi habitación, en mi casa. Todo esto era nuevo y no me gustaba el cambio en absoluto.

Decidí llamar a Reno.

—¿Sí? —Su adormilada voz me indicó que le había despertado.

—¿Cuál es tu habitación? —Pregunté sin rodeos. No buscaba sexo, buscaba a mi mejor amigo en un momento difícil de mi vida.

Casi pude ver la sonrisa de Reno al decirme el número de su habitación. Le dejé en claro que no estaba bien, y que no iba a ir con él por lo que pensaba.

El pasillo estaba completamente en penumbra, oscuro como boca de lobo. Cerré mi habitación y me dirigí a la de Reno, hasta que una figura alta y familiar se hizo presente en el corredor, era Sephiroth, ¿qué hacía él en las dependencias de los Turcos?

—¿No es un poco tarde para estar merodeando por los pasillos? —Su voz, aunque susurrante, se podía escuchar alta y clara.

—No puedo dormir, así que salí a dar un pequeño paseo, nada más —respondí nerviosa, no me atrevía a preguntarle a Sephiroth qué hacía en territorio Turco en lugar de las dependencias de SOLDADO, más que nada porque yo ni siquiera pertenecía a los Turcos y podría preguntarme lo mismo.

—Entiendo... Buenas noches, Giselle —¿ahora sabía mi nombre? ¿Tseng se lo dijo? Sephiroth me estaba resultando alguien mucho más misterioso de lo que yo pensaba.

—Igualmente, general —deseé, reprimiendo el deseo de preguntarle cómo supo mi nombre.

Cuando lo perdí de vista y escuché el sonido del ascensor, proseguí con mi marcha, hasta que finalmente llegué a la habitación de mi pelirrojo mejor amigo, donde toqué la puerta y un adormilado y descamisado Reno me recibió. Decidí ignorar que estaba sin camiseta y entré a su habitación, la cual era igual que la mía, solo que sin sofá ni televisión.

—¿Problemas para dormir? —Inquirió cerrando la puerta.

—Problemas para dormir llamados Tseng, mejor dicho —respondí, sentándome en su cama. —Reno, no entiendo por qué se ha empeñado en traerme aquí... —le dije, cabizbaja, mientras él apagaba las luces y se tumbaba a mi lado, tirando de mí poco después para que me tumbara a su lado y así poder darme cobijo entre sus brazos.

Reno sabía perfectamente que tarde o temprano estallaría en llanto. Agradecí mucho su gesto, siempre lo hacía.

—Mira el lado bueno, estamos juntos de nuevo —intentó animarme mientras pasaba su mano por mi pelo.

—Que no te siente mal, pero esto me ha costado mi estilo de vida y mis estudios. Obvio que estoy contenta de estar a tu lado otra vez, pero... no era así como yo había planeado que nos reencontrásemos —escuché suspirar a Reno, no se había molestado por mi comentario, y eso me tranquilizaba. —Todo por culpa de mi estúpido padre y sus caprichos —dije entre dientes, frustrada. —Y para colmo tengo que pasar la noche aquí, y quién sabe cuántas más —ya no aguantaba más, las lágrimas comenzaron a salir sin control alguno y Reno me estrechó fuertemente entre sus brazos. —Si mi madre hubiera estado, esto no estaría pasando —el recordar a mi madre no hizo más que empeorar mi estado de ánimo.

Ella pertenecía a los Turcos, así fue como conoció a mi padre, pero un día la mandaron a una misión y nunca regresó. Esperaba que eso cambiara a mi padre, pero no lo hizo de la manera en la que yo quería, ya que se volvió infinitamente más frío que antes, y además se empeñó en traerme a la compañía que había acabado con la vida de su esposa.

Esa era una de las razones por las que odiaba Shinra, ellos me quitaron a mi madre, y mi padre no hizo nada después de aquello. Obviamente, mi madre, Marian, sabía a lo que se exponía al ser parte de los Turcos, pero igualmente Tseng debió abandonar la compañía, o al menos, no involucrarme a mí en ella. Estoy muy segura de que mi madre no hubiera querido que yo ingresara aquí, ni como becaria, ni como nada.

Reno, en todo el tiempo que estuve llorando, no medió palabra, simplemente acariciaba mi cabeza y espalda con ternura y cariño, susurrándome que me calmara. Cuando por fin pude hacerlo, me sentía adormilada y cansada, el llanto me había dejado medio grogui.

—¿Mañana tienes que madrugar? —Preguntó el pelirrojo.

—Me ha dicho Tseng que a las ocho me quiere en su despacho, así que podemos desayunar juntos si quieres —le dije, sintiendo como enredaba sus dedos en mi cabello.

—Entiendo... ¿Sabes? Me gusta este nuevo look, te da un aire de chica mala —reí ante la ocurrencia de Reno, tenía pensado hacerme un piercing en la oreja y otro en un lateral de la nariz, pero como ingresé aquí dudaba mucho de que pudiera hacerlo.

—Decidí que era más cómodo dejar que creciera —le dije. —Además de que ya estaba cansada de llevar el pelo corto —reconocí.

—Pues me gusta eso, nunca he podido tirar bien de tu pelo, ¿sabes? —Aquello me cogió por sorpresa, incluso viniendo de Reno.

—Bueno, pues fantasía casi cumplida, supongo —medio reí. —Reno, ¿cómo haces para que me ría incluso en los peores momentos?

—Talento natural, supongo —sentí que se encogía de hombros. —Vamos a dormir, que mañana no quiero que llegues tarde.

—Increíble, Reno Sinclair diciendo que hay que ser responsable —bromeé, dándole un pequeño pico y acurrucándome mejor en su pecho. —Buenas noches, Reno. Y gracias por esto.

—Buenas noches enana, y no vuelvas a agradecerme por hacer cosas de amigos —sentí que dejaba un pequeño beso en mi coronilla, al tiempo que me abrazaba mejor.

Instantes después, caí en un profundo y deseado sueño, sin creer que estaba durmiendo con Reno a mi lado de nuevo, como en los viejos tiempos. 

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