8: Beso francés
Todos saben que París es la ciudad del amor. Sin embargo, muchos apuestan que la ciudad tiene más corazones rotos que suspiros en los candados que cuelgan en la rejilla metálica del Sena al otro lado del puente Alexander III.
Después de haber pasado algunas horas recostado en la gran cama del hotel, Preston había decidido que debía dar un respiro y explorar la ciudad. Tener un desliz amoroso rodeado de paparazis no era limitante alguno para abandonar una suite.
Otro punto a favor había sido confirmar que Wesley ya no estaba insistiendo al pie de la puerta para que pudiesen hablar sobre lo ocurrido aquella mañana.
Lo único que necesitaba el pelirrojo era una gabardina, zapatos cómodos y una cámara.
Caminar por París es como recorrer un cuento de hadas. Las calles, las cafeterías y las boutiques siempre tenían un encanto que Preston jamás se hubiese imaginado encontrar en Brooklyn. Quizá porque nunca había atrevido a imaginar que algún día podría abandonar Nueva York para cruzar el Atlántico y encontrarse frente al Sena.
Aquel lugar parecía el verdadero centro de la ciudad, las hermosas y tranquilas aguas de un río opacado por la torre Eiffel. Lo que el consideró desde el inicio como un montón de varillas metálicas sin sentido.
Preston era la clase de chico que no solía demostrar a menudo sus sentimientos, sin embargo, era capaz de transmitirlos en una sola imagen, observar y capturar los colores del atardecer con el destello cristalino del lago que incluso calmaba sus ansias de pensar en Wesley , y el pasado que le mantenía ligado a Aiden, un ídolo con fama asesino.
Pensar en ello era incomodo, incluso más que recordar el día que conoció a los padres de Wesley. Comparado con el Enfant Terrible, él solo era un chico con grandes aspiraciones, sueños que solían quedarse como ideas vagas en su imaginación. Aiden LeClair parecía todo lo que los Goldman hubiesen querido para su hijo, y a pesar de usurpar un lugar que parecía no corresponderle, sabía que perder a Wesley por un ataque de celos sería un error.
Su teléfono vibró un par de veces interrumpiendo sus pensamientos. Busco entre sus bolsillos. Sus ojos se centraron en la pantalla. Wesley estaba insistiendo de nueva cuenta. Quizá se había percatado de que no estaba en la habitación, o quizá habría imaginado que le había dado tiempo suficiente para que todo se calmara, lo cierto es que la inseguridad de perderlo era incluso más grande que cualquier ataque de celos, así que respondió antes de que entrara el buzón.
— ¿Si?— Susurró soltando un suspiro forzado.
— ¿Podemos hablar?— La voz de Wesley sonaba dudosa. Algo distante, incluso parecía que deseaba guardar cautela.
— ¿Quieres arreglar las cosas por teléfono?— Preston funció el ceño algo confundido. No podía evitarlo, la idea le resultaría menos decepcionante si tan solo lo tuviese cara a cara.
—Quería decirlo de frente, pero no me dejas muchas opciones. — Respondió Wesley bufando.
— ¿Qué sugieres entonces?— El pelirrojo pareció apegarse a la bocina del teléfono con un semblante serio.
—Puedes comenzar por darte la vuelta y darme una oportunidad. — La voz de Wesley parecía sonar más cercana hasta terminar aquella frase al mismo tiempo que Preston se retiró el teléfono para buscarlo entre las personas, y en efecto, ahí estaba, a pocos pasos frente a él, pero no sintió emoción alguna.
¿Será que la idea de ser perseguido y encontrado solo es romántica cuando se trata de historias ficticias?
— ¿Cómo me encontraste?— Preston caminó acortando la distancia entre él y su prometido, quien unicamente se limitó a encogerse de hombros.
— Estaba en la barra del lobby, y por suerte voltee cuando decidiste abandonar el hotel. —confesó Wesley sin nada mejor que expresar.
El pelirrojo lo miró con un semblante confundido. — y, decidiste seguirme mientras tomaba fotos de París. — arqueó ambas cejas con un aire de sarcasmo. — suena lógico.
—Creí que querrías recorrer la ciudad sin tener que discutir conmigo. — Wesley se llevó una mano a la altura de la nuca y sus brillantes ojos grisáceos se ensombrecieron en cuanto apartó la mirada.
—Bueno, a decir verdad la ciudad es hermosa y antigua, quizá es todo, menos romántica. — Preston se cruzó de brazos buscando la mirada de su prometido.
— ¿Y se puede saber porque?— Wesley alzó la mirada con desconcierto. — Creía que habías dicho que desde siempre soñaste con una boda en una catedral francesa.
Preston puso la mirada en blanco. — Todos quieren tener una historia de amor en París, es un cliché.
Wesley se quedó pensativo ante su comentario. — ¿Eso es malo? Me gusta esta ciudad, tengo buenos recuerdos aquí.
—Y la mayoría seguramente son con Aiden.
Hubo un instante de silencio cuando Preston se dio cuenta de lo que había dicho, y el rencor con el que pronunciaba el nombre de su ex, pero no podía evitarlo. Las palabras estaban en sus labios como una píldora atorada en su garganta.
Wesley suspiró antes de responder. —No voy a mentir, Aiden fue y será alguien importante en mi vida ¿De acuerdo?— Elevó ambas cejas. — Recordar, no quiere decir que extrañe su compañía. — tomó a Preston por los hombros para verle directo a los ojos. — Él es mi pasado, y tú mi presente, deseo que seas mi futuro. — Juntó su frente contra la del chico pelirrojo. — Por favor. — Susurró suplicante buscando el anillo de Tiffany entre el bolsillo de su abrigo. — Preston dame el placer de ser tu esposo. — se apartó lo suficiente para deslizar de nuevo el anillo en el dedo correcto, con cuidado, como lo hizo alguna vez en su apartamento en Manhattan. —Sé que quizá, para ti, estar aquí, y pedirte matrimonio, es como estar en el colegio y pedirte una cita en día de San Valentín. Wes titubeó un poco, aunque luchará por mantener la compostura. — pero es lo único que deseo realmente.
Preston arqueó ambas cejas con delicadeza. Se miró el anillo, y el brillo que parecía cada vez más deslumbrante mientras los últimos rayos de sol se proyectaban en aquel diamante cristalino que descansaba de vuelta en su mano.
El chico pelirrojo negó con suavidad. Un gesto confuso para un momento decisivo para Wesley, sin embargo, todas las dudas desaparecieron cuando decidió arrojarse a sus brazos para dejar un suave beso contra sus labios. Un beso que se prolongó hasta que las estrellas se posaron sobre la ciudad de las luces.
París fue testigo de otra historia de amor, pero no fue un cliché con un beso bajo la torre Eiffel. Era eso o alguien estaba asegurando un futuro exitoso a lado de alguien que alguna vez solo lo había visto como la diversión de una sola noche.
El amor no distingue barreras, pero cuando se trata de intereses, puede llegar a ser incierto.
Por desgracia, no todo mal viene por un bien. El teléfono de Wesley vibro de nueva cuenta, y el chico de cabello negro decidió apartarse para responder la llamada. — ¿Hola?
—Wes... — la voz de Aiden resonó entrecortada al otro lado de la bocina. — Sé que es absurdo que te llame ahora pero la policía está en mi casa.
Wesley frunció el ceño casi de inmediato. Sabía que no era el mejor momento para que Aiden decidiese interrumpir aquel momento de reconciliación, pero sin duda lo hacía por una emergencia repentina.
— ¿Qué? ¿Qué ocurrió? — respondió mirando a Preston de reojo. El chico pelirrojo había apartado la vista con seriedad tensando la mandíbula.
—Te explicó en cuanto llegues. — Aiden soltó un suspiro exhausto que abrió paso a la resignación más grande en la vida de ambos. — Ha llegado la hora de confesar lo que sucedió aquella noche.
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