42: Depredador
Cuando lo que llamamos felicidad se convierte en una dependencia todo se vuelve confuso, nos volvemos presos de todo aquello que nos hacía sentir completamente libres.
Bianca decidió marcharse de la casa de su padre. Una vez más esperando por Baptiste, y la idea de que su amado y perfecto prometido estuviese haciendo más que solo presentarse en la oficina, o peor, acostándose con la hija de Clarice.
Contraer matrimonio puede ser quizá la peor decisión de tu vida cuando abres los ojos y la incertidumbre hace que todos esos sueños que creías realizados terminen por desvanecerse.
Baptiste era todo lo que ella quería. Un hombre que además de ser atractivo, llevaría en alto el legado familiar cuando la compañía de su padre le perteneciera por completo.
Esperó a que un taxi cruzara la acera para tomarlo y dirigirse a su apartamento. No necesitaba llenarse de problemas cuando su futuro esposo se mantenía tan ausente las últimas semanas antes de la boda.
Si algo debía admitir, era que la idea de casarse ya no era tan emocionante como lo habría sido los primeros días después de recibir un anillo de compromiso. La brillante argolla dorada con un diamante de cinco quilates que lucía exageradamente grande en su mano. Aunque para Baptiste, aquel detalle fuese como comprar una caja de chocolates.
Aquel día había sido maravilloso, un par de meses después de que declararan a Aiden un prófugo por el supuesto asesinato de Gia Lombardo. Una propuesta en Jules Verne, Un restaurante ubicado en el segundo piso de la torre Eiffel. Contemplando el campo de Mars brillando bajo el cielo nocturno. El brillo en la mirada de Baptiste, y la sonrisa perlada que se dibujó en su semblante cuando le propuso matrimonio mientras el destello del diamante se asomaba desde la cajita Cartier.
Y todo parecía perfecto hasta este momento.
La sonrisa de Bianca se desvaneció cuando el taxi llego a su destino. El imponente edificio que la llevaría al pent-house. Apenas abandono la acera cuando el humor pasó de la nostalgia a la tristeza. Pasaría de ser la novia más hermosa de Francia a la mujer más infeliz.
Al entrar al edificio cruzo la recepción para llegar al ascensor. Las puertas se deslizaron y selecciono el último piso. Segundos que parecían eternos cuando el silencio se volvía penetrante.
Cuando llego a la puerta y abrió, se dio cuenta de que las luces permanecían encendidas. Lo que daba paso a imaginar que Bap posiblemente estaba en casa. Su seño se frunció. Daba por hecho que él no le devolvía las llamadas por estar atendiendo asuntos de oficina, sin embargo, se detuvo a observar alrededor, esperando que su futuro esposo saliera de cualquier parte.
— ¿Bap? — Bianca se asomó por la estancia principal, pero no había nada más que un vaso con Whisky a medias sobre la mesita de centro.
Se asomó a la cocina, vacía. Puso la mirada en blanco y sin más subió las escaleras que daban a su habitación donde el ruido del agua cayendo en la ducha se hizo presente y el sentimiento de preocupación se volvió curiosidad. Deseaba saber porque Baptiste de pronto parecía tan distante...
Diviso algunas bolsas de compras. Quizá había comprado por fin el traje elegido para "el gran día". Aunque estaba consciente de que Baptiste siempre tenía gusto por Dior cuando se trataba de trajes hechos a medida, y cabía la posibilidad de que solo fuera un conjunto más para el diario.
Bianca se dejó caer sobre la cama y las bolsas se le vinieron encima. Esbozó una mueca y se irguió entre las sabanas para acomodar las prendas en su lugar. Sin embargo ahogo un grito de horror cuando observo la ropa hecha girones y envuelta en sangre.
Se apresuró a acomodar todo, se puso de pie para abandonar la habitación pero algo crujió bajo sus tacones y al bajar la vista solo se encontró de frente con lo que parecía una máscara lisa e inexpresiva que había sido atravesada por un Manolo Blahnik de diez centímetros.
Frunció el ceño confundida, antes de ponerse en pie y tomar la máscara entre las manos. Mismas que temblaron al reconocerla de las fotografías que habrían salido en las noticias el día que toda Francia fue testigo de la muerte de Stephano Lombardo.
Fue cuestión de segundos cuando el agua dejo de caer y la puerta se abriera provocando que la habitación entera se llenara de vapor y Baptiste saliera semidesnudo, mirando a Bianca inexpresivo, hasta divisar que tenía la máscara entre las manos como un objeto prohibido. —No es lo que parece...
— ¿Qué es entonces? — Bianca lo encaró sintiendo que su pulso se aceleraba a cada segundo. Su mandíbula se tensó y un escalofrió le recorrió entera imaginando lo peor.
— Por favor déjame explicarte. — Baptiste se acercó con cautela pero ella solo retrocedió. — ¡No te acerques más!
Sin embargo, Bap no espero más para dar un salto, intentando arrebatar la máscara de sus manos y Bianca reacciono lo suficientemente rápido para abandonar la habitación corriendo hasta llegar a la escalinata.
Baptiste falseo por el suelo húmedo, pero eso no lo detuvo para seguir a su prometida que ya había cruzado el corredor para tomar el ascensor. No podía salir semidesnudo, era una locura...
Pero sería una locura aún más grande si Bianca huía y le gritaba a todo el país que él era el asesino de Saint-Clare. Como si su reputación no estuviera lo suficientemente arruinada por el simple hecho de llevar el peso de los LeClair sobre los hombros. << ¡Mierda!>>.
El ascensor comenzó a descender, no podía seguir perdiendo más tiempo. Le propino un golpe a la pared antes de buscar la salida de emergencia, y bajar por la escalera para evitar que se cometiera una estupidez.
Bianca jamás se había sentido tan vulnerable. Todas aquellas expectativas para ser parte de la familia Jouvet ahora se habían convertido en una pesadilla.
¿Cómo darle el beneficio de la duda a alguien que tenía todo en contra?
Intento tomar un respiro deslizando ambas manos por su cabello, acomodándolo hacia atrás debido al calor. Estaba agitada, completamente de segura que al llegar a recepción tomaría el primer taxi que la llevara de vuelta a casa de Alfred.
Cuando las puertas se deslizaron a los lados sintió una punzada de alivio, de no ser porque Baptiste estaba jadeando de cansancio, con el cabello húmedo, ajustándose la toalla en la cintura, mirándola como si ella hubiese hecho algo erróneo.
Bianca abandonó el ascensor, pero apenas llego a la altura de Baptiste, él la tomó del brazo con fuerza suficiente para retenerla. — Te pedí que me dejaras explicar...
Bianca sintió como los dedos de su prometido se encajaban sobre la piel. — ¡Suéltame!
Baptiste apretujo más fuerte el brazo de la chica y el obligo a retroceder caminando de vuelta al ascensor. — No vas a ir a ninguna parte, vamos a platicar. — sentencio el hombre entre dientes mientras Bianca veía más allá, el corredor, el portero y la oportunidad de abandonar el edificio desvanecerse en cuanto las puertas volvieron a cerrarse.
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