30: Las grietas del corazón
El tiempo es relativo, aprende a medirse por las horas que pasan, por los minutos que pensamos y los segundos que respiras sin estar consciente de ello.
Burke había pasado horas pensando en el brillante esmeralda en los ojos de Aiden, que sobresalían en ese rostro anguloso de pómulos altos y cabello castaño que tenía un brillo rubio cenizo bajo el sol.
Aun pasando gran parte del tiempo deseando concentrarse para estudiar, todo lo había destinado a dedicar sus pensamientos en el enfant terrible y la sonrisa que aun estando ebrio lucio radiante bajo las estrellas en el cielo parisino.
Justo en ese instante lamentó la idea de estar haciendo un diplomado en literatura.
Concentrarse en letras inglesas era mucho más difícil cuando no podía dejar de pensar en aquel joven castaño que por alguna extraña razón lo había cautivado desde que cruzó la puerta en la tienda de telas, y le inspiraba a escribir versos.
"Rojo, tu color favorito, un color que puede definirte a la perfección, romántico, seductor, sádico"...
"¿Cómo escribir sobre ti cuando eres un enigma para el resto del mundo?"
Su cabello castaño, sus ojos turquesa, y su perfecta sonrisa conformaban el poema que anhelaba plasmar.
Enamorarse nunca es fácil, y es más difícil cuando no se es correspondido, pero a Burke le gustaba eso, le gustaba sentir la idea de que Aiden debía ser conquistado, pero no podía hacerlo si él aún sentía algo por el chico de ojos grises que se negaba a abandonar un espacio en su corazón.
Estaba convencido de que personas como Aiden LeClair no necesitaban una persona que le complementara, necesitaba una persona que le hiciese sentir más mucho más.
No podía competir con Wesley Goldman, no podía estar a la altura de los LeClair, Burke Hoffman tenía que trabajar para pagar sus estudios en la prestigiosa facultad Sorbonne, y para mantenerse en un pequeño apartamento de la ciudad, ubicado en el distrito 16 que apenas tenía espacio para él y Donatella, su mascota, un mini-pig que lo recibía con alegría cuando por fin llegaba a casa.
La idea de llamar a Aiden lo consumió completamente, sin embargo, no era la mejor idea. Mucho menos cuando se percató de que ni siquiera tenía su número, y seguramente Aiden habría desechado el suyo en cuanto llegara a casa. Si realmente quería volver a verle tendría que ir a su casa.
<<Mierda>>.
Burke no le temía a la idea de ir a casa de los LeClair por la reputación que había ganado, sino por buscar una excusa que probablemente no diera resultados y Aiden no quisiera verle nunca más.
Le gustaba mucho, lo quería para él, y no descansaría hasta lograr su propósito, pero primero tendría que acercarse con cautela, como un lobo a punto de cazar a un cordero, aunque Aiden no fuese precisamente uno.
Bianca había insistido en quedarse con Baptiste durante el velorio de Stephano. Su prometido había sido llevado al hospital durante la noche para saber si no tenía heridas que comprometieran su salud de gravedad. Sin embargo, para su suerte, Bap solo requeriría reposo después de pasar un par de horas en la camilla con una enfermera y unas pinzas para retirar las espinas que se habrían incrustado sobre su espalda.
Baptiste podía ser todo lo que deseaba en el mundo, despegarse de casa y hacer su vida juntos en un hermoso pent-house en Tullerias, muy cerca del museo de Louvre, y la iglesia de Madeleine, donde la madre de Baptiste insistió que se llevase a cabo la boda.
Aunque podría cambiar de opinión ahora que Bianca estaba dispuesta a mencionarle que necesitaban posponerla hasta que Bap se sintiese mejor en el gran día.
Era difícil para alguien como ella tener que lidiar con todo el peso de su familia en los hombros, y es que antes de que Aiden regresara, ella comenzaba a ser el centro de atención.
Tanto ella, como su prometido habían salido en las portadas de varias revistas, haciendo mención sobre lo hermosa que era, y lo envidiable que parecía a lado del hombre perfecto.
Bianca tomo una gran bocanada de aire antes de tomar su teléfono y llamar a la madre de Baptiste, para mencionarle el gran inconveniente, hasta que un ruido llamo su atención encaminándose a la habitación que compartía con su prometido.
Baptiste se había levantado después de haber dormido toda la mañana. — Bianca...— la llamo aun algo somnoliento.
La chica de cabello platinado lo miro con preocupación. — ¿Qué pasa? — pregunto con desgano mientras se acercaba al borde de la cama donde Bap podía contemplar su hermoso rostro desde la cama.
—Lamento no haber podido casarme hoy contigo. — bostezo sin poder evitarlo y después se limitó a apartar la vista a cualquier parte de la habitación.
—No quieras sentirte culpable. — Bianca le restó importancia tomando asiento sobre la cama para inclinarse y dejar un cálido beso sobre los labios de Bap. — Llamare a tu madre para contarle sobre nuestra situación.
—No hace falta. — Baptiste se apartó el cabello de la frente suspirando. — Ya está enterada de la situación. — elevó ambas cejas.
— ¿Hablaste con ella? — Bianca sintió una punzada de temor. Margot Jouvet era una señora amable y amorosa, pero también era una mujer de ideales conservadores y sabía que no toleraría más escándalos que involucraran a su hijo.
Baptiste negó suavemente. — No es necesario, el regreso de Aiden, los asesinatos, y la muerte de Stephano han sido las únicas noticias en las últimas semanas, supongo que mi madre se enteró y ha mandado un mensaje. —tomó su teléfono para mostrárselo a Bianca. — insiste en vernos para ir a cenar.
Si es posible que exista algo peor que posponer el día de tu boda, es que tu futura suegra quiera ir a cenar de último momento ¿Qué pensaría cuando supiese que su hijo pudo haber muerto la noche anterior?
Bianca iba a decir algo más al respecto, pero un par de golpes llamaron a la puerta. —Iré a ver quién es, no se te ocurra hacer algún esfuerzo ¿De acuerdo?
Baptiste asintió resignado antes de ver a su novia alejarse para atender, sintiendo una extraña ola de temor en cuanto escucho a su madre y a su hermanita saludar desde la puerta principal entre risas y felicitaciones.
Los Jouvet podían ser imponentes, pero si podían presumir de algo, eran modales. La cortesía es siempre una obligación, incluso en los momentos donde todo parece ser perdido.
—Margot, que sorpresa. — Bianca saludo a la madre de Baptiste mientras ella y su hija menor entraban en la estancia. —Caterina. — desvió la vista aun sonriente a la joven de cabello castaño claro y ojos miel. Igual que Margot y Baptiste. Casi tan intimiSebastian como su madre para tener dieciséis años. — Me tomaron por sorpresa, iba justo a cocinar algo para la cena.
—Quería esperarme a la cena. — la interrumpió Margot con recelo, como si algo de pronto le hubiese arrebatado el buen humor. —Pero debo admitir que al mal paso hay que darle prisa. — admitió mirándola a los ojos. — Por lo que tengo entendido tu hermano, Aiden ha vuelto y sinceramente no espero encontrármelo de frente. — suspiro. — es un jovencito demasiado testarudo para su edad, y debo decir que siendo una figura pública, y del mal gusto, ínsita a varios jóvenes a ver su vida como algo aspiracional.
Bianca tensó la mandíbula. No quería que Margot hablara mal de su hermano, y Caterina sabía que eso le incomodaba bastante, ella era una niña bastante observadora, y aunque a ella le agradaba la familia LeClair, no podía contradecir la opinión de su madre.
—No quiero que estas reuniones innecesarias en la casa de mi hijo se vuelvan monótonas querida, pero creo que debo intervenir dado a que Baptiste ha decidido casarse con la hermana de una familia bastante escandalosa...
—Si me lo permite. — la interrumpió Bianca y Margot pareció arquear ambas cejas por el atrevimiento. — Creo que siempre he luchado por agradarle a usted y a su familia, pero Aiden es mi hermano y no puedo permitir que se exprese mal de el en mi presencia.
Caterina paseo la mirada por la estancia algo incomoda, cuando el silencio se hizo presente entre su madre y la prometida de su hermano.
— ¿Madre? — Una voz masculina liberó la tensión provocando que todas voltearan en dirección a Baptiste. — Creí que llegarías para la hora de la cena. — sonrió amplio, un gesto que le hacía lucir encantador.
—Quería darte una sorpresa. — Margot lo miró de pies a cabeza, con un traje impecable y hecho a la medida, que Bianca imagino había batallado un poco en ponerse.
— ¡Bap! — Caterina corrió esbozando una gran sonrisa a su encuentro y abrazarlo fuerte como era su costumbre desde que ya no solía verlo muy a menudo. Sin embargo Baptiste esta vez le devolvió el gesto con una mueca.
— ¿Qué pasa? — Se apartó Caterina frunciendo el gesto preocupado. Su hermano no era como el resto de chicos que suelen detestar a sus hermanitas. El solía demostrarle su cariño, pero era evidente suponiendo los años de diferencia entre ambos.
Caterina a penas tenia catorce.
—No, no pasa nada. — Baptiste se apartó con cuidado, pero su madre pareció notar algo mal en su cabeza. — ¿Acaso es eso una gaza?
—Mamá. — Baptiste torció los labios negando <<Ahora no, por favor>>. —Es una larga historia.
—Bueno, tenemos toda la cena...— Margot miró a Bianca de forma recriminatoria.
Todos podemos ocultar cosas, pero nadie puede ocultar la verdad a su madre.
Baptiste y Bianca intercambiaron una mirada incomoda cuando Margot y Caterina tomaron asiento en un alargado sofá en la estancia principal. Después de esto la unión entre ambos pasaría de posponerse a cancelarse.
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