29: La fête des morts
Toma solo un parpadeo para que una mala noticia sea escuchada. Tomó solo unos segundos que gran parte del mundo supiese que Stephano había muerto.
Sin embargo, no todos los funerales son del todo tristes, la realidad es que resulta una buena excusa para salir y buscar algo negro, recatado. Incluso glamoroso.
Clarice había llamado a Alfred para que ambos fueran a la morgue para reconocer el cuerpo, algo que ella jamás hubiese deseado confrontar antes de asegurar una generosa fortuna a su bolsillo.
A pesar de que los funerales son una excusa para disponer de los bienes del difunto, no todo en la vida se trata de dinero y poder. Más allá de aquellas personas ambiciosas, también existen los que sólo van a dar la cara por obligación.
Los que solo necesitaban una excusa para olvidarse de sus asuntos.
Aquellos que solo van por interés.
Y los que tienen un motivo para brindar por ello.
Cuando morimos dejamos todo atrás, lo único que en realidad permanece son los recuerdos que dejamos en la vida de aquellos conocidos cuyas vidas alegramos o fastidiamos hasta nuestro último aliento.
Ya era un poco tarde cuando el funeral de Stephano se llevó a cabo, con una misa en una capilla pequeña en las afueras de París.
Alfred llegó con Aiden y Dominico en una limusina negra como lo habían hecho Clarice y Genevieve a la par. Ambos autos parecían una escolta divisando el automóvil que llevaba el cuerpo en un ataúd de madera color chocolate.
—No puedo creer que haya fallecido de esa manera. — susurró Aiden mirando todo desde una ventana.
—Ni siquiera sufrió. — Dominico lamentó con sarcasmo. — ¿Podrías recordar que vas al funeral de la persona que deseaba apuñalarte? Literalmente.
—Suficiente. — Alfred musitó deseando que no comenzaran una discusión mientras dan sus condolencias. Otro método que las personas usan para lavar su conciencia cuando se siente culpable.
—Lo sé. — Aiden elevó ambas cejas algo ido recordando el momento en el que rompió el jarrón de aquel mueble en la cabeza de Stephano. El golpe final que lo llevaría del hospital, al fondo de una lápida. —Nunca le desearía la muerte a nadie. Ambas limusinas aparcaron en medio de un terreno cuarteado por el paso del tiempo. Aiden le restó importancia al asunto mientras acomodaban el cuerpo en un velatorio.
Wesley llegó poco tiempo después en una Harley. La misma a la que se había subido hace tiempo para ir a una fiesta de la universidad en Manhattan.
El chico de cabello negro aparcó la motocicleta y se acercó a Aiden con el ceño fruncido. — ¿Porque me miras así?
— ¿Así como?— titubeó el castaño mirándolo indiferente.
—Como un completo idiota. — Wesley reprimió una carcajada y Aiden se cruzó de brazos torciendo los labios.
—Muy gracioso Goldman. — Apartó la mirada antes de que sus mejillas adoptaran ese tono rosado que lo ponía en evidencia. — ¿Dónde conseguiste la motocicleta?
Wesley volteó en dirección a la solitaria Harley que se veía a pocos metros de ambos. — La traje conmigo desde que llegue con Preston a la ciudad, pero a él no le gustan las motos, o que yo esté sobre una. — se encogió de hombros y suspiró decepcionado.
Realmente adoraba su Harley Davidson.
—No me dejaran entrar sola ¿cierto?— Genevieve interrumpió la conversación mientras se acercaba a ambos a un paso decidido.
—Imagine que entrarías con Clarice. — Aiden apretó los labios.
—Sí, pero al parecer ya encontró a alguien más. — la rubia volteó a sus espaldas. Aiden y Wesley lo hicieron un segundo después al mismo tiempo.
Clarice Gallagher, viuda de Lombardo, entraba acompañada al funeral de Stephano de la mano con Alfred LeClair.
Y ninguno de los dos parecía lo suficientemente arrepentido. Para cruzar a la sala de velatorios.
Primero debían atravesar un largo corredor de criptas agrietadas de piedra y mármol. Unas incluso eran tan viejas que la fecha de defunción ya no podía distinguirse, y para sorpresa de muchos, eran pocos los que habían asistido.
— Hoy es el día de ir sin guardaespaldas. — Genevieve miró de reojo a su alrededor como si lamentara que el oficial Tanner no estuviera merodeando por ahí como era su costumbre.
—Nick tenía asuntos que atender, se los mencione esta mañana. — Aiden miró a la rubia un tanto hostil.
—Por cierto. — Interrumpió Wesley. — ¿Saben cómo llegó esa nota a nuestra mesa?
Genevieve iba a responder pero sus palabras se quedaron en el aire cuando Clarice pasó al frente, titubeando momentos antes de poder dar un discurso más o menos decente a la memoria de su segundo ex esposo.
Los presentes se quedaron en silencio, la mayoría quizá entendía que era por respeto y no por protocolo que debían hacerlo. Ni siquiera la prensa pareció asistir a la despedida de Stephano.
Sin embargo, Aiden se distrajo por el sonido de unos tacones que se escuchaban algo lejanos. — ¿Qué es eso?— susurro entre dientes llamando la atención de Wesley que por azares del destino divisó una silueta femenina y despampanante. Una figura esbelta que al aproximarse se hacía cada vez más visible. Cabello castaño oscuro, labios seductores y piernas alargadas.
Incluso Clarice dejo de hablar, con la mirada fija y petrificada a la lejanía, como si hubiese visto algún espectro.
Fue entonces que todos los presentes giraron por inercia a donde sus pupilas apuntaban, y pudieron presenciar lo que para muchos significaba un mal augurio. Gia Lombardo había irrumpido en la estancia. La única presente cuyo vestido era de un blanco perlado y brillante, ceñido al cuerpo, que le hacía ver como un hermoso ángel que se habría alzado entre los muertos solo para presenciar a Clarice, la persona que más odiaba en el mundo, de pie frente al ataúd donde reposaba el cuerpo de su padre.
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