20: Los ojos del asesino
El frío de aquella mañana era tan profundo como el silencio durante el desayuno. Preston había llegado a la habitación y se habría dispuesto a dormir con el deseo de regresar a Nueva York y despertar a lado de Wesley, que a pesar de todo quizá lo seguía viendo como un stripper.
Nada mas allá que un placer carnal para saciar sus placeres.
— ¿No vas a decir nada?—Wes miro a Preston buscando sus ojos mientras el olor a café y croissant con mantequilla invadía el lugar.
El pelirrojo apretó los labios antes de responder, pero no deseaba recriminarle nada, no imaginando que quizá Sebastian ya habría abandonado el hotel. — Es solo que no he podido dejar de pensar en lo que sucedió anoche.
Wesley tomó la mano de su prometido deslizando el pulgar por sus nudillos. — No quiero pensar que nuestros últimos días en París hayan terminado de esta forma, de haber sido mi elección quizá nunca hubiésemos salido de Manhattan.
Preston soltó un largo suspiro. — No voy a mentir, creí que todo sería como los primeros tres días, tú, yo, mi cámara... — una leve sonrisa ladina se asomó en su semblante. — pero los castings, los fittings y toda esta situación...
Wesley asintió. — lo sé, pero igual esperaba que mientras trabajaba tú pudieras ver cosas para nuestra boda. — el chico de ojos grises tomo la taza de café humeante y le dio un pequeño sorbo. — hable con mis padres el otro día, y revisando la lista de invitados solo están dos chicas de tu parte.
Preston sintió que un escalofrío le recorría entero y que sus ojos comenzaban a ponerse cristalinos. — No lo sé, supongo que no quiero invitar a nadie. — su voz se quebró. — o también cabe la posibilidad de que no tengo a nadie más que a mis dos amigas del bar en Brooklyn. — titubeo. — no puedo creer que lo mencionaras a tus amigos, no puedo creer que les dijeras que te conocí en una noche y no en Central Park como realmente sucedió.
—amor... — Wesley tensó la mandíbula. — por favor discutamos esto a solas.
—Ya no sé qué pensar. — Preston se encogió de hombros. — Cuando comenzamos a estar juntos sabía que estabas con Aiden, pero ahora no sé si sigues sintiendo algo por él. — Se puso de pie sin ocultar su disgusto. —Quiero regresar a Nueva York.
Preston comenzó a caminar a paso decidido para ir de vuelta a la habitación, sin darse cuenta por donde caminaba realmente, lo que provoco finalmente que se cruzará con alguien a su paso derramando una fría y refrescante mimosa por el traje blanco de un señor castaño y una mujer que reprimió un grito de sorpresa.
Wesley volteo a su dirección inmediatamente y agrando la mirada corriendo en dirección a Preston. — ¿Alfred? — mencionó el nombre de aquel hombre sintiendo que sus mejillas se enrojecieron por primera vez en mucho tiempo. — ¡Qué sorpresa¡ — volteó en dirección a la rubia. — Clarice. — la miró de arriba a abajo, evitando el contacto visual.
—¿Quiénes son?— Preston exigió una respuesta frunciendo ligeramente el ceño.
Wesley presentó a Alfred como el padre de Aiden, y a Clarice como la madre de Genevieve, algo poco alentador considerando que ahora Preston tenía que escuchar todo el tiempo el nombre del enfant terrible.
—Él es mi prometido, Preston Archer. — Wes presentó al pelirrojo.
Clarice intentó devolver una pequeña sonrisa al joven de tez fantasmal, tenía que admitir que cualquier chico era mejor partido que Aiden, y era una pena que este a su vez fuera el hijo del hombre que tenía en la mira, pero cuando se trata de conseguir un pretendiente con gran poder adquisitivo, lo mejor es guardarte los malos comentarios hasta que lo encuentres comiendo de la palma de tu mano.
Lo peor que puede suceder después de volver a casa cargando montones de tela es encontrar una gotera que manche el piso de la estancia. Más si se trata de la casera colgando de una araña de cristal y el cuello despedazado.
Aiden entró en pánico dejando caer todo al suelo, soltando un grito de horror que lastimo su garganta.
Se mantuvo paralizado unos segundos sin dejar de observar el cadáver de Marie colgando y derramando sangre desde la sala principal. Sus manos temblaron al no saber cómo reaccionar, sin embargo corrió escaleras arriba entre muros ensangrentados que se mantenían frescos, mismos cuyas marcas de manos carmesí sobresalían del tapiz.
— ¿Baptiste?
El castaño pregunto al vacío susurrante, dudoso, sin éxito.
El silencio se volvió profundo, incluso Aiden fue capaz de escuchar sus pulsaciones.
Intentó buscar entre sus bolsillos con cautela mientras se deslizaba a su habitación cerrando la puerta con seguro. Tenía que encontrar su teléfono.
No podía recordar el lugar exacto donde olvido el móvil.
Camino hacia la cama y busco entre las sabanas, en el sofá, el baño. — Por Dior ¿Dónde esta? — susurró casi para sí mismo dándose un momento para respirar y recobrar la concentración. << Estoy volviéndome loco>>. Deslizó ambas manos por su cabello con un aire de frustración, estaba agotado y en estado de shock, podía verlo reflejado en su rostro. Sin embargo un rechinar se escuchó desde la puerta del armario, y cuando Aiden pudo fijar la vista meticulosamente en el reflejo de su espejo, pudo divisar una silueta corpulenta, con una mascara de cristales carmesí y una mirada vacia con ojos que reflejaban a la muerte. Ojos claros, brillantes y espectrales...
Cuando el enfant terrible retrocedió, solo pudo darse media vuelta para encontrarse cara a cara con el extraño que le veía a pocos metros de distancia, donde permaneció oculto hasta ese momento, y al encararlo, su atacante avanzó con un cuchillo firme en su puño, afilado, con restos de sangre algo fresca a su dirección. Aiden no tenía oportunidad para escapar, soltó un grito de horror, justo cuando el asesino lo tomó por los hombros alzándolo a pocos centímetros del suelo como un estropajo, arrojándolo contra el espejo de cuerpo completo que se destrozó al impacto.
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