18: Amor a primera vista

Cuando despiertas solo para darte cuenta de que todo puede empeorar, no cabe más remedio que el deseo de morir. Literalmente, y para Aiden todo estaba hecho un lío desde que un posible psicópata andaba suelto y mientras debía concentrarse en el vestido de novia que usaría su hermana en unos días.

Caminó en círculos, pensativo una y otra vez en su habitación. Cortar el vestido de su difunta madre solo para complacer a Bianca era casi una blasfemia. Estaba seguro de que el comprendía más el valor de aquella pieza, y en efecto, se estaba cuestionando la idea de transformar una de las pocas pertenencias que poseía de su mamá.

Llamaron a la puerta de improvisto y el castaño dirigió la mirada rápidamente al frente mientras la perilla giraba y Baptiste se asomaba al borde de la puerta. — ¿Puedo pasar?


Aiden elevó una ceja mirándolo de reojo. Traía la pijama puesta aún, y el cabello enmarañado, no podía creer que Bianca lo hubiese dejado pasar la noche en su casa. — Ya lo hiciste. — Se encogió de hombros un tanto resignado.

Baptiste dejó escapar una sonrisa irónica en el rostro mientras se habría pasó en la habitación. — Sé que no nos llevamos muy bien desde que nos presentamos, pero vengo con la mejor disposición de hacer una tregua ahora que seremos algo así como "familia".

Baptiste se llevó una mano a la nuca un tanto incómodo. — Sé que nunca he estado de acuerdo con tus ideas, que soy un hombre enteramente conservador, pero por Bianca haría lo que fuera, y solo me gustaría que supieras que deseo llevar las cosas en paz entre nosotros.

Aiden rodó los ojos y se cruzó de brazos. — Eso no puedes creértelo ni siquiera tú mismo Bap. — el enfant terrible se dejó caer en un sofá de terciopelo que había a un lado de su cama. — Siempre te reíste de mí, de lo que hacía, y de pronto, pasa un año y decides madurar. — Bufó.

<<Que irritante>>. Baptiste tensó la mandíbula para contenerse. — Solo vine para aligerar la tensión que existe entre nosotros desde que nos conocimos. — Torció un poco los labios. — Tiene que salir algo bueno después de todo lo que está pasando.

—No tienes idea de lo que estoy pasando. — Aiden giró la vista hacia la ventana.

—¿Y tú sí? ¿Leíste los diarios de esta mañana?— Baptiste le dedicó un semblante retador. — ¿Sabes que ocurrió una masacre en Saint-Clare la semana de reapertura?

Aiden reprimió una carcajada. — Por favor, yo estuve ahí. — Se puso de pie cerrando los ojos y posando una mano en su frente como si estuviese sufriendo de migraña. — Seis muertos, cinco modelos, un policía. — Prosiguió con desgano. — Y toda Francia obsesionada con encontrar algún indicio que me apunté como un criminal nacional.

Baptiste negó con ligereza. — Eres irritante, no tienes idea de cómo afecta esto a la familia ¿Crees que eres el único de quién hablan? ¿El único chico a quien señalan o le dedican un mal gesto?

—Suficiente. — Aiden se puso de pie caminando en dirección a la salida. — ¿Dónde está Nick?

—Baptiste lo siguió hasta la escalinata. — Acompañó a Bianca en lo que ella escoge el ramillete que llevará al altar.

— ¿Y Dominico?— Aiden comenzó a bajar a la estancia principal, con Baptiste pisándole los talones. — Salió temprano para investigar y llevar a cabo a autopsia de los cadáveres a petición de Stephano.

— ¿Stephano?— Aiden giró frunciendo el ceño. Como si la mención de aquel nombre le hubiese provocado dolor de estómago— Ahora que lo mencionas, él nunca llegó a su sádico evento. — desvió la mirada pensativo.

—Seguro no lo viste, pero debió haber estado por ahí. — Baptiste esbozó una mueca restándole importancia.

—Debo dejar de ser tan paranoico, tengo que acabar el vestido para Bianca. — Aiden se adentró a la cocina para encender la cafetera y servirse una taza rápidamente antes de marcharse.

Aquel día el sol alumbraba París bajo un cielo despejado. Los autos iban y venían, los aparadores de las firmas de alta costura sobresalían desde las brillantes vitrinas.

Escondida entre las tiendas más glamorosas de la ciudad, se encontraba una puerta de cristal, a un pequeño local donde vendían toda variedad de telas. Aiden tomo una pequeña canasta y se dirigió a la sección de mercería, donde decidió comprar nuevo material para patronar sus creaciones, agujas, hilos de colores y por último se dispuso a dar una vuelta buscando la tela ideal para transformar el vestido que muy a su pesar debía tener listo para el gran día de su hermana.

— ¿Puedo ayudarte?— Una voz lo sacó de sus pensamientos obligándole a retroceder un poco antes de alzar la vista y encontrarse con un chico de cabello cobrizo y ojos verdosos, brillantes como dos esmeraldas.

Sin embargo, tomó poco tiempo para que el castaño recobrara la compostura. —Estoy buscando seda blanca.

El joven cobrizo volvió en si al oir su voz, y a su vez parecia como si intentase comprender lo que Aiden quería con exactitud. — Aquí está. — Extendió su brazo apartándole suavemente para sacar el rollo de tela que se encontraba a sus espaldas. — ¿Cuantos metros desea?

—Ho...— Aiden frunció delicadamente el ceño sintiéndose estúpido al no haber visto la tela frente a sus narices. — ¿Cuánto por todo el rollo?

El cobrizo elevó ambas cejas y le miró con un aire de curiosidad. — ¿Puedes pagarlo?

Aiden le devolvió el gesto. — Por supuesto. — Se cruzó de brazos.

El chico cobrizo le miró de arriba a abajo. — ¿Estás seguro de poder llevarlo tú solo?— divisó la canasta con un semblante divertido. — Tenemos envíos a domicilio...

—Sí. — lo interrumpió Aiden. — Puedo pagarlo, puedo llevarlo, solo necesito que hagas la cotización.

El empleado esbozó una media sonrisa, un gesto que parecía sexy cuando se marcaba la curvatura de sus labios. — ¿Cómo te llamas?

Aiden bufó rodando los ojos. — ¿Es un chiste?— El castaño se quedó mirándolo con obviedad. — Mi nombre es Aiden LeClair.

El cobrizo asintió. — Muy bien, mucho gusto, Aiden. — Elevó ambas cejas ligeramente incomodo. — Mi nombre es Burke Hoffman.

—Esto es ridículo. — Aiden se acomodó el cabello hacia atrás mientras observaba a Burke preparar su pedido, así que se dispuso a buscar su tarjeta de crédito para pagar.

—Te propongo algo. — Burke le miró con un aire de interés. Chicos como el no eran del tipo que solía hacer insinuaciones a otros chicos, pero Aiden poseía unos ojos turquesa, tan brillantes y profundos como el mar mediterráneo. — te dejo todo a mitad de precio.

— ¿A cambio de qué?— Aiden le dedicó una sonrisa recargando ambos codos sobre la caja registradora.

—A cambio de que aceptes salir conmigo por una noche. — Burke le devolvió el gesto con un aire retador.

—Estas completamente loco. — Aiden le extendió la tarjeta. — Cóbrame hasta el último céntimo.

Burke reprimió su sonrisa aceptando la tarjeta. — Lo sé, es lo que causa estar en esta ratonera todo el día.

—Quizá estamos de acuerdo con eso. — Aiden tomó su pedido y la tarjeta. — hasta pronto, Burke.

El cobrizo hizo un ademán para despedirse. El enfant terrible abandonó la tienda, y no sabía si la sensación que tenía en el estómago era algo enteramente positivo. Quizá solo estaba jugando, quizá el chico jugaba así con todos los clientes...

Al girar la tarjeta de crédito pudo percatarse de que con ella le habría entregado una de más, una tarjeta de pre4sentación con su número, algo que le molesto, pensando en la idea de que él ya había podido entregar millones iguales en lo que iba del mes. — Idiota. — musitó casi para sí mismo y se volvió de vuelta a casa.

¿Será que Burke solo quería coquetear, o al verlo se habría convertido en su crush? Muchos dicen que el amor a primera vista no existe ¿Pero el deseo a primera vista puede ser evitado? No era la primera vez que Aiden sentía aquello, era una sensación agridulce, como la primera vez que habló con Wesley, y chicos como ese, solo buscaban una excusa para divertirse.



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