D O S
Se pasó nuevamente las manos por el rostro, quitando algo del sudor acumulado en su frente. La soledad de esa parte de los pasillos no le reconfortaba, aunque era mejor así en vez de colapsar en frente de cientos y cientos de ojos juveniles. Ojos comiendo de él con curiosidad enfermiza, queriendo disfrutar el show del extraordinario Katsuki Bakugo en pánico. No, eso jamás.
Bajó las palmas para mirarlas, les exigía en susurros fuertes que no temblaran más, porque esto no era el porte con el que quería familiarizarse. ¿Asustado? ¿Él? Sus manos se movían por sí solas, he ahí la respuesta. En sus venas trepaba el miedo puro, su cuerpo no podía hacer nada al respecto.
Cuando tuviera que huir de su propia mente, ¿A dónde se iría?
Las apretó en puños, tragándose la impotencia, que le quemaba la garganta. Un héroe, un remedo de héroe. No debía ser cobarde, miedoso... ¿Culpable sí? El ardor de sus ojos comenzó a escandalizar más el asunto, no le iba a dar el lujo a nadie de llorar pero ¿De qué modo podía detener esta estupidez? Una respuesta, anhelaba una señal del tamaño de una gota de agua, en este desierto de incertidumbre.
¿Hasta dónde llegaba el enojo del fantasma de Izuku?
"Hasta el más allá."
El aliento cálido en su oreja lo obligó a reaccionar inmediatamente y se giró empujando el aire con su brazo, solo dándose cuenta de que esto tal vez no era un producto de su conciencia.
Lo que yacía frente no era Deku, sino alguien de carne y hueso. La recién llegada había atraído su mano a su propio pecho de la impresión, sin conocer la raíz de ese rostro atemorizado de Katsuki. ¿Le asustó que le tocara el hombro?
A esta mojigata la había visto antes... Delgada, incluso si se dignaba a sonreír, sus ojos morados eran decaídos.
Daiki Aichi no era relevante en ningún aspecto de su vida, en vez de ser alguien molesta, ni siquiera sabía por qué recordaba su nombre en primer lugar. Él suspiró profundamente, un poco por el alivio de que no fuese otra persona menos amena.
Ella no se movió, ya que el rubio no soltó palabras y en cambió aligeró su expresión consternada.
Estaba comenzando a odiar sus putos ojos grandes violetas que se veían más preocupados de lo que le gustaría, era familiar esto, lo devolvía al pasado. Del que quería borrar todo rastro.
"—¿Kacchan, estás bien? —A pesar de los gritos y negaciones, Deku seguía estirando su mano, esperando que Katsuki la aceptara sin importar la circunstancia."
No llegaría a contar las veces que apartó su ayuda, no le gustaría sentirse peor.
El silencio de ambos comenzaba a picarle los sentidos, sobre todo a Dai. Para su mala o buena suerte, no había nadie cerca, solo el día alumbrando desde los ventanales que le pintaban de luz a la izquierda de su cara. Su compañero seguía sin decir algo pero tenía una mirada ausente.
En todo el rato que llevaba conociendo al impresionante Bakugo dentro de la U.A, se había memorizado sus actitudes y esto era nuevo e irreal, parecía lejano, demasiado lejano, que pensó que ni llamándolo de nuevo lo devolvería a la tierra.
Pronto, dándose por vencida, Katsuki volvió a alzar la cabeza, más centrado. Fue como si hubiese alcanzado una idea suelta.
—Esto no me va a ganar.
—¿eh?
A veces él era intimidante, sin que la situación fuese un obstáculo. Dai ladeó la cabeza confundida.
( ... )
La cafetería no era especialmente tortuosa ahora que alguno de los extras no soltaba lo primero que se les venía a la cabeza estando cerca. Una compañía como lo era... A ella, cuanto menos, le parecía corriente comparado a todo lo que llevaba pasando en torno a su vida.
Ninguno de los dos estaban aportando a una conversación, cada quien en su espacio. A decir verdad, el rubio jamás había presumido de sus habilidades sociales, ya que no tenía tal cosa. Si se acercaban, era por cuenta propia. Por eso se preguntó cuándo es que esta muchacha se esfumaría de su vista.
—Recovery girl está...
—Pensé que eras muda. —Cruel y preciso, Dai se tensó.
Pudo haber dicho que el mundo se detuvo pero no era cierto, porque solo ella sintió que no era parte de aquello. Katsuki revolvió la ensalada ignorando el bullicio que a ese punto se combinó con el chocar de los cubiertos.
—Todo el mundo piensa que lo eres, estoy repitiendo lo que escucho.
—¿Por qué estabas asustado?
Así que la muda quería devolverle la jugada. Bien, con eso le cedió su atención por completo, provocándole nervios.
—¿Qué te importa, muda?
Con que ese sería el apodo que usaría para hablarle. Dai apretó sus manos, su apetito comenzaba a menguar.
—Si eres de esos héroes que piensa que hacer el bien en cualquier situación te ayuda a refinar tu imagen o tu consciencia, eres igual a todos los demás. No necesito compasión de una desconocida —continuó serio, dándole en los puntos incorrectos a su contraria, pues esto no la hacía retroceder, a su vez le abrió paso a una parte que no creyó ver.
—Porque estabas aterrado y yo... —su voz se perdía con facilidad, igual de ligera que una ventisca, entre una caótica escuela— siempre te veo decidido, imparable, d-debe haber algo que... te esté haciendo daño, mucho daño en el corazón.
Katsuki apretó las cejas, no le gustaba la ruta que tomaba esto.
—¿Es porque... no puedes pedir ayuda? ¿verdad?... ¿Ser fuerte te está agotando?
—No te proyectes... —A pesar de que sus palabras querían ser duras, su cara decía lo contrario. A Dai le daba la impresión que rascaba una fibra sensible.
—Incluso para los fuertes, es difícil mantenerse sin derrumbarse... N-No tienes que sufrir en silencio, Bakugo-san... —La chica se inclinó con una mano al pecho, desconocía la historia de él pero no el pavor que vio en esa mirada antes hermética— Todos tenemos miedo, somos humanos...
—Cállate. —Ambas manos se hicieron puños sobre la mesa. No era del todo por la ira, algo dentro suyo se fue mermando.
—L-Los héroes también necesitan ser ayudados...
Esta mocosa, más habladora de lo que le permite su propio bien, le bajaba la guardía al subsuelo. No es débil, no necesita ayuda, no será igual a los demás héroes de la historia, será uno que rompa el récord y si eso significa lidiar con las cadenas de una muerte en pena, qué más da.
Si ha sobrellevado a un fantasma del pasado por tiempo, ¿Qué tiene de difícil seguir así el resto de su existencia? Su precio a pagar, y dar la moneda a cambio no era nada. Que vengan tres o dos, daría pelea.
—¡Dai-chan! ¿Qué te está haciendo este bruto?
Más estorbos que llegaron a deshacer su poca paz y cordura, eso lo asustó, no iba a mentir. Olvidó que en la cafetería también se encontraría a los otros de la clase.
Un segundo... Lo normal era acaparar miradas, siendo alguien de reputación aun en sus primeras semanas, pero esto no le daba comodidad. Miró a Denki que se acercaba a una Dai empapada de sus lágrimas.
La respuesta a la duda fue más rápida de conseguir de lo que creyó ¿Desde cuándo empezó a llorar? Por cómo estaba, algo le decía que la razón era compasión, y eso no le bajó los humos para nada. Como si realmente quisiera una migaja de eso.
—Mierda.
—Bakugo-chan es muy rudo con todos, deberías relajarte un rato —agregó Tsuyu a la mezcla, siendo respaldada por Mina que no andaba con su mejor sonrisa ahora.
—¡Salvaje!
—¡Yo no hice nada, par de idiotas! —Bastó un movimiento para ponerse de pie y a la defensiva, a qué venía esto de apuntarle.
Ahora por ninguna razón lo juzgaban a él desde sus puestos, sin que existiera persona que abogara por su inocencia. Y esa expresión de rabia no le daba mejor posición, bajo el escarmiento de toda la escuela.
—Ese Bakugo es muy agresivo, ¿lo viste en el festival deportivo?
Dai quiso refutar para cuando los murmullos a gritos se volvieron una tormenta que solapó su opinión. Los susurros en contra de Katsuki Bakugo comenzaron, no pudo detenerlos a tiempo.
—Seguro la molesta porque se cree el rey de la U.A.
—Los tipos como él no deberían entrar como héroes, son unos abusivos.
—Qué miedo, parece más un villano.
Silencio, solo eso. No más ruido, no más acusaciones. Los reflectores sobre su cabeza le marearon. Las palabras dolían más que las acciones y todo lo que hizo, se le regresó. El karma era un absurdo, llegando en los momentos oportunos.
Su entorno lo alejó, usando la frialdad que se alcanza en una sentencia pública, de malas caras y muecas desaprobatorias. Los villanos dañan, los héroes salvan, ¿Cuál sería el bando que lo acogería primero? Si pudiera explicar, si es que la cuestión es ¿Quién lo tomaría en cuenta? ¿Su historia rozaría en los dedos de la bondad?
La sonrisa de Deku se desencadenó, aprovechando el desconcierto por el que su asesino pasaba. Sus ojos bien abiertos eran diferentes a los de los demás allí, no lo excluían, se burlaban. Respiraba a la izquierda de Bakugo, haciendo de sus palabras la misma melodía amarga en esta rutina.
"Como en los viejos tiempos ¿Verdad?"
Ese protagonismo gélido que Kacchan recibía no era lo que esperaba dentro de la U.A, pronto soltó en dirección a Izuku una explosión en defensa que casi mandó a volar a una de las chicas por accidente. Un susto liviano, seguido de una huída que se llevó los ruidos. No hubo persona que fuese detrás de él, y no lo habría.
Dai se quedó con su mano atrapando el aire y sus discursos a medias.
Por más que Bakugo se gastara la vida corriendo, entendió muy tarde que a donde quiera que estuviera, los pasos dados de sus errores no lo dejarían avanzar. Sus propios pecados, manchando el camino por el que pasó, de un carmesí fuerte y brillante. Una sangre permanente, en sus suelas.
Su mundo daba vueltas, corriendo por los pasillos con falta de aire y un destino trazado por la mano de lo desconocido. El título del mejor de la 1-A no le valía para enfrentarse a cosas intangibles, como pesadillas, palabras hirientes, su propia responsabilidad. No hallaría ningún rincón suelto de este planeta, para estos casos no eran válidos los refugios.
Siguió andando sin poder mendigar al cielo, porque los dioses cubrían sus orejas si se trataba de él y lo sabía de primera mano.
"Huye, Kacchan." Deku se le aparecía por donde quiera que mirase. Pared, patio, esquina, salones, asientos, puertas. Siempre riéndose. "Lo único que te persigue son tus consecuencias."
( ... )
Se tiró a su cama. Un día largo requería de un largo sueño. Apenas las siete y cuarenta minutos, pero ya sentía el peso de mil años en su espalda. Esa soledad de su habitación le solía brindar cierta protección y tranquilidad; un sitio que conocía sus luchas, sueños, malestares, que solo con existir era lo mejor para él.
Se acomodó sobre la almohada, mirando directamente a la libreta quemada que descansaba en el escritorio. No era el dueño legítimo de esa cosa y aún así la conservó durante todo estos meses. Pensó varias veces en tirarla, más por lo que representaba y ahí siguió, dándole un recordatorio firme.
La libreta de Izuku. La leyó con anterioridad, sus páginas tenían el sabor fúnebre del pasado, el de una ambición soñadora arrebatada y destruida. Sus hojas estaban coloreadas con el vigor de sus explosiones y la sangre de su amigo que dejó el día de su suicidio, no entendía qué lo obligaba a conservarla.
¿a dónde iría a parar la libreta sin una mano amiga que acariciara sus páginas? ¿Qué otras cosas se hubieran escrito de seguir sirviendo a su propietario?
No iba a reflexionar de eso justo al dormir o las pesadillas irían a por su paz. Mejor hundió su nariz en la almohada de nuevo y dejó que lo demás llegase por su cuenta.
En la oscuridad de sus pensamientos, vino el recuerdo de una Dai dándole sus palabras más sinceras, las que lo metieron en problemas con sus compañeros. Eso no lo ayudaba a dormir, de hecho comenzó a gruñir de la irritación.
Él no le hizo nada, que fuese tan patética no era su asunto. Las miradas de los alumnos regresaron, enrabiadas, ordenando su linchamiento justo.
Abusivo, bully. No era eso, ya no. Portaba el nombre de héroe en su pecho para que supieran a lo que se enfrentaban, le daba cólera lo sucedido. Su fama no se había formado y ya despegó como un bully dentro de la U.A.
Hizo un par de pataletas golpeando la cama hasta que los mocos y lágrimas se le salieron de control.
Un héroe, es y siempre será un héroe grande. Cuándo sería ese día soñado, donde lo reconozcan por su dedicación. Los errores susurraban a su oído, no tenía manera de callarlos por su cuenta. ¿El trabajo duro de verdad es recompensado? Empezaba a dudar, pero de ser eso, definitivamente no se echaría atrás todavía.
La vida sigue, se dijo. La juventud aun no se le derramaba a través de los dedos.
Su almohada, la única testigo de su frustración, terminó mojada del llanto, luego de viles maldiciones al aire, el sueño lo acogió en brazos. La noche apenas empezaba entre sábanas cálidas y la afonía que bailaba con la llegada de la luna.
Un pequeño escondite de su realidad perniciosa, hasta que volviera a despertar el sol y con ello las mañanas se levantasen en ruidos de la ciudad. Nadie lo podía fastidiar dentro de ese momento.
Más errado de lo que se pensaba. Un par de horas fueron suficientes para cortar el hilo de su calma.
No despertó lo suficiente. El mar de la inconsciencia lo abalanzaba y lo soltaba de vez en vez y por consecuencia sus ojos batallaban por no cerrarse de vuelta. La hora era borrosa en el despertador aunque la madrugada no era difícil de reconocer, con ese silencio del limbo nocturno.
Lo que realmente lo alertó fue esa figura descosida en un lado de la habitación, en la esquina lejana donde gozaba del anonimato pero no era un total misterio saber de quién se trataba esas sombras. Su corazón se adelantó y aceleró asustado, sintiéndose pequeño en la magnitud de un cuarto a oscuras. De regreso.
Katsuki no le daría chance hoy, optó por moverse y sus huesos se congelaron, apenas sus ojos seguían sirviendo y fue así que notó la forma de caminar de la figura. Un andar despacio y firme, con el suelo cediendo ante sus pisadas espectrales. Izuku no quería que se perdiera de lo que venía, gritar o escapar eran un lujo.
Se quiso convencer que no era real, una tosca pesadilla se deshacía al despertar a fin de cuentas. Lo pidió con todo lo que tenía, incluso al ver mejor las intenciones del fantasma, con su mano tomando vuelo desde arriba.
Le preguntó sin palabras a ese ser con la cara descompuesta en horror cuál era el propósito que lo ataba a él a modo de castigo, y por qué a él de tantas personas imprescindibles dentro de lo que fue la vida de Izuku. Intentó retorcerse tanto que de la inutilidad no aguantaba la comezón de los ojos, ni siquiera un mísero grito buscando los brazos de su madre o rogando un segundo de clemencia le permitieron. Su cuerpo estaba encarcelado desde los pies hasta la garganta.
De nada le sirvió apretar los párpados cuando la mano magullada de su amigo se coló dentro de su abdomen en un movimiento inhumano, dañando carne y nervios, revolviendo sus entrañas desde lo más hondo, estrujando los órganos que se le cruzasen como si fueran plastilina. El dolor no se hizo esperar. Martillaba sus sentidos y lo hacía ver el infierno que lo esperaba a la vuelta.
La combinación de mocos y sangre saliendo de su nariz lo estaba ahogando, si ya de por sí el aire lo abandonaba en pequeños lapsos. Un producto del sueño no se había sentido tan real nunca en su corta edad. Pedía en medio de su miseria que alguien de sus padres lo rescatase de una vez, antes de quedar con la lengua azul de corbata y su tortura saldada usando la vida.
No encontraba el tiempo de ver directo a su contrario pero ya sabía de antemano que su sonrisa sobrepasaba sus mejillas pecosas, labios curvados tal cual victorioso tras una venganza.
Barajeo la posibilidad de la real razón del enojo de Deku: En su poca sensatez y martirio, recordó que los que se arrebatan la vida no tenían pase al cielo, quizás es así que volvió de su lamento cazando un objetivo más certero como Bakugo.
Deseaba mucho respirar o desmayarse de una maldita vez. Sentía que pronto su intestino se le saldría por la boca en pedazos grandes y que sus costillas le darían una última estocada al corazón en un arrebato de su compañero. Hacían puré su interior y no se había movido desde el comienzo, no era justo.
¿Esto era gracioso para Dios? ¿Una redención digna, un circo medianamente entretenido? Si las respuestas eran en su contra, no quería saber de ellas. Su vista ya no toleraba más, veía colores inexistentes danzar en su cabeza mientras la sangre le llenaba la boca a borbotones, tal cual una fuente. Las venas de su cien amenazaban con explotar.
Izuku Midoriya le sonreía.
En ese instante de supervivencia, se tiró a un lado y lo que vino después fue un golpe a la frente directo al suelo, esparciendo el dolor a un solo punto. De pronto sus palpitaciones se convirtieron en el sonar del despertador indicando un nuevo día.
La bocanada de aire que tomó no tuvo nombre. Sus mejillas húmedas fueron lo de menos al notar que en realidad el sol lo saludaba desde la ventana, el reloj le indicaba las seis en punto. ¿Dónde quedó el otro sujeto? ¿Un sueño? Por más que quiso estallar su habitación, sus fuerzas menguantes no le incentivaban demasiado.
Volvió a respirar. Volvió la calma. Sus ideas volvían a donde pertenecían.
Su confusión se acrecentaba pero le daba felicidad no estar encajonado en una tumba por una especie de parálisis del sueño. Se pasó el brazo por el rostro quitando lágrimas y sudor, regresando a sí mismo, dio paso a revisarse el cuerpo entre palmadas asustadas. Seguía intacto, sin señales visibles de tripas afuera.
Le conmocionó que a todo eso el único malestar que se llevó fue un ardor en la frente, se miró la palma comprobando que no se abrió la cabeza o algo así. Ah, y las sábanas de su cama que eran un remolino de tela. A pesar de haber escapado esta vez, la mala sensación sobre él no desaparecía. ¿De qué manera debía llamar esto? Surreal, por ahí podría empezar.
Se miró al espejo grande. La palidez de su cara le hizo abrir sus ojos de golpe, quería comer y recuperar sus ánimos en una ducha helada, no se reconocía y no iría a la academia con la pinta de un cadáver. Llevó sus pasos al frente del reflejo y sus ojeras se rieron gustosas. ¿Le consumían el alma con cada pesadilla? Se agrandaban cuando se descuidaba. Tocó por encima de su mejilla derecha, no era posible estar perdiendo la batalla sin haberse defendido.
Debajo de su camisa negra se escondía otra cosa que con suerte notó, la subió percatándose que esto no podría seguir pasando, por el bien de su vida. Tarde o temprano, Deku o el demonio que usaba el aspecto de Deku lo mataría en cuanto estuviera en las últimas de su determinación. Arrastrándolo al mismo foso, porque desde el principio fue un ojo por ojo, diente por diente.
Tembló. Su abdomen era un festival de cortes abiertos, rasguños de un filo enojado, que tenían el mensaje claro, uno siniestro, que sobrepasaba a un simple fantasma. No fueron hechos con uñas, al menos no humanas.
—Izuku. ¿Quieres que yo sea el siguiente en saltar por el mismo edificio que tú?
A pesar de no esperar una contestación, Katsuki entendió que esas heridas eran lo que necesitaba saber.
La mañana dormilona emprendió su camino a donde sea que llevase el futuro.
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