Animosidad en Laponia

Las cosas estaban complicadas en Laponia. Si no le ponían remedio, estas navidades mucha gente sufriría por culpa de unos cuantos egoístas desalmados dispuestos a acabar con la magia si esta no les concedía sus deseos.

—A principios de diciembre, cuando eran dos zumbados haciendo streamings con sus móviles aún podía hacernos gracia, pero ahora, a escasos diez días de tener que enviar los regalos a todo el mundo tenemos alrededor de la villa a cientos de personas con exigencias y amenazas. Esto no puede seguir así, no podemos gastar gran parte de nuestros recursos mágicos en mantenerlos a raya, sino en cumplir nuestro trabajo que la fecha está próxima y la mayoría se han dejado las cartas para última hora. Esto nos está frenando en los exámenes caso por caso, para saber quién merece obsequios y cuántos o de qué calidad en función de su comportamiento en el último año —explicó Noel Claus en la reunión de última hora a la que habían acudido todos su elfos.

—Ya, pues a ver cómo lo hacemos, porque cada vez son más numerosos y violentos —indicó uno.

—Sí, están armados hasta los dientes, tienen incluso tanques, por eso no podemos despistarnos con la cúpula protectora —dijo otro elfo.

—¿Y si se lo dijéramos a la Policía no mágica? Ya sabéis, a esa Organización del Polo Sur creada con el fin de mediar cuando un ser no mágico provoca un conflicto con uno mágico —apuntó Escribano, el encargado de llevar la agenda de todos en Rovaniemi, el pueblo donde habitaban él, los demás elfos, Noel Claus y, desde hacía un tiempo, con Natividad, su novia que llevó consigo a sus dos gatos.

—Claro, la Policía no mágica... como nunca habíamos precisado sus servicios, incluso había olvidado su existencia —susurró Noel.

Escribano se mostró voluntario para irse de viaje y exponer su problema en nombre de todos. A todos les pareció estupendo, utilizaron su magia para que, montado sobre Rudolph echara a volar por los aires (sin el trineo ni ninguna compañía más). Tan pronto como llegó, le aseguraron que tenían la solución. No le comentaron cuál, pero sí que actuarían con prontitud. Tan rápidos fueron que, antes de que llegara a casa, se encontraba allí un demonio y no uno cualquiera, sino el más popular por ser un gran defensor de las causas justas. Oniceto tenía un gran poder y su gran responsabilidad venía unida a la poca paciencia que había desarrollado después de que muchos le intentasen tomar el pelo. Ahora los veía a leguas. Estaban ahí con sus carteles manifestándose, pidiendo imposibles, gritando consignas como: todos los regalos que queramos sin límites ni restricciones. No eran pacíficos, coherentes ni inteligentes. Aun así, Oniceto trató de hablar con ellos. Les preguntó qué querían exactamente. Dinero infinito, las mejores casas, los coches más caros, más todo que los demás, fue la respuesta que obtuvo. Ni siquiera se daban cuenta de que competían contra sí mismos y que eran sus propios enemigos.

El demonio supo que lo que esos hombres buscaban era un ideal alejado de lo justo, de lo bueno y le recordaron a los vídeos que vio, en la lejanía, de quienes asaltaron el Capitolio. Las mismas bestias con otra piel.

Obraría como debía.

—Muy bien, voy a permitir que os veáis en ese futuro utópico de manera individual —les comunicó. Mientras pensó para sus adentros: pagaréis por vuestros crímenes de guerra.

En una ensoñación colectiva, mostró a cada uno como el mayor triunfador en el sistema capitalista. También, al ver el éxito de los vecinos y que empataban o parecían superar por poco lo suyo, todos se frustraron y no podían más de la rabia.

Es así como los golpistas de la Navidad comenzaron a pelear entre ellos. Quienes iban a haber sido los terroristas de la magia, sucumbieron al poder de esta y se dieron caza entre sí. No pararon hasta yacer muertos frente a quien no habían podido dirigir ni una solo golpe o protesta, ya que observó todo desde una esfera protectora que además de defenderlo de toda afrenta, lo había vuelto invisible. Desde el cielo, levitando a salvo, sonreía por haber solucionado esa gran crisis en uno de sus parajes favoritos.

El desenlace de esa guerra, además, se retransmitió en televisiones de todo el mundo, ya que Escribano, con ayuda de otros tres elfos y de una humana a la que acudió (llamada Claudia y que era una genialidad con la tecnología), hackeó las señales. De este modo, mostraron que la Navidad estaba a salvo, pues varios temían que pudiera no ser así por esos youtubers que aseguraron que, de no acceder Noel Claus a sus chantajes, nadie recibiría regalos ese año excepto quienes se los comprasen a sus allegados para que tuvieran un detalle de alguien que les quiere.

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