8

Noté que mi sueño se había interrumpido, así que, molesta, gruñí y me giré hacia el otro lado para intentar seguir durmiendo.
De repente, recordé todo lo que había ocurrido el día anterior. La cena, la tos de Philibert, cómo me había quedado dormida abrazada a... Espera. ¿Dónde estaba Frédéric? Palpé rápidamente a mi alrededor, pero no había nadie. Abrí los ojos y descubrí que me encontraba en una habitación desconocida para mí. Las paredes eran estrechas y resultaba acogedora gracias a la biblioteca que había frente al sofá en el que yo reposaba. Al fondo había un escritorio de madera, sobre el cual se situaba una ventana que daba a lo que parecía ser un patio interior.

Me incorporé y reconocí gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana. Agudicé el oído para poder escuchar su sonido al chocar contra el cristal. Sin embargo, percibí el sonido de una melodía, distante y calmada. En seguida me sentí acogida por ella y me ayudó a levantarme del incómodo sofá. Caminé lentamente hacia la puerta y la entreabrí. Me asomé y ví a Frédéric tocando el piano en el salón. Parecía serenado y rebosaba de tranquilidad, o al menos era la sensación que me daba a mí. Sonreí mientras seguía observándolo, pero en seguida él se percató de mi presencia y me dedicó una sonrisa. Terminó la obra y se levantó inmediatamente del taburete.

-¿Te gusta?-preguntó-. Es un pequeño estudio que compuse esta mañana mientras dormías. Se llama "Tristesse".

-Ojalá despertar todas las mañanas así-repondí.

El pianista rió suavemente mientras colocaba el taburete bajo el teclado del piano.

-¿Quieres desayunar? Te he preparado una taza de té y galletas-ofreció.

Observé una bandeja con la bebida y los manjares que me había dicho sobre la baja y rectangular mesilla que había entre dos sofás.

-Muchas gracias-dije y me senté.

Cogí la taza de té y bebí un sorbo. Frédéric se sentó en el sofá de enfrente.

-No hacía falta que lo preparases-dije-. Podía tomar algo en casa.

-Lo había pensado-admitió Frédéric-. Pero Philibert parece muy cansado y como ves aún no se ha despertado.

Me encogí de hombros y mordí un trozo de galleta.

-No me molesta en absoluto que desayunes aquí-prosiguió el pianista-. Y lo siento por cambiarte de lugar mientras dormías, pero es que no quería molestarte mientras tocaba el piano.

Alcé las cejas y reí.

-La música no me molesta-objeté-. Aunque he de admitir que esa habitación era agradable, la verdad es que tus brazos lo son más.

Frédéric me miró con la boca entreabierta y con los ojos bien abiertos, asimilando lo que acababa de decir. Rió nerviosamente y se echó para atrás en el sofá, cruzándose de brazos.
El salón quedó en silencio durante unos instantes, en los que solo se oyeron mis mordiscos a la última galleta que quedaba.

-¿Con que se llama "Tristesse"?-rompí el silencio-. Pues es la tristeza más bella y humana que he sentido.

-La tristeza es delicada-repuso el pianista.

Lo miré mientras terminaba mi taza de té y ví cómo me sonreía, lo que me hizo tener que aguantar sacar una sonrisa por mi parte.

-Iré a ver qué tal está Philibert-dije.

-Está bien, yo dejaré esto en la cocina-dijo, refiriéndose a mi desayuno ya terminado.

Me asomé silenciosamente a la habitación de Philibert, quien ya estaba despierto y me sonrió. Pero, antes de poder darme los buenos días, alguien llamó a la puerta principal.

-¡Voy yo!-gritó Frédéric.

Era Henryk, que venía a ver qué tal se encontraba mi hermano. Me saludó y le dejé pasar a la habitación de Philibert. Éste lo acogió muy entusiasmado de que alguien hubiese ido a visitarlo.

Los dejé solos y busqué a Frédéric. Éste se encontraba en el pequeño habitáculo en el que había estado durmiendo, recogiendo y doblando la manta que me había dado.

-¿Te ayudo?-pregunté.

-No, no hace falta-dijo mientras guardaba la manta en un pequeño armario detrás de la puerta.

Me acerqué al escritorio y observé lo que había encima. Varias cartas apiladas reposaban en una esquina. Había algunos borradores de partituras esparcidas por rincones, pero predominaban las cartas escritas por él, algunas en proceso.

-Tienes fans-observé.

-No demasiados-repuso.

Me fijé en que algunas cartas estaba escritas en lo que parecía ser polaco.

-¿Escribes mucho a tu familia?-pregunté-. Polonia está muy lejos.

-Sí, procuro responder a sus cartas lo antes posible.

El polaco se acercó a mí y observó conmigo las cartas que inundaban su mesa.

-Están más cerca de lo que parece-comentó.

-¿Quiénes?

-Mi familia-respondió-. En realidad me acuerdo de ellos todos los días.

Sonreí mirándolo y acaricié su espalda por encima de su camisa. Giró la cabeza para mirarme también y observé que tenía los ojos húmedos. Un sentimiento de angustia me recorrió el pecho al darme cuenta de que yo lo había conducido hasta aquella situación. Quise decirle unas palabras consoladoras, pero no pudo salir nada de mi boca. Con la otra mano, acaricié su pelo, bajando por su mejilla y repitiendo el proceso, hasta que en el rostro del pianista se dibujó una dulce sonrisa. Me tomó suavemente por las caderas y se acercó para darme un beso en la mejilla, que luego siguió hasta mi cuello y se quedó ahí, respirando en mi oído, mientras yo seguía acariciando su pelo por detrás. El polaco comenzó a reír, aliviado.

-¿Qué pasa?-pregunté, apartándome un poco para mirarlo a la cara pero sin soltar mis manos de su cuello.

-Nada. Es extraño, no sé cómo hemos acabado abrazados. Hace un momento estábamos hablando de algo normal y después...

-¿Esto no es normal?-cuestioné riendo.

Frédéric quedó algo aturdido tras esa pregunta.

-Supongo que tendré que irme acostumbrando-dijo.

Reí y pensé que no quería separarme de él. Supe que si Philibert se encontraba mejor tendríamos que volver a casa, y la verdad era que no me apetecía nada dejar a Frédéric. Sin embargo, dije:

-Voy a ver qué tal van Henryk y Philibert.

Salí de la pequeña y acogedora habitación y caminé hasta la puerta de la habitación donde se encontraban los dos chicos. Antes de entrar, escuché unas palabras:

-No te preocupes, te vas a poner mejor. De echo, ya estás mucho mejor. Yo estaré aquí para ayudarte, cariño...

¿Había escuchado bien? Henryk había llamado a mi hermano cariño. ¿O no había sido así? Quizás me había hecho imaginaciones... Probablemente sí.
Entré cuidadosamente es la habitación para no molestar. Henryk estaba sentado al lado de mi hermano y cubría la mano de éste con la suya. Nada más entrar, los dos me miraron.

-Eh... Venía a ver qué tal estábais-dije.

-¡Oh, sí! Ya tengo que marcharme-recordó Henryk levantándose y poniéndose el sombrero.

Caminó hasta la puerta y se volvió hacia Philibert.

-Cuídate, Phil-dijo-. Nos vemos, Alisse.

-Hasta luego, Henryk-saludé educadamente.

Una vez se hubo ido, me acerqué a mi hermano y ocupé el lugar donde instantes antes había estado Henryk.

-¿Qué tal te encuentras?-pregunté.

-Mejor-respondió sonriendo.

Lo miré tiernamente, pero después recordé la conversación que había tenido la noche anterior con Frédéric en el salón de los Przycecki y me puse seria.

-Tenemos que hablar, hermanito.

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