6
Suspiré mientras recogía las diferentes flores y plantas de la terraza y las colocaba dentro para que pasasen la noche en la floristería.
Se acercaba el fin de la jornada y había que ir dejando todo en orden. Sin embargo, aún llegaba la última clientela del día. Eran los Przycecki, una pareja polaca y cliente habitual de la floristería. Además, eran conocidos de mi familia, ya que cuando fui niña conocí a su hijo en el parque, y desde entonces nos hicimos muy buenos amigos durante la infancia. Ahora lo veía ocasionalmente, aunque debía admitir que se me hacía simpático y era agradable llevar una conversación con él. Los Przycecki eran una familia algo más rica que nosotros, pero eso no parecía importarles demasiado, y la verdad es que eran muy buena gente.
Desde el almacén de la tienda, observé cómo los Przycecki conversaban con madame Beaulieu. Arreglé como pude mi cabello y salí a atenderlos.
-¡Buenas tardes, Alisse!-me saludó la señora amistosamente.
-¿Qué tal estás?-dijo a modo de saludo su marido.
-Buenas, señores Przycecki. Estoy bien, gracias. ¿Qué tal les va a ustedes?-pregunté sonriendo.
-No nos va mal-admitió el señor.
La señora se me acercó algo demasiado para mi gusto y apoyó una mano en mi hombro.
-¡Acabo de acordarme!-exclamó, y a continuación bajó un poco la voz-. Frédéric nos habló de tí.
Aquella noticia me desconcertó.. Enseguida caí en la cuenta de que los Przycecki debían saber de él, ya que Frédéric también era polaco. Por un momento me alarmé, pensando en lo que les habría contado de mí. ¿Había Frédéric confesado ante los Przycecki algo más que un simple saber de mí? ¿O les había contado lo que pasó hacía ya dos semanas? No, eso era imposible. Frédéric era demasiado reservado para ir contando por ahí esas cosas. Además, aún no le había vuelto a ver y no sabía lo que había significado aquello para él.
-¿Frédéric Pichon?-pregunté para asegurarme.
-Sí, el mismo. El gran pianista. Somos estrechos amigos-confirmó la señora Przycecki.
-Nos contó cómo os conocisteis. ¡Es realmente gracioso que lo escuchases cada día y él tardase tanto en darse cuenta de que había alguien observándolo!-comentó el señor, divertido.
-¡Sí!-reí, tratando de disimular mi embarazo-. Me alegro de que sean amigos, es realmente simpático.
-Sí, justamente mañana lo hemos invitado a cenar.
-¿Por qué no vienes tú también? Estará también Henryk, y puedes invitar a tu familia-me invitó la señora.
-Me temo que mis padres no podrán, trabajan hasta tarde-repuse.
-En ese caso venid solo tu hermano y tú-insistió la señora Przycecki-te aseguro que no es ninguna molestia para nosotros. Es más, será un placer. ¿No es así, Malek?
-Sí, estáis invitados-afirmó su marido, mientras pagaba a Madame Beaulieu por un ramo de flores.
-Gracias, Madame Beaulieu-agradeció la señora Przycecki-. Éstas flores nos vendrán de maravilla para mañana. Nos acordaremos de usted. ¡Queremos verte mañana a la hora de cenar, Alisse!-me recordó antes de salir de la tienda, seguida de su marido.
-Ahí estaré-confirmé a modo de despedida.
-¿Otra vez el señor Pichon?-comentó Madame Beaulieu-comentó madame Beaulieu, mirándome y sonriendo.
-Somos amigos-me encogí de hombros.
-Ya veo.
Sabía a dónde quería llegar madame Beaulieu, así que me apresuré y salí a la terraza para recoger las últimas plantas que quedaban. De esa manera evité que la vieja florera comenzase con un largo interrogatorio para sonsacarme cosas.
Puse todo en orden, me vestí y despedí a madame Beaulieu antes de salir de la floristería y dirigirme hacia casa.
Pasé por la vivienda de Frédéric, pero su ventana estaba cerrada y la música de su piano no sonaba. Traté de pasar lo más rápido que pude y seguí caminando. Durante aquellas dos semanas que había estado sin verle, me había encontrado muy preocupada. Estaba segura de que quería evitarme. A veces, cuando pasaba por su casa a la mañana, Frédéric ya no tenía la ventana entreabierta, y no mostraba la menor intención de darse la vuelta para comprobar si yo estaba observándole. Había preguntado una vez a Philibert a ver si el señor Pichon me había estado buscando durante mi horario laboral, pero me dijo que no. Ni siquiera había vuelto a darle clases de piano. Cuando pregunté por los motivos de esto a mi hermano, se limitó a encogerse de hombros y a justificarse con un simple "no estoy inspirado". Todo esto me llevó a pensar que quizás Frédéric ya no quería verme. Y yo... Yo no sabía si quería verlo o no. Por una parte, me intrigaba lo que él opinaba sobre lo que pasó el otro día, y al pensar en ello no podía evitar sentir un chispeo en mi interior. Pero por otro lado, tenía miedo. ¿Y si ya no quería tener nada que ver conmigo? ¿Si hacía como si nada de aquello hubiese ocurrido? ¿Qué pasaría si se hubiese incluso olvidado de mí, y por eso no me había estado buscando?
Me alegré de encontrarme, de repente, frente a la puerta de mi casa. Llamé tres veces y me abrió mi padre.
-Hola, Cheri. Qué bien que hayas vuelto ya-me saludó y me dejó entrar.
-Lo siento por llegar tan tarde, hubo clientela de última hora-me disculpé.
-Vaya. Me gustaría saber quiénes son las personas que retrasan a mi hija y no le dejan cenar con nosotros-pensó papá en voz alta.
Reí.
-Eran los Przycecki-informé-. Nos han invitado a cenar mañana. Ya les he dicho que vosotros no podíais venir.
-Qué pena, me habría gustado ver a Henryk. ¡Ya estará tan mayor!-se lamentó mi madre.
-Vé con Philibert-propuso mi padre.
-Eso haré.
Me senté en la mesa y mamá me sirvió un plato de judías verdes con patatas que empecé a comer.
-Eso harás si después de comerte todo esto terminas de lavar los platos-objetó mi madre-. Siempre tengo que lavarlos yo.
-¿Y por qué no los lava Philibert? Él también vive aquí-me quejé.
-Dile si quieres que te ayude, yo me voy ya a dormir.
Me quedé a solas con mi padre.
-Lo siento, cheri. Me gustaría ayudarte, pero mañana tengo que madrugar. Le diré a Philibert que te ayude.
-Gracias papá.
Mi padre me dió un beso en la mejilla antes de abandonar la cocina.
-Buenas noches.
Terminé rápidamente de comer las judías y me dispuse a lavar los platos. Acerqué el pequeño barril lleno de agua a la mesa e intenté colocarlo sobre la mesa, pero pesaba mucho. Por suerte, en ese momento llegó Philibert y me ayudó a subirlo.
-Me ha dicho papá que te ayude-dijo bostezando.
-Si estás cansado vete a dormir.
-No es nada, así acabaremos antes-insistió.
Apilé los platos y tomé uno para empezar a lavarlo con la esponja. Philibert me imitó.
-Bien, porque tengo que hablar contigo de los planes de mañana-anuncié-. Y no quiero que me falles.
-¿Qué planes?-preguntó a la vez que soltaba una risa sarcástica.
-Los Przycecki nos han invitado a cenar.
Mi hermano posó el plato que había terminado de lavara sobre la mesa haciendo demasiado ruido, a mi gusto.
-¿Estará el señor Pichon o qué?-preguntó.
Lo miré sorprendida.
-¿Cómo lo sabes?
Philibert volvió a reír.
-Tampoco hay que ser un genio, Alisse. Llevábais demasiado tiempo sin veros.
No dije nada y decidí seguir centrándome en los platos.
-Bueno, entonces irás, por lo que veo-dije, intentando concluir.
Mi hermano tardó un poco en responder.
-Sí-dijo al fin, dejando los platos ya lavados y ordenados.
De repente, comenzó a toser de forma exagerada y repentina.
-¿Estás bien?-pregunté preocupada.
Philibert no respondió y se marchó a su cuarto.
Decidí dejar todo ordenado y retirarme a mis aposentos. Estaba cansada y quería dormir para no pensar en lo que me esperaría la noche siguiente.
Me puse el camisón y me tumbé en la cama, cubriéndome con las gruesas mantas.
Desde ahí, pude escuchar cómo la tos de Philibert se iba calmando poco a poco.
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