4
Música: Chopin Waltz in E minor (Arthur Rubinstein)
____________________________________
-Está bien, le daré los poemas y los leerá, pero no en voz alta.
-¿Por qué no?
-Porque prefiero que los lea en voz baja, y después si quiere lo hablamos.
-¿Cómo que lo hablamos? Yo preferiría leerlos en voz alta, así se disfruta más.
-Si los lee en voz alta no se los dejaré.
El señor Pichon rió. Se le veía muy divertido.
-Señorita Alisse, ¿me está amenazando?
-Acéptelo y se los dejaré-dije, sin poder evitar sonreír.
En un intento de preservar mi seriedad, alcé la cabeza y simulé estar observando los altos árboles de amarillentas hojas, pero el señor Pichon descubrió mi sonrisa.
-Mire, acepto, pero si nos sentamos en el césped-propuso.
-¿Por qué siempre tenemos que funcionar pactando tratos?-pregunté.
-¿No le agrada el césped?
-Sentémonos, venga-dije, tratando de llegar a un acuerdo.
Nos acomodamos bajo la sombra de un árbol de tronco grueso. Antes de sentarse, el señor Pichon extendió su abrigo sobre el césped y se sentó sobre él. Yo hice lo mismo.
Sin mediar palabra, le dí la libreta en la que estaban escritos los poemas. El señor Pichon sonrió y tomó la libreta.
-Entre las robustas aguas del mar...
-¡Frédéric!-exclamé por impulso.
-¡Me ha llamado por mi nombre! Ha incumplido el pacto que teníamos.
-En realidad tú lo incumpliste primero-recordé-. Además, ya habías empezado a leer, ¡y en voz alta!-reproché.
Frédéric se encogió de hombros.
-¿Y qué?
-¿Cómo que y qué? Me tuteas a destiempo, lees el poema en voz alta... ¡Nunca cumples tus promesas!-dije riendo.
-¿Cómo sabes que me llamo Frédéric? No recuerdo habértelo dicho-observó, riendo más fuerte que yo.
-No cambies de tema... y que sepas que todo el mundo te conoce en París.
-Es cierto.
Me miró con más seriedad y pensé que algo iba mal, pero solo me dijo:
-Dijiste que hablaríamos lo de leer el poema en voz alta o baja.
La seriedad instantánea de Frédéric me hizo cambiar de idea. ¿Qué más daba? Estaba segura de que le iban a gustar mis poemas. Y, además, pensé que sería genial escucharlos estando recitados por él.
-Está bien-cedí resoplando-léelo como quieras.
Mi voz había sonado muy monótona, como si me hubiese quedado embobada por la seriedad de sus ojos, y eso Pichon lo notó. Posó la mirada en el papel y sonrió. Yo no pude evitar sonrojarme. Frédéric tomó aire y comenzó:
Entre las robustas aguas del mar de hojas,
se escondía un conejillo.
Brincando se paseaba,
a la sombra descansaba.
Feliz, felizmente vivía.
En la masa de charcas bebía,
con los zorros reía,
con los osos debatía.
PUM, PUM.
El conejillo sufre.
El conejillo ya no huele azufre.
Por alguna extraña razón, el corazón me iba a mil. La elegancia, la ternura y la sensibilidad que ponía al leer esos versos provocaba algo en mí. Por no hablar de su suave tono de voz y su ligero accento polaco. Por primera vez sentí que mis poemas podrían tener mucho éxito en un futuro.
-Gracias-dije.
Frédéric me miró extrañado.
-¿Por qué?-preguntó.
-Por leer el poema en voz alta.
Él me miró aún más confuso y sonrió.
-De verdad que no te entiendo.
Reímos los dos juntos y contemplamos el paisaje en silencio.
-Pero de nada-añadió.
-¿No vas a leer los demás?-inquirí.
-Claro, claro...
Básicamente nos pasamos la tarde leyendo el resto de poemas. Los comentábamos, reíamos y hablábamos de otras cosas.
Pronto comenzó a ponerse el sol y a hacer más fresco, pero nosotros continuamos conversando.
-¿No vas a dar algún concierto por estas fechas?-pregunté.
Pichon resopló.
-Puede... aún no lo tengo pensado. Llevo una temporada ausente del público.
-Deberías actuar más a menudo-le aconsejé-. Mucha gente quiere escucharte, y la verdad que es una ganga.
-Lo sé, pero prefiero tocar con pocas personas... yo solo. No sé si lo entiendes, pero prefiero un público más íntimo. Recuerdo cuando mi familia me escuchaba tocar el piano en casa. Era el mejor público que se puede tener.
-¿Cuándo estabas en Polonia?
Su rostro se ensombreció y su tez se puso pálida. Una sombra de lo que asemejaba ser tristeza cruzó sus ojos.
-Sí. Llevo mucho tiempo sin verlos.
No supe qué decir.
-Supongo que Polonia y tu familia significan mucho para tí-comenté.
-¿Mucho?-Frédéric sonrió amargamente-Eso se queda corto.
Soltó una risa nerviosa y decidí no abarcar más ese tema, ya que no me gustaba verlo así. Pero no sabía qué decir, así que me quedé en silencio.
-Me han gustado mucho tus poemas-Frédéric rompió el silencio.
-Gracias. Espero que me lo devuelvas.
-¿Devolverte el qué?-preguntó alarmado.
Me sonrojé, a pesar de que estaba divertida.
-Me gustaría que me tocases el piano más a menudo-expliqué.
Pichon rió.
-Cuando quieras, pero siempre que escribas más poemas.
Me puse nerviosa al recordar que ya había escrito varios poemas dedicados a él mismo, pero no los había traído porque no me atrevía a enseñárselos. Pero entonces los nervios desaparecieron y por mi mente cruzó una idea algo utópica que me atreví a compartirla.
-Podríamos hacer poesía juntos.
Frédéric, al mirarme, pareció estar por un momento entre lo que parecía ser confusión y brillantez.
-Me encantaría-murmuró en tono soñador.
Pero enseguida apartó sus ojos de los míos y yo lo copié. Por el rabillo del ojo, pude ver cómo esbozaba una pequeña y tímida sonrisa, a lo que a mí no me quedó mayor remedio que hacer lo mismo.
Estaba claro que aquello había sido muy extraño para los dos. Estaba segura de que él había experimentado las mismas sensaciones que yo, pero la rara conexión había desaparecido de repente. Por el miedo, quizás.
Observé con admiración cómo se ponía el sol frente a nosotros, mientras nos bañaba con sus últimos finos rayos de luz. Me sentía extrañamente confusa y feliz a la vez.
Ojalá pudiésemos llegar a hacer poesía juntos, pensé.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top