Deja Vu

De pequeña tuve un vecinito, le adoraba, con él pasaba los mejores momentos de mi niñez, éramos como uno solo, siempre con absoluta confianza. Los años fueron pasando y nosotros creciendo con los años, y cada día que pasaba me hacía mirarle cada vez menos como amiga. Él era hermoso; de un cabello dorado y rizado como un mismo ángel, ese era su nombre. Su rostro también le hacía honor, y su cuerpo a los dieciocho años de edad no tenía comparación. Yo, Ana, estaba loca por él; no era fea, todo lo contrario, aunque a diferencia de mi bello Ángel no tenía el cabello color oro, sino de un color azabache que hacía juego con mis oscuros ojos. Mi cuerpo era muy desarrollado para chicas de mi edad; y yo muy orgullosa de poder lucirlo… Por alguna razón no pude decirle nada hasta ese día… Reuní fuerzas y fui a su casa, allí me enteré que estaba hospitalizado. No dudé, seguí con mi idea de declararme. Compré una hermosa rosa roja y me encaminé hacia el hospital. Fue en ese lugar donde me enteré de la mortal enfermedad que había yacido escondida en su interior hasta unos pocos días. Me sentí derrumbada, mi temor había impedido que conociera si él realmente hubiese llegado a sentir lo que yo sentía por él. Aún así y con todos esos obstáculos me dirigí a su habitación y ahí estaba, tan hermoso como un sol, pero con tantos aparatos que opacaban su belleza. Me acerqué a él, lo tomé de la mano y como si mis ojos fueran cataratas comencé a confesarle el inmenso amor que sentía por él. Estaba inconsciente, puse la rosa a su lado y me alejé hacia la puerta, al tocar el frío metal de la perilla escuché a su bella voz pronunciando mi nombre. Aquello fue un vuelco en mi corazón, me acerqué y pude notar que estaba en sus cinco sentidos – Yo también te amo – me dijo y como yo estaba cerca nos dimos nuestro primer beso, y el último. Su alma partió al cielo cuando aún sus labios estaban rozando a los míos, era como si hubiese sacado las últimas fuerzas de su vida para poder cumplir lo que dictaba su corazón. Grité, lo llame una y otra y otra vez; pero fue totalmente inútil. Más de una vez lo besé con la esperanza de que sus ojos azules como el mar se abrieran de nuevo, pero el destino lo apartó de mí en el momento en que más nos necesitábamos. De más está decir lo doloroso y triste que fue perder de esa manera mi primer amor.
  Recordando los sueños que teníamos sobre lo que seríamos cuando trabajásemos, me hice profesora y en la empresa de ser cada vez mejor para honrarle, me convertí en la mejor graduada de mi año y pude comenzar a trabajar cuanto antes. Mi primer curso fue todo un éxito y gracias a que detrás de cada explicación, de cada sonrisa; estaba su imagen. Pero en el segundo año transfirieron a un estudiante a mi aula, era nuevo en la ciudad y sus padres pidieron exclusivamente que lo ubicasen en la mejor clase, o sea, la mía. Ese día lo recuerdo como si fuera ayer, yo me encontraba sentada en mi buró y cuando entró él, aquello fue un De ja vu: era exactamente igual a mi Ángel, mi corazón se llenó de emoción y tristeza. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, pero me contuve y luego de presentarle a los alumnos dijo su nombre: Ángelo. ¡Qué cruel paradoja se hallaba ante mí! Al llegar a casa lloré descontroladamente, de tristeza, de rabia y de alegría; el destino me había permitido, al menos, verlo otra vez. Al otro día fui a la clase con más emoción que nunca, todo se desarrollaba normalmente pero cuando él hablaba, aunque no lo hacía tan parecido, se me aguaban los ojos y tenía que luchar por no dejar escapar un par de lágrimas.
  Una buena tarde, cuando todos los alumnos se habían ido, él, con sus diecisiete años me preguntó que si yo deseaba que se cambiase de aula; ante mi duda se respaldó en que cada vez que me respondía desde que había llegado, a mí me daban ganas de llorar. No tuve más remedio que explicarle la razón de mi comportamiento, lo escuchó todo atentamente y tras unas lágrimas atrás se marchó sin decir ni siquiera nada. Los siguientes días él no se apareció por el aula y preocupada fui a su casa, allí sus padres se disculparon ante las ausencias y me pidieron que tuviera paciencia con él, que el primer amor siempre era difícil y más cuando este era imposible (No había que ser detective para saber de quien se había enamorado). Al otro día estaba allí pero no quiso responder ni una sola palabra. En una ocasión bajo mi escritorio se encontraba una carta, la leí, reconocí la letra al instante y sonreí por primera vez en mucho tiempo. Él también sonrió y desde ese día comenzó a participar activamente en todo.
   Lentamente y sin darme cuenta fui sintiendo lo mismo por Ángelo, algo tan intenso como lo que sentía por Ángel. Gracias a él pude volver a sonreír y pudo sanar al fin la herida abierta que quedaba en mi alma. Pero resultó que un día enfermó y tuve que impartirle clases allá en su casa, esa vez antes de irme me confesó su amor y yo quería responderle de la misma manera pero simplemente no podía. A partir de ese día cada vez, antes de irme, me volvía a confesar sus sentimientos. El último día que debía impartirle clases lo noté tenso, tratando de decir o hacer algo pero se contenía; así en medio del reposo y de un descuido mío me besó. Mi conciencia obró por alejarme pero no podía, solo pensaba en seguir besando sus rojos labios, cuando pude hablar lo único que pude decir fue “yo también te amo”. Él volvió a besarme mientras acariciaba mi cara y mi cabello.
Quisiera hacer algo más contigo- me dijo- pero nunca he llegado a hacer nada- confesó.
Yo tampoco- respondí- y comencé a besarlo.
   Sentía la suave textura de su piel recorriendo mi ropa y abriéndose paso entre ella, el sabor de sus labios y lengua queriendo buscar la mía. Comencé a descubrir su cuerpo y empezar a aventurarme en un campo totalmente nuevo para mí. Suavemente, entre caricias, besos y abrazos acabamos desnudos en su habitación. Yo me tumbé boca arriba y me deleité observándolo, tenía un cuerpo sumamente hermoso, su miembro se encontraba erecto, muy erecto y ansioso buscó la entrada de mi vagina. El primer contacto provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, antes de penetrarme se entretuvo rozando su órgano con el mío-
¡Qué rico se siente!- dijo entre jadeos
   Y lentamente comenzó a penetrar en donde nadie había llegado, si dijera que no me dolió estaría mintiendo, pero cierto es que aquello fue de triple “WOW”, se sentía tan cálido, tan tierno, tan rico. En su cara figuraba una imagen de indescriptible asombro y en cada estocada dejaba escapar gemidos y palabras que solo él podía entender. Tomé sus manos, las puse entre mis senos y muy obediente comenzó a acariciármelos y a lamerlos. Luego su boca buscó la mía y nos dimos innumerables besos mientras jadeábamos, el placer comenzó a aumentar sutilmente, él aumentó el ritmo para poder satisfacer sus deseos. Yo pasaba mis manos por su espalda mientras le decía al oído: “me gustas mucho, por favor no pares”. Él atacó mi cuello y mientras lo besaba me erizaba de pies a cabeza, y en un momento todo se volvió intenso; extremadamente intenso, la sensación había llegado a su punto más alto. Él se puso colorado mientras aumentó considerablemente el ritmo, así continuamos durante un tiempo hasta que el clímax trajo un súper orgasmo, nuestros primeros orgasmos que está muy lejos de retratarlo con palabras. Algo tibio quedo en mi interior, supe que era el semen, no me preocupé pues sabía que mi periodo ya se acercaba y por tanto, no podía quedar embarazada, había sido virgen pero no tonta. Él se retiró de mí, durante unos minutos jugamos acariciando nuestros desnudos cuerpos y besándonos. La erección volvió a él pero esta vez fui yo la que llevó el control, siempre había querido experimentar esa posición, tan popular entre mis compañeras… Dos veces más, a parte de esa volvimos a disfrutar de la ternura y el placer del amor… Soy  sincera cuando digo que le amo y que segura estoy de su amor por mí. Gracias a él pude sanar de una herida mortal, conocí el amor y pude sentirme mujer. Señor juez y señores de este juzgado, eso fue lo que pasó ese primer día…

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