9

Duermo como un bebé y me levanto tarde.

Durante un instante me cuesta reconocer mi antigua habitación, pero los recuerdos acuden a mi mente y una sonrisa tira de mis labios.

Estoy en casa por Navidad. El pensamiento es suficiente para no holgazanear en la cama y levantarme con energía. Mientras uso el baño para peinarme y cepillarme los dientes, los recuerdos de la noche anterior asedian mi mente. Rian rodeándome con sus brazos en el bosque mágico mientras susurra en mi oído que quiere cumplir todas mis fantasías.

De acuerdo, tal vez no dicho precisamente estas palabras y quizá incluyó un "no habrá sexo" pero, eh... ya es más de lo que ningún tipo se ha molestado en hacer por mí jamás. Los recuerdos se van sucediendo por orden cronológico: Rian y yo tomándonos fotos con las figuras de luces led que forman renos y otros animales, haciendo siluetas graciosas contra la fachada iluminada del castillo. Comiéndonos un crepe salado cada uno y otro dulce a medias, de uno de los foodtrucks mientras rememoramos juegos, canciones y series de televisión que nos marcaron en nuestra infancia.

Llevo diez minutos despierta pero sueño con Rian. Bien por mí, me digo con sarcasmo.

Bajo las escaleras en mi pijama de Grinch con las pantuflas a juego y admito que me divertí tanto anoche que le pondría la etiqueta de "la mejor cita de mi vida" si hubiera sido una cita. Es tan fácil relajarse y disfrutar con él. Tan fácil que se vuelve peligroso. No me extraña que Kate no se esperara ni un día para atacar de nuevo.

No puedo evitar preguntarme si llegaron a liarse anoche. Me da la impresión de que no les dio tiempo, pero me he enterado de que Rian no vuelve a Providence hasta después de año nuevo, así que tienen tiempo para reconciliarse.

Se escuchan voces a medida que me acerco a la cocina y tengo curiosidad por ver quién ha preparado el desayuno. Pienso tomarme un café, aunque mi abuela se ofenda con que haya sustituido su amado té por algo más americano y me castigue de modos ingeniosos.

Estoy delante de la puerta abierta cuando mi móvil vibra y suena a la vez, el sonido de una alarma de notificación de emergencia. Alcanzo a escuchar que los móviles de mi abuela y de mi hermano, que están desayunando, reciben el mismo aviso y me recorre un escalofrío cuando sospecho que debe ser Murmullos de Malahide otra vez.

―¿Qué cojones? ―grita Devlin casi a la vez que abro la notificación.

Mi abuela me enseña una taza de té y me apresuro a sentarme, intentando no torcer el gesto.

―Buenos días, niña ―saluda, endulzando su potente voz con una palmada en la cabeza.

Alzo la mirada y le sonrío con ternura.

―Buenos días, mejor abuela del mundo mundial. Vaya bienvenida ―digo, frunciendo el ceño ante la pantalla del móvil―. ¿Desde cuándo tenéis cotillas por aquí?

Mi abuela suelta una carcajada y regresa al horno, de donde sale un olor que me insta a gemir de placer.

―Desde siempre. Ahora, con todos esos cacharros ―explica, señalando nuestros teléfonos―, ya no se usa tanto el boca a boca.

Sale de la cocina y aprovecho para interrogar a Devlin antes de leer el nuevo cotilleo.

―¿Qué quería decir MM ayer con que Rian es medio huérfano? ―interrogo en voz baja.

En vista de que me ignora, le empujo el hombro para atraer su atención. Parece a punto de romper el móvil por lo fuerte que lo agarra con los dedos. No se ha afeitado y la sombra de la barba junto con la mirada oscurecida le dan una apariencia amenazante.

―¿Qué? ―Se aclara la garganta―. Gilipolleces. Trevor se está quedando en un apartamento en Dublín para tener la destilería más a mano, y la estúpida fisgona sugiere que van a divorciarse.

Sin llegar a mirarme, da un sorbo a su taza de té y después lo deja a un lado, con una mueca. Debe haberse enfriado. El mío está bueno, fuerte, con olor a canela y naranja, como me gusta en esta época del año. Casi no extraño el café. Casi.

Medito sus palabras. No tenía ni idea de que los O'Niells tenían otro piso en Dublin, pero suena extraño que Trevor se esté alojando allí por proximidad. Malahide no está tan lejos.

―¿Cuánto lleva quedándose allí? ―pregunto.

Devlin me mira al final, para acribillarme con expresión severa.

―¿Tú también? ―espeta enfadado―. ¿Vas a creerte lo que dice esta?

Una idea cruza por mi mente.

―¿Desde el año pasado? ―insisto.

Si es así, coincide con el tiempo que Rian se quedó en Irlanda.

―¿Desde cuándo te has vuelto tan cotilla? ―Devlin abandona el teléfono y se cruza de brazos―. A lo mejor tú eres Murmullos de Malahide.

―Si lo fuera no tendría que hacerte preguntas ―replico con una mueca burlona―. Solo quiero saber si Rian está bien. Es nuestro amigo ―balbuceo, esperando que el rubor que noto en las mejillas sea culpa del calor que desprende el horno.

Mi amigo ―corrige mi hermano, marcando el posesivo.

Suelto un bufido.

―Cómo si no se hubiera criado más en nuestra casa que en la suya. A mí también me interesa qué le pasa. Llevo tiempo fuera, no quiero meter la pata con algún comentario por estar desinformada.

Devlin me gruñe en respuesta.

―Es complicado que lo hagas, si casi no te relacionas con él. Probablemente no le veas hasta Navidad.

Qué irónica resulta su afirmación cuando mi abuela regresa a la estancia seguida por Rian.

Mi corazón se acelera y me digo que la emoción que siento es porque acabo de ganar a mi hermano. Le dedico una sonrisa de mofa y él me fulmina con la mirada en respuesta.

―¿Qué tal está el clan Walsh está mañana? ―Rian trae con él el agradable olor a helada y viento. Parece el mismo dios del invierno con las mejillas y los labios rojos por el frío y sus ojos son de un azul eléctrico, que me hipnotizan durante un instante, enviándome fragmentos de recuerdos de anoche.

Se quita la chaqueta y la deja en el respaldo de una silla y después hace algo que me deja atónita. Se inclina y deposita un beso suave en mi mejilla. Sus labios arden contra mi piel, a pesar de que viene del frío de la calle. Cuando se aleja, el fantasma de su tacto perdura en forma de cosquillas.

―¡Eh! ―Devlin explota al instante―. Qué mierda es esa, tío.

―Buenos días a ti también, criatura de los abismos ―saluda a su amigo con una sonrisa que hubiera dejado a cualquiera en coma―. ¿Te has levantado de cara a la almohada?

No aguanto más y me levanto para hacer café. Mi abuela me pilla buscando en los cajones y casi me deja sin dedos al cerrarlos.

―No hay ni un gramo en esta casa. El café, en el pub de tu madre ―dice.

Me preocupa su habilidad para leer mis pensamientos, pero me río cuando Rian gimotea.

―Adara, me prometiste que habría café. De hecho, fue una de las condiciones que aceptaste al empezar nuestra relación ―le recuerda con una expresión de seriedad fingida.

Mi abuela farfulla algo inteligible pero sonríe divertida. Después se agacha para buscar detrás de las cajas de cereales.

―Ya veo ―protesto dolida―. Así que hay café si te lo pide Rian, ¿pero no para mí?

―Creo que os habéis alejado del tema que me interesa y es que mi amigo acaba de besarte ―interviene Devlin.

―¡En la mejilla! ―Rian y yo gruñimos a la vez―. Aun no he leído lo último de Murmullo de Malahide ―comento, encendiendo de nuevo la pantalla de mi teléfono para que mi hermano deje de dar guerra por una nimiedad.

Seguro que vamos a hacer cosas mucho peores que eso en nuestro juego de roles y no estoy dispuesta a averiguar cómo se lo tomaría si lo supiera sin una gota de cafeína en mi cuerpo.

―¿Ha enviado otro mensaje? ―Rian se sienta en la silla vecina a la de mi hermano.

―¿Dónde está tu móvil? ―farfulla Devlin.

―Lo tengo en silencio ―explica Rian. Busca en un bolsillo de su chaqueta y lo saca―. Lo sentí vibrar de camino pero no le hice caso.

Mientras ellos hablan comienzo a leer.

"Queridos malahiders, ¡Qué mañana tan bonita!

He visto nacer al sol y permitidme que os diga que hoy sus colores anaranjados traen algo más que el olor a bacon y a té. El día viene cargadito de murmullos deliciosos para acompañar vuestro desayuno. Podéis tirar ya el periódico de la mañana, pues os prometo una lectura mucho más jugosa.

Para el que no tuviera tiempo de pasarse por el entrañable pub de los Walsh a degustar una pinta de Guinness y una jugosa hamburguesa Black Angus, al ritmo de la animada música navideña en la tarde de ayer, le cuento todos los pormenores. Los retoños de nuestra jet set volvieron a reunirse allí para atiborrarse de más alcohol del que sus sistemas pueden sintetizar y disfrutar de que son guapos, ricos y jóvenes. Hacía tiempo que el grupo no estaba al completo, pero ayer se alinearon los planetas y, por un breve instante, se pudo atisbar como Júpiter y Saturno se tocaban de nuevo. Un espectáculo que nos trae viejos recuerdos porque Kate Cawfield y Rian O'Neill haciendo manitas junto al árbol, es lo que todos conocemos como un clásico navideño.

Los hay que siempre vuelven a las andadas. Y es que hay amores que sobreviven a las tormentas, al tiempo y a la distancia. Prueba de ello es la cara de pocos amigos con la que Rian está observando a Oisin Callaghan en esta instantánea. Es evidente que nuestro Saturno no aprecia que otro planeta se acerque a su tierra, aun cuando él mismo se sale de órbita y se pierde por otras galaxias, por ejemplo, los jardines de nuestro castillo.

Lo que sí resultó extraño fue ver la entrada en escena de un meteorito. Sinead Walsh logró penetrar la dura atmósfera del grupo de amigos de su hermano sin deshacerse en añicos. ¡Vamos, chica!

Algunos la observaron con cierta condescendencia, otros esperando a que tomara nota de su pedido, pero mentiría si no dijera que hubo miradas de interés por parte de más de uno. No hay nada como el influjo de un nuevo cuerpo celestial para cambiar la dinámica magnética de toda una galaxia.

Segundo capítulo de este cuento navideño y sé que estáis todos deseando saber qué nos depara el siguiente.

Slán."

Cuando termino de leer, levanto la vista y me encuentro con que Rian me observa con atención, serio. Si no fuera porque yo misma le vi con Kate, ahora mismo estaría demasiado afectada por la insinuación de la narradora como para simular indiferencia. Además, la foto que ha adjuntado MM a su artículo tiene una perspectiva engañosa. En ella salimos Rian, Oisin, Kate y yo; y aunque puede parecer que Rian le echa esa mirada a Oisin por causa de Kate, recuerdo el momento exacto y sé que el desencadenante fue el cumplido que me dedicó Oisin.

Murmullos de Malahide se equivoca, la expresión de Rian no era por Kate. Por lo menos en cuanto a lo que se refiere a esa foto. Y ahora tengo ganas de sonreír. Solo que no puedo hacerlo porque Rian me está observando.

Soy un meteorito, uno tan duro y tan tozudo que al final me acabo saliendo con la mía y logrando penetrar incluso en la atmósfera más hostil. La, la, la, la...

Devlin observa a su amigo con evidente preocupación.

―Es el último que envía ―espeta, después murmura para sí mismo―. Kate debe estar molesta.

―¿Qué vas a hacer? ¿Denunciarla? ―Al instante me percato de que he dado por sentado que se trata de una mujer. Tan mala fama de chismosas tenemos que ni se ma ocurrido que podría ser un hombre. A la feminista de mi interior no me gusta nada el pensamiento.

―Primero encontrarla ―dice Devlin.

―Será algún desafortunado, solo por Navidad ―dice mi abuela―. Una especie de Grinch ―explica, con la vista en mi pijama.

Me siento cohibida de repente cuando Devlin y Rian siguen su mirada. Me ha visto en pijama mil veces hasta ahora, incluso medio vestida. Es inevitable, ya que pasea por nuestra casa como si fuera la suya, a cualquier hora del día y de la noche. No obstante, hasta ahora nunca me había importado.

―O uno pobre ―dice Devlin.

Rian se inclina para coger una naranja del cueco. La pierde a propósito y la hace rodar por la mesa hasta que la atrapa justo delante de mí. Se inclina y susurra solo para mis oídos:

―Bonito pijama. Muy sexy. Al señor Dumbo le encantaría.

Me ahogo con el sorbo de agua que justo pruebo. Hago un esfuerzo para regresar a la conversación.

―Pasas demasiado tiempo con tus amigos pijos ―le espeto a Devlin.

―Tú también eres rica ―se defiende.

―Vengo de una familia rica, no soy rica. Deberías saber la diferencia.

Devlin agacha la cabeza. Por alguna razón MM le afecta más de lo que comprendo.

―¿No deberías estar en el trabajo? ―le importuno.

―Se ha tomado unos días de vacaciones por tu vuelta ―lo defiende Rian, con la fidelidad apasionada que muestra un perro por su amo.

―Dirás por tu vuelta ―lo corrijo.

Devlin se lleva una mano al pecho y levanta la barbilla con dramatismo.

―No os peleéis por mí, tengo magnificencia suficiente para todos.

Apoyo la barbilla en ambas manos y mi abuela nos pone delante a Rian y a mí una taza humeante de café. Solo una. Y ahora tengo que pelear a muerte por algo que en cualquier otro lugar del mundo es muy sencillo de obtener.

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