11.2
Mi respuesta parece aliviarlo. Me pregunto por qué es tan importante este juego para él. En principio parecía que iba a ser una especie de favor para mí, pero Rian parece tan interesado como yo en recrear esas escenas que me gustan.
―Colócate esos grilletes en las muñecas ―me indica, señalando el atrezo de plástico con aspecto de cadena de hierro robusto.
Es una de esas que se venden para Halloween, que no pesan nada pero que dan el pego, y está enganchada a la pata de la vieja cama. El lugar es exactamente como me lo imaginaría si lo leyera en un libro.
―Pensé que nunca me lo pedirías ―bromeo con tono insinuante y él sonríe de lado.
Hago lo que me ha pedido y cuando las tengo colocadas, él camina despacio hacia mí.
―Sígueme el rollo ―dice.
Creo que mi corazón va a atravesar mis costillas de tan fuerte que martillea dentro de mi pecho. No me puede dar un ataque en este momento porque me niego a que me pillen en semejante situación. Nadie se creería que no se trata de un juego sexual y fetichista. Nadie que vea a Rian de esa guisa podría descartar el sexo de la ecuación, cuando es todo lo que exhuda por cada poro de su piel.
Asiento, por miedo a que me falle la voz. ¿Sabe él lo que se me está pasando por la cabeza al verlo así vestido en este escenario?
―¿Se preguntará quién soy? ―comienza, deteniéndose a dos pasos de mí.
Reconozco la escena enseguida.
―No, solo como puede ser tan zoquete ―le respondo como corresponde. No es que me la sepa de memoria, pero he leído esa escena las suficientes veces como para recordar más o menos el contenido de mis diálogos―. Se equivoca de persona, capitán.
―Eso dice. ―Rian apoya el trasero sobre la mesa que está atornillada al suelo y levanta el mentón para observarme con una mirada de águila―. Me advirtieron sobre usted, señorita Watson.
Maldito sea, debería estar en Hollywood rompiendo corazones.
―No soy la mujer que busca. Está cometiendo un terrible error.
―También me advirtieron que trataría de engañarme ―prosigue.
Me asaltan recuerdos de la historia y por qué me gusta tanto. No podré volver a leerla sin ponerle el rostro de Rian al capitán.
―¿Cómo puede estar tan seguro de que soy la tal Watson? ―provoco, apelando primero a la lógica, igual que lo hace mi personaje en la novela.
―Todos la han descrito de la misma forma: la mujer más bella de la hacienda, astuta y habilidosa. Un dechado de virtudes con tan buena labia y modales que no pueden ser reales ―prosigue él en una actuación impecable―. Llevo un tiempo observándola. Lo suficiente como para saber que cumple todos esos puntos. Usted, señorita Watson, es demasiado perfecta para ser real.
Mi corazón se acelera. Recuerdo la emoción de leer esa frase y saber que el personaje masculino acababa de declararse a la protagonista, sin darse cuenta de que lo había hecho. Una parte de mí siempre fantasea con ser yo la protagonista, especialmente durante esas escenas. Y si el galán tiene el aspecto de Rian, entonces debo estar en el cielo.
―Gracias por el cumplido, capitán ―prosigo, animada―. Debe saber que mi padre lo ahorcará cuando se entere de que me ha secuestrado.
Rian se levanta y da un paso hacia mí.
―Petra Watson no tiene familia ―recita. Se lo ha aprendido todo con una rapidez asombrosa. Sus siguientes palabras salen más alteradas―. Deje de mentir.
―No le miento, mi señor ―murmuro, porque ahora lo tengo justo delante―. Quíteme las cadenas y le daré pruebas de que no soy la mujer a la que busca.
―Ja, también me advirtieron sobre sus trucos.
Rian da otro paso y tiene que bajar la cabeza para que nuestros ojos permanezcan conectados.
Levanto la barbilla en su encuentro. Empiezo a respirar de forma agitada y espero que él lo atribuya a una excelente actuación, en lugar de a la excitación que recorre mi cuerpo.
―¿Cómo cuáles? ―susurro―. ¿Qué puede una mujer tan menuda como yo hacerle al magnífico capitán pirata del Furia Marina?
Los ojos de Rian descienden por mi rostro con lentitud y continúan hasta llegar a la parte visible de mis pechos, que desbordan del escote con cada inhalación.
―Me advirtieron de que trataría de seducirme ―responde él con tanta suavidad que su aliento acaricia mi rostro.
Tengo que descubrir cuál es la marca de su maldito perfume y comprárselo a Jace. O a quien sea. En estos momentos empiezo a pensar que no voy a poder esperar a llegar a Boston para desahogarme. Tal vez pueda pedirle a Oisin que se lo aplique y después cerrar los ojos e imaginar que es Rian O'Neill el que cree que soy un regalo para los ojos.
Su forma de mirarme en estos momentos, el vestido indecente y la ambientación, me hacen sentir cosas peligrosas.
―¿Y funciona? ―susurro a mi vez―. ¿Lo estoy seduciendo?
Rian pestañea y por un momento tengo la impresión de que se olvida de nuestros papeles. Después se aparta un poco y hace el paripé de quitarme los grilletes de plástico.
―Le daré tres días para que confiese qué han hecho sus hombres con mi bote ―dice, llenando una copa con agua y ofreciéndomela. La acepto porque recuerdo que Silvie, mi personaje, estaba sedienta en esa escena―. Después de eso, si no me proporciona una localización certera, la lanzaré por la borda.
Estoy parada delante de Rian con la copa llena en la mano. Recuerdo perfectamente lo que debo hacer, pero me veo incapaz de cruzar esa línea y lanzar el líquido sobre su rostro.
Rian aguarda pacientemente y cuando entiende que estoy dudando de seguir con la escena, alza una ceja.
―Vamos, Sinead, seguro que estás deseando llegar a esa parte.
―No ―protesto, soltando una risita nerviosa―. Me da mucha cosa hacerte algo así.
―Hazlo, somos actores ―dice él como si nada.
―Uff...
―Vamos, Sinead.
―No puedo.
―Sinead Walsh, ¿dónde está tu profesionalidad como actriz? Además...
No le dejo terminar. Lanzo el contenido de mi vaso a su rostro y, en un arranque de locura, le abofeteo la cara también. Después me cubro la boca y ahogo una risa histérica.
―Guau, eso no estaba en el libro... ―comenta Rian, aún asimilando lo ocurrido―. Debe ser un deseo que albergabas de hace tiempo.
Por vergüenza, decido volver a mi papel.
―Si me tira por la borda, usted vendrá conmigo, capitán. Eso se lo prometo.
Rian pone una mueca perversa.
―No te escondas detrás de Silvie ahora, a chara ―rechaza mi intento, dando un paso hacia mí―. ¿De dónde ha salido el deseo de abofetearme? ¿Es porque estás cachonda?
Me chocan tanto sus palabras que alzo la mano para repetir el terrible momento, pero Rian la intercede en el aire y retuerce mi brazo para acercarme a él.
―Responde ―me ordena, hablando contra mi sien.
Creo que se me va a salir el corazón por la boca.
―Creí que sería divertido improvisar ―miento―. Perdona si he cruzado la raya.
Tras un instante de silencio en el que él me observa y yo estoy muy interesada en nuestros zapatos, me suelta.
―Me temo que se nos acaba el tiempo. Sean va a venir a echarnos de un momento a otro ―declara con la serenidad de alguien que ha estado viendo las noticias de la noche desde el sofá de casa en lugar de... lo que sea que acaba de ocurrir aquí―. Vamos.
Cuando me da la espalda me muerdo el labio y lo sigo. La he cagado, he cruzado la raya y ahora va a ponerle fin al juego y a nuestra incipiente amistad. Descubro con sorpresa que no quiero que ocurra. No recuerdo haberme sentido nunca tan viva.
La adrenalina que inunda mi cuerpo tiene dueño y señor, y no me queda otra que reconocerlo. Acabo de volverme adicta a Rian O'Neill.
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