En el Teatro de los Vampiros

Narrado por Lestat de Lioncourt


Entré al teatro después de asegurarme que Armand y los otros se habían alejado bastante tal y como le había pedido. Después de la pelea de la noche anterior, necesitaba charlar una última vez con Nícolas antes de partir de París.

Tal como le habían dicho los otros, Nic se encontraba encerrado en uno de los camarotes escribiendo el guion de una de sus extravagantes historias. Estaba tan ensimismado que pude observarlo durante un buen rato, la luz de la única vela arrancaba algunos destellos a su largo cabello de ébano y, aunque su ropa se veía arrugada y desastrada, su piel refulgía con la pulcritud del don oscuro. No pude evitar sentir aquella opresión en mi pecho e hice lo posible por ignorarla.

Por fin, Nic levantó aquellos atormentados ojos que podían fácilmente sublevarme y los clavó en mí. Pude notar como en ellos empezaba a aparecer el rencor y la opresión en mi pecho creció solo un poco.

—¿Qué haces aquí? —Me preguntó con voz fiera.

—Voy a irme, con Gabrielle, nos vamos de París.

—Puedes hacer lo que quieras, ya no me concierne. —Se puso de pie y tomó los pergaminos en los que escribía, apilándolos en un montoncito.

Comenzó a caminar hacia la puerta e intentó rodearme, pero algo estalló en mi interior. En un instante lo tenía contra la pared, deteniendo sus muñecas a ambos lados de su cuerpo. Los pergaminos no habían terminado de caer cuando lo tenía ya inmovilizado. A pesar del don oscuro que ya corría por sus venas, no esperaba dicho ataque así que no pudo hacer nada.

—¡Maldición Nicolas! Te concedí el don oscuro ¡Te he dado el maldito teatro! ¿Qué más necesitas de mi? —le grité sin poder contenerme.

—¡Ya te lo dije ayer! ¡Siempre he necesitado tu maldita luz, —me recriminó igual—. Esa luz que me ha cegado desde que te conocí y que, a pesar de que casi me engulle, no logra eliminar la oscuridad en mi interior, —poco a poco había ido bajando la voz y la mirada.

—¿Qué más necesitas de mi? —volví a preguntarle, aunque ya sin gritar.

—Necesito que me ames, —susurró con voz tan baja que aún con mis oídos de vampiro me costó trabajo escucharlo.

Ante esa aseveración no pude contenerme más, solté una de sus muñecas para levantar sus barbilla y besarlo. Al principio fue un beso superficial pues esperaba que él me rechazara, que se alejara con hirientes comentarios, por el contrario sus labios me respondieron con ansiosa necesidad. Su mano libre se aferró a mi cabello, sentí como el listón caía dejándolo caer sobre mis hombros y enredado en sus dedos.

—Lestat —jadeó él antes de que volviera a silenciarlo con un beso.

Tomé los olanes de su camisa sucia y la rasgué con un solo movimiento. Escuché un gemido salir de su garganta pero no sabría decir si fue queja por su ropa o aprobación por mis acciones. mis manos recorrieron su cuerpo, torneado y endurecido ya por la sangre oscura era aún más perfecto.

Bajé mis besos hasta llegar a su cuello, necesitaba probar su sangre aunque temía verme rodeado de nuevo por aquella oscuridad, mordí su dura piel y el sabor de su sangre me impactó, esta vez todo era placer y lujuria, me embebí tanto en ellos que no me di cuenta de que Nic me había despojado también de las prendas superiores.

—¿Sabes que me agradaba ese jubón? —pregunté, viendo el terciopelo rasgado del suelo—. Eso requerirá una compensación.

Volví a besarlo pero antes de que me atrapara en su abrazo logré tomar la orilla de su pantalón y rasgarlo con facilidad. Nic me apartó de si, intentaba parecer molesto pero tenía la respiración agitada y era lo bastante joven como para que el rubor se notara en su pálida piel.

—¡Basta Lestat! ¿Crees que puedes venir y tomar lo que quieras de mi?

No pude evitar la sonrisa que apareció en mi cara y que de seguro a él le parecería arrogante. Era tan tierno, tan deseable como aquella primera vez cuando fue a dejarme la capa con la piel de lobo.

—Nunca has podido resistirte a mi —lo tomé por lo hombros y lo empujé hasta que ambos quedamos recostados en el suelo.

Sus protestas terminaron cuando comencé a acariciar su creciente excitación y pasaron a convertirse en débiles jadeos. Cada vez que él susurraba mi nombre la pasión crecía un poco más en mí. Rasgué lo que quedaba de la ropa de ambos sin poder contener ya mi deseo, me recargué en los brazos para poder ver a Nic a la cara.

—Pídemelo, si en verdad deseas que pare pídemelo —La ira volvió a aparecer en sus ojos, no me contesto—. En ese caso, pídeme que te haga mío. Ruega por lo que puedo darte, mon amour.

Esta vez levantó los brazos para rodear mi cuello y atraerme a él.

—Maldito seas, Lestat de Lioncourt. —me besó con intensidad.

El deseo de ambos estaba por demás expreso y no había nada que deseara más en ese momento que poseer a mi exquisito violinista. Comencé a prepararlo con mis dedos, escuchando en su voz como la pasión nublaba su razón y se revolvía de placer contra mi.

Justo cuando me preparaba para entrar en él desvió sus besos hasta mi cuello y pude sentir sus afilados colmillos, cual cuchillas incandescentes, perforar mi piel hasta alcanzarme casi el alma. Perdí yo también el control de mi mismo, levanté sus piernas para penetrarlo en un solo movimiento Él mordió más fuerte a causa del dolor, o para mitigar sus gritos no lo sé, pero solo avivaba más y más mi propia excitación.

Me movía con fuerza y rapidez, su propia dureza se restregaba entre el abdomen de ambos. Su interior me oprimía como si no quisiera dejarme ir nunca y sus colmillos hacían lo propio. Cada movimiento avivaba el fuego dentro de ambos y yo no podía ya refrenar mis movimientos, aunque en ningún momento el dio muestras de dolor o incomodidad.

Cuando sentí que bebía demasiado, moví la cabeza para poder tener acceso también a su cuello y a su deliciosa sangre; todo sin dejar de mover la caderas con el mismo ritmo creciente. No era una tarea sencilla pero era por demás satisfactoria.

—mon délicieux violoniste, —gruñí mientras mi placer explotaba y me recorría en deliciosas oleadas. La humedad entre Nic y yo me indicó que él había llegado al mismo clímax.

Me dejé caer a su lado, sobre las sucias maderas del camerino. La vela seguía arrojando su danzante luz.

Me volví hacia mi Nic, estaba cubierto por una fina capa de sudor sanguinolento así que me acerqué de nuevo para lamer un poco de aquel mangar pero él no reaccionó, tenía la mirada fija en el techo.

—No vas a decirme que no te gusto ¿Cierto? Por que no voy a creerte si lo haces, —le dije, por fin fijó su vista en mi.

—Es cierto lo que te dije ayer Lestat, tú nunca has necesitado mi oscuridad, no quiero arrastrarte en mi autodestrucción. —Le dí un rápido beso en los labios para que se callara.

—Basta ya de hablar de eso Nikolas. Juntos podemos recorrer el jardín salvaje.

—No, no podemos. O al menos yo no puedo. —Lo miré sin saber exactamente qué decir, lo quería conmigo.

—Continuaremos nuestra Conversación.-

—No es posible, me he quedado estancado en el Instante Tenebroso. Ya no habrá nunca más un Instante de Oro para mi. Pero tú debes irte y recorrer ese jardín salvaje del que hablas con lo único que puedo darte. —Se levantó para vestirse con uno de los disfraces del recinto, hice lo propio.

Cuando se disponía a salir del local lo tomé por el brazo.

—¿Qué es lo único que puedes darme? —le pregunté.

—Mi amor, —contestó antes de soltarse y desaparecer para siempre de mi sobrenatural vida.

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