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Había decidido que no había nada mejor para su familia que quedarse en aquel mundo mortal, lleno de colores y vida. Busco un nuevo hogar, como le había dicho a Kitty, ni tan lejos del bosque, pero tampoco tan lejos del pueblo, un lugar seguro para criar a sus gatitos.
De pronto los ciudadanos empezaron a encontrar diversos nombres escritos en los troncos de los arboles, como si fueran rasguños...casi cortadas.
no era bueno escribiendo en papel. Así que escribió todos los nombres que le gustaban para sus pequeñas bendiciones.
Días pasaron, los cuales se transformaron en semanas. La Muerte andante con sus filosas y ensangrentadas guadañas iba de regreso a casa, había tenido que acudir a su labor en la vida de manera repentina, puesto que no podía ausentarse ni de broma, dejando a su amada felina sola, limpiando una pequeña caja de madera transformada en una cuna, forrada en esponjosa y cálida piel de cordero y lana de oveja, las cuales ambos enamorados consiguieron una noche de hurto en una humilde granja.
Se asomo por la penumbra de la habitación, con su silbido ella sabia que su mancebo estaba ahí.
Kitty sonrió, La Muerte sonrió.
Kitty se tumbo sobre él y lo abrazo.
La Muerte la atrapo y sus ojos sobre el vientre de ella descansaron.
Su mano descanso sobre esta misma, dándole suaves caricias, le daba tanta ternura que dentro de ese vientre crecían sus pequeños hijitos, la beso tiernamente en sus labios.
a Kitty, a su adorada esposa...a quien amaba mas que la vida misma.
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