Capítulo 40
Se deslizó en silencio por los pasillos. Si lo atrapaban era sirviente muerto, pero no era como si tuviese demasiadas opciones. Al menos consiguió que Deulso le hiciese caso y se quedase con su amo ya con que solo uno se arriesgase era más que suficiente.
Saltó a un patio ocultándose mientras pasaban unos encargados, La ventaja de su cuerpo de niño. En condiciones normales los sirvientes solo usaban cuerpos de adultos, ya que eran más prácticos que los de niños y aunque, en teoría, podían aparentar la edad que deseasen, la mayoría aparentaba alrededor de veinte años, los más veteranos, treinta. Solo los nuevos, durante la primera etapa de su vida, tenían aspecto infantil, pero él pasó tanto tiempo de su vida con aquella forma que le resultaba más natural que la adulta, pudiendo usar todo su potencial y, como resultado, consiguió infiltrarse en la zona prohibida del edificio de los encargados sin ser descubierto.
Aunque también tenía que ver el hecho de que no había vigilancia porque nadie cometería semejante locura.
Pero él era la excepción y es que necesitaba hablar con él para entender lo que estaba pasando porque, o mucho se equivocaba o aquel era el único sirviente que tenía la respuesta.
Siguió avanzando con precaución, escondiéndose de los encargados hasta que, al pasar por delante de un pasillo, se detuvo volviéndose al sentir una presencia. Escuchó decir a los sirvientes de más edad, que los primeros sirvientes fueron seres mucho más poderosos ya que, en el aquel entonces, el mundo no era de los humanos y los animales, cualquier ser vivo, tenía su propia fuerza, pero que, en la actualidad, buena parte de esa fuerza había quedado limitada y ahora comprendía lo que decían. Por más que lo que sentía no era un dios, tampoco era un sirviente, sino que estaba por encima de ellos. Ahora entendía por qué no permitían que nadie se acercase y es que ni siquiera Neudae o Hesang, a pesar de lo imponentes que resultaban, desprendían aquella fuerza. Por suerte, él estaba acostumbrado a sobreponerse a aquel tipo de sensación por lo que avanzó hacia la puerta mientras se transformaba en adulto y es que algo le decía que no sería buena idea entrar allí con su forma de niño.
Toco a la puerta con suavidad y casi de inmediato esta se abrió.
—Un humano —escuchó que murmuraba una suave voz desde dentro—. Adelante, sirviente humano, entra —le indicó la amable voz.
—Gracias. Con permiso —dijo entrando en la oscura sala donde no se veía nada deteniéndose dentro del área iluminada por la luz que entraba desde la puerta.
—¿No entras más, sirviente humano?
—Preferiría quedarme aquí si no es molestia—rechazó.
—Los nuevos sirvientes sois curiosos, después de todo solo tengo que hacer esto y no habrá diferencia —dijo mientras la puerta se cerraba detrás de él—. Pero a vosotros os suele gustar la luz —añadió mientras la puerta se volvía a abrir.
—Gracias por tu comprensión, Geomi.
—Hacía mucho que nadie me trataba así —escuchó que decía—. Los pocos sirvientes que han venido a verme, me trataban como a un dios, no como a otro sirviente. Parecían creer que, si me trataban así, no me los comería.
—Los sirvientes tenemos prohibido comernos entre nosotros y tú eres un sirviente —le recordó.
—Cierto —asintió Geomi saliendo de la oscuridad mostrándose como un joven pálido, como si no tuviese sangre en las venas, algo posible ya que estaba basado en un insecto, incluso su pelo, sus labios, era de un blanco que lo hacía parecer un espectro. Tan solo unos ojos negros que brillaban reflejando la luz que entraba por la puerta, tanto los dos grandes ojos, como los dos pequeños uno a cada lado de los más grandes. No cabía duda de que era una araña—. ¿Y qué te trae hasta ese lugar, sirviente humano?
—Quería preguntarte una cosa.
—¿Preguntar? —Él asintió—. ¿Y qué te hace pensar que puedo responder?
—Que sabes muchas cosas.
—Pero esa no es razón para contestarte.
—Lo sé —aceptó sacando las madejas de lana para dárselas.
—¿Un soborno?
—Un agradecimiento —lo corrigió él—. No me gusta deber favores.
—Como se esperaba de un sirviente humano. ¿Y bien? ¿Qué quieres saber?
—Porqué los encarados prohíben a los dioses bajar al reino humano.
—Y yo que pensaba que querrías saber quién le tendió la trampa al señor Haeng.
—¿Lo sabes? —Se sorprendió.
—No es tan difícil —contestó cogiendo las madejas y al tocar sus manos notó que estaban muy frías y que eran más dura que cualquier piel que hubiese tocado—. Pero tú ya has hecho tu pregunta, así que aquí tienes tu respuesta. Los encargados lo hacen para protegerse —contestó.
—¿Protegerse? —le preguntó sin entender y Geomi asintió—. ¿De los humanos? —Geomi volvió a asentir.
—No lo entiendes —dijo divertido al ver su cara y, al sonreír, vio unos largos colmillos en su mandíbula inferior.
—Me resulta difícil entender qué tienen que temer los encargados de los humanos —admitió.
—Solo hay una cosa que los encargados teman.
—Desaparecer al quedarse sin energía. Por eso reunieron a los elementales y a los dioses aquí, para asegurarse de que siempre había suficiente energía en el ambiente. Pero los humanos no necesitan esa energía, no pueden utilizarla —añadió pensativo.
—Cierto, pero es que ellos no temen eso. Lo que temen es convertirse en la parte innecesaria —le explicó haciendo que, por fin, lo entendiese.
—Ya veo —murmuró. Así que aquella era la razón—. Y ahora debo irme, es peligroso que esté aquí demasiado tiempo. Muchas gracias por contestar —se despidió.
—Un trato es un trato —respondió enseñándole las madejas—. Por cierto, ¿cómo lo supiste?
—Suerte —contestó saliendo de la habitación y, apenas estuvo fuera, la puerta se cerró por lo que volvió a su forma infantil comenzando a avanzar. Y ahora, a salir de allí sin ser descubierto.
—No lo entiendo —murmuró Gae rascándose la cabeza cuando él terminó la explicación. En cuanto fue posible, se reunió con Deulso para hablar de la respuesta de Geomi junto con Suei y Gae, aprovechando que el señor Jeon y el señor Kwon estaban reunidos con los encargados para hablar sobre el señor Haeng, bajo la premisa de que cuatro cabezas pensaban más que dos. En teoría.
—Pues no es tan difícil —contestó Suei mirándolo.
—Pero es que eso de convertirse en la parte innecesaria... —negó con la cabeza.
—Aquí todos tenemos una relación de dependencia —comenzó Deulso haciendo que los tres se volviesen hacia él—. Nosotros nos ocupamos de nuestros amos a cambio de que estos nos den energía, los dioses ayudan a los humanos a cambio de que estos les hagan regalos y compartan su energía con ellos.
—Y los encargados se encargan de los dioses —completó Gae pensativo.
—Pero al igual que los dioses sustituyen a sus sirvientes cuando son demasiado viejos o los humanos cambian a sus dioses por otros nuevos, los dioses pueden cambiar a los encargados por otras criaturas.
—Los humanos —murmuró Gae y Deulso asintió—. Pero estos son peligrosos.
—Tal vez más peligrosos que los encargados, pero eso no significa que no se pueda encontrar entre ellos algunos con los que los dioses podrían llegar a un acuerdo beneficioso y es que, para los dioses, sería más fácil tener humanos que los adorasen a ellos a cambio de concederles deseos y no estar aquí, tan alejados de los humanos con el consiguiente riesgo de ser olvidados. Pero los encargados necesitan a los dioses y a los elementales para vivir y prefieren arriesgarse a perder de alguno antes que ser reemplazados.
—Y por eso no los dejan entrar —murmuró Gae.
—Los dioses no confían en los humanos a pesar de necesitarlos y este es debido, en buena parte, a que los encargados no permiten que se acerquen a ellos, haciendo que aumente la desconfianza —confirmó Deulso.
—Pareces saber mucho —señaló él admirado.
—El señor Haeng a veces habla de eso, de que los encargados alimentan la desconfianza a los humanos para evitar que alguien se relacione con ellos y que, por eso, los demás dioses se mostraban recelosos —les explicó Deulso.
—Pero eso no nos sirve de nada —señaló Gae.
—Tal vez eso no, pero lo demás sí —replicó él haciendo que Gae lo mirase.
—Los encargados prohíben bajar al mundo humano para minimizar el riesgo de ser sustituidos por estos, y los dioses lo aceptaron porque pasó algo, algo que los asustó. A pesar de lo cual alguien bajo al mundo humano implicando al señor Haeng para no ser descubierto —le explicó Deulso.
—Pero el saber por qué los encargados no quieren que bajemos al mundo humano no nos sirve de nada —señaló Gae.
—Tal vez no nos haya ayudado, pero Geomi sabía quién está intentando involucrar al señor Haeng. Si alguien que está encerrado en una habitación ha podido saberlo tan solo con los documentos oficiales, eso significa que nosotros, que tenemos acceso a más información, también —le explicó Deulso.
—Le quitás lo divertido a estas situaciones explicándolo todo —se lamentó Suei–. Como sea, creo que tenemos que comenzar pensando por qué bajaría un dios al mundo humano a pesar de las restricciones —propuso y los demás asintieron.
—Solo hay dos razones por la que los dioses bajan al mundo humano. Porque están aburridos o porque necesitan algo de los humanos —dijo Gae.
—Y eso significa que, dado que en estos momentos está prohibido bajar, el único motivo posible es que ese dios necesitase algo de los humanos. Sobre todo, si tenemos en cuenta la discreción con la que lo hizo todo —murmuró Suei pensativo.
—¿Y lo de implicar al señor Haeng? —preguntó Gae.
—Eso después —lo detuvo Suei.
—Lo único que los dioses quieren de los humanos es que los adoren para aumentar su energía —señaló Gae—. Pero no es posible que nadie esté tan desesperado por la falta de seguidores o se sabría —Él asintió pensativo y es que, tal y como acababa de decir Gae, en esos momentos la situación era estable y todos los dioses tenía seguidores suficientes como para que su existencia no se viese amenazada. Podían pensar que alguno lo estaba ocultando, pero era muy difícil de hacer cuando, ante el menor problema, el primero en demostrarlo sería el familiar dependiente de aquel dios.
—Puede que sepa la razón —murmuró Suei pensativo haciendo que todos se volviesen hacia él.
—¿La sabes? —preguntó él.
—Creo. Cuando yo acababa de ser creado, una vez unos sirvientes más antiguos vinieron y me invitaron a un juego, pero antes de poder aceptar, el señor Kwon apareció y, al ver lo que ocurría, fue a ver a sus dueños muy alterado. Fue la primera vez que lo vi molesto por algo y, cuando regresamos, me advirtió de forma muy severa que nunca participase en aquello, ya que era muy peligroso.
—¿Y de qué se trataba el juego? —lo azuzó impaciente.
—Apuestas —contestó Suei.
—¿Apuestas? —repitió Deulso.
—Mi amo se negó a explicarme nada, pero como no me gusta no entender algo, decidí averiguar qué eran esas apuestas y por qué el señor Kwon parecía tan alterado solo por oír la palabra, así que investigué. La mayoría de los sirvientes se negaron a hablar del tema, como si quisiesen olvidarlo, pero algunos fueron más receptivos y lo que averigüé fue que hubo una época los dioses bajaban mucho a la tierra, pasando años entre los humanos, aprendieron cosas de ellos, y una de ellas fueron los juegos, sobre todo las apuestas, hasta los familiares apostaban las tareas. El apostar se convirtió en algo habitual, llegando a ser una parte fundamental de los encuentros y los retos, todo ello con el beneplácito de los encargados, apostando ofrendas, ayuda, incluso familiares. Hasta que los encargados se vieron obligados a prohibir las apuestas cuando se empezó a jugar otra cosa: la energía que los dioses tenían. Al parecer, la situación se les escapó de las manos y varios dioses desaparecieron al dar demasiada energía.
—Y por eso todos se mostraron de acuerdo cuando se prohibió —asintió él al comprenderlo.
—Se volvió algo que no podían controlar, así que para muchos fue un alivio encontrar una excusa para rechazarlo. Pero no todos estaban tan de acuerdo como aparentaban y, al igual que aquellos sirvientes que me invitaron, algunos dioses seguían haciéndolo de forma furtiva, sobre todo durante los encuentros —explicó Suei.
—Luego están apostando —murmuró Deulso.
—Hace algún tiempo vino un dios de visita durante los encuentros —comenzó Suei—. Al principio estaban hablando, pero, de repente, el tono de la voz del señor Kwon cambió, así que fui a la habitación. Me encontré con el señor Kwon transformado en un hombre adulto bastante alterado y me ordenó que sacase al invitado de allí. Después de eso, cada vez que se encontraba con él, lo ignoraba hasta que, por fin, se calmó. Y aunque nunca me quiso decir lo que ocurrió, por las palabras que escuché mientras me acercaba era evidente.
—Le propusieron apostar —adivinó él y Suei asintió.
—Después de eso, hablé con otros familiares y varios me dijeron que ellos también pensaban que a sus amos se lo propusieron que, incluso, aceptaron.
—Ya veo —murmuró. Si aquellas apuestas seguían en la clandestinidad explicarían tanto por qué un dios estaba tan desesperado como para bajar al mundo humano tantas veces como por qué lo mantuvo en secreto y es que estaba rompiendo dos prohibiciones—. ¿Ocurre algo? —le preguntó a Deulso al darse cuenta de que parecía perdido en sus pensamientos.
—Lo que ha dicho Suei de ver al señor Kwon alterado durante los encuentros. Es lo mismo que pasó con el señor Gahn hace un par de meses. Incluso me ordenó que lo echase —les explicó.
—Hace un par de meses... eso es justo cuando estábamos en los enfrentamientos —señaló Suei.
—No sé si fue por eso o no... —comenzó.
—Pero tiene sentido —acabó él por Deulso—. Apuestas de energía de forma clandestina durante los enfrentamientos. Si alguien tuvo una racha de mala suerte, la opción más evidente era pedir ayuda al dios de la suerte.
—Todo encajaría. El señor Gahn hacía apuestas ilegales hasta que una racha de mala suerte, le hizo deber demasiada energía, así que recurrió al señor Haeng en busca de ayuda, pero este lo rechazó, echándolo, por lo que no le quedó más remedio que bajar al mundo humano a por más energía a pesar de la prohibición eligiendo como chivo expiatorio a quien no lo ayudó —murmuró Suei asintiendo—. El problema es que, aunque todo parezca encajar, en realidad no tenemos ninguna prueba y si vamos a hablar con los encargados, solo seremos cuatro familiares esparciendo rumores de un dios.
—Entonces eso significa que fue el señor Gahn quien... —comenzó Deulso apretando los puños.
—Espera —lo detuvo—. Si lo atacas, con o sin pruebas, lo único que conseguirás será ser encerrado en una celda y que tanto el señor Jeon como su casa queden sin protección. Y no sé tú, pero yo me gustaría que, en caso de tener razón, el señor Gahn tenga acceso a las cosas de tu amo. Así que piensa muy bien tu próximo movimiento, porque eres lo único que tu amo tiene —le pidió y este lo miró dispuesto a marcharse cuando golpeó el suelo frustrado.
—Tienes razón, pero si no, ¿qué hacer? ¿Ir con los encargados y acusarlo? —le preguntó.
—Si nosotros, con nuestros conocimientos, hemos llegado a esta conclusión, nuestros señores, que conocen las apuestas ilegales y quién está involucrado, con más razón. Eso significa que, si todavía están hablando con los encargados, es porque ellos tampoco tienen ninguna manera de demostrar que el señor Gahn es quien bajó al mundo humano —murmuró él—. Pero, a diferencia de ellos, sí que hay una cosa que podemos hacer —añadió mirando a los demás.
—¿Y eso qué es? —preguntó Gae.
—No te preocupes por eso, solo mantente cerca de mí, como siempre— le advirtió Suei cuando la puerta se abrió.
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