Capítulo 14

Tocó a la puerta con fuerza esperando hasta que esta se abrió.

—Ah, Sae —lo saludó el señor Kwon con su apariencia infantil, sonriente.

—Señor Kwon —respondió sorprendido. Los dioses no abrían las puertas, para eso estaban ellos.

—Amo, ¿cuántas veces os tengo que decir que no abráis la puerta? —lo regañó Suei cogiéndolo en brazos.

—No entiendo por qué, después de todo ahora ambos estáis ocupados y yo no tengo nada que hacer, así que ¿por qué no iba a abrir? Además, estamos en la ciudad celestial, no es peligroso.

—Eso no es una razón. ¿Qué pasaría si se extendiese el rumor de que vos mismo abrís la puerta? Si en lugar de ser Sae, fuese otro familiar, antes de mañana todo el mundo comentaría el tipo de sirvientes que somos, como no nos podéis controlar y, ¿cómo podría salir fuera de esta habitación entonces?

— Lo siento, no pensé en eso —se disculpó el señor Kwon mientras entraban con él siguiéndolos.

—Pues en tal caso, no lo volváis a hacer —le advirtió Suei severo dejándolo en unos cojines—. ¿Y bien? ¿En qué podemos ayudarte? —le preguntó volviéndose hacia él.

—¿Qué le ha ocurrido a Gae? —inquirió sorprendido al ver que estaba sentando en el suelo cubierto de golpes y cortes que parecían bastante dolorosos.

—Nada, no te preocupes. Para mañana apenas quedará rastro— contestó Suei regresando con Gae para coger una crema y comenzar a echársela.

—Esta tarde, cuando fueron a ordenar las cosas del almuerzo, regresaron así. Ambos se han negado a decirme lo que paso —le explicó el señor Kwon en voz baja y al oírlo, asintió. La única explicación era que alguien debía haber dicho algo sobre el señor Kwon, quizás un grupo, y Gae respondió o Suei se estaría burlando de él sin piedad y explicando lo ocurrido con todo lujo de detalles.

—Duele —se quejó Gae.

—No interrumpas las conversaciones de los demás —le advirtió Suei—. ¿Y bien? ¿Necesitabas algo? —lo azuzó.

—Traje un regalo para el señor Kwon —les explicó dándole la vasija a este—. Es ponche.

—¿Ponche? —repitió el señor Kwon emocionado mientras le brillaban los ojos y él asintió—. ¿Con alcohol? —Y cuando él volvió a asentir, el señor Kwon cogió un vaso sirviéndose.

—Tan solo espero que no se os ocurra beberlo cuando aún tenéis ese cuerpo infantil —le advirtió Suei a pesar de que estaba de espaldas centrado en Gae, haciendo que el señor Kwon se detuviese—. Y también espero que no crezcáis delante de Sae —añadió haciendo que el señor Kwon, que había empezado a hacerlo, se detuviese.

—Mejor voy a mi habitación —murmuró.

— No, no es necesario. Me despido aquí —lo detuvo él.

—Cierto. Mejor que estés cerca por si necesita algo —aceptó el señor Kwon.

—¿Necesitar algo? —Lo miró.

—¿Acaso no vas a ir a buscarlo?

—Me dijo que lo esperase en la habitación cuando acabase —respondió mirándolo y es que en teoría fue a hablar con los encargados sobre las alternativas que tenía a las mujeres humanas, por lo que no debería haber ningún problema a pesar de lo cual, de repente, tenía un mal presentimiento.

—Las órdenes que recibimos, no siempre son correctas —intervino Suei— Nuestras intuiciones, sí —añadió por lo que se despidió antes de marcharse a toda prisa dirigiéndose hacia la zona principal.

Recorrió con rapidez los pasillos de suelo pulido esquivando a los pocos sirvientes y encargados con los que se cruzaba. Como sirviente, no podía entrar sin permiso en el área de los encargados, pero acercarse y esperar era lo único que podía hacer. ¿Qué estaba pasando? Allí dentro no había nada peli...

—¡Geomi! —exclamó al recordarlo acelerando el paso.

En ese momento existían normas sobre qué criaturas se podían convertir en familiares y cuáles no, normas que fueron creadas en base a la experiencia. Lo cual quería decir que en épocas antiguas existían familiares basados en conejos, humanos y también entre los insectos. En el caso de los dos primeros, se acabaron prohibiendo por los problemas que causaban en el mundo humano, mientras en el caso de los insectos se prohibieron porque, a diferencia de los demás animales, no parecían sentir el apego que debía caracterizar a los familiares, no acatando las órdenes y no respetando ninguna norma en unos casos o siendo incapaz de hacer nada excepto lo que se les ordenaba en otros, permaneciendo el resto del tiempo inmóviles. El destino de aquellos familiares fue muy diverso, pero la mayoría tuvieron que ser destruidos al volverse demasiado peligrosos, tan solo uno de ellos seguía vivo: Geomi.

Este fue creado a partir del espíritu de una araña, algo evidente, según se decía, porque tenía ocho extremidades y unos colmillos con forma de pinza. Según escuchó, Geomi fue un familiar que, si bien no mostró apego por su dueño, sí fue obediente, algo que los encargados achacaban a que se dio cuenta de su destino en caso de no saber comportarse y aquello le permitió sobrevivir no solo más que todos sus compañeros insectos, sino incluso más que su señor. Y aquello les planteó un problema a los encargados ya que, en esos casos, el familiar pasaba a otro dios, haciéndose cargo este de sus necesidades. Pero ninguno de los dioses quiso aceptar a un familiar que, según todos, hacía que se te pusiesen los pelos de punta y que no le pudieses quitar los ojos de encima seguro de que iba a saltar encima de ti y robarte la energía, algo que ocurrió en otros casos. Sin embargo, tampoco se podía matar sin más a un familiar que sirvió a su amo y no tenía ni una sola falta en su impoluto expediente.

La solución que encontraron los encargados fue recluirlo en una habitación en la zona más inaccesible del edificio, un lugar al que solo se podía entrar con un permiso especial y donde, según se decía, organizaba los documentos en una desagradable penumbra. En cuanto a su alimentación, los dioses debían ir por turnos a alimentarlo, algo de lo que todos se quejaban. El único que estaba exento de esa obligación era el señor Kwon después de que, por segunda vez, le diese demasiada energía, algo que él recordaba. Aquella vez muchos estaban convencidos de que lo iban a destruir, pero, para sorpresa de todos, solo se le prohibió al señor Kwon acercarse y se dispuso un máximo de energía que se le podía dar, algo que causó muchos rumores sobre Geomi y qué podía saber para ser capaz de proteger su vida incluso cometiendo la falta más grave. Gae y Suei seguían sin poder oír aquel nombre.

Además, él realizó la ceremonia para saber cuál era su forma verdadera por enésima vez. Y, si lo pensaba, los encargados no tenían por qué repetir una ceremonia tan costosa tantas veces. No sin recibir algo a cambio, pero ¿desde cuándo? ¿Desde cuándo estaba pagando aquel precio sin que él lo supiese? Y entonces recordó que siempre, sin excepción, el señor Jeon se sentía indispuesto durante las competiciones. ¿Por qué no se dio cuenta? Era cierto que siempre lo achacaba al alejamiento de su pareja, pero aun así debería haber imaginado que los encargados no harían una ceremonia así a cambio de nada.

Se detuvo al ver al señor Jeon que avanzaba por el pasillo cansado. No cabía duda de lo que había estado haciendo.

—Amo —lo llamó acercándose con rapidez.

—Sae —lo saludó recomponiéndose mientras sonreía—. ¿Qué haces aquí?

—He venido a buscaros —contestó mirándolo. Estaba tan pálido que incluso sus labios perdieron el color y es que si en condiciones normales ya era bastante duro dar energía a alguien que no era tu familiar, en el estado actual del señor Jeon...

—No hacía falta, ya te dije que solo venía para ver si existía alguna alternativa a los humanos —le recordó mientras se alejaba, por lo que no le quedó más remedio que seguirlo—.

—¿Y os han dicho algo?

—Nada nuevo. Al parecer es imposible. Lo único que podría cambiar sería el género, pero debe ser un humano.

—¿El género? —El señor Jeon asintió—. ¿Eso significa un hombre? —le preguntó con precaución y el señor Jeon volvió a asentir—. Comprendo —murmuró mientras tenía sentimientos encontrados y es que no quería que su amo estuviese con un chico, prefería a una chica, ya que si era un chico...

No era que quisiese que le hiciese aquello a él, pero por alguna razón, si bien en el caso de las mujeres todavía era capaz de controlar aquellas ideas absurdas, de obligarse a ser racional, cuando pensaba que el compañero del señor Jeon podía ser un chico, ni todas las razones del mundo servían para ayudarle a aceptarlo. No podía permitir que tocase a otro hombre, fuese por la razón que fuese, y aquello lo sorprendió ya que, si bien los familiares solían ser posesivos, también eran lo bastante racionales para mantener aquellos sentimientos bajo control. Y en su caso también era así hasta que escuchó aquella frase. Mejor mantenía aquellos pensamientos en secreto.

—¿Sae? —lo llamó el señor Jeon.

—¿Entonces vais a buscar a un hombre para estar con él? —se obligó a preguntarle sin mirarlo.

—Desde luego que no —negó este—. Es tan solo la alternativa que me han dado, pero no tengo ningún interés en los hombres. No es que lo tenga en las mujeres, pero si tengo que elegir, prefiero a estas últimas. ¿Acaso tú preferirías que mi compañero fuese hombre?

—No —rechazó. Cuando al darse cuenta de lo que había dicho, se detuvo—. Lo que quiero decir —se corrigió—, es que ya estoy acostumbrado a cuidar de mujeres, y no estoy muy seguro de que cómo cuidar a un hombre.

—Al parecer son más fáciles, pero en cualquier caso da igual. Además, sea hombre o mujer, eso no soluciona el problema y es que yo lo que quiero es algo que me permita prescindir de esos cambiantes humanos. Por eso les he pedido que sigan buscando mientras permanezcamos aquí. Por más que parezca inútil.

—Comprendo —murmuró mirándolo de reojo. Los labios estaban empezando a recuperar el color, pero aún estaba pálido—. ¿Estáis bien? —le preguntó por fin.

—Desde luego, solo algo cansado —le aseguró—. Así que regresemos rápido.





Aquella noche estaban cenando en la habitación que tenían asignada mientras charlaban.

—Así que Deulso —estaba diciendo el señor Jeon sorprendido entre bocado y bocado—. No sabía que erais amigos.

—Y no lo somos. Creo —añadió—. Tan solo me pidió ayuda.

—Para aprender a cortar la fruta —él asintió.

—Quiere complacer a su amo.

—Algo encomiable.

—Por cierto, el señor Haeng me enseñará a cocinar un plato —le explicó.

—¿Te va a enseñar a cocinar? —Se detuvo para mirarlo.

—El aspecto y olor mientras se hace no es agradable —admitió—, pero estoy seguro de que el sabor os agradará. El único problema es Cath. Creo que no querrá probarlo. ¿No puedo aprenderlo? —le preguntó al ver su expresión.

—¿Y tienes que aprenderlo de Haeng?

—Es el único que lo sabe. ¿Puedo?

—No me agrada que pases tanto tiempo con él.

—¿Y si venís conmigo?

—Muy bien, iré —aceptó.

—¿Y sobre Cath?

—Si Cath no puede comerlo, no es un problema. Solo debes hacerlo junto con otros platos y que ella no lo coma si no le agrada.

—Gracias, estoy seguro de que os gustará —le aseguró feliz.

—¿Y a qué viene ese interés repentino por la comida?

—Es tan solo que me preocupa que os estéis empezando a cansar de mi comida —le explicó.

—¿Cansarme?

—Yo no sé preparar tantos platos y desde que llegó Cath, he comprendido que hay muchos tipos de sabores, formas de preparar la comida, y me preguntaba si no empezabais a estar aburrido. Sobre todo, después de tantos días comiendo solo la comida tradicional que yo preparo.

—Desde luego que no— negó el señor Jeon sorprendido—. ¿Acaso no te dije que me gustaba tu comida? —Él asintió a medias. Lo conocía demasiado bien para no saber hasta qué punto podía ser considerado, sobre todo con los que estaba a su cargo. Como con sus compañeras, y al verlo, el señor Jeon suspiró—. Lo cierto— comenzó con prudencia—, es que prefiero tu comida. Pero no solo eso. Si tuviese opción, no volvería comer la comida humana que trae Cath.

—¿Por qué? —le preguntó suspicaz.

—En realidad... En realidad, a mi parte elemental no parece gustarle ese tipo de comida, y no solo por el excesivo sabor. Hay demasiadas cosas que no son de origen natural y al parecer eso... afecta a mi parte elemental— le explicó.

—¿Os enferma?

—No llega a tanto —negó tranquilizador haciendo que él lo mirase. Era cierto que desde que Cath llegó, el señor Jeon era menos activo, pero él lo achacó a Cath y al hecho de que no cumplía bien con sus deberes. Nunca se le ocurrió pensar que la comida humana podía resultarle perjudicial.

—Deberíais habérmelo dicho —le advirtió disgustado.

—Ya te he dicho que no hay motivo de preocupación, solo me cuesta más trabajo asimilarla. Por suerte, Cath la suele comer con sus amigas fuera y no tengo que acompañarla siempre.

—Debéis hablar con ella —le advirtió.

—No es necesario —se negó en redondo.

—Pero...

—No es necesario —repitió más firme—. Mis compañeras humanas renuncian a su vida, a su familia, para estar conmigo. Lo mínimo que puedo hacer es acompañarlas cuando comen —le recordó y aunque él pensó que no sabía hasta qué punto Cath se estaba sacrificando cuando seguía saliendo fuera cada vez que quería, haciendo lo que quería, sin cumplir con sus obligaciones como sus antecesoras, se abstuvo de decirlo por enésima vez.

—Entendido. Tan solo decidme cuando os empecéis a sentir mal —le advirtió serio.

—Muy bien —aceptó el señor Jeon divertido.

—¿Qué ocurre? —le preguntó al darse cuenta.

—Nada, pensaba que, aunque la ceremonia sea efectiva, cada vez que la haces, te acercas un poco más a tu forma adulta y no solo creces, sino que maduras. Antes no eras capaz de regañarme así.

—Desde luego. Sois mi amo, es mi deber ocuparme de vos y asegurarme de que no os pasa nada.

—Gracias —Él negó incómodo dándole otro sorbo a la sopa.




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