Capítulo 13
Aceleraron el paso y, tal y como temían, cuanto más se acercaban, más denso se hacía aquel olor, incluso el aire comenzó a cargarse mientras los familiares hablaban en el pasillo y cuando, al estar a punto de llegar, mezclado llegó también el olor de algo quemándose, Deulso casi echó a correr con él siguiéndolo cada vez más rápido hasta que llegaron a la habitación.
—Amo —lo llamó Deulso abriendo la puerta, por debajo de la cual salía un espeso humo que los rodeó extendiéndose por el pasillo.
—Deulso, bienvenido. Pero has vuelto muy rápido y has estropeado mi sorpresa —lo acusó el señor Haeng desde algún lugar, y decía desde algún lugar porque la habitación estaba envuelta en un humo tan espeso que apenas podía ver a Deulso delante de él.
—¿Amo? —lo llamó Deulso adentrándose en el humo y él lo siguió tapándose la boca con la manga.
—Aquí, en el patio. Así que haz el favor de venir, no se puede respirar ahí dentro —le advirtió severo.
—Amo ¿qué...? —comenzó Deulso mientras ambos salían al patio encontrándose al señor Haeng junto al origen tanto del humo como del olor. Un fuego sobre el que estaba puesta una olla llena de un líquido morado lodoso con tintes rosados que bullía con fuerza, tanto como el fuego que brillaba debajo.
—Sae, has venido tú también —lo saludó alegre y él respondió con la cabeza haciendo esfuerzos por no toser mientras Deulso se acercaba al señor Haeng, que tenía la cara tiznada en varias partes.
—Amo, no me digáis que habéis usado la madera que estaba en ese lado —le pidió Deulso señalando la derecha antes de comenzar a limpiarle la cara con su manga.
—¿Cómo lo sabes? —contestó este sorprendido dejándose hacer mientras él los miraba. No es que aquello fuese incorrecto, pero, por alguna razón, tenía la sensación de que estaba viendo algo que no debía.
—¿Acaso no os dije que esa leña debía secarse?
—Ahora que lo mencionas... Por cierto, ¿Sae te enseñó lo que querías? —Deulso asintió—. Gracias —le dijo a él girándose todo lo que Deulso le permitía.
—No hay nada que agradecer —negó.
—¿Y eso que es? —prosiguió señalando la vasija que Deulso puso a su lado.
—Ponche —contestó él al ver que Deulso no parecía dispuesto a responder. Al parecer limpiar la cara del señor Haeng era más importante.
— ¿Ponche? ¿Y eso qué es? —le preguntó a él con curiosidad.
—Un tipo de bebida de los humanos.
—Quiero verla. Deulso, ¿todavía no?
—Si os estuvieseis quieto y callado, acabaría antes —replicó Deulso y al escucharlo, el señor Haeng suspiró.
— Sabes que no se me da bien estar callado.
—Creo que mejor voy a por agua —murmuró Deulso mirándolo pensativo.
—Después —lo detuvo el señor Haeng soltándose para coger la vasija mirando dentro—. Así que esto es ponche. Eso que flota, ¿qué es?
—Trozos de fruta, el líquido es alcohol. Lo hemos hecho entre Deulso y yo —le explicó.
—Sae me enseñó —corroboró Deulso.
—Entonces, lo utilizaremos para brindar esta noche. Y ya que habéis llegado en el momento justo, necesito vuestra opinión. Primero Deulso. Toma y dime que te parece —le pidió cogiendo un cuenco para echar con generosidad aquel mejunje y, por primera vez desde que lo conocía, compadeció a Deulso.
—¿Esta receta es nueva? —preguntó este mirando el cuenco.
—Se me había olvidado parte, pero pensé que te gustaría y la estuve buscando. Por suerte, encontré la receta.
—Gracias —replicó Deulso bebiendo un sorbo y es que, después de escuchar algo así, ningún familiar sería capaz de rechazar la comida, incluso con aquel aspecto—. Tan bueno como siempre —lo alabó con tono monocorde.
—Y, como siempre, tus opiniones no me sirven de nada —murmuró el señor Haeng disgustado—. Por lo tanto, dime qué te parece —le pidió a él.
—No creo que deba... —negó retrocediendo. Prefería respirar el humo. Parecía más sano.
—No te preocupes por las formalidades y pruébalo —lo azuzó tendiéndole otro cuenco tanto o más lleno que el de Deulso, el cual bebía el suyo con rostro inexpresivo y mirada perdida.
—Gracias —se obligó a decir mientras sonreía.
Tendió la mano cogiéndolo mientras tragaba saliva. Por más que su instinto le decía que no probase aquello, no podía rechazarlo, no cuando el señor Haeng lo miraba así. Respiró hondo, llevándoselo a la boca mientras intentaba recordar si tenían algo para el dolor de estómago en la habitación o sería mejor pedírselo a los encargados en el camino de regreso.
—Puede ser que esté algo duro, pero no debería haber problemas con el sabor —le aseguró y él asintió antes de dar un sorbo tragándoselo de golpe, cuando se detuvo.
—Está muy bueno —murmuró sorprendido mirando el cuenco, ¿cómo era posible que algo con ese color y aspecto tuviese un sabor tan dulce y suave?
—Desde luego. El señor Haeng es un cocinero excelente —aseveró Deulso como si fuese evidente.
—Solo he aprendido a hacer algunas cosas, así que no exageres. Es tan solo que cuando la gente empezó a preocuparse por el aspecto de los platos, comidas como esta fueron olvidadas a pesar de su sabor, así que las aprendí. Hubiese sido un desperdicio que se perdiesen sabores tan deliciosos como estos tan solo porque su aspecto no es el mejor. Después de todo, lo importante de la comida es el sabor.
—Tenéis razón —asintió él volviendo a beber.
—Si quieres la receta, te puedo enseñar. Es muy fácil.
—Por favor —le pidió. Si bien Cath se negaría a probar aquello basándose en su apariencia, estaba seguro de que el señor Jeon sabría valorar aquel sabor. Iba a beber un nuevo sorbo cuando se dio cuenta de que ya se lo había acabado.
—¿Quieres más? —le ofreció el señor Haeng al verlo.
—Si fuese posible —aceptó. Ya sabía que no era de buena educación, pero tampoco podía resistirse a comer un poco más de aquella delicia, tuviese aquel aspecto o no.
—¿Deulso?
—Primero deberíamos ocuparnos del humo —señaló.
—En tal caso, yo seguiré con la comida —asintió el señor Haeng alegre.
—Vos, sentaos.
—Es mi comida, no te acerques a ella —le advirtió belicoso apuntándolo con el cazo para servir.
—Al menos permitidme que haga otro fuego con leña seca. Todo está lleno de humo y los demás dioses se quejarán.
—Muy bien, hazlo —accedió.
—Yo te ayudo —se ofreció y poco después la comida estaba puesta en un nuevo fuego que no lo llenaba todo de humo mientras él empezaba a abanicar sacando el humo de la habitación.
—Y os he dicho que lo tapéis.
—Desde luego que no —se negó el señor Haeng en redondo—. Me gusta ver como hierve. A veces, si tienes suerte, se forman burbujas que reflejan la luz del sol y se ven arcoíris tintados de rosa o morado —explicó apartándose el pelo de la cara, por lo que se tiznó la frente de nuevo.
—El olor es demasiado fuerte —le recordó Deulso comenzando a limpiarle la frente—. Y los demás dioses vendrán a quejarse.
—Pero estamos al aire libre.
—Vendrán a quejarse —repitió Deulso serio.
—Cada vez los dioses se quejan más —murmuró el señor Haeng haciendo un puchero disgustado—. Antes no eran así. Deulso, ¿por qué se están volviendo así?
—Lo ignoro.
—Pero es que cada vez puedo hacer menos cosas. Ya no puedo golpear objetos por el ruido, no puedo descolgarme por los muros, no puedo entrar por las ventanas...
—Yo... creo que mejor me voy... —interrumpió él, que de repente no solo tenía la desagradable sensación de que sobraba, sino de que se habían olvidado de él—. Quiero decir, debo irme. Mi amo me espera —se corrigió formal.
—¿Pero no querías más? Ya falta poco —le aseguró el señor Haeng soltándose para mirarlo.
—Mi amo me espera. Lo lamento —repitió y es que, por alguna razón, a pesar de que la expresión de Deulso no igual, tenía la sensación de que le estaba diciendo con la mirada que se marchase de una vez. Más que la sensación, la certeza.
—Puedo llevársela después —intervino Deulso.
—Está bien. Te la llevaremos después —aceptó el señor Haeng disgustado.
—Muchas gracias —se despidió cogiendo su vasija.
—¿Ya está limpia? —le preguntó a Deulso tocándose la nariz mientras se ponía bizco.
—Dejad de tocárosla con las manos sucias —le advirtió Deulso mientras él cerraba la puerta suspirando de alivio. A partir de ahora solo iría a la habitación del señor Haeng por un muy buen motivo y siempre después de asegurarse de que Deulso no estaba allí.
Avanzó por el pasillo mientras pensaba en lo que acababa de pasar. No es que aquello hubiese sido censurable, pero, por alguna razón, tampoco le parecía correcto. Sin embargo, por más que lo pensaba, no encontraba nada malo. Deulso solo se ocupó del señor Haeng y aunque era cierto que no había visto a nadie hacerlo así, ni siquiera a Suei a pesar de que este cuidaba del señor Kwon como un pájaro de su cría, eso no significaba nada, ya que cada uno cuidaba de su amo según el animal en el que se basaba. ¿Así era como se comportaban los bisontes? Por alguna razón, no se lo imaginaba. ¿Y si él le hiciese aquello al señor Jeon? Entonces podría tocar su cara y... comenzó, sintiendo como la cara se le calentaba cuando, al imaginarse la escena, sintió como toda la emoción en su interior desaparecía y es que, dado su tamaño y su aspecto, no dejaría de parecer un niño limpiando a su hermano mayor. Debía lograr pasar la ceremonia la siguiente vez. No sabía si se volvería tan grande como Deulso o no, lo que sí que sabía era que tendría su forma adulta y, por lo tanto, sería más alto. Si no fuese por ese dolor en el ojo, por aquella sensación de pánico...
Se obligó a apartar aquello de su mente ya que pensar en eso, no lo ayudaría. Lo único que lo podía hacer era trabajar y eso pensaba hacer. Al final, aquel había resultado ser un día mucho mejor de lo que imaginó aquella mañana cuando se levantó y si bien no podía asegurar que se hubiese hecho amigo de Deulso, sí que esperaba no volver a sentir aquella mirada atravesándole la espalda.
Además, descubrió que este era mucho más hablador de lo que suponía y mucho más devoto de su dueño.
El señor Haeng tenía un aspecto llamativo, de hecho, estaba considerado como una de los tres dioses más hermosos de la ciudad celestial, incluso los más reticentes no podía negar que estaba entre los diez, y corrían rumores que aseguraban que la razón por la que no bajaba al mundo humano, era porque estos, en cuanto lo veían, se enamoraban de él sin importar si eran hombre o mujer, obsesionándose con él hasta el punto de abandonarlo todo, incluidas posesiones o familia. Pero que a Deulso le brillasen los ojos cada vez que lo mencionaba, le resultaba excesivo. Tan solo esperaba que él no pusiese la misma cara cuando estaba hablando del señor Jeon o sería demasiado evidente lo que sentía.
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