Capítulo 3
Abrí mis ojos por fin después de caer en tan profundo sueño. Apenas y podía abrirlos a medias. Pude notar que no estaba en la recámara de mi departamento sino en un cuarto de hospital. A mi derecha había una ventana con unas cortinas cerradas, así que supongo que será de noche. Giré mi mirada a la izquierda y vi que se encontraba un electrocardiograma conectado a mí. Traté de mover mis brazos pero al parecer solo podía mover el derecho. Volteé a ver por qué no podía hacerlo y me llevé una desagradable sorpresa. Mi muñeca estaba esposada a la camilla en la que me encontraba. Comencé a gritar como un loco desesperado porque no podía zafarme y me sentía agobiado. Inmediatamente vinieron unas enfermeras y al ver cómo estaba me inyectaron una dosis de tranquilizantes los cuales me dejaron drogado. No podía hacer nada, ahora ni siquiera tenía fuerzas. Sentía claramente cómo me desvanecía por el efecto de la inyección. Antes de caer vi que una de ellas hablaba por teléfono mientras las otras dos me observaban a lo lejos. No pude resistir más y cerré los ojos por completo para así perderme de lo que pasaba a mí alrededor.
Después de unas horas por fin pude despertar y lo primero que vi fue a un doctor hablando con mi hermano a las afueras de mi habitación, cosa que me pareció muy extraña. Traté de distraerme y miré hacia la ventana y por la luz que daba con no mucha intensidad pude saber que era medio día. Giré a mi izquierda y recordé que tenía una esposa atada a la cama.
¿Por qué estoy esposado a la cama? ¿No se supone que los criminales son los únicos a los que les hacen esto? Joder, ahora sí que estoy confundido. Yo no he hecho nada malo para que me pongan así, soy un ciudadano cualquiera y nunca he hecho nada malo como para merecer esto. Es inaceptable el que este así, no lo soporto. Me quiero mover, quiero pararme e irme a mí departamento, no quiero estar más aquí.
Apenas el doctor pudo notar que me encontraba consciente dejó de lado a mi hermano para venir a verme. Cerró la puerta y me dijo con un tono irónico:
- Vaya, vaya, vaya… Miren quién ha despertado al fin.
- ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué estoy encadenado? ¡Respóndame joder! – Dije completamente exaltado.
- Venga tranquilo Leobardo. Apenas acabas de despertar y ya quieres causar problemas una vez más.
¿De qué carajo me está hablando este tipo? ¿Cómo de que una vez más? ¿Cuándo he causado problemas para estar así? ¿Qué he hecho? Me cago en todo, quiero obtener respuestas ahora mismo.
- ¿De nuevo? ¿Qué problemas he causado? – Dije nervioso.
- ¿Qué no te acuerdas de tus crímenes? – Dijo en tono burlón. – Bueno, ya te los recuerdo yo. Has apuñalado a la señorita Fernanda Villalobos y has dejado en condiciones críticas al señor Mauricio García y antes de que le mataras te ha disparado en la pierna. Eso es lo has hecho. No sé cómo no lo puedes recordar.
¿Qué? ¿Cómo de que dejé al imbécil de mi jefe medio muerto? Y… ¡Fernanda! ¡Cómo me atrevería si quiera a tocarla! Esto es imposible, yo no sería capaz de dañarla de ninguna manera, antes muero yo que lastimarla. Me cago en todo, díganme que esto es un mal sueño por favor. No puede ser que me haya cargado a Fernanda ni le haya hecho eso a Mauricio, aunque se lo merezca, no, no, no. ¡No soy un asesino! Nunca he matado ni siquiera a un perro de la calle, jamás y ni loco lo haría. Esto debe ser una equivocación. ¡Yo soy inocente!
- ¿¡Qué!? ¡Yo jamás haría algo así! ¡Se lo juro! – Dije exaltado y confundido.
- Creo que ese coma te ha afectado la cabeza eh, ahora ni siquiera tienes memoria.
¿Coma? ¿Cuándo he estado yo en coma? Joder ahora sí que estoy confundido.
- ¡Yo nunca eh estado en coma! – Dije gritando.
- Oh mira, claro. – Dijo sarcástico y agarrando una jeringa.
- Qué… ¿Qué hace con eso? Dije temeroso al ver que se acercaba a mí. - ¡Aléjese!
En ese momento me empecé a mover mucho y a gritarle pero nada de lo que hice funcionó. El doctor me tomó del brazo y me inyectó algo que me dejó completamente dormido.
Al abrir los ojos vi a mi hermano sentado en un banco a mi derecha, al parecer estaba esperando a que despertara. Una vez me vio consciente se levantó e inmediatamente me abrazo. Yo le correspondí el abrazo con mi brazo derecho. Una vez se detuvo me dijo con tristeza y unas lágrimas en los ojos:
- Leo… ¿Por qué has hecho eso?
- Héctor, tienes que confiar en mí. Yo no he hecho eso.
Hizo una breve pausa, me miró y me contestó:
- No me mientas, por favor.
- Es en serio, yo no he hecho nada de lo que dicen… Te lo juro. – Le dije mirando los ojos con una mirada desesperada.
- Lo siento hermano. Yo…Yo he ido a su funeral, ella está muerta.
No. ¡No, no, no y no! ¡Maldita sea! ¡Soy un puto asesino! He matado al amor de mi vida, a aquella persona por la que moría por probar sus dulces y suaves labios. Aquella persona por la que siempre daba todo para hacerla feliz, a pesar de estar con Mauricio. Y ahora me la he cargado. No merezco estar aquí, vivo, respirando y con personas que ven por mí, no es lo justo.
Al ver que no tenía respuesta alguna él se retiró con una mirada decepcionada.
No podía responderle, estaba atónito. No pude resistir el llanto y las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas. El miedo y el nerviosismo están apoderándose de mí por la culpa de tener que cargar por el resto de mis días la muerte de la persona que más amo en este mundo. No lo puedo soportar, ¿y ahora qué voy a hacer? ¿Pudrirme en la cárcel por mis últimos días de mi miserable vida? Mierda, no puedo pensar con claridad. Soy el culpable de todas las desgracias que ocurren a las personas que más quiero en este mundo y lo mejor que puedo hacer para ya no hacerles daño es irme de una vez por todas de este planeta. Tengo que idear algo para hacerlo sin que nadie me detenga, es la única salida que veo a esto.
Todos estos pensamientos recorrían mi cabeza cuando el doctor entró inesperadamente a la habitación para decirme con tono serio:
- Bien Gonzales, como al parecer ya se ha recuperado del todo mañana al amanecer vendrán a llevarle a cumplir su condena. Solo venía a avisarle para que disfrute sus últimas horas.
- Bueno… y… ¿Qué hora es? – Dije para idear un plan.
- Son exactamente las 6:32 de la tarde, bueno, si me disculpa me tengo que retirar.
Él dio unos pasos para salir del cuarto pero antes de que se fuera y me condenara a vivir entre las rejas le dije:
- Doctor… Antes de que ya no pueda ver la luz del Sol, ¿puedo ver un último atardecer?
- Eh… Claro. – Dijo para acercarse a las cortinas a lo que yo le dije:
- ¿Puedo verlo en la terraza? Para verlo mejor.
- Vale, ahora le digo a un par de guardias que lo lleven allá.
- Gracias.
Al cabo de unos diez minutos vinieron dos guardias a quitarme las esposas y llevarme la ver última puesta de Sol de mi vida. Subimos las escaleras hasta llegar a la azotea donde curiosamente el doctor me estaba esperando. Estaba fumando. Al percatarse de mi presencia se dirigió a mí, me saludó y me ofreció un cigarro el cual acepté. Ambos nos quedamos mirando fijo al cielo, apreciándolo.
- Sé que planeas algo pero no sé qué es. Solo te aviso que si das algún paso en falso ese par de guardias te meterán un tiro en la cabeza. – Dijo en tono serio.
- No se preocupe doc. No haré nada… Solo quiero disfrutar de este atardecer.
Nos quedamos disfrutando del paisaje mientras me ofreció otro cigarrillo el cual tomé pero él me dio toda la cajetilla diciendo:
- Quédate con la cajetilla, la necesitarás más que yo.
- Gracias, supongo.
Después de hacer esto me dirigí a una esquina. Podía observar como la Luna se asomaba cada vez más y el Sol se ocultaba poco a poco. La gente que estaba en las calles, todos tan agitados, tan preocupados pero yo estaba tranquilo; al fin podía sentir una paz que no había experimentado en mucho tiempo. Estaba esperando a que el Sol se ocultara por completo. Una vez se oscureció por completo respiré profundo y miré al cielo, pensando si en verdad quería hacerlo, en qué pasaría, cómo reaccionarían ante mi muerte. Tal vez no les importe, incluso se alegrarán de que alguien mal nacido como yo por fin haya muerto. No vale la pena vivir así. Miré hacia la parte baja del edificio y volví a mirar al frente mientras seguía respirando profundo. Por fin me había decidido, saltar era la mejor opción. Iba a dar un paso al frente pero antes de que hiciera nada el doctor se dirigió a mí y me dijo:
- ¿Estás seguro de querer hacer eso?
Me extrañó que dijera eso pero le contesté sincero:
- Parece la única salida al sufrimiento que tengo dentro de mí.
- Tal vez haya otra solución.
- ¿Cómo cuál? La persona a quien amo más en el mundo está muerta y fue bajo mis propias manos, todo mundo me odia, ¿qué salida puede haber a eso doctor?
Cuando dije eso no lo pensé más y me arrojé del techo para así terminar con mi miserable vida. Al momento en el que iba cayendo se me vinieron a la mente los momentos que marcaron mi vida en tan solo fracciones de segundo. Recordé cuando mi padre me llevó de pesca por primera vez. Recordé las veces que jugábamos mi hermano y yo cuando éramos pequeños. Cuando vi a mi madre morir frente a mis ojos y no pude hacer nada. Todos esos recuerdos vinieron a mi mente en los segundos que fui cayendo.
Finalmente sufrí el impacto de mi cuerpo chocando contra el suelo. Solo sentí como el mundo se detenía ante mis ojos. Mi mirada permanecía viendo el cielo y en tan solo unos instantes sentí como todo lo que veía se desvanecía hasta quedar todo en negro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top