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El último huevo había salido. Fue, extramente, un éxito el proceso. Sentía el ambiente bastante deprimente y ansioso, pero lo más probable era por la puesta de nido que había pasado. Cada temporada está cargada de estrés extra, y eso lo sabía por experiencia.
Donatello está dejando a las crías en una incubadora pequeña. Suficiente para los cuatro huevos. Leo se recuesta en el lecho andrajoso, orgulloso al ver como un huevo es más grande que los otros, y sintiendo curiosidad sobre cómo se verá cuando eclosione.
Sin embargo, mira como Donatello se dirige a la salida con ellos, y de repente siente un vacío recorrerle todo su cuerpo.
Normalmente, los huevos pasan de la incubadora a sus brazos para proteger a sus futuras crías. Pero esta vez es diferente, y tiene tanto miedo de ser sepado de lo suyo.
—Hey, Raph, ¿a d-dónde va Donnie? —pregunta con timidez Leo, y la timidez se sustituye por el terror, al no tener ninguna respuesta del pargo—. Raph, ¿p-por qué se los lleva?
Donnie atraviesa la puerta junto con sus bebés, ni siquiera le dirige la mirada. Se va y se los lleva con él sin su permiso.
Leonardo, a pesar del dolor palpitante de haber parido a cuatro huevos, logra levantarse, queriendo perseguir a Donatello, pero es detenido por las cadenas doradas de Mikey. Le sujeta los brazos y piernas, inmovilizando a la tortuga de orejas rojas.
Así que, sin poder hacer más, solo logra mostrar los dientes y gruñir. Gruñir a aquellos mutantes que alguna vez fueron su mate.
Leo comienza a exigir que lo liberen, él no debería estar atado, él debería estar con sus crías en su nido y verificando si se encuentran bien. Impregnando su aroma y sintiendo el orgullo de una nidada exitosa.
Pero no es así, solo les gruñe y suelta tantas maldiciones. Insulta y se queja que le den a sus bebés, que le devuelvan lo que es suyo, porque aún tenían su aroma y no ese tonto olor a plástico se la incubadora. Y se desespera aún más, pues el olor de sus crías es cada vez más lejano y no puede evitar sentir la sensación de desesperanza en su tonta agonía.
Después se cansa, y el enojo pasa a hacer una aflicción enorme, que se mezcla con la idea de sentirse traicionado. Le dolía saber que Mikey también colaboró con ellos. Su hermanito le había quitado una parte de él y solo está enfrente suyo impidiendo defender a sus bebés.
Los tres estaban siendo tan crueles con él. Y esto había sido el límite, pues estaba de acuerdo cuando lo dejaban, aceptaba las burlas y muestras de amor bruscas que le hacían a su cuerpo. Pero no quería esto. Eso no. No a sus bebés.
No entiende por qué lo estaban dañando si se esforzaba en ser tan buena pareja.
Él de verdad intentaba ser bueno.
Gime y chirría tan lánguidamente, y genera tanta lástima al verlo. Cualquiera que lo viera de una manera tan patética, preguntaría sobre su mate y por qué no está ahí con él consolándolo.
Porque, ¿cómo es posible que el líder de la resistencia no tenga pareja? ¿Cómo es posible que pueda defender a una ciudad entera pero no a sus crías? ¿Qué clase de padre era?
Aún era padre, ¿verdad?
—Yo... y-yo no entiendo. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué Donatello se los llevó? —pregunta Leo, sonando rendido.
—Leo, ahí no hay nada —comienza Mikey, sin aflojar las cadenas—. No hay ningún huevo fecundado.
Leo frunce su ceño, ¿que no hay nada, dice? No le cree, él no los parió. No puede estar seguro.
En cambio, Leo sintió lo cálido que eran sus crías. Lo más probable es que al menos uno esté fecundado, ¿pero todos? No. No les cree. Están mintiendo. Raph está haciendo el mismo gesto que hace cuando le mentía diciendo que lo amaba.
—Ellos son... son míos, Raph. E-eran míos —masculla constantemente el deslizador.
Repite a cada rato que son suyos, como si eso les devolviera a sus crías. Pero solo obtiene las estúpidas miradas de pena e incomodidad de las otras tortugas.
—Leo, por favor, entiende. No había nada dentro de los huevos —pide Raph queriendo acercarse, haciendo que Leo le gruña.
—¡Pero no tenían que darlos! —chilla y lloriquea—. ¡No tenían ningún derecho! ¡Eran míos! ¡Yo sí los quería! ¡Eran mis bebés!
Leo está seguro de haber sentido una fugaz vida en algún huevo. Pero ahora, ¿cómo saberlo? Fueron desechados. ¿Qué pasa si eclosionan lejos de él? Ellos van a creer que no los quería, que eran basura y fáciles de olvidar. ¡No, claro que no! Tal vez pueda recuperarlos. Si confía en que la caída no fuera tan fuerte, o si conociera el lugar.
—¿Por qué lo hicieron? N-no es justo. Ustedes solo me follan y se van... se van y no les importa —gimotea, y como puede, se rinde entre las sábanas donde aún olía a sus crías—. Yo... yo s-sé que me odian, pero no... no tenían por qué llevárselos.
Escucha a Mikey suspirar, o tal vez fue Raph. No sabe. Leo se encuentra con el hocico pegado entre el colchón viejo. No quiere verlos, no quiere que lo vean llorar.
Dicen algo sobre que le traerán comida o lo dejaran en paz. No está seguro, pero lo importante es que se van de ahí, y Leo se desploma de inmediato.
Se da cuenta en lo estúpido que fue al tomarlos en cuenta para su nido. Desgarra las prendas de sus antiguos compañeros, las tira y aún así se siente tan ajeno a su propio nido, pues aún huele a ellos y a depresión.
Se va hacia su otro nido como puede, entre renqueando y gimiendo. Y de repente se siente un niño de siete años, cuando tenía una pesadilla y ninguno de sus hermanos quería quedarse con él en la noche. Y se las tenía que apañar en quedarse dormido solo porque odia la oscuridad y se siente tan tonto y abandonado.
Ahorita mismo se siente tonto y abandonado por confiar en ellos, pero no tiene siete años y no es una pesadilla. Realmente le gustaría que fuera una pesadilla.
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Leonardo grita las órdenes y manda a un equipo de protección por más alimento.
Desearía ir, pero el bulto notable en su pierna le impide. El bulto llamado Casey Jr.
Es increíble la tenacidad del niño al permanecer agarrado de su pierna como garrapata. Todo porque "deberia descansar más".
No lo haría, obviamente. Pero finge que sí, pues descansó y bajó la guardia con los suyos y le arrebataron una parte de él.
No volverá a ocurrir el mismo error.
Así que sujeta al niño con un brazo, y se dirigen a un cuarto separado. Ese que usaban tanto de habitación, de cocina y de entretenimiento. Es pequeño, pero le agrada más así, porque el olor suyo abunda de sobremanera. Y su olor ya se encuentra impregnado en la ropa y piel de Casey, denotando a quién le pertenece.
No pasará lo mismo otra vez. Nunca. Ya suficiente tenía con sentirse atormentado con ser aquel que libró el mal. Todos los días veía las miradas juzgonas de sus compañeros a principios de la invasión.
Pero Jr lo mira con un asombro que solo un niño de diez años puede dar. Y con ello, se ganó el corazón de Leo, volviéndose su mundo.
Uno nuevo, pequeño y lleno de heridas ya cicatrizadas. Uno que no permitirá que nadie le arrebate. Y de ser así, está vez peleará porque este niño es su todo.
Escucha a Casey soltar algo parecido a un ronroneo. Ambos se encuentran en el catre andrajoso. Casey está sobre su plastrón y vuelve a soltar ese no-ronroneo.
Leo golpea suavemente su hocico en la cabeza del humano, y suelta un enorme ronroneo que hace reír a Jones.
No necesita a un compañero para ser feliz. Le hubiera gustado, sí, pero la carita de Jones es mil veces mejor. Y no se arrepiente de haberlo rescatado de ese basurero.
Curiosamente, el mismo basurero en el que Donnie desechó a sus crías.
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Gracias por leer 😘
Como curiosidad, los huevos no estaban fecundados. Nunca lo estuvieron. Leo tenía la realidad alterada o una mierda así
So, se paniqueo y pensó q era culpa de ellos
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