Capítulo 8: Precaución
-Estaré afuera un rato, ¿está bien? -mi padre preguntó a través del celular- Llegaré a casa más tarde de lo común.
Largué un suspiro de odio cuando entendí por qué me había dicho aquello. Generalmente no me hubiera molestado, pero ahora que la rueda delantera de mi bicicleta estaba pinchada, me tocaba caminar a la secundaria, significando que si quería llegar temprano, tendría que básicamente correr en pijamas.
-Claro -mi voz mostraba cuán cansado estaba en esos momentos.
-Lamento no poder alcanzarte a la secundaria. Si antes de salir hubiera sabido que aparecería esta niebla no me hubiera ido tan temprano.
-Ajá.
-Como sea, cuídate. Y ve con cuidado.
-Lo haré. Adiós.
Y sin esperar ninguna respuesta más, corté la llamada, lanzándome de nuevo sobre mi cama para sentir lo cómodo del colchón. Estaba muy cansado como para ponerme a hacer cosas. Pero inhalé y exhalé profundamente, tratando de mantener mis ojos abiertos.
-Rayos -mascullé.
Rodé hacia un costado y hacia el suelo, esperando que el impacto me despertara lo suficiente como para caminar sin problemas. Pero no dio resultado. Solo causó que me quedara tirado sobre la alfombra por un buen rato.
Era el segundo día desde la muerte de Davis, y aún seguía nauseabundo. Me sentía muy incómodo conmigo mismo. Las ideas que pasaban por mi cabeza me decían que tenía que terminar con esto, o que tenía que ser castigado, y no quería tomar ese camino. Pero no siempre lo que uno quiere es lo mejor, supongo.
Me pregunto qué hubiera sido de mí si Davis hubiera cerrado la cortina antes de que yo lo viera. Es decir, ¿seguiría siendo el mismo de antes? Siento que desde esa noche estoy más tenso y paranoico por todo lo que sucede a mis alrededores; sea o no algo por lo que estar preocupado. Pero si no hubiera descubierto la verdad del profesor suplente, a lo mejor mi vida no hubiera sido más que una normal.
Como sea, pude obtener la voluntad necesaria para levantarme y preparar lo necesario para otro día de estudios. Ni me preocupé en agarrar algo para desayunar, pues volver a pensar en mi crimen me había sacado el hambre... de nuevo.
La niebla que mi padre había mencionado no era del todo peligrosa. Se notaba con facilidad que iba a dispersarse después de un rato. Pero si hubiera ido en bicicleta, lo más probable es que hubiera ido lo más lento posible, pues mi miedo me hubiera impedido acelerar. Seguía siendo niebla después de todo.
Suspiré brevemente antes de cerrar la puerta con llaves y salir del área de mi hogar. Ya no me importaba correr, pues inclusive a mi máxima velocidad llegaría tarde, y además la niebla estaba limitándome la vista. Si comenzaba a acelerar, a lo mejor me llevaba puesto a alguien más.
Pero ahora me pregunto si hubiera sido diferente si corría, o si en realidad el destino ya lo tenía planeado.
Varios minutos de caminata más tarde, ya a unas cuantas cuadras de la secundaria, tres siluetas aparecieron entre la niebla. Tres siluetas que reconocía con facilidad y que hubiera deseado no haberme cruzado. Tres personas que caminaban hacia mí sin importar que tuvieran otro destino.
La señal del motel que se ubicaba a mi cabeza parpadeó doble vez, revelándoles mi ubicación. Me frené cuando los tres estudiantes pudieron verme. Ellos continuaron con su caminata, pero cesaron su charla. Y, solo cuando estaban a unos pasos de mí, fue Travis quien rompió el silencio.
-Es un poco tarde, ¿no te parece?
-La secundaria es para el otro lado -manifesté, dispuesto a ignorarlo. Mis ojos ni trataron de ocultar el odio que se había apoderado de mí.
-¿Piensas que somos tan estúpidos como para no saberlo? -dijo él con esa sonrisa tan inútil y característica suya.
-No lo sé. A lo mejor la niebla hizo que se perdieran -dije, comenzando a avanzar hacia ellos para seguir con mi camino, pero ninguno me cedió el paso. Los tres me detuvieron con una mano, empujándome muy levemente para que no atravesara su pequeña barrera.
-¿A dónde crees que vas? -preguntó el que estaba a la izquierda de Michael.
-A la secundaria, ¿a dónde más iría?
El mismo que habló estiró sus brazos para volver a empujarme, esta vez más fuerte. Pude mantenerme de pie, tratando de demostrar que no tenía miedo, pero ellos seguían avanzando hacia mí como si estuvieran en un juego de cazadores y presas.
-¿Qué quieren? -pregunté, esperando que me dejaran libre.
-No lo sé, la verdad -comenzó Travis. Sus dos amigos empezaron a colocarse a mis costados, rodeándome-. Siempre me preguntaba lo mismo, pero nunca sabía la respuesta.
Me quedé en silencio. Sabía que quería que hablase, por lo que no iba a cumplirle el deseo. Pero sus amigos no son estúpidos tampoco.
-¿Qué es lo que te preguntabas, Travis? -preguntó el que aún no había hablado, usando un tono irónico.
-El por qué es tan divertido hacer esto -respondió, lanzando su mano lo suficientemente rápido como para no dejarme reaccionar.
El puño en mi mejilla casi me rompe los dientes. Travis tenía una fuerza increíble para tener pocos músculos. Traté de mantener mi equilibrio, pero fue uno de sus amigos el que me agarró de la remera para evitar que me cayera. Lo siguiente que sucedió fue que me empujaron hacia el callejón de al lado, provocando que cayera sobre los restos de botellas de vidrio y basura que se esparcían sobre el suelo.
No estaba tan lastimado. Aún podía moverme. Pero había algo que me impedía levantarme y enfrentarme a ellos. Quería hacerlo, pero no podía. Sentía que solo empeoraría las cosas. Así que en esos pequeños segundos en los que estaba en el suelo, sentí cómo mi odio hacia ellos se elevaba hasta mi garganta. Era tanto odio, que, de igual manera, tenía miedo.
¿Pero por qué los odiaba?
Ah, sí.
Porque eran personas malas.
Eran personas que solo lastimaban.
Travis agarró el palo de escoba que estaba apoyado sobre la pared que tenía a su lado, y un solo paso le bastó para usar el objeto como bate y pegarme en el rostro con el mismo.
-Oh, jo, jo -río el mismo que me había empujado.
Me mantuve unos segundos con las manos apoyadas en el suelo, inhalando y exhalando múltiples veces. El dolor no se iba.
-¿No te puedes levantar? -preguntó el otro bravucón.
Guardé silencio. Ya sabía hacia dónde se dirigía esto. Y para cuando me acomodé de nuevo, Michael volvió a batear con el palo hacia mi rostro, usando más fuerza que la anterior. Mis manos no pudieron frenarme, causando que mi rostro ahora cayera y chocara contra el suelo.
-¡Ja! Esa estuvo buena -no pude identificar quién fue el responsable de decir aquello. Mi mente estaba tan preocupada en el dolor que no me daba el lujo de pensar correctamente.
-¿Qué vas a hacer, eh? -insistió Travis, conteniéndose para no escupirme en el rostro.
Lentamente agarré uno de los pedazos de vidrio de la botella rota.
-¿Sabes qué? -volvió a preguntar- Esto es por dejarme en ridículo el otro día. Te lo mereces.
-¿Me lo merezco? -pregunté, mirando al piso seriamente- ¿Merezco ser castigado?
Me levanté con lentitud, tratando de ponerme de pie sin ser interrumpido, pero ninguno avanzaba. Y mi mirada se dirigió suavemente hacia el que tanto odiaba. Mis labios formaron una sonrisa tan leve que probablemente ninguno la vio. Y, un segundo después, dejé escapar la siguiente pregunta.
-¿Y ustedes no?
-¿Qu---?
Un paso largo fue suficiente para posicionarme frente a Travis y cortarle la garganta con el fragmento filoso que sostenía en mi mano. El bravucón abrió sus ojos ampliamente, y con rapidez, trató de cubrirse la herida con sus manos, causando que éstas empezaran a empaparse con la sangre que chorreaba.
Los tres restantes mirábamos y escuchábamos cómo su boca trataba de recuperar la falta de aire, pero sin importar cuánto tratara, parecía ser inútil. Y entonces, breves segundos después, comenzó a inclinarse hacia delante lentamente, cayendo de rostro al suelo para luego exhalar por última vez.
-¡Trav---!
El pedazo que había usado previamente ahora se encontraba clavado en la nuca del estudiante que había gritado el nombre del muerto. Y con movimientos rápidos, lo quité para luego partirle el ojo derecho en dos al bravucón que aún estaba intacto.
Ambos agonizaban, pero me sorprendía que ningún solo sonido salía de entre sus labios. En su lugar, yo estaría gimiendo del dolor, pero ellos solo parecían preocuparse por cubrir su herida con sus manos ahora rojas. A lo mejor se rindieron en el momento que los ataqué y decidieron que ya venía su fin. Lo cierto era que si trataban de salvarse, volvería a atacar.
Uno cayó instantáneamente al suelo, pero no pude revisar si aún seguía respirando, pues mi mirada seguía en el estudiante cuyo ojo había perdido su única función. Así que luego de volver a tomar control completo del pedazo de vidrio, lo hundí en el estómago de dicho bravucón. Éste se retorció del dolor, doblando su barriga para tratar de evitar que la sangre saliera. Pero no tardé en darme cuenta que sus piernas ya estaban débiles, así que lo agarré antes de que cayera y lo ayudé a sentarse, apoyando su espalda sobre el motel de al lado.
Finalmente, los tres yacían a mi alrededor, cada uno dejando que el suelo se manchase con el líquido rojo que seguía saliendo de sus heridas. Pude escuchar un par de intentos para recuperar oxigeno del último de ellos, pero pasaron segundos cuando ya solo escuchaba mi propia respiración y nada más.
Silencio casi absoluto.
Mi respiración no trataba de calmarse, pues seguía exigiendo más y más oxígeno, mientras que mi corazón tardaba en darse cuenta de lo que había hecho.
Ay, dios, ¿qué había hecho?
Entré en pánico. Mi cabeza me daba vueltas, causando que no pudiera pensar en nada. Miré a mis manos, las cuales obviamente estaban manchadas de sangre. No sabía qué hacer.
Había vuelto a matar.
Pero dentro mío, muy dentro mío, estaba aliviado. Había terminado con otra carga. No solo una, de hecho, sino tres. Tres cargas que no hacían nada más que joder a todos. Y a decir verdad, me gustaba ese sentimiento. Me gustaba tanto que volví a reír. Fue breve al principio, pero luego comencé a extender dicha risa hasta que mis pulmones requerían más aire. Mis manos se entrelazaron con mis pelos, y mi mirada estaba fija en la sangre que llenaba los huecos sin líquido.
Mi cerebro decidió volver a funcionar poco después, haciéndome acordar que aún podría pasar cualquier persona por al lado y descubrir mi delito. Guardé el fragmento de vidrio en mi bolsillo y luego de mirar una última vez a lo que me rodeaba, eché a correr hacia la secundaria.
La niebla ya casi se estaba yendo cuando abrí las puertas del establecimiento. Lo primero que hice fue dirigirme al baño, donde aparentemente no había nadie. Abrí el grifo del lavamanos y comencé lo más rápido que pude a sacarme todo el rastro rojo en mis manos, usando una gran cantidad de jabón para ello. Acto seguido, me saqué los zapatos, y usando un papel mojado, comencé a limpiar cada mancha de sangre que veía en ellas. Algunas pude hacerlas desaparecer, pero habían algunas otras que pude al menos evitar que se vieran a simple vista.
Revisé cualquier otra prenda que llevaba conmigo para ver si tenía algo que me delatase, pero parecían no haber tocado sangre ni nada parecido. Saqué luego el vidrio de mi bolsillo y comencé a lavarlo también, solo por si acaso. Cuando ya estaba completamente transparente, lo lancé al tacho de basura, y usé un par de papeles para secarme y tirarlas encima del fragmento.
Volví a mirarme en el espejo.
Mis ojos estaban asustados. Lo podía notar. Mi respiración estaba desesperada en intentar calmarse, y mi corazón no dejaba mi pecho en paz. Mis manos temblaban y mis piernas casi ni querían sostenerme. Mi pelo estaba hecho un lío.
Fue entonces cuando tuve que girarme hacia uno de los retretes a vomitar. Esto que había hecho era diferente al caso de Davis. Este caso fue apropósito. Fui forzado a matarlos con un objeto filoso. Los hice sufrir por unos segundos antes de matarlos. Esta vez fui un asesino de verdad.
Pero lo que hice estuvo bien, ¿verdad?
Fue lo mejor para el pueblo, ¿verdad?
Merecían morir...
...¿Verdad?
Salí del baño luego de asegurarme que no hubiera ningún rastro de sangre o vomito tirado por allí. Luego de revisar que en el pasillo no hubiera nadie, me dirigí al salón. Aunque, a decir verdad, cada paso me aumentaba los latidos y me aceleraba la respiración. Sentía varias gotas de sudor recorriendo mis axilas y frente. Estaba nervioso.
¿Qué ocurría si al ingresar a la clase alguien notaba las débiles manchas rojas en mis zapatos? ¿Qué si me agarraba un ataque de pánico y revelaba todo? ¿Qué si mi padre descubrió dónde estaba la noche de la muerte de Davis y entonces mandó un oficial a la clase? ¿Qué si alguien me vio matar a los tres bravucones y decidió contarle a toda la clase?
Mi cabeza daba vueltas con distintas preguntas paranoicas y distintas situaciones aterradoras. No estaba en condiciones para entrar a clase. Pero si no lo hacía, a lo mejor iban a sospechar de mí, pues dudarían de dónde estaba todo ese tiempo.
Fue entonces cuando entendí algo. Una vez que encontrasen los cadáveres, y vieran que yo llegaba tarde a clases esa mañana, cualquiera podría relacionar ambos temas. Es decir, estaba en problemas si ingresaba al salón.
De las dos posibilidades (ingresar o volver), sabía que una era más fácil ocultar que la otra. Si volvía a casa, podría mentirles a mis compañeros diciendo que estaba resfriado, y a mi padre que estuve en el colegio como siempre. Mientras que si ingresaba al salón, no tenía manera fácil de explicar por qué había llegado tan tarde, pues si decía que la alarma no había sonado, mi padre (cuando se enterase) y Toby iban a saber que estaba mintiendo.
Por ello, me frené a unos pasos de la clase, y luego de vacilar, me volteé para alejarme con pasos rápidos.
-Ahí está. ¡Zayn!
Mis pasos cesaron inmediatamente. La voz del profesor Jones no la confundía con ninguna otra. Al voltearme pude ver que éste se encontraba en la puerta de la clase, medio cuerpo dentro y con la mano en la perilla, mirándome con una sonrisa de bienvenida.
-Justo estaba preguntando por ti -dijo.
No lo recuerdo con firmeza, pero creo que mis ojos mostraron miedo. Cual dibujo animado, estaban temblando. Solo que, extrañamente, mi visión seguía clara en el momento.
-¿Piensas entrar? -preguntó.
Tragué saliva antes de asentir doble vez tímidamente. De allí, me dirigí a la otra puerta para ingresar a la clase, mientras Jones se aseguraba de que realmente estaba entrando. Apenas pisé dentro, todos mis compañeros habían fijado su mirada en mí. Fue allí cuando caí en cuenta que estaba a un hilo de gritar como loco, pues mi pánico era increíblemente fuerte. Usé toda mi voluntad para no mirarlos y así dirigirme hacia mi escritorio, donde apoyé mi mochila en el suelo suavemente. Mi mirada estaba perdida, y mis oídos no escuchaban nada más que un pitido que se hacía cada vez más fuerte, tal como si hubiera salido de una explosión.
No sabía si me habían hablado o qué. Mi cerebro solo podía pensar en una cosa. No entendía qué pasaba a mis alrededores. Estaba tan preocupado por qué haría si me descubriesen que no prestaba atención a mis compañeros que trataban de preguntarme algo.
La mano de Beck causó que me acordase que estaba dentro de la clase.
-¿Zayn? -preguntó, mirándome atentamente y preocupada.
-¿E-Eh?
-¿Estás bien? -insistió- Te noto perdido.
Sacudí mi cabeza hacia los lados brevemente, pero luego asentí.
-Sí, sí, estoy bien. Solo pensando en cosas -dije.
Su mirada me dijo que todavía no estaba satisfecha con la respuesta, pero terminó alejándose por el momento. Supongo que fue lo mejor que pudo hacer, pues probablemente iba a perder el control si seguía respondiendo cosas. Es en serio cuando digo que estaba volviéndome loco.
Más de lo que estaba, de hecho.
-Bueno, ahora que ya pasé lista -comenzó el señor Jones, aplaudiendo una sola vez para llamar la atención de todos-, ya pueden hacerme las preguntas que se estaban guardando.
Solo una alumna levantó su mano con entusiasmo. Greg Jones apuntó su mano hacia ella, dándole el permiso para hablar.
-¿Dónde estabas todo este tiempo? -preguntó ella, sonriendo.
-Fuera de aquí, en un pueblo que probablemente no conozcan -respondió el profesor con su característica sonrisa.
-¿A qué habías ido? -preguntó alguien más.
-Tuve un asunto familiar al que fui obligado a atender. Mi tío falleció por un accidente, aparentemente, así que fui a cuidar de mi padre, quien no está en muy buenas condiciones.
-¿Él se encuentra bien? -preguntó la misma de la pregunta inicial.
-Sí, por suerte, gracias por preguntar. Al parecer le afectó mucho la muerte de su hermano, es todo. Me fui cuando creí que ya estaba bien como para cuidarse a sí mismo... ¿Alguna otra pregunta?
-¿Te enteraste de lo del profesor Davis? -preguntó Harry Bell.
Mis ojos se abrieron cuando me acordé que este último estudiante era el último del grupo de amigos de Travis. Si de cuatro había matado a tres, me faltaba uno. Y ese era Harry.
Greg guardó unos pocos segundos de silencio, mirando a dicho estudiante con algo de disgusto.
-Sí, me enteré -admitió finalmente-. Una pena, ¿verdad? Era un amigo mío, a decir verdad, y por eso lo había elegido como reemplazo de mi clase mientras yo no estaba. Me parece muy peculiar que haya saltado.
-¿Qué si no saltó? -cuestionó Harry, clavando su mirada en el profesor.
-¿Crees que lo empujaron? -preguntó Jones.
-Todo es posible.
-Pues, si fue asesinado, a encontrar al bastardo que lo mató, entonces.
Muy probablemente no fui el único en notar algo extraño sobre esa última frase que el profesor manifestó. Ya conocíamos a Greg desde hace unos cuantos años, y él nunca había dicho algo de esa manera. El modo en que lo dijo realmente me había desconcertado.
Fue en ese momento cuando escuchamos un grito de ayuda por los pasillos. Todos dirigimos nuestras miradas hacia la puerta, dejando un tenso silencio. Pero cuando consideramos la posibilidad de que habíamos alucinado, el grito se volvió a repetir.
Jones se dirigió a la puerta para salir de la clase, y en el momento que lo hizo, el resto de los estudiantes se levantaron para acercarse a las puertas y salir también, desesperados por información de lo que sucedía. Yo, sin embargo, me mantuve sentado, algo agitado.
-¿Qué sucede? -preguntó Toby, quien no podía ver debido a que todo el resto estaba tapándole la situación.
-Hay una mujer llorando -respondió alguien de entre el puñado de alumnos.
-¿Llora---?
-¡Greg salió corriendo! -gritó Sophie, mirando a unos pocos con algo de miedo.
-¿Qué?
-¿Cómo que salió corriendo?
-Es verdad, no lo veo.
-¿Qué está pasando?
-Se fue en serio.
-¿Quién es esa mujer?
-¿Deberíamos salir?
Mientras las preguntas y los comentarios no cesaban, yo guardaba silencio. Pero al comprender que no lograba nada, me levanté lentamente para salir por la puerta libre de estudiantes. Y fueron segundos después de que la secundaria entera se callara cuando Jones volvió.
Si no hubiera sido por el silencio, no lo hubiéramos escuchado. Pero las palabras retumbaron por todo el pasillo.
-Están muertos.
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