Capítulo 11: Rebeldía (2)
Me detuve frente a las escaleras de la secundaria. La lluvia aún no cesaba, pero ya casi ni me importaba. Solo tenía que concentrarme en mi última misión del día y regresar a mi hogar antes de que mi padre se diese cuenta de que salí. Mis huellas estaban en el barro del jardín de la casa de Rivera, así que tenía que, de alguna manera, ocultar que eran las de mis botas, pero antes de eso tenía que entrar a la secundaria a terminar con lo que fui a hacer.
La puerta estaba abierta, dejándome entrar libremente a la oscuridad del pasillo. Saqué el celular de mi bolsillo solo para ver que la batería estaba a muy poco de acabarse, por lo que opté por guardarlo y únicamente usarlo cuando llegase al cuarto que quería; de todas formas, la tenue luz de la luna me permitía ver sutilmente las paredes y lo que sea que hubiera en el camino.
Avancé hacia el primer pasillo de la derecha, pero apenas me giré a esta, mis pasos se frenaron al ver la luz de una linterna acercándose desde otro pasillo al final de la misma. Me agaché rápidamente, pues tenía miedo de que mis botas hicieran ruido, y lentamente me dirigí a la puerta de la clase que tenía a mi derecha. Abrí dicha puerta lo más silencioso que se me permitía, ingresando una vez que lo hiciera y apoyando mi espalda sobre la pared para que no se me viera.
Dos guardias caminaron por al lado de la puerta pero sin prestarle atención a ésta misma. Seguramente estaban tan aburridos de que nada pasase que ya ni les importaba revisar cada sitio de la secundaria, aunque debo decir que agradecía que fuera así. La luz de la linterna ya no se veía desde donde estaba, dándome a entender que ya era seguro salir.
Avancé hacia el pasillo por el que los guardias habían aparecido, girándome hacia las únicas escaleras de la secundaria. Comencé a subirlas lentamente, esperando no hacer algún ruido que delatase mi posición.
La segunda planta del establecimiento no era del todo útil para los estudiantes. Lo único que interesaba (según los que aún no habían terminado con los estudios) era la sala del laboratorio y la de nutrición. El resto era todo salas de mantenimiento, cuartos con máquinas, o una habitación para que los profesores pudieran trabajar en silencio cuando no estaban dando clases. Lo que me interesaba en esos momentos a mí, sin embargo, no era ninguna de esas. Necesitaba encontrar la habitación desde donde se manejaban las cámaras. Según tenía entendido, nadie miraba las grabaciones de dichos aparatos a excepción de cuando eran obligados. Si aquello es verdad, entonces este cuarto del que hablo tenía que estar vacío.
Comencé a avanzar por el pasillo que tenía en frente. No tenía idea de dónde estaba la habitación, pues nunca había entrado a ella, así que fui obligado a ingresar a través de todas las puertas que veía, exceptuando la del laboratorio y la que llevaba a la sala de nutrición. Entré a todas las salas en mi camino, una por una, esperando ver algo que indicase que las cámaras se controlaban desde allí. Cuando me alejaba, sin embargo, trataba de no cerrar la puerta. Un paso en falso me podía delatar. Por ello, prefería dejarlas abiertas y desear que los guardias no notasen dicha acción.
Finalmente, encontré lo que buscaba. Afortunadamente, nadie estaba dentro. La silla que se ubicaba frente a las pantallas estaba libre, y parecía no haber sido usada por mucho tiempo. No dudé en poner un pie dentro para acercarme a la computadora que se apoyaba sobre el escritorio, esta vez cerrando la puerta previo a moverme.
Encendí el monitor sin siquiera sentarme. Prefería no arriesgarme a que las ruedas del asiento hicieran ruido, por eso olvidé mi comodidad y prioricé mi sigilo. Pasaron unos breves segundos hasta que la luz de la maquina iluminó mi rostro, pero me preocupé en el momento que vi que tenía que colocar una contraseña para ingresar. Estaba a punto de pegarle al escritorio por frustración, pero me recordé a mí mismo que no tenía que provocar sonido.
Traté de buscar algo por la habitación que me diera alguna pista de qué teclear, como algún papel, libro, alguna nota, o inclusive alguna foto. Pero a simple vista no encontraba nada que fuera de ayuda. Volví a acercarme al monitor y usé lo primero que se me vino a la cabeza: el nombre de la secundaria.
-Mierda -mascullé al ver que no era correcta.
Volví a girarme, esta vez agarrando mi celular y encendiendo la linterna para poder investigar los rincones oscuros, aunque resultó inútil. No había nada en la habitación que me diera la contraseña de ingreso.
Necesitaba el acceso a esa computadora costase lo que costase. Desde allí podría revisar los datos guardados de las cámaras y borrar de la existencia la muestra de que yo había asesinado a los tres estudiantes fuera del establecimiento.
Inmediatamente, se me iluminó la bombilla del cerebro. Era posible que lo que buscaba estuviese en la oficina del director. Después de todo, la contraseña tendría que estar en algún lado visible, pues si algo le pasaba al guardia encargado de las cámaras (quien debe saber la contraseña), alguien tendría que reemplazarlo. Pero ir a la oficina del director requería volver a bajar y pasar desapercibido por los guardias.
Titubeé un poco. Me tentaba la decisión de irme de aquí antes de que me descubrieran. No obstante, sabía que tenía que asegurar mi victoria o acabaría en prisión. Por esa razón me limité a suspirar y volver a apagar la luz de mi celular.
Salí de la sala de la misma forma que un niño cruzaría la calle. Tuve que mirar a todas las direcciones para asegurar que no hubiera nada peligroso antes de zarpar. Mi ruta parecía libre, por suerte. Avancé acuclillado para que mis pasos no hicieran tanto ruido, y una vez que llegué a las escaleras, iba colocando los dos pies en los distintos escalones a medida que descendía.
No veía las linternas de los guardias cerca, así que continué con mi ruta. Encontré la oficina del director sin ninguna dificultad, pues todos los estudiantes sabíamos dónde estaba. Giré la perilla muy lentamente, ingresando una vez que la puerta estaba abierta, y cerrándola suavemente posteriormente. Encendí la linterna del celular y comencé a apuntar a todos los archivos que encontraba.
Abrí cajones; leí papeles; espié carpetas. Hice todo lo que se me ocurría para poder encontrar lo que necesitaba tan desesperadamente. Sentía que me estaba volviendo loco, a decir verdad. No quería rendirme porque más tarde lo terminaría lamentando. Pero realmente no encontraba alguna pista.
Entrelacé mis dedos en mis pelos, inhalando y exhalando profunda y repetitivamente para tratar de calmarme. Necesitaba pensar de forma clara. Una vez que logré aquello, traté de analizar mi situación. ¿Qué podría usar como contraseña? ¿Cuál podría ser la maldita clave? Pensé y pensé hasta llegar a dos resultados, los cuales, obviamente, no me garantizaban el acceso a la computadora. Mi razonamiento decía que era o el nombre del director o su cumpleaños. Después de todo, alguien tuvo que pagar la maquina. Claro que pudo haber sido cualquier otro, pero tenía que intentarlo de todas formas e inclinarme a que tenía relación con Conrad.
Estaba a punto de salir pero caí en cuenta que realmente no sabía el cumpleaños del mencionado. Dado a que aún seguía en su oficina, investigué las fechas de las fotos ubicadas en el cuarto, pero ninguna parecía tener algún dato de cuándo fueron tomadas. Continué buscando en los estantes con trofeos y otros objetos, hasta que encontré, pegado a la pared, un dibujo probablemente hecho por un niño. Éste decía "¡Feliz cumple, tío!" (solo que sin tilde y con una "s" en vez de una "z"), además de lo que parecían dos personas con formato de palos agarrándose las manos. En la punta inferior derecha, sin embargo, estaba escrito con lapicera (y por un adulto) los números veintidós, cuatro y dieciséis.
Sonreí. Era la fecha en el que el dibujo se había hecho, así que si no me confundía, el veintidós de Abril era el cumpleaños del director de la secundaria. Pero mi sonrisa se esfumó extremadamente rápido. Apenas tenía dos de las muchas combinaciones que podrían haber para la contraseña de esa computadora. Sentía que muy probablemente eran incorrectas, pero era eso o nada, por lo que no tuve otra opción a que volver a salir hacia los pasillos del establecimiento.
Cerré la puerta lo más sutil que se me permitía, volviendo a mirar a todos los lados posibles en busca de algún indicio que demostrara que no estaba solo en el lugar. Solo que estaba a punto de girar en el pasillo más corto a las escaleras cuando me percaté que aún tenía mi linterna encendida. La apagué lo más rápido que pude, casi causando que se me resbalara el aparato de las manos, y me quedé inmóvil unos segundos, tal como si esperase que sucediera algo.
-¿Has visto eso? -escuché desde el pasillo del fondo.
-¿Qué cosa?
-Me pareció ver una luz... Luz de una linterna.
-Pudo haber sido un auto.
-No lo sé. Parecía estar más cerca.
Comencé a entrar en pánico cuando la luz de sus linternas comenzaban a asomarse por la pared del fondo, pero pude entrar en razonamiento y así comenzar a moverme hacia el pasillo por el que necesitaba ir, tratando de aún no provocar algún ruido que me delatase. Acuclillado y con pasos suaves, avancé hacia las escaleras que había utilizado previamente, mirando hacia mis espaldas constantemente para asegurar que los guardias no estaban cerca.
Llegué en menos de un minuto a la sala en la que se encontraba la computadora que tanto deseaba desbloquear. Cerré la puerta y comencé a teclear el nombre del director. Pero la contraseña parecía ser incorrecta. Inhalé de nuevo antes de escribir la fecha de cumpleaños que había encontrado en su oficina. Apenas apreté la tecla para confirmar que eso era lo que quería ingresar, una rueda blanca comenzó a girar en la pantalla. Sonreí inmediatamente. Sin embargo, la pantalla mostró de nuevo el mensaje de que era incorrecta.
Maldije de nuevo, golpeando esta vez el escritorio con mis puños. Me estaba frustrando. Mejor dicho, estaba empezando a perder la esperanza. Realmente sentía que la prisión estaba más cerca de mí de lo que pensaba; si no encontraba la contraseña, muy probablemente acabaría allí.
La puerta se abrió inmediatamente.
-¡Manos arriba! -gritó uno de los guardias, apuntando su linterna hacia mí.
Comencé a girarme lentamente, sorprendido y asustado.
-¡Dije manos arriba! -volvió a gritar el mismo.
Fue ahí cuando me di cuenta que el segundo guardia sostenía una pistola, cuya boca de fuego me miraba. Aquella acción fue lo que causó que respetara las ordenes del hombre de la linterna, alzando mis brazos al aire y agachando mi cabeza.
Los hombres fueron acercándose a mí lentamente, ambos separándose para rodearme.
-¿Tienes las esposas? -preguntó uno de ellos, claramente dirigido a su compañero.
-Están en el carro.
-Okay, chico, vendrás con nosotros.
El de la linterna me agarró del hombro, pero yo no hice nada para detenerlo. Estaba tan asustado por el arma que me apuntaba que no me atrevía a hacer nada indebido. Por eso dejé que me giraran; que me hicieran caminar.
Comenzaron a escoltarme hacia las escaleras. Yo andaba sin decir una palabra, tratando de recuperar el aire que mis pulmones exigían. Estaba temblando. Realmente me costaba mantener la calma, pero es que en vez de completar mi misión para evitar ir a prisión, estaba acelerando el proceso. Me estaban arrestando, ¿verdad?
-Me preguntó qué dirá tu padre cuando te vea entre rejas -dijo el guardia que sostenía la linterna, riendo y empujándome levemente con su brazo para que yo comenzara a bajar las escaleras.
Me sorprendí aún más. Creo que lo que más me aterraba era aquello que el hombre dijo. Si mi padre se enteraba de que estaba en la sala de control del establecimiento, lo primero que haría sería revisar las cámaras y descubrir por qué estaba allí. Por eso no podía permitirme ser encerrado.
Apenas bajamos unos cinco escalones, empujé al guardia de la pistola por la barandilla de la escalera. Dicho guarida reaccionó disparando su arma antes de caer al otro lado. La bala pasó por al lado de mi oreja, pero no llegó a tocarla. Miré hacia atrás rápidamente para ver al guardia de la linterna con un agujero en la frente, causado por la misma bala que su compañero había disparado.
Mi oído estaba aturdido, provocado por el arma utilizada a mi lado, causando un dolor inmenso que no me permitía concentrar. Sin embargo, dicho dolor me ayudó a apartar la vista del cadáver que se encontraba apoyado sobre la pared. Agarré el arma que el muerto tenía colgando de su cinturón, y me asomé para dispararle una vez al guardia que estaba agonizando al final de los escalones. Pero nada salía de la pistola.
Abrí mis ojos rápidamente, apretando el gatillo repetitivamente y con desesperación al notar que no disparaba. No sabía qué hacer, y el hombre que aún seguía vivo estaba tratando de agarrar la pistola que él había soltado. Fue entonces cuando me acordé que tenía que quitarle el seguro al arma.
Apenas el guardia agarró su pistola, se giró para apuntarme, pero yo fui más rápido, y la bala que disparé le atravesó el estómago. El suelo comenzó a llenarse de sangre instantáneamente, y el brazo del adulto cayó inmóvil. Ver que sus ojos perdieron brillo me dio a entender que ambos guardias habían muerto. Pero volví a disparar mi arma hacia el estómago del último. Y otra vez. Y una vez más.
Finalmente, me encontraba tratando de recuperar mi aliento, aturdido, asustado, sosteniendo el arma por el miedo de que alguno se volviera a levantar.
Sentí la necesidad de vomitar, pero traté de aguantar y tragar aquello que había subido a mi garganta. Cubrí mi boca con mi brazo, inhalando y exhalando de manera que me ayudara a calmarme. Al notar que aún sostenía el arma, le volví a colocar el seguro y la guardé en mi bolsillo, solo para usarla en caso de que me viera obligado a protegerme en lo que sería de la noche. Así, luego de mirar una última vez al charco de sangre que teñía el suelo, volví a dirigirme hacia la sala de control.
Entré sin cerrar la puerta, y volví a acercarme a la computadora. Estaba tan aterrado que tecleé lo primero que se me vino a la cabeza, lo cual fue repetir la fecha de cumpleaños del director. Pero mis dedos temblaban considerablemente, siéndome imposible apretar las letras que quería. La pantalla volvió a mostrar que la contraseña era incorrecta, obligándome a suspirar fuertemente.
Sin embargo, noté que debajo de la barra de la contraseña había aparecido un pequeño círculo con un signo de pregunta en su interior. Como el miedo no me dejaba razonar, moví el ratón e hice click sobre éste. Pensé que fue pura suerte, pero el círculo ahora tenía un texto a su lado que decía "Pista: Sobrina".
Reí brevemente antes de salir corriendo hacia afuera de la habitación. Bajé las escaleras lo más rápido que pude, pasando de lado al primer guardia, y una vez que llegué al último escalón continué corriendo. Lo que no noté, sin embargo, fue que la sangre se había expandido hasta el punto de llegar al pasillo por el que tenía que pasar, ocasionando que mis botas se resbalaran y cayera de espalda al líquido rojo que continuaba saliendo de la herida del muerto.
Dolió. Era tanta velocidad la que le había puesto a mi carrera que la caída fue bastante rápida y dolorosa. Pero ese no era el problema. La suela de mi bota ahora estaba completamente roja, y la sangre estaba empezando a teñir mi abrigo.
Sin embargo, aún no me levantaba. Sino que me dediqué a mirar el techo, concentrándome en mi respiración. No entendía por qué, pero simplemente pensaba quedarme ahí. Mi puño derecho golpeó, de repente, el suelo por cuenta propia. El izquierdo le siguió, y repitieron el movimiento unas pocas veces más, salpicando la sangre hacia las paredes y el resto de mis brazos.
Y grité. Grité desde el fondo de mis pulmones. Grité porque tenía ganas de hacerlo. Grité porque sentía este ardor en el pecho que quería quitarme de encima, probablemente generado por las infracciones que había cometido esa noche. Grité porque estaba odiando todo lo que hice. Me dejé llevar por las emociones que querían expresarse.
Para cuando me había relajado, el dolor ya había desaparecido. Me levanté suavemente, mirando hacia el hueco que mi abrigo había hecho en el charco de sangre, viendo cómo el líquido trataba de reponer consigo mismo las partes que aún no estaban cubiertas. Volví a girarme, dirigiendo mi vista hacia el final del pasillo, y luego de volver a suspirar, caminé tal como si estuviera en otro día normal de colegio.
Ingresé a la oficina al instante, y me dirigí hacia el dibujo que había encontrado minutos antes. Con la parte de mis dedos que no habían tocado sangre, agarré el papel para buscar el nombre de la artista. Encontré lo que buscaba en la parte de atrás, escrito en lápiz.
-Con que te llamas Anto -le dije a la niña dibujada.
Volví a la sala de las cámaras, ingresando el nombre en la barra de la pantalla. Esta vez, la computadora me dio el acceso que quería, mostrándome unos cuántos archivos esparcidos por distintos lados del monitor. Abrí la carpeta que contenía registros de las cámaras, y como no sabía si tenía el tiempo para revisarlas todas, borré todos los archivos guardados en ella, dejando nada más que un vacío dentro. Borré también el video que las cámaras estaban grabando esa misma noche para ocultar la evidencia de que fui yo, y detuve su funcionamiento para poder salir de la secundaria sin ser grabado.
Revisé varias veces de que esos fueran los únicos datos guardados, y de que las cámaras realmente habían dejado de funcionar. Hice lo que pude para eliminar de la existencia las pruebas de mis delitos. Finalmente, para cuando estaba convencido de que no quedaba nada más, bajé las escaleras de la secundaria para volver a enfrentarme con el masivo charco de sangre. Noté, esta vez, que la huella de mis zapatillas estaban dibujadas con sangre en el suelo donde el líquido no llegaba. No podía ponerme a limpiar, por lo que opté por deshacerme de mis zapatillas más tarde.
Fue así como salí del establecimiento esa noche, volviendo a sumergirme en la lluvia.
* * *
Llegué a mi casa sin ningún problema, y tuve la suerte de notar que el auto de mi padre aún no había aparecido, significando que todavía seguiría trabajando. Ingresé inmediatamente, pasando al baño lo más rápido posible. Apenas trabé la puerta, apoyé mi espalda sobre ella y así largar un fuerte suspiro. Fue una noche larga y complicada. Estaba exhausto y lleno de sangre.
Me desnudé para luego pasar a la bañera y abrir la ducha. Empecé a quitar cada mancha de sangre en mi cuerpo, y agarré también la ropa que había usado para tratar de al menos disminuir la cantidad de rojo que se había teñido en cada prenda. Sin embargo, la sangre en el abrigo parecía no salir, significando que lo único que me quedaba era tirarlo con las botas cuando llegase el momento.
Giré el grifo para que el agua parase de salir, y me quedé unos cuantos segundos mirando al suelo, perdido en mis pensamientos. Fue un día pesado. No solo me enteré que el asesino volvió al juego, sino que también cometí múltiples delitos, entre los cuales se involucraban matar a cinco personas.
Miré a mi pantalón instantáneamente al acordarme que guardaba un arma en el bolsillo. Me sequé la mano para estar seguro y la saqué, asegurándome previamente que el seguro estuviera puesto, no fuera que disparase accidentalmente. Comencé a girarla, observando detenidamente cada rincón de la misma.
¿Qué hacía con un arma en mis manos? Eso es lo que me preguntaba. ¿Por qué la había usado, siquiera? Estaba haciendo estupideces; cosas que nunca me hubiera atrevido a hacer. Tenía el poder de acabar con una vida al tan solo presionar el gatillo. Ya lo había hecho, en realidad, pero podía seguir haciéndolo sin problema.
Podía usarla en mí también. Podía disparar y acabar con mi vida. Lo dudé, en serio. Vacilé. Pero tanto trabajo para acabar muerto no valía la pena. Tenía que sobrevivir. Tenía que vivir. Si estaba evitando acabar en prisión, entonces significaba que quería seguir con mi vida. A lo mejor sí merecía ser castigado, pues había arrebatado vidas. Pero morir no era una opción a la que quería recurrir. De hecho, es una opción a la que nadie, nunca, debería recurrir. Pero si eso es lo que pienso, ¿por qué se me fue tan fácil empujar a Davis del puente? ¿Por qué no dudé en cortarle la garganta a Travis? ¿Por qué disparé el arma para matar al guardia de esa misma noche? ¿Por qué maté a personas si luego digo que nadie debería morir? ¿Acaso disfrutaba matar?
Reí. Lo digo en serio. Reí. Me estaba riendo en el baño, desnudo, con una pistola en la mano. ¿Por qué? Porque estaba metido en una situación increíblemente loca. Estaba involucrado en un lío en el que nunca pensé que terminaría. Pero la risa terminó siendo reemplazada por lágrimas en mis ojos, y comencé a llorar apenas pude, apoyando mis manos en la cabeza y cerrando los ojos. Solo me concentré en eso. En llorar. En descargar. En expresar mi lado humano.
Salí del baño minutos después y así pasar a mi cuarto, donde agarré ropa nueva para no andar desnudo. Apenas terminé de cambiarme, sin embargo, escuché el auto de mi padre frenarse en la entrada, y yo aún seguía con la ropa con sangre a la vista y el arma en mis manos.
Lo más rápido que pude, lancé el arma hacia el único hueco libre de mi armario, el cual se encontraba en la punta inferior derecha, y coloqué la ropa manchada frente a ella para ocultarla. Traté de doblar la ropa de cierta forma para que la sangre estuviera del lado de la pared, y metí las botas que tenían el inconfundible rojo en la suela delante de todo. Finalmente, cerré el armario y me lancé en la cama, justo cuando mi padre abrió la puerta principal de la casa.
Mi corazón latía fuertemente. Tenía un arma en la casa, junto a otras pruebas de que había hecho algo malo. Si mi padre se ponía a revisar mi armario, estaba en problemas.
La puerta de mi cuarto se abrió instantáneamente.
-Oye, Zayn, yo---
Simulé abrir mis ojos, tal como si hubiera estado durmiendo y mi padre me hubiera despertado.
-Oh, lo siento, no pensé que estabas... -admitió, comenzando a ponerse nervioso.
Gruñí, apartando mi vista como para indicar que me dejase solo.
-¿Qué hacías durmiendo con la luz prendida? -preguntó.
Me encogí de hombros, volviendo a cerrar mis ojos para forzarme a dormir.
-Lo siento, en serio. Solo quería avisarte que detuvimos a un compañero tuyo.
Abrí mis ojos inmediatamente, acordándome que, de hecho, había entrado esa noche a la casa de Rivera junto a Harry.
-¿De qué hablas? -pregunté, mirándolo y simulando no saber qué sucedía.
-Encontramos a Harry Bell dentro de la casa de Rivera. Aparentemente entró antes de que mi equipo y yo lo hiciéramos. No sabemos su motivo, pero al tratar de escapar de nosotros, cayó del tejado y terminó rompiéndose las piernas. Si quieres visitarlo o algo, estará en el hospital.
-¿Qué harán con él? -cuestioné, curioso.
-Por ahora, nada -admitió-. No parecía querer robar nada, así que sospechamos que estaba buscando algo que lo llevase al asesino de sus amigos. Todavía veremos qué hacer, pero muy probablemente no termine en prisión.
Asentí doble vez.
-¿Cómo te hiciste eso? -preguntó de repente, apuntando a mi pierna.
Al principio me encontré confundido, pero al seguir su mirada fue cuando sentí mi corazón frenar por un segundo. Me había olvidado completamente que tenía la herida que el perro me había causado al escapar de la casa de Rivera.
Guardé silencio unos segundos. Realmente no sabía qué contestar.
-No lo sé... -solté-. No me acuerdo, la verdad -fingí reírme-. A lo mejor mañana se me vuelve a la cabeza. Pero no es nada.
-¿Seguro? -preguntó- Se ve doloroso.
-Sí, estoy seguro. No es nada.
-Claro... Está bien. Avisa si necesitas algo.
-Lo haré.
Se estaba a punto de ir, pero volvió a mirarme.
-¿Ya comiste? -preguntó. Negué con la cabeza- ¿Y qué haces durmiendo? Te dije que había comida en---
-No tengo hambre -interrumpí.
-¿En serio? -me miró preocupado. Asentí-. Hace tiempo que estás así.
-Solo no tengo hambre. No me estoy muriendo, tranquilo.
-Es que es raro que---
-Que no tengo hambre.
-Bueno, bueno, está bien... Buenas noches, entonces.
-Adiós -saludé.
Luego de apagar la luz, cerró la puerta para volver a dejarme solo. Largué un fuerte suspiro y volví a mirar hacia el armario, aliviado de que no se vio obligado a revisar la ropa.
Acaricié la herida de mi pierna, preocupado por que alguien se enterase cómo me lo hice. El roce de mis dedos con la piel lastimada me hizo sisear por el dolor. Tenía que buscar alguna manera de cubrirlo. Dirigí mi vista hacia la puerta de forma inmediata, aún sin saber qué decirle a mi padre sobre qué causó la herida. Tenía que mentirle, obviamente, pero no se me ocurría ninguna. Decidí, sin embargo, que iba a tratar de evitar el tema al día siguiente. Mientras él se olvidase de que tengo eso ahí, tenía más probabilidades de que no sospeche nada.
Pero, por primera vez por todas, le tenía miedo a la versión tranquila de mi padre. De hecho, creo que me tenía más miedo a mí mismo. No sabía de lo que era capaz de hacer desde esos momentos en adelante, y eso me aterraba.
¿Qué mierda le pasó al Zayn de antes?
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