Capítulo 8
Luego de que los niños se llevaran un susto terrible con los llamados mortopteros, las criaturas que solo salían a recoger alimento, los niños siguieron buscando señales de vida e indicios sobre dónde se encontraban en realidad. Ante la fatiga y el miedo que afloraba, se detuvieron en una zona rocosa y llenas de peñas de todos los tamaños. Había poco rastro de vegetación en el lugar y ningún rastro de vida inteligente cerca. Ni siquiera algo maligno que tuviera cuerdas vocales se hacía presente.
El sosiego y la naturaleza poco hostil hacía pensar a los niños que estarían seguros por un tiempo. Luego de zafar de milagro de aquellas bestias asquerosas ya no esperaban algo peor: ya todo era amenazante tan solo verlo de cerca. Seguir avanzando era someterse a la incertidumbre por lo desconocido. La naturaleza y los extraterrestres tenían forasteros indefensos que estarían a merced de alguna criatura infrahumana.
—Ya no aguanto esto... —dijo Adiel y sus mejillas rojas eran algo inusual para su hermana.
—¡Ay, estoy cansada y extraño mi casa! —replicó Elisa mientras su mirada se perdía en el cielo.
—No creo que encontremos algo interesante. Nunca llegaremos a casa...
—Lo sé, pero sí creo que debemos continuar. Mira, si nos quedamos así, seremos comida de algún animal asqueroso. ¡Ay, no quiero imaginarlo!
—No queda de otra... —concluyó Adiel y bajó la intensidad de su voz.
Comer algo dulce era un aliciente para aplacar el agridulce sabor de la indecisión y el temor por no poder regresar al parque. Para Elisa, un bombón de chocolate era más que suficiente para olvidar que estuvo a punto de morir. Aunque tratara de degustarlo pensando en algo parecido a un gusano gigante.
Ambos se sentaron en una peña y las ramas de un árbol, que crecía de forma encorvada, les dio la sombra necesaria.
—Tengo tanta hambre que me muero... —dijo Adiel y apoyó su mano en su cara.
—Pero si hace poco comiste como nunca antes —replicó Elisa encogida de hombros.
—Pero estoy hambriento.
—¿Qué? ¿Qué tanto comiste?
—Un pollo entero, pan con carne y una manzana…
—No te vayas a comer mi estuchera.
—¡Tengo mucha hambre! A pesar de haber comido harto siento que no comí mucho…
—Creo que eso es normal en ti.
—No lo creo, Elisa. Nunca me había pasado. Esa comida tenía algo...
—Bueno, los dulces tal vez te llenen.
—¿Qué dirán de nosotros en la tierra? ¿Nos estarán buscando? —dijo Adiel y cambió de mano.
—Extraño a mamá, pero lo que no extraño es a la profesora de geografía.
—Yo extraño muchas cosas...
—¿Extrañas sentarte con Yolei?
—¿Qué? ¡No! Extraño mis videojuegos.
—Creo que deberías decirle que te gusta... Si no lo haces yo hablaré por ti, hermanito.
—¡No! ¡No lo hagas! No me gusta —exclamó Adiel con sus mejillas sonrojadas.
—Sí, cómo no.
Adiel sintió un olor agradable y quedó embelesado con él. Su hermana intuía, pero no quería confiar en su olfato. El olor le parecía familiar.
El muchacho se levantó y corrió sin avisar.
—¡Adiel! ¿A dónde vas?
—¡Creo que huelo comida!
—¿Qué?
Efectivamente, Adiel había encontrado comida en el mismo recipiente que la vez pasada. Ahora había más vasijas que antes. El aroma invitaba a un agasajo con la sabrosa comida.
Cuando Elisa llegó, Adiel ya había terminado una vasija entera de frutas, e iba por el segundo.
—Adiel… Esto es muy raro.
—Sí, creo que nunca había comido tanto.
—Ay, me refiero a los alimentos. ¿Quién deja esta comida?
De pronto un chirrido nació de la nada. Y el silencio pereció en ese instante. Eran pisadas que aumentaban conforme avanzaba. El peligro andaba suelto y eso era desalentador para los muchachos.
—¡Dios! Espero que sea algo de menos de un centímetro —dijo Elisa y cerró su estuchera de cocodrilo.
—¿Será un animal salvaje? —preguntó Adiel con la boca llena.
—¡Ay, no me digas eso!
Adiel y Elisa se escondieron en un pedrusco hasta que el miedo y el peligro se extinguieran.
El ruido era semejante al afilado de un objeto punzocortante acompañó las pisadas de aquel ser desconocido que se acercaba cada vez más y sembraba temor en los dos pequeños. A los pocos segundos, los niños sucumbieron al silencio y al pavor, esperando a que el extraño ser se hiciera presente antes sus ojos.
De repente, el extraño ser se dejó ver en todo su esplendor: con gran agilidad se movió por medio de las rocas. Y por su apariencia amorfa y grotesca solo inspiraba repugnancia y miedo. Dos ojos y una quijada en punta daban paso a un torso rojizo y segmentado: velloso y arrugado. La forma humana terminaba cuando una cola se enrollaba como la de un alacrán. Para darle movilidad, seis patas rasgaban las rocas, porque tenía cuchillas en vez de garras.
—¡No, no...! —susurró Elisa tiritando y apretando su estuchera.
—No saldremos vivos... —replicó Adiel y tragó saliva.
La criatura, de ojos rojizos y luminosos, encontró su objetivo, como un infrarrojo. Y sus gruesas patas comenzaron a moverse de forma acompasada. Luego, frenó y se detuvo a cinco metros de los niños. Después, movió la cabeza como extrañado de la presencia de humanos en su planeta. A priori, no parecía tener la capacidad de poder de hablar.
—Se está acercando, se está acercando —susurró Elisa angustiada, y luego se tapó la boca.
Adiel abrió la boca de estupor, sabiendo que la Muerte se acercaba con patas. Por primera vez, criaturas similares a los que liquidaba en sus videojuegos ahora se tornaban reales. Pero este sería un juego que no podría superar con simples botones.
—¿Qué haremos, Adiel? —preguntó Elisa y juntó las piernas.
—Huir despacio, Elisa… —Susurró a su hermana y su voz se apagó.
Los niños se tomaron de las manos y comenzaron a moverse con sigilo para poder escapar. Pero la extraña criatura, ejecutó un par de zancadas y llegó hasta ellos. Cruzó sus manos dentadas con un sonido estridente. Alzó la cabeza tratando de liberar algo. Gruñó y movió sus extremidades.
—¡Enemigos malignos! —vociferó la criatura y acercó su cabeza a ellos.
—¡Aghgggggh! —gritó Elisa y apretó la mano de Adiel.
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