Capítulo 4

Adiel no pudo domar su salvaje curiosidad. El morbo se hizo notar y sus ojos no se despegaron del aparato siniestrado y, sobre todo, de los cuerpos mutilados que, viéndolos más de cerca, no se parecían a la anatomía de un ser humano corriente. El olor nauseabundo que emanaba de los cuerpos no era un problema para Adiel, que ya había dimitido ante su curiosidad. 

La extrañeza que se podía percibir en el lugar era difícil de olvidar. Adiel no se movió ante los occisos que parecían alienígenas. Cualquier otra distracción era inútil para un niño como él que se sentía en un videojuego. A un metro de los cadáveres, yacía un objeto semejante a un dispositivo cilíndrico que dejó de fabricarse hace mucho en Minddey. En tamaño era semejante a cualquier aparato electrónico: su reproductor de música tenía las mismas dimensiones. Cabía perfectamente en la palma de su mano, y se veía como si hubiera sido desempacado hace unos minutos. Adiel lo recogió y leyó las letras frontales. 

—¿Kaysen 1...? ¿Qué significa? 

Elisa, a un metro de su hermano, se tapaba los ojos para ahuyentar las náuseas que eran propicias para la ocasión. Era claro que no iba a encontrar algo agradable si a su hermano le gustaba. Encontrar una estrambótica aeronave ya era mucho de lo que podía pedir, pero sopesar un objeto desconocido era cruzar la línea de lo permitido. 

—¡Adiel, creo que deberíamos irnos! —Elisa masculló sin mirar. 

—No... Esto es increíble. 

—¿¡Qué dices!? ¡No quiero ver! 

—Esta pila usaba nuestro abuelo para sus juguetes... 

—No se parece mucho, Adiel…

—Es que no conoces las pilas de esa época. Mi abuelo me lo contó. 

Elisa destapó un ojo y sintió ganas de vomitar al ver semejante escena espeluznante: si esta era una pesadilla, de seguro era la peor de todas. Su estuchera era el único objeto que podía aplacar sus deseos de gritar. El lugar podía ser el hogar de un montón de lombrices asquerosas y escurridizas, por lo que evitó ver cualquier rastro de arena húmeda por la sangre negruzca e iridiscente de los seres extraños. La presencia de algún gusano u oruga era un motivo suficiente para que no volviese más al parque. 

—¡Adiel, vamos! Esperemos en... ¡Ay, no sé ni a dónde podemos ir! 

—Esta nave puede ser nuestro nuevo hogar... —dijo Adiel sintiendo deseos de seguir. 

—¡No bromees! 

Como Adiel era un chico puntilloso y curioso, ambas cualidades se fusionaron para que el muchacho sintiera ganas de ir al siguiente nivel. Por lo que quiso acercarse un poco más. Su decisión era una mala noticia para su hermana. 

—¡Adiel, no quiero estar aquí! 

—Espera, estoy buscando la entrada... 

—¿¡Qué!? ¡Ay! ¡Para colmo me puse un short vaquero y unas medias cortas! Si no me resfrío será un milagro. ¡Es tu culpa! 

—Tal vez los alienígenas tienen abrigos y comida... 

La aeronave precipitada había sufrido daños menores. Solo a los tripulantes no les había ido tan bien. Todo el daño había caído sobre ellos y ahora eran parte de la naturaleza o comida para insectos y gusanos. Las cuatro alas yacían casi intactas. Sin embargo, las fisuras eran notables en la aeronave. A simple vista, el aparato podría despegar con unos ajustes hechos por un ser de otro mundo o terminar siendo un atractivo turístico del parque. 

Un boquete había nacido en la parte superior del aparato. Como consecuencia, la puerta de entrada se había atascado y solo una persona con una fuerza sobrehumana podría abrirlo. Por el orificio, las víctimas habían salido despedidas a la intemperie, pero ya sin sus extremidades. Viendo más de cerca, las fisuras se multiplicaban en la superficie metálica de la nave. Al instante, Adiel encontró el boquete para otro disgusto de su hermana. 

—¡Oye! —gritó Elisa escogida de hombros. 

Haciendo caso omiso a su hermana que estaba a punto de perder la compostura, Adiel trepó por el metal sobresaliente y abollado, y llegó al gran boquete. Elisa no pudo contra la terquedad de su hermano, por lo que tuvo que moverse por los cadáveres putrefactos y, además, rogar al cielo para que ningún alienígena se moviera. Con el único motivo de traer a Adiel de sus orejas, llegó a la nave, pero su hermano ya se había introducido en él. Elisa no tuvo más remedio que seguirle. 

Dentro de la aeronave, el espacio era amplio e intimidante: ideal para más de dos tripulantes alienígenas de menos de dos metros. Eran cuatro paredes de superficie blanda y protegidas por revestimientos. Había demasiado espacio y el único objeto para poder sentarse era una pieza redondeada y aplanada, que oscilaba y se elevaba un metro gracias a un tubo de acero. 

Mediante una rendija lograron ver la cabina de control: todo lo opuesto a la de un avión comercial. En la parte de adelante había una enorme pantalla empotrada, que era la atracción principal de una fastuosa cabina, donde solo un asiento dejaba demasiado espacio innecesario para que el piloto alienígena pudiera maniobrar. Aunque la ausencia de alguna palanca o volante en la cabina, creaba muchas interrogantes inverosímiles sobre el funcionamiento de la nave. 

Solo habían estado cinco minutos dentro y Adiel empezó a sentir hastío y un tedio impresionante. No había nada interesante que hiciera que se reactivara su curiosidad por saber más. Si seguía unos minutos más dentro de la nave, se echaría una larga siesta. Lo único interesante que vio fue el boquete de salida. 

—Creo que me dieron ganas de volver —dijo Adiel y tragó saliva. 

—¡Por fin! —replicó su hermana. 

Cuando se disponían a trepar para poder salir de la nave, ya que la claustrofobia se empezaba a sentir, un sonido extraño se oyó repentinamente debajo de ellos. Luego se oyó otro: era semejante al de una retroexcavadora. El ruido se convirtió en una resonancia desapacible e insoportable. Los niños se taparon los oídos. El escándalo parecía no detenerse para el infortunio de los hermanos. Conforme aumentaba, Adiel se arrepentía de haber encontrado la fisura en vez de seguir observando a los alienígenas. 

—¡No me gusta ese sonido! —gritó Elisa apretando su estuchera. 

—¿Será el motor que un alienígena encendió? 

—Ay, no me digas eso. 

A la par del ruido del motor se inició una cuenta regresiva de diez segundos, que solo provocó que los ánimos cayeran aún más y la atmósfera se convirtiera en hostil. 

—¡Vamos, Adiel! —apremió Elisa.

—¡Espera!

Adiel vio el boquete de la parte superior y comenzó a subir antes que su hermana. Mientras subía, el orificio parecía alejarse más con el sonido ensordecedor de la nave. Elisa subió detrás de él. 

—¡Apúrate, Adiel! 

—Solo un paso más... —respondió su hermano con desesperación.

A poco de llegar, Adiel miró con entusiasmo el gran boquete. 

—¡Listo! Es hora de salir. 

El muchacho se dispuso a ejecutar la última zancada. Apoyó el calzado en un metal que, a priori, creyó que era firme. Lastimosamente, era demasiado endeble y, como consecuencia, resbaló y se soltó del metal. Ambos cayeron violentamente al suelo y quedaron maltrechos. La nave comenzó a moverse. 

—¡No! ¡Qué está pasando! —gritó Elisa tomándose la boca. 

—¡Creo que ya no saldremos de acá! 

—¡Ay, no me digas eso! ¿¡Qué hacemos!? 

—¡No sé, no sé...! 

La nave despegó de forma turbulenta. Al partir, esta dejó un enorme surco en la tierra. Las áreas verdes se estremecieron y los arbustos oscilaron salvajemente. Las cuatro alas sobresalientes comenzaron a girar y, a una velocidad impresionante, desaparecieron del parque, dejando una estela abundante. El ruido ensordecedor y el constante movimiento de la nave aturdieron a los niños que cayeron en un profundo letargo. 

Las horas transcurrieron y la nave había salido de la atmósfera terrestre, superando los cien kilómetros de altitud. El ruido había cesado y el silencio era apacible. El ambiente no había sufrido cambios y los niños aún no despertaban. 

Pasaron más de veinte horas de viaje y la nave se apagó y se precipitó abruptamente en tierra. Los niños se despertaron ilesos y sintieron una calma total. Era como si la nave nunca se hubiera movido de su lugar. 

—Me duele la cabeza... —dijo Adiel abriendo los ojos. 

—¡Ay, mi cocodrilo se ensució! Pero mis caramelos siguen intactos —dijo Elisa y se puso de pie. 

—¿Todo fue un sueño? —se preguntó Adiel. 

—Espero que sea un sueño porque me voy a poner tensa. 

Adiel subió al boquete con toda tranquilidad, preparándose para salir supuestamente al parque. Pero su plan se vino abajo y casi él también. Sus ojos no pestañearon y, con la emoción que solo le provocaba terminar un videojuego, miró un paraje desconocido: el parque ya no estaba. Se estrujó los ojos junto a un silencio inopinado. 

—¿Qué pasa, Adiel? —preguntó Elisa presintiendo la malignidad del lugar. 

—Esto, esto es... —Adiel no podía articular palabra. 

—Hermanito, deja de divagar, por favor. 

—Míralo por ti misma... 

Elisa tuvo que averiguarlo por su cuenta. Ella esperaba cualquier cosa, pero no lo que sus ojos terminaron viendo. Ni se acercaba a lo que había imaginado. Era todo muy surrealista para ella. 

—¡No puede ser! ¿¡El parque!? —exclamó Elisa sin encontrar más palabras. 

—Esto no es el parque... 

Ambos se quedaron inertes y otearon un suelo árido y lacre que jamás habían imaginado encontrar. Una vasta extensión de tierra era todo lo que había y reinaba ahí. El ambiente taciturno y el viento calmo gobernaban un lugar que parecía inhóspito. 

Elisa suspiró tratando de apaciguar sus nervios. Apretó su estuchera, volvió a observar el amplio panorama y luego dijo en voz alta: 

—¿¡En dónde estamos ahora!? 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top