Capítulo 27
El apetecible tallarín con reptil de la cuchara viajó por su esófago zoomorfo hacia su estómago abultado. Los restos de la comida se paseaban por su dentadura filosa. Movió la boca como si estuviera recogiendo los residuos de carne que se habían atorado en su boca. Su semblante impasible no mostraba signos de enojo y tampoco de gusto o placer. El ceño no cambiaba y sus ojos solo miraban el techo, al igual que el vasallo.
Los niños sabían de antemano que su comida, mínimo le provocaría una insuficiencia renal o despertaría su ira contra ellos, por lo que, aprovechando su prolongada impasibilidad por el sabor incierto, se movieron con reserva con el propósito de llegar a la puerta de salida. Séragon salió del estupor y dejó la cuchara en la mesa. La cuchara no debía hacer mucho ruido al impactar. Así que los niños se preocuparon.
—El sabor es, es... Un sacrilegio supremo y con estos fideos que se llaman… El supremo —Séragon fue presa del asco.
Al momento que Séragon bajó la mirada, los niños ya no habían. Con solo bajar la cuchara a la mesa, los niños habían aprovechado para escapar.
—¿Y los niños? ¡Los niños! —preguntó Séragon mostrando indicios de enojo.
—No lo sé, no me diste ojos para ver —respondió el Vasallo.
—¡Por los dioses de Ogriz, los niños escaparon!
Ogriz era el nombre del planeta donde Séragon fue desterrado por su padre.
—Creo que debería mover sus manos más rápido —dijo el vasallo.
Séragon empezó a fruncir el ceño, pero, a los pocos segundos, se echó a reír a carcajadas. Unas carcajadas que no tenían un botón de pausa, estremecieron la cocina, que, al poco rato, empezó a resquebrajarse por la intensidad.
—No pueden ir a ningún lado... Soy un dios y de mí nadie escapa.
—No llegarán lejos, amo, Séragon.
—Súbdito, prepara a los Rerpos y a los demás... Aquí no habrá ningún motín. Regresarán por donde vinieron. Yo gobierno a mi manera y si se oponen lo pagarán con su vida.
En tanto, los niños buscaron cualquier refugio que tuviera un resquicio por donde entrar. En la desesperación, entraron a un lugar que olía ser humano. Las penumbras impedían caminar sin tropezarse.
—Él es un ser sobrenatural. Fácilmente nos encontrará —dijo Elisa nerviosa.
—Ahora tengo miedo... ¿Qué haremos ahora? —Adiel comenzó a hipar.
De repente, Adiel dio un paso en falso y tropezó y chocó contra la pared y, de paso, activó el interruptor que le dio luz al lugar. Sus dos ojos se dilataron al ver un panel semitransparente que creaba seres humanos de forma automática. La máquina no era perfecta, por lo que los humanos defectuosos iban a una trituradora y los casi perfectos iban a un compartimiento metálico. Cada tres segundos se creaba a un ser humano.
—Adiel... Creo que voy a vomitar —dijo Elisa y se tapó la boca.
—Mi estómago se retuerce, hermanita...
Afuera, un ejército de Rerpos y Exay encendieron la chispa del conflicto solamente apuntando el dedo: de cincuenta pasaron a ser cien y de cien a quinientos hasta llegar a miles y miles. El enemigo rodeó los flancos. Las órdenes de Séragon se ejecutaron y se pusieron en marcha.
Con aires de hostilidad un súbdito soltó un graznido feroz y que los Neumanos y los gigantes lo tomaron como una afrenta. El enemigo tenía armas capaces de despedazar, y los Neumanos tenían fuerza de voluntad para cambiar la realidad. El conflicto no había iniciado en ese momento, inició cuando Séragon se rehusó a suministrar los Kaysen 2 a todas las criaturas, ajenas a las órdenes de Séragon.
Ahora ya era tarde. Sin previo aviso, la violencia se desató a expensas de lo que pasaba en la fábrica de humanos.
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