Capítulo 26
Las criaturas que tenían la sangre hirviendo se quedaron afuera al resguardo de los súbditos obsecuentes a Séragon. Pero las criaturas estaban sedientas de sangre. Entre tanto, Séragon llevó a los niños a su comedor principal. Y, en una mesa enorme y ovalada, descansaba toda el copioso banquete para estómagos muy grandes, comida que desde lejos era capaz de abrir el apetito a cualquier bestia por el rico aroma. Por la cantidad, hacía suponer que era ideal para una barriga de gorila, pero no para los estómagos de los niños.
—¿Quieren comer hasta reventar? Adelante, humanos, coman lo que quieran.
—No tenía hambre, pero ahora si quiero y mucho... —dijo Adiel preparándose para devorar la comida.
—Sí, aunque no vinimos a comer... —replicó Elisa con tono serio—. No es necesario que no diga humanos… Yo me llamo Elisa y él es mi hermano Adiel. Puede decirnos niños si quiere.
—Bueno, niños, me da gusto conocerlos —Séragon habló con uno de sus vasallos.
—Tengo mucha hambre —susurró Adiel listo para sentarse.
—Ay, hermanito, aunque tengo que admitir que también me muero de hambre —Elisa se sentó—. ¿Pero podemos confiar en alguien como él?
—Por otro lado… —Adiel se calmó—. ¿Quién de los dos lo dirá? Yo no puedo hablar con la boca llena.
—Creo que yo... —replicó Elisa.
—Buen apetito, niños.
Séragon se retiró del comedor y los niños se sentaron a comer todo lo que pudieron. Carnes, papas ensaladas, arroces, etc., se fueron vaciando de los enormes platos. No probaron la carne de dinosaurio.
—¡Qué rico está todo! —dijo Elisa—. Aunque me sorprende que en este planeta haya los mismos alimentos que en la tierra, ¿no te parece extraño?
—No puedo hablar, estoy comiendo...
—Ay, no te atragantes, hermanito.
Minutos después, Séragon volvió al comedor de forma ceremoniosa, junto a su vasallo que se parecía al Madofen que había muerto. Poco a poco, su morfología se iba revelando, y su fisonomía no era la de un humano corriente o dios.
—¿Qué les pareció la comida? —dijo Séragon con voz serena.
—¡Buena! —dijeron los niños al unísono.
—Eso es grandioso. Ahora quiero pedirles un favor. Síganme...
—¿Un favor? —susurró Elisa con inquietud.
Los niños dejaron de comer y caminaron detrás de Séragon hasta llegar a la cocina principal del susodicho, y que era el lugar donde su barriga se hinchaba por culpa del hambre de bestia que lo sometía, digna de un dios. El hambre era lo único capaz de vencerlo y ponerlo de rodillas.
—Niños, les presento mi cocina. Pudo ser más grande, pero ese día la fatiga y el deseo chocaron y salió esto.
—Vaya... Qué... —dijo Elisa y se interrumpió.
—Saben, siempre quise probar la comida preparada por humanos. Y esa es la razón por la que los traje. Aquí, ustedes me preparan mi platillo favorito: tallarín con carne de reptil y salsa.
—¿Qué? —dijo Elisa con estupor.
—Me gusta el tallarín... —susurró Adiel.
—¡Mucha suerte, niños! Jamás mi paladar conoció un sabor opuesto a lo sabroso. No quiero asustarlos, pero esperé este momento desde que Falmok nació. Fueron muchos años viendo de cerca a los humanos. Ustedes fueron mi inspiración para crear este mundo.
—Es increíble... —dijo Elisa con asombro e incertidumbre.
—Si ustedes hacen lo que digo, yo haré lo que ustedes quieran, incluso les mostraré el libro de la historia de Falmok desde sus cimientos.
—Nosotros conocemos el tallarín, pero...
—No quiero negativas, niños... —Séragon la interrumpió y cerró la boca.
El dios salió y cerró la puerta sin tocarla.
—Elisa... ¿cómo se hace un tallarín con carne de dinosaurio?
—¡Ay, no me preguntes eso!
Sin más, los niños empezaron a improvisar en la cocina. El tiempo se fue volando y el sabor no era acorde al paladar de un dios. Las horas pasaron y el desorden reinó en la cocina, pero el sabor suculento se hacía esperar.
Luego de un buen tiempo, los niños lograron hacer algo que fuera comestible para el dios Séragon. En contrapartida, la cocina quedó como para que el cocinero sufriera un infarto. No había un objeto que no estuviera en su lugar o, en el peor de los casos, roto.
El platillo quedó listo. Los fideos se deshacían con solo mirarlos y la carne parecía más carne picada que carne de reptil con salsa.
—¿Elisa, crees que le guste esto...? —dijo Adiel con nerviosismo.
—No lo sé, pero si se mantiene de pie después de vaciar la primera cucharada, habremos ganado —replicó Elisa con la mano en la boca.
Minutos después, Séragon entró junto a su vasallo.
—Esto huele muy bien... —Fueron las primeras palabras del dios.
Séragon reveló sus manos, que eran las de un ser humano, pero grisáceo. Olfateó el plato humeante. Luego, cogió una cuchara de gran tamaño. Su boca se abrió bien grande y una generosa cantidad de fideo y carne se mudaron a sus fauces. Luego, lo saboreó mirando a la techumbre. Segundos después, la comida atravesó su garganta.
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