Capítulo 23
Cuando parecía que los niños habían zafado de tal amenaza, del suelo dos tubos de acero, con una superficie aplanada, se elevaron con suma rapidez y los niños fueron atrapados por dos brazos cilíndricos que sujetaron sus extremidades. La violencia apenas empezaba para los niños. Patxi yacía inerte en un rincón ante la impotencia de Elisa y Adiel que no podían hacer nada y solo resguardar sus vidas.
Inmediatamente después, el Exay caído fue retirado por medio del desplazamiento del suelo que descendió para dar paso una criatura de nombre Madofen, el experimento fallido de Séragon. Tenía dos cabezas semejantes a las de un ser humano y los detalles de las facciones eran sorprendentes: de una cabeza ovalada nacía de otra más pequeña y unida entre sí. Sus extremidades terminaban en forma de cabo y seis patas le daban movimiento.
Adiel y Elisa empezaron a sentir náuseas al ver al supuesto ser humano víctima de una malformación horrible que solo provocaba repugnancia. Los niños solo podían expresar asco sin poder mover sus manos y sus piernas.
Luego de su presentación, Madofen comenzó a moverse como un arácnido hacia el lugar donde se encontraban los niños. La cabeza inferior sonreía y los ojos le brillaban.
—Adiel... —susurró Elisa—. ¿Crees que nos coma?
—Esperemos que no. La boca es muy pequeña, pero mira sus manos.
—Ay, no me digas eso...
La criatura frenó en seco y, con sus extremidades viscosas, se apoyó en la superficie para adquirir una forma vertical. Arrastrándose en el suelo ya daba todo el pavor como para estremecer la osadía. Se acercó a los niños con pasividad, dando a entender sus ansias de articular palabra.
—Perdón por no presentarme antes de matarlos, me llamo Madofen: un ex súbdito de Séragon. Y para mí es una sorpresa adelantar mi cena.
—Te lo dije... —susurró Elisa.
—No te preocupes... Sabemos qué hacer.
La criatura se dio la vuelta y dijo:
—Bueno, creo que es hora de cenar, aunque sea muy temprano. No puedo rechazar este menú que llegó a mí sin que lo pidiera.
Adiel sintió que su corazón trataba de salir con el tamborilero de sus latidos. Luego, tragó saliva y dijo tembloroso:
—No somos comestibles para ti...
Madofen quedó estupefacto y lo miró con desdén.
—Tal vez, pero quiero probar algo nuevo...
—¿¡Qué!? —dijeron Elisa y Adiel al unísono.
La criatura sonrió presagiando su victoria ante los niños que no salían de sus asombro.
—¡No tienes ningún derecho de comernos!
—Pero tengo hambre... Soy un monstruo y ustedes mi alimento.
Adiel se quedó sin palabras. Mudo y con las ideas arrebatadas. Solo había indicios de hipo.
La criatura volvió a sonreír mientras se acercaba. Vio que su cena estaba cerca y nada más tenía que atacar.
Elisa cerró los ojos y dijo:
—Somos humanos, no tu comida —Elisa abrió los ojos nuevamente.
—¿¡Qué!? ¡No! —exclamó Madofen y la sonrisa se borró de sus facciones disformes.
Fue muy temprano para celebrar. Su grotesco cuerpo pagó las consecuencias, aún más. Los niños veían como Madofen se contorsionaba en el suelo, junto a las súplicas que no sirvieron de nada. Aún así sus ansias de comer seguían en pie. Ya no podía hablar, pero podía moverse.
Arrastrándose por el suelo, Madofen trataba de alcanzar a los niños antes de que la muerte llegara primero a él. Poco a poco, sus extremidades fueron muriendo. Madofen, como todas las criaturas, carecía de un corazón y solo un dispositivo Kaysen lo controlaba. Su piel se amarilló y su carne pasó a ser una carne pútrida y en aras de su muerte.
—¡Aghgggggh! —gritó Elisa—. ¡No te acerques!
—¡Elisa! —gritó Adiel viendo a su hermana cerca del esperpento moribundo
Antes de que llegara hasta el lugar donde se encontraban los niños, su cuerpo ennegrecido convulsionó de forma violenta y su ira se fue desvaneciendo. Al poco rato, sus dos cabezas se pudrieron. Madofen murió estando a centímetros de cumplir su faena.
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