Capítulo 21
El vehículo de seis ruedas impactó contra una columna metálica en plena esquina, junto a un bache pequeño: eso no era una novedad. El impacto no fue de gravedad y los tres salieron indemnes de la colisión. Al vehículo le fue muy mal y quedó inutilizable. Patxi fue el primero en salir del vehículo. Ya se había acostumbrado a usar ruedas que no eran suyas. Los niños abandonaron el mismo, cargando consigo el temor latente por los Rerpos que los avizoraban.
Patxi buscó la primera puerta abierta de una edificación y se abalanzó hacia ella sin pensarlo mucho: Elisa y Adiel lo siguieron y entraron a tiempo al reducto. Aseguraron la puerta con el picaporte del tamaño de una piedra y zafaron de la amenaza por el momento.
Entre tanto, los Rerpos se fueron aglomerando a las afueras del establecimiento: el lugar era un baño público de Rerpos abandonado hace años. La oscuridad gobernaba en ese lugar.
Los Rerpos se movieron con frenesí y comenzaron a vandalizar el lugar. Sus rostros adquirieron espasmos súbitos, como alguien que está convulsionando. La respiración era sonora y desagradable. Una horda bastante grande hacía más ruido al respirar que al caminar.
Dentro del baño público, los tres se encontraron con un lugar amplio, límpido y separado por enormes cubículos de metal. Al fondo, la oscuridad cubría ese vacío inusual. Aunque había muchas probabilidades de encontrar a alguien más.
—¡Creo que no estamos seguros en ningún lugar! —dijo Adiel y se estrujó los ojos.
—Sí, porque las heces me enferman —dijo Elisa y apretó su estuchera con fuerza.
—Eso no es lo peor... —interrumpió Patxi viendo la oscuridad con detenimiento.
Lo que no imaginaron fue encontrar a un ser grotesco, abultado y de olor penetrante. El hedor que expelía era horrible, casi insoportable y vomitivo. Su rostro sonreía de forma malévola. Y sus ojos no se quedaban atrás, estos sobresalían y centelleaban en la oscuridad.
De pronto, un pedazo de excremento voló por el aire, con un sonido sibilante, y cayó al suelo como un elemento viscoso y pegajoso. Una granada temblaba al lado de la asquerosidad que había salido de alguna parte de su cuerpo repulsivo. Al tocar el piso, el hedor comenzó a contaminar a cuentagotas el ambiente.
—¿¡Qué es esa cosa!? —dijo Elisa tapándose la boca.
—Eso... Es una hez venenosa —replicó Patxi sin paliativos.
—¡Ay, no me digas eso!
—¡No respiren! —dijo Patxi.
—¡Poopex quiere jugar! —gritó la criatura en las tinieblas.
La criatura de nombre Poopex se reveló de la capa de la oscuridad y lo primero que sintieron los tres fue el intenso olor a heces, que acompañaba al ser como un escolta. De su estómago, dos bolas de heces bañaron los cubículos, corrompiendo las puertas metálicas.
—¡Yo me encargo! —dijo Adiel poniéndose de pie.
—¡Adiel, las heces son venenosas! —dijo Elisa con vehemencia.
—Oye, vuelve, es peligroso —gritó Patxi.
Cuando la criatura caminó, Adiel suspiró y dijo:
—¡Somos humanos, no juguetes!
—No, no, ustedes son juguetes —respondió Poopex e insistió.
—No, los juguetes no tienen vida —Atacó Adiel a un metro de él.
—¡Heces, heces! —gritó Poopex.
La criatura empezó a descompensarse. Su cuerpo se fue hinchando y, de su boca, el excremento salía a raudales.
—¡Patxi, abre la puerta! —gritó Patxi.
Patxi lo abrió y vio a los Rerpos muy de cerca creando caos.
—¡Agáchense! —gritó Patxi.
Segundos después, Poopex alcanzó un volumen de un globo aerostático y, finalmente, estalló fuertemente como una piñata, pero en vez de regalos, las heces volaron como balas que, desafortunadamente, para los Rerpos fue fatal y letal. La carnicería que deseaban se volvió contra ellos y terminaron en el suelo con sus cuerpos modificados: desmembrados y decapitados.
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