Capítulo 20
Los suaves susurros que emanaban de las edificaciones abandonadas pasaban inadvertidos. Los niños y a Patxi continuaron por su camino de asfalto y muchos baches. A pesar de que la brisa hacía el intento de eliminar el silencio incómodo, los ojos invisibles los buscaban en las penumbras. Había muchos escombros en las calles y un olor a carne podrida fue manifestándose en el lugar.
Unas cuadras más adelante, el cansancio se hizo evidente en los niños que ya habían peregrinado bastante. Patxi avanzaba sin decir nada y eso ponía nerviosos a los niños extenuados. Los murmullos en el ambiente llegaron a ser muy incómodos. Los ruidos eran semejantes a alguien que está siendo torturado en condiciones infrahumanas. Sonidos grotescos que no eran para todos los oídos. Patxi llamaba a la serenidad y les decía que lo ignorasen.
El Neumano, como casi siempre, ya iba muy adelantado a los niños. Hasta el momento, los baches de la calzada no habían obstaculizado su transitar, ni siquiera había indicios de caídas. El origen desconocido de los ruidos solo hacía que caminaran a paso rápido. El aire del ambiente se sentía denso y la oscuridad incipiente jugaban con sus mentes.
—Es mejor que corramos —dijo Patxi yendo más rápido.
—¿Y si nos prestas tu rueda? —replicó Adiel sintiendo escalofríos.
—Chicos, no estamos solos... —añadió Elisa mirando en derredor.
De pronto, de la oscuridad nebulosa, una horda de seres errantes, con forma humana comenzaron a salir de sus reductos oscuros. Se movían acompasadamente y sus cuerpos, a la luz de la luna, denotaban púas gruesas que emanaban de cada músculo. Sus cabezas eran pieles grises con forma de cono y sin rastros de tener una fisonomía regular: carecían de ojos y boca.
—¡Son los Rerpos! —gritó Patxi dirigiéndose a los niños.
—¿Los qué? —dijo Elisa mientras se consumía por el nerviosismo.
—Esto es malo —Adiel se acoquinó.
Ante la amenaza inminente, Patxi y los niños corrieron a trompicones y llegaron a un vehículo abandonado de seis ruedas y con solo una cabina estrecha. De inmediato, los tres se subieron a la cabina. Un tablero sobrio y un volante al medio era todo lo que había. El vehículo se encendía por medio del código "Séragon". Patxi tomó el volante y lo encendió.
Segundos después, un gran número de Rerpos rodearon el vehículo y la violencia se desató sobre el motorizado.
—¡Vámonos! —exclamó Adiel viendo cómo se acercaban los enemigos.
—¡Patxi, acelera! —gritó Elisa viendo a las repulsivas criaturas
El vehículo partió de golpe y se llevó consigo a una veintena de Rerpos que salieron volando y algunos llegaron al suelo sin todas extremidades. Luego, se convertirían en alimento para los insectos de Séragon.
Metros más adelante, el motorizado se averió y se detuvo en medio de la calle. El añejo vehículo comenzaba a demostrar que no estaba para una competencia, ni mucho menos para huir de una horda de seres errantes. A los alrededores, los Rerpos aprovecharon el infortunio para atacarlos.
—¿¡Qué pasa!? —exclamó Elisa con pavor.
—El motor... —replicó Patxi escuetamente—. Debo intentarlo otra vez.
—¡Aghgggggh! —Elisa se protegió los ojos del repugnante espectáculo.
—¡Vamos, Patxi! —animó Adiel.
Los brazos de Patxi ocupaban casi toda la cabina del piloto. El motor no encendía luego de tres intentos. Con las esperanzas rotas, Patxi lo intentó una vez más y, antes de que llegara un Rerpo con actitud violenta, el Neumano logró su cometido de encender el vehículo.
Ante la amenaza de representaba la gran cantidad de Rerpos alrededor, Patxi aceleró a toda potencia: el vehículo embistió a unos cuantos y se fue alejando del peligro. Los Respos siguieron el vehículo, pero desistieron segundos después y se dispersaron.
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