Capítulo 18

Una respiración agitada del interior del cráter hizo que los niños se espantaran en el acto. Patxi era el único que no se impresionaba con los ruidos: sus largas manos rozaban el suelo y su cuerpo no se movía, ni aunque ocurriera cualquier contratiempo. Al poco rato, una humareda ascendió de abajo, junto a un olor fétido, por lo que los niños ya no volvieron la mirada hacia atrás.

—Creo que debemos correr, porque esto se va a poner muy malo —dijo Patxi poniendo a trabajar su rueda.

—¿Qué tal malo...? —preguntó Elisa mirándolo con temor.

—Muy malo… No se me ocurre más.

—Lo que haya allá abajo no debe ser muy pequeño —dijo Adiel sintiendo una corazonada.

Una voz inarticulada se oyó gradualmente y, en la superficie, la tierra tembló por el sonido ensordecedor que fácilmente alcanzaba los cien decibelios. Los niños se espantaron y cayeron por el asombro.

Aquello solo fue el preámbulo para que, segundos después, una gigantesca mano saliera del cráter para apoyarse en la orilla. Unas manos arrugadas y con dedos sucios se movieron con parsimonia, levantando una tonelada de tierra.

Mientras los niños y Patxi corrían sin mirar atrás, la cabeza de un ser gigante se asomó por la gran abertura y, apoyándose con la otra mano, su colosal cuerpo semidesnudo empezó a emerger del cráter.

—¡Aghgggggh! —gritó Elisa pausando sus pasos y quedando inerte ante asombro.

—¡Es un monstruo gigante! ¡Corran! —gritó Adiel que volvió la mirada al frente.

—¡Los T-Jacks! ¡No miren atrás! —protestó Patxi yendo por delante.

El colosal hombre, de más de trece metros, apoyó la rodilla en la orilla del cráter, hundiéndolo sin piedad. Tan solo ponerse de pie, el gigante casi había creado otro cráter de menores dimensiones. Al juntar los dos pies, un temblor sacudió la tierra. Su demencial tamaño parecía ser insuficiente para que la gran extensión de tierra lo sostuviera.

Debido a la réplica, los niños cayeron al suelo. Patxi, que se había adelantado nuevamente, volvió y, cuando regresó, el gigante caminó y llegó a ellos con solo tres zancadas.

—¡Aghgggggh! —Elisa se cubrió la cabeza.

El gigante, en todo su esplendor, miró hacia abajo. Su rostro avejentado y malévolo yacía cubierto de mugre y una sustancia crasa de muy mal aspecto. Apenas tenía pelo en la cabeza y la única prenda que cubría su cuerpo, de la cintura para abajo, eran grandes cantidades de ramas y hojas.

Con la ira consumiéndolo, el gigante emitió un quejido feroz que provocó que los niños se taparan los oídos con sus dos manos. De pronto, una de las manos del gigante descendió y antes de que corrieran, Adiel tropezó con los cordones y terminó en las enormes manos del gigante. Elisa y Patxi se escaparon por poco de las manos de la bestia.

—¡Elisa, Patxi! —gritó Adiel mientras el gigante lo elevaba.

Patxi miró a Elisa y dijo:

—Un metro y perturba su razón...

El gigante observó desdeñoso a Adiel y sintió deseos de comerlo. Este comenzó a abrir la boca.

—¡Oye…! ¡Monstruo ! —gritó Elisa tratando de llamar su atención.

Elisa carraspeó y luego dijo con voz alta:

—Este... ¡Tú no puedes comerte a mi hermano! ¿¡Entendiste!?

El gigante se dio media vuelta ignorando las palabras de Elisa.

—¡No me escuchó! —susurró Elisa a Patxi.

—¡Debemos alcanzarlo! ¡Súbete a mi hombro —dijo Patxi y su rueda se impulsó para llegar a la altura necesaria.

De inmediato, el gigante dio una zancada y Patxi alcanzó una velocidad suficiente para estar al frente del T-Jack. Cada paso del gigante era un movimiento sísmico que impedía a Patxi mantener el equilibrio.

Los oídos del gigante debían escuchar las palabras de Elisa: palabras que afectarían su fuerza y su maldad, según Patxi.

Antes de que el gigante llegara al cráter, Elisa se acercó a su humanidad y grito:

—¡Alto, no puedes comértelo! ¡Es mi hermano! ¿Tú no tienes hermanos!

El gigante se detuvo al borde y se palpó la cabeza sintiendo una jaqueca molesta.

—Funcionó, creo... —dijo Elisa.

Al poco rato, el gigante no aguantó el dolor y dejó caer a Adiel que, con la adrenalina, gritó pavorosamente hasta caer en las manos largas de Patxi. El gigante se desplomó lentamente produciendo un impresionante temblor que se prolongó unos segundos.

La humareda de tierra sobrevoló por el aire por varios segundos, dando a entender que el gigante vencido ya no se levantaría más. El peso descomunal del T-Jack había provocado una impresionante abertura en la tierra, donde podrían caber como tres ballenas sin problemas. 

La caída de Adiel quedó amortiguada gracias a las manos de Patxi, que providencialmente llegaron para evitarle el descalabro. Sus larguiruchas manos habían hecho más esfuerzo de lo necesario. Hasta pensó que un Trisauter podría pesar menos que Adiel. 

El muchacho se levantó ileso y miró por última vez al gigante inerte. El ser colosal daba miedo, aunque estuviera boca abajo y prácticamente muerto. Su cuerpo robusto tenía manchas oscuras y vellos incipientes. Ir de un extremo a otro tomaría un buen tiempo. Y el que tuviera el valor de limpiarlo tendría que ser pudiente.

—¿Adiel, estás bien? —preguntó Elisa con benevolencia. 

—Sí, estoy bien y creo que deberíamos alejarnos un poco de esta cosa pesada... 

—Tal vez no es necesario —dijo Patxi mirando al gigante. 

—¿¡Qué!? —dijeron Elisa y Adiel al unísono. 

—Escuchen, escuchen... —susurró Patxi. 

Una respiración ruidosa no era propia de alguien que acababa de morir y eso no eran buenas noticias para los niños. El gigante comenzó a presentar signos de vida de forma sonora. Su respiración se tornó regular y, con unos gruñidos altisonantes, abrió los ojos nuevamente. Era cuestión de tiempo para que se levantara del nuevo cráter. 

Los niños retrocedieron con el miedo volviendo cuando parecía haberse ido. La bestia empezó a mover sus extremidades que se encontraban relajadas. Con sus fuertes brazos se apoyó y volvió a recuperar la verticalidad de su cuerpo.

Luego de provocar más movimientos sísmicos que en la tierra y un remolino de tierra, el T-Jack quedó completamente de pie. Miró su mano derecha como si fuera una nueva extremidad en su cuerpo. Se sentía desorientado por el batacazo. Se tomó la cabeza con suficiente fuerza como para derribar un castillo. Luego, miró hacia abajo con expectación. 

—¿¡Quiénes son ustedes!? —preguntó el gigante sin elevar tanto la voz, aunque fácilmente se podía escuchar a kilómetros. 

Patxi se adelantó a los niños y con voz alta dijo: 

—No somos malos. Solo queremos ir a la ciudad. Ellos son mis amigos y necesitan encontrar a Séragon. 

El gigante lo miró con extrañeza por unos segundos. Luego, pasó del enojo al miedo. Su semblante se quedó dividido, aunque finalmente cambió el semblante por uno más benevolente y conciliador. 

—Yo los puedo llevar hasta allá. Pero no veré a Séragon... 

—Me parece una opción difícil de rechazar —contestó Patxi.

La tranquilidad había vuelto después de mucho. Inmediatamente, el gigante se agachó y estrechó su mano para que los niños y Patxi pudieran subir.

—Las damas, primero —dijo Patxi. 

—¿Solo por ahora? —protestó Elisa y subió.

Patxi fue el último en subir. Este se acomodó en el hombro izquierdo del gigante y Adiel y Elisa en el derecho. Las arrugas del T-Jack no eran propiamente seguras como para sostenerse de ahí. Pero en la clavícula podían viajar tan cómodos como en un vehículo. Finalmente, el gigante partió con rumbo a la ciudad de Séragon. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top