Capítulo 17

Las bajas temperaturas junto a los ventarrones convertía el camino de los tres en un calvario sin fin. Aunque todo el frío del mundo no era lo peor que podrían esperar en un isla llena de bestias. Con cada paso que daban se exponían a mil peligros, porque no sabían a qué ser gobernaba esta isla misteriosa. Lo que vendría después era algo impostergable. Un obstáculo colosal se avecinaba, se sentía en la atmósfera, en el aire.

Una hora después, los niños y Patxi llegaron a una planicie delimitada por una superficie accidentada y rocosa. El frío era aplacado por la temperatura cáustica que el Neumano desprendía. Su cuerpo se adaptaba a cualquier cambio de clima brusco, así que caminar cerca de él les daba todo el calor que necesitaban. 

Era un lugar muerto en vida y casi con la vegetación extinta. Parecía ser el lugar ideal para que un volcán hiciera erupción. Todo alrededor era superficie seca y había montículos de tierra.

El Neumano fue el primero en dar el primer paso o asentar la rueda en el suelo terroso. La superficie tenía fisuras  y era árida: hasta se podía sentir una respiración que hacía un eco en todo el lugar. Una erosión había hecho estragos en el terreno.

También se percataron que había vasija de barro como en la anterior isla. Los niños no sabían si había alimentos en él. El hambre y la sed eran sus principales verdugos.

—Elisa… Yo quiero probar una pierna —Adiel no despegó la mirada en una vasija.

—No, Adiel, esos alimentos tienen algo malo…

—Solo un pedazo, hermanita.

—¡Nooo! Si comes eso te dará más hambre. Solo es un truco para que nos quedemos y nos maten.

—Come esto —intervino Patxi—. Esto te quitará el hambre por varios días.

El Neumano le ofreció una masa redonda similar a una galleta y bastante crujiente. Adiel se lo comió sin masticar.

Adiel y Elisa se unieron a Patxi y caminaron con mucha cautela en línea recta. Los niños eran conscientes del peligro de pisar tierras desconocidas: algo peor que arenas movedizas. Patxi hacía caminos en la tierra y los niños seguían las señales de la rueda. 

A lo lejos, podía verse con claridad un yacimiento enorme, aunque más cerca el panorama cambiaba y el yacimiento se transformaba en una especie de cráter de más de un kilómetro. 

—Aquí vive alguien —dijo Patxi en tono misterioso. 

—¿Qué? ¡Ay, ¡Patxi no me digas eso! 

—¡Creo que el silencio es mejor! —dijo Adiel.

Al llegar a él, se encontraron con restos de Neumanos que ornamentaban de forma macabra los alrededores. Las orillas del cráter se habían convertido en un cementerio de Neumanos desmembrados. 

—Muchos intentaron cruzar y murieron, y todo por un dispositivo del tamaño de una piedra. La versión Kaysen 2, pero no pudieron com la ira de... 

—¿En serio? Aquí tengo algo que tiene ese nombre —dijo Elisa y sacó la pila de su estuchera.

—El Kaysen...—dijo Patxi con asombro.

—Patxi... ¿Quién vive ahí abajo? —preguntó Elisa con la voz temblorosa.

—Si les digo ya no podremos cruzar al frente. 

—¡¿Qué?! —masculló Adiel.

Solo debían cruzar el enorme cráter para llegar a la ciudad de Séragon. No era un problema para los tres. Podían rodear la abertura que expelía polvo, pero el camino era tan estrecho y tan peligroso, que debían ir a paso de tortuga. 

El Neumano y Elisa, se movieron por delante y Adiel iba detrás de ellos, controlando su nerviosismo que se volvía incontrolable a medida que se acercaba. Cada paso era una sentencia de muerte y, a la vez, un alivio: el camino se acortaba. 

Elisa y Patxi llegaron hasta el otro extremo y Adiel que caminaba, pensando más en el cráter que en llegar vivo dejó caer un pedazo de tierra al vacío. 

—¡Adiel! ¡Vamos! —gritó Elisa con fervor.

—¿No es nada, verdad? —dijo Adiel con miedo. 

—Sí, pero lo mejor ahora es correr... —objetó Patxi con frialdad.

—¿Correr? —dijo Adiel con pavor.

De las profundidades del cráter, un sonido hórrido y agudo nació y aumentó la intensidad conforme Adiel llegaba al extremo. 

—¿¡Qué es lo que hay ahí!? —gritó Elisa.

—No creo que tengas muchas ganas de saberlo —replicó Patxi con parsimonia.

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