Capítulo 11

Al atardecer, Elisa y Adiel dejaron atrás la isla de Cranon y partieron motivados en busca de respuestas, pero con la incertidumbre y un cúmulo dudas porque un escenario nefasto era probable. Sin embargo, tenían una pizca de esperanza de encontrar la ayuda necesaria de un ser humano o una criatura que no fuera malvada, aunque si no lo encontraban, ya no esperaban hallar algo peor que un ser como Cranon. Ya se estaban acostumbrando a ver seres amorfos y aterradores.

En la parte de adelante de la balsa, iba Adiel moviendo una caña y con el semblante dividido entre el miedo y la esperanza de volver a la tierra. Movía con desgano el tallo horadado y el agua teñía de sal su caña. Al poco rato se cansaría y olería a animal acuático. En tanto Elisa, movía un palo corto con los ánimos en balanza. Por si las dudas, ella miraba a todos lados. Un simple ruido podría ser un indicativo de que algo maligno vive abajo. El único ruido relajante era el que producía la pala y el agua. 

La monotonía hacía que el tiempo se detuviera. El cielo parecía una fotografía que nunca iba a cambiar. Luego de un par de horas, los niños sintieron cansancio físico y mental por el soporífero viaje: sus pestañas no iban aguantar el azote del implacable de la modorra. El alimento dulce que llevaba Elisa en su estuchera no iba ser rival para Adiel ni para ella. Un pedazo de chocolate no iba mantenerlos contentos por mucho. 

—Hey, Elisa, ¿estás despierta? —preguntó Adiel y dio un bostezo largo. 

—Por poco tiempo, hermanito. 

—Ya estoy por dormirme... Mis brazos me suplican que pare —dijo Adiel dormitando.

—Es una buena idea, hermanito. 

Transcurridos unos minutos de sosiego, la calma comenzó a alistar sus maletas. Las aguas comenzaron a ponerse tensas y burbujeantes. El ruido ambiente del océano era una invitación a abandonarlo. El cielo, repleto de nubarrones grises, era la estocada final para una tarde ajetreada en un lugar, más lleno de hostilidad que de paz. 

—Oye... ¿Eso fue? —dijo Elisa que miraba alerta a los alrededores. 

—No, espero que no sea... —Adiel se espabiló.

A solo unos metros de la balsa, la seguridad no era una garantía, porque un fuerte remolino de agua estalló con violencia. Como un fantasma, emergió la cabeza de una extraña criatura que con las chispas del agua aún no revelaba su verdadera forma. Los niños apenas pudieron ver como unos enormes tentáculos golpeaban las aguas con brutalidad. Luego, la colosal criatura descendió a las profundidades.

—Adiel, Adiel... —musitó Elisa tiritando.

—Espero que este no sea nuestro fin... 

A los pocos segundos, la cabeza volvió a salir a la superficie, mostrándose ya amenazante con su gran envergadura. El tamaño era semejante al de una ballena de la tierra. Un molusco de dimensiones exorbitantes que no solo salía a provocar terror. Por sus movimientos, el descontrol se cernía en la criatura marina que sin saberlo haría añicos a cualquier buque. 

—¡Adiel, Adiel! ¿Ahora sí estoy soñando? —dijo Elisa.

—¿¡Pero qué es eso!? 

—¡Ay, no, no! ¡Se está acercando! 

—Elisa... Ya sé lo que voy a hacer. 

—¿¡Qué!?

La gigantesca criatura de nombre Gigaman se tornó más violenta, moviendo sus tentáculos con frenesí. La ira del animal marino se cernía sobre toda esa masa de molusco grisáceo y negruzco. Su cabeza llena de ramificaciones casi opacaban sus ojos endemoniados. Por sus movimientos iracundos, era cuestión de tiempo para dejar caer su fuerza sobre la balsa. 

Con unos rugidos ensordecedores, la criatura se fue acercando peligrosamente a los niños. Adiel se puso de pie y gritó: 

—¡Oye, bestia…! ¡No nos puedes atacar! 

—¡Adiel, eso no sirve! —respondió Elisa con firmeza.

Lastimosamente, las palabras del muchacho no llegaron a buen destino: como un dardo que falla en su blanco, las palabras se desvanecieron y Gigaman rugió sonoramente. 

—¡No nos puedes atacar! —volvió a gritar. 

—¡Adiel, cuidado! —gritó Elisa.

Gigaman dejó caer un tentáculo y el peso descomunal golpeó el extremo frontal de la balsa que se llevó la peor parte, hundiéndose y cayendo abruptamente al mar. Los niños salieron a la superficie ya empapados.

—¡Elisa, Elisa! —gritó Adiel buscándola con la mirada.

—¡Aquí! —gritó Elisa acercándose.

Minutos después, la criatura se fue alejando, cubriéndose con el agua. Los niños pudieron regresar a la balsa, guiados por las palabras de Cranon.

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