8🦋
Hades...
Melina descansa en el sillón de atrás de mi coche. su pierna lastimada la tenía estirada sobre la sana y sus brazos doblados debajo de su cabeza.
Se había quedado dormida a los pocos minutos. Usé mi chaqueta como cobija y la dejé sobre sus hombros para darle calor. Por suerte la había dejado en el auto y no se mojó.
Un suspiro triste incrementa en mi pecho mientras la observo. Su rostro denota serenidad, quién sospecharía que detrás de esa tranquilidad hay una historia desastrosa, incluso peor que la mía.
Cuando me confesó lo que habían hecho con ella me quedé sin aliento, sentí un golpe violento contra mi pecho como si alguien me hubiese dado con algo muy pesado. Desee tener a Jack y al otro maldito en frente de mi para descargar toda mi ira y hacerles pagar todo lo que le hicieron a Melina.
Malditos.
¿Cómo pudieron?
Mis dedos desplazan un mechón de su rostro y lo aparto con cuidado, su nariz se arruga y lentamente sus parpados comienzan a moverse.
—H-hola—digo en un hilo de voz esperando que su mirada se encuentre la mía, no sucede.
—¿Dónde estamos?
—En mi hogar—respondo con incertidumbre, quizás esto le moleste.
Su cuerpo delgado se incorpora despacio y da un vistazo por la ventana. Mi chaqueta le cae por la espalda y el sonido provoca que su cuerpo se sobre salte.
Finalmente obtengo su atención.
—¿Por qué me has traído aquí? —no sonaba molesta.
—No sabía tu dirección y...—ella desvía su vista de la mía otra vez, su reacción en un arranque —. Te traje a mi casa. Disculpa si eso no era lo que querías.
Da un fuerte suspiro desolador y se baja del coche dejando la puerta abierta. Inclino la cabeza hacia atrás unos instantes para respirar hondo y me bajo también, no sin antes cerrar la puerta que había dejado abierta.
Caminamos despacio hasta el ascensor y se quejaba de vez en cuando, lo hacía en voz baja. Quizás para que no me diera cuenta. Había tanto silencio que podía escuchar claramente el tintineo de las cadenas del ascensor. Ella estaba recostada contra la pared y la cabeza clavada en el suelo y eso dolía demasiado.
—Adelante —con pasos sigilosos ingresa al departamento y se queda en medio de la sala de estar.
—Necesitas cambiarte.
Se da media vuelta.
—¿Ca-cambiarme?
—Le pedí a mi nana que te trajera una muda de ropa—dije suavemente, ella estaba muy vulnerable y cualquier cosa que diga podría mal interpretarse. Solo se me queda mirando—. Espera un momento, puedes tomar asiento.
—Solo cura mi rodilla—espeta después de volver de mi dormitorio.
—Eso haré, pero debes cambiarte toda esa ropa mojada—estiro el brazo para que agarre la ropa, que constaba de un lindo pijama azul.
—Me cambio en mi casa.
—Te vas a enfermar.
—No me importa.
—Melina....
—Me largo—brama, me interpongo en su camino—.Dame un permiso.
—Hades cariño, ¿Qué pasa?
—Todo está bien nana—digo sin despegar los ojos de Melina—.Necesitas cambiarte.
—¿Es que no me puedes revisar así?
—Si puedo...—se devuelve hacia el sofá y sienta.
—Revísala.
Respiro hondo.
Es testaruda.
—¿Cariño ella es Melina?—pregunta nana plantándose a mi lado.
—Sí, nana. Ella es.
—¿Y es grosera también?—los ojos de melina se clavan en ella y sus mejillas se colocan colorada —.Me has hablado tan bien de ella...
—Esta faceta no la conocía nana—interrumpo antes que siga, pero tal vez llevándole el juego, noto como los ojos de Melina se abren impresionados.
—¿Dónde queda el baño?
—Voy a revisar a Melina— señalo e ignoro su pregunta.
—Les voy hacer un caldo.
—Solo uno—solo miro a mi nana, la psicología inversa siempre funciona y es lo que aplicaré hasta convencerla—.Melina ya se va.
—Está bien mi cielo—acaricia mis mejillas y me da un beso en la frente, arrugo la nariz cuando dobla un cuello hacia melina—.Es un gusto conocerla joven.
Me giro un poco mi cuerpo para obsérvala y ella clavo la cabeza hacia abajo.
Los costados de mis labios se alzan.
Es igual a una niña.
—Voy a mi dormitorio—anuncio sin mirarla al quedar solo con ella—. Allí tengo mi equipo médico.
—¿Por favor me puedes decir dónde queda?—siento su mirada en mi espalda y me giro.
—¿Dijiste algo?
—El baño—responde irritada.
—Será una revisión rápida, no tendrás que cambiarte.
—Quiero cambiarme.
—No habrá necesidad—me hago el orgulloso—.Tu solo quieres que te vea...
—Yo misma lo busco, gracias—bufa y mis labios mantienen una línea recta, que intento no romper.
—Esta al final del pasillo a mano derecha. La llave caliente está a la derecha.
—Gracias—dice malhumorada.
—De nada, gruñona.
—Arrogante.
El olor a caldo llega hasta mi habitación y se me revuelven las tripas del hambre. Me estaba cambiando porque yo también me había mojado y tengo la mala suerte que me enfermo enseguida. Estoy bajándome el orillo de mi sudadera cuando escucho un grito aterrador seguido de un gruñido.
Joder.
Willow.
Salgo al pasillo y la encuentro arrinconada contra la pared. Willow le estaba ladrando y mostraba sus filosos dientes.
—Hey Willow, ella es una amiga— lo reprendo— . ¡Willow! — intenta atacarla, pero yo soy más rápido e impido que le haga daño.
—¡No-no lo sueltes!
—Tranquila— contra su voluntad, lo conduzco hacia mi habitación y allí lo encierro. El perro sigue ladrando un par de minutos y después se calma —.¿Estas bien? — pregunto acercándome.
—Si-sí.
—Él actúa así cuando las personas son groseras— dice mi nana desde el final del pasillo y la miro con desaprobación—.El caldo ya va estar listo.
—De acuerdo nana— me giro hacia Melina para aclarar que no son ciertas las palabras de mi nana—. Es mentira. Willow detesta a las personas porque fue un perro maltratado cuando era pequeño. Lo tengo desde que tenía cinco meses y fue difícil que se acostumbrara a mí. Él no quiere ni a su propia sombra.
—Ya veo—la observo de arriba abajo disimuladamente. Mi nana tiene buen gusto, le queda precioso el conjunto de pijama color negro. Este tenía un lindo girasol en el medio de la blusa.
—Sigue a la sala —Insto, volviendo de mi ensoñación.
—Mi ropa esta mojada.
—En un rato la llevamos a la secadora.
—Bien.
—Espérame en la sala—repito y me giro hacia mi habitación. Empujo la puerta con cuidado y encuentro a Willow sobre la cama— .Abajo—ordeno y él se baja enseguida.
Melina...
Estaba en el sofá observando cada rincón a rincón de la sala. La baja temperatura se colaba por la estructura del apartamento y la ropa que cargaba puesta no me aportaba nada de calor suficiente y comenzaba a temblar. Quería irme. Me sentía demasiado incomoda en este lugar y con estas personas, incluso con el perro.
El olor a caldo me tenía las tripas retorcidas del hambre y no fui capaz de pedirle a la señora quien parecía a Muriel de coraje el perro cobarde que me diera algo para beber porque es evidente que no le caí bien.
También tenía sed.
—Oh —exclama una voz y aparto la vista de la ventana. Ahí estaba Hades, totalmente cambiado de ropa, viéndose irremediablemente atractivo. En su mano derecha sostenía un pequeño bolso negro y en la otra, al parecer un suéter de color gris.
Espero que sea para mí.
Hades observa el montículo de ropa que estaba cerca de mis pies y noto que su expresión cambia. Aunque lo disimuló muy bien, no dijo una palabra y se agacho para recogerla. La anciana apareció en cuanto él la llamó y se llevó mi ropa humedecida con explicaciones explicitas.
—¿Tienes frio? —pregunta.
—Si—contesto.
—Permíteme—antes que pudiera reaccionar, hades coloca sobre mis hombros un suéter e insta para que deslice mis brazos por las mangas.
—Gracias—susurro.
—Haré una revisión rápida, desinfectare la herida y te pondré una crema y un antinflamatorio —su voz suena amigable, aunque lo siento muy distante—.Te irás en un momentito—se inca de rodillas y saca todo lo que necesita dentro de su bolso.
La ropa que usaba era de pantalón corto y podía hacer el trabajo fácilmente.
No dijo una sola palabra mientras limpiaba mi herida, estaba concentrado en lo que hacía que no se percató que lo estuve observando todo el tiempo, cuidándome que no fuera pillada.
Cuando terminó me pidió que subiera la pierna estirada sobre el sofá. Mencionó que debía descansar y me dio una crema que debía cada echarme cada ocho horas por cinco días.
—¿Tienes hambre?—pregunta después de regresar del pasillo, mi corazón estaba palpitando acelerado. El perro había gruñido y por un segundo pensé que se había escapado.
Niego, pero mi estómago me delata, y con su media sonrisa siento mi cara colorada.
—Ya te traigo caldo, descansa—dice y se marcha a la cocina.
Regresa de ella con una bandeja larga de color plata. Me sonríe levemente y se sienta en el sofá más pequeño. Mis ojos se dirigieron a la bandeja y mi estómago ruge con más fiereza. Aparto del tazón de caldo había pan en rodajas cubiertas de mantequillas y café.
Todo se veía tan apetitoso y tan maternal.
Una lagrima casi se me desploma de mi ojo. Esto me hace recordar lo mucho que extraño a mi mamá y sus deliciosas comidas.
—Con cuidado—me dice Hades quien amablemente me acerca el tazón humeante.
—Gracias—digo en voz baja.
—Espero te guste—se pone de pie—.Estaré en la cocina, por si me necesitas.
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