☂️25☂️

Desperté con el sonido de cámaras, gritos desesperados y un mar de periodistas en la puerta de Minho. Era gracioso cómo habían pasado por alto la entrada a la propiedad sin pensarlo, todo por conseguir una exclusiva que no llegaría lejos si yo no hablaba.

Quería decir que era normal, que en algún momento alguien me reconocería durante mi huida, quizás un fan o un antiguo miembro de mi banda. Pero no hacía falta ser un genio para saber que Han-sol había sido la causa. Me aventuraba a pensar que él me había estado buscando tras los rumores de otros conocidos. Gracias a él, mi anonimato se había esfumado.

Esto enfurecería al director y cuando Eun-hye se enterase, echaría humo. Por suerte, mi manager oficial estaba en el hospital esperando la llegada de su bebé, y el director estaba de viaje filmando escenas en Seúl, o de lo contrario también tendría al detestable periodista Song encima.

Quisiera que esto fuese solo una pesadilla, pero cuando las luces intermitentes se filtraron a través de las cortinas, supe que todo había cambiado. Los reporteros habían encontrado mi escondite, habían invadido mi hogar, y ahora me acecharían también en mi lugar de trabajo si estuviera allí.

La fama, esa vieja amiga olvidada, había regresado a mi vida con una fuerza desconocida y aterradora. Pronto, los seguidores que me habían idolatrado y luego habían desaparecido en la bruma del tiempo para volverse contra mí surgirían como los haters de hace cinco años. Las redes sociales estallarían con hashtags llevando mi nombre, y las calles se llenarían de murmullos sobre un retorno falso. Pero lo que más temía era que mi pasado alcanzaría a Minho y a Byung-chan; ellos no tenían la culpa de mis errores.

El móvil en mi mano vibró con un mensaje: "Escóndete por un tiempo". Estaba cansado de huir y ocultarme de todo y todos. Estaba harto de tener miedo; no quería que las personas a mi alrededor sufrieran más. Aunque me mudara a otro lugar, seguiría siendo el centro de atención, y mi familia y amigos serían acosados con preguntas en la calle, perpetuando un ciclo vicioso.

Me encontraba en una encrucijada. ¿Podría manejar esta ola de atención nuevamente? ¿O me hundiría en las profundidades de la fama, un lugar conocido por su capacidad para ahogar incluso a las estrellas más brillantes? No lo sabía, pero no quería huir más. Y esa fue mi respuesta al manager suplente que me había asignado Eun-hye.

—Hola, Timoteo. —dije al contestar la llamada.

—Estoy llegando a tu apartamento. Imagino que has tomado tu decisión.

—Así es. —respondí, aprovechando que Minho había ido a la empresa temprano en la mañana para marcharme a mi departamento, ignorando su llamada y todos los mensajes de conocidos. No quería ni imaginar cómo se había filtrado mi número; solo buscaba una mejor solución en mi cabeza.

Envié un breve mensaje a Minho y apagué el móvil. Ahora debía concentrarme en no caer más en el agujero oscuro de las emociones y los recuerdos.

Al llegar a mi departamento, vi a Timoteo esperando afuera con ropa y una moto de repartidor, aunque lo reconocería en cualquier lugar. Era mi amigo desde hacía cinco años, lo que me recordó el momento en que lo conocí, justo cuando estalló el escándalo y Moon-gyu dejó este mundo.

No hubo necesidad de hablar; solo nos miramos y sonreímos con tristeza y nostalgia como siempre. Entramos al departamento para ponernos al día con nuestras novedades. En realidad, prefería hablarle de lo bueno que me estaba sucediendo antes de tocar el tema del drama. ¿Por qué lo positivo dura tan poco?

Era una tarde nublada cuando Minho apareció en mi puerta, luciendo preocupado y algo enojado. No lo había visto desde que me habían suspendido indefinidamente mediante un mensaje. No habíamos intercambiado mensajes, y yo me había decidido a no dejar que las tragedias mancharan mi humor y le dijese algo que lo hiciera huir de una vez por todas.

Su presencia fue un shock, una mezcla de alegría y nerviosismo recorriendo mi cuerpo.

—Minho, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté, intentando mantener mi voz firme.

—Tenía que verte, gamma. No podía seguir así, sin saber cómo estabas. —Sus ojos se suavizaron al verme, y por un momento, todo el dolor y la distancia parecieron desvanecerse.

Le invité a pasar, y nos sentamos en el sofá, el mismo sofá donde Timoteo y yo habíamos pasado tantas horas hablando y compartiendo. Minho notó la presencia de Timoteo en mi vida casi de inmediato; la habitación estaba llena de pequeños indicios: una chaqueta suya colgada en el perchero, una taza de café a medio terminar en la mesa.

—¿Quién eres? —preguntó Minho, con un tono que no había esperado. 

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