chapter two

AL CALDERO Chorreante se había dicho. Alice no pudo evitar pensar en sus amigas Luna y Lyssandra.

De repente, a si mente vino la imagen de un chico de cabello castaño y ojos marrones. Theodore Nott. Aquel chico que siempre llevaba la corbata verde la volvía loca desde la primera vez que lo había visto en el Callejón Diagon cuando la había ayudado a recoger sus cosas que se le habían caído. Alice no pudo evitar sonrojarse ante ese recuerdo.

PRUMMMMBBB.

Alice se agarró de la cama.

Circularon por Charing Cross como un rayo. Alice se incorporó en la cama, y vio edificios y bancos apretujándose para evitar al autobús. El cielo aclaraba.

Reposaría un par de horas, llegaría a Gringotts a la hora de abrir y enviaría una carta a Luna o a Lyssandra o a Pansy para ver si podía quedarse en su casa.

Ernie pisó el freno, y el autobús noctámbulo derrapó hasta detenerse delante de una taberna vieja y algo sucia, el Caldero Chorreante, tras la cual estaba la entrada mágica al callejón Diagon.

-Gracias -le dijo Harry a Ernie.

Bajó de un salto y con la ayuda de Stan dejó en la acera el baúl y la jaula de Hedwig

-. Bueno -dijo Harry-, entonces, ¡adiós!

Pero Stan no le prestaba atención. Todavía en la puerta del autobús, miraba con los ojos abiertos de par en par la entrada enigmática del Caldero Chorreante.

-Conque están aquí, Harry y Alice -dijo una voz.

Antes de que Harry se pudiera dar la vuelta, notó una mano en el hombro. Al mismo tiempo, Stan gritó:

-¡Caray! ¡Ernie, ven aquí! ¡Ven aquí!

Alice miró hacia arriba para ver quién le había puesto la mano en el hombro y sintió como si le echaran un caldero de agua helada en el estómago.

Estaba delante del mismísimo Cornelius Fudge, el ministro de Magia.
Stan saltó a la acera, tras ellos.

-¿Cómo ha llamado a Neville y a Lyssandra, señor ministro? -dijo nervioso.

Fudge, un hombre pequeño y corpulento vestido con una capa larga de rayas, parecía distante y cansado.

-¿Neville? ¿Lyssandra?-repitió frunciendo el entrecejo-. Son Harry y Alice Potter.

Diablo, los descubrieron.

-¡Lo sabía! -gritó Stan con alegría-. ¡Ernie! ¡Ernie! ¡Adivina quién es Neville! ¡Es Harry Potter! ¡Veo su cicatriz!

-Sí -dijo Fudge irritado-. Bien, estoy muy orgulloso de que el autobús noctámbulo haya transportado a Harry Potter; pero ahora ellos y yo tenemos que entrar en el Caldero Chorreante...

Fudge apretó más fuerte el hombro de Harry, y Harry se vio conducido al interior de la taberna sujetando fuertemente con miedo la mano de Alice. Una figura encorvada, que portaba un farol, apareció por la puerta de detrás de la barra. Era Tom, el dueño desdentado y lleno de arrugas.

-¡Lo ha atrapado, señor ministro! -dijo Tom-. ¿Querrá tomar algo? ¿Cerveza? ¿Brandy?

-Tal vez un té -contestó Fudge, que aún no había soltado ni a Harry ni a Alice.

-Yo un whisky -soltó Alice en joda, Harry le dió un zape que hizo que la menor se quejara y Fudge los mirara divertido.

Detrás de ellos se oyó un ruido de arrastre y un jadeo, y aparecieron Stan y Ernie acarreando el baúl de los hermanos y la jaula de Hedwig, y mirando emocionados
a su alrededor.

-¿Por qué no nos has dicho quién eras, Neville? -le preguntó Stan sonriendo, mientras Ernie, con su cara de búho, miraba por encima del hombro de Stan con mucho interés.

-Y un salón privado, Tom, por favor -pidió Fudge lanzándoles una clara indirecta.

-Adiós -dijo Harry con tristeza a Stan y Ernie, mientras Tom indicaba a Fudge un pasadizo que salía del bar.

-¡Adiós, Neville! ¡Adiós, Lyssandra!-dijo Stan.

Fudge llevó a Harry por el estrecho pasadizo, tras el farol de Tom, hasta que llegaron a una pequeña estancia. Tom chascó los dedos, y se encendió un fuego en la chimenea. Tras hacer una reverencia, se fue.

-Siéntense, chicos-dijo Fudge, señalando una silla que había al lado del fuego.

Los hermano se sentaron. Se le había puesto carne de gallina en los brazos, a pesar del fuego. Fudge se quitó la capa de rayas y la dejó a un lado. Luego se subió un poco los pantalones del traje verde botella y se sentó enfrente de Harry.

-Soy Cornelius Fudge, ministro de Magia.

Por supuesto, Alice ya lo sabía. Había visto a Fudge en una ocasión anterior, pero como entonces llevaba la capa invisible que le había dejado su padre en herencia, Fudge no podía saberlo. Tom, el propietario, volvió con un delantal puesto sobre el camisón y llevando una bandeja con té y bollos.

Colocó la bandeja sobre la mesa que había entre Fudge y Harry, y salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí.

-Bueno, hermanos Potter-dijo Fudge, sirviendo el té-, no me importa confesarles
que nos han traído a todos de cabeza. ¡Huir de esa manera de casa de tus tíos! Había empezado a pensar... Pero estás a salvo y eso es lo importante.

Fudge se untó un bollo con mantequilla y le acercó el plato a los hermanos.

-Coman, chicos, parecen desfallecidos. Ahora... Les agradará oír que hemos
solucionado la hinchazón de la señorita Marjorie Dursley Hace unas horas que enviamos a Privet Drive a dos miembros del departamento encargado de deshacer magia accidental. Han desinflado a la señorita Dursley y le han modificado la memoria. No guarda ningún recuerdo del incidente. Así que asunto concluido y no hay que lamentar daños.

Fudge sonrió a Harry por encima del borde de la taza. Parecía un tío contemplando a su sobrino favorito. Alice frunció el ceño, ese tipo de por sí ya le caía mal, tenía una mala vibra a su alrededor.

-¡Ah! ¿Te preocupas por la reacción de tus tíos? -añadió Fudge-. Bueno, no les negaré que están muy enfadados, niños, pero están dispuestos a volver a recibirlos el próximo verano, con tal de que se queden en Hogwarts durante las vacaciones de Navidad y de Semana Santa.

Harry carraspeó, Alice suspiró y apartó la mirada.

-Siempre me quedo en Hogwarts durante la Navidad y la Semana Santa -observó-. Y no quiero volver nunca a Privet Drive. Y Alice mucho menos.

-Vamos, vamos. Estoy seguro de que no pensarás así cuando te hayas tranquilizado -dijo Fudge en tono de preocupación-. Después de todo, son su familia, y estoy seguro de que sentís un aprecio mutuo... eh... muy en el fondo.

No se le ocurrió a Harry desmentir a Fudge. Quería oír cuál sería su destino. Alice estuvo a punto de matar a su hermano por estúpido, sin embargo no iba a cometer un crimen enfrente del mismísimo Ministro de Magia

-Así que todo cuanto queda por hacer -añadió Fudge untando de mantequilla otro bollo- es decidir dónde vas a pasar las dos últimas semanas de vacaciones. Sugiero que cojas una habitación aquí, en el Caldero Chorreante, y...

-Un momento -interrumpió Harry-. ¿Y mi castigo?

Fudge parpadeó.

-¿Castigo?

Si salía de ahí, iba a golpear a Harry hasta hacer el trabajo que Voldemort no había podido completar y ella no iba a necesitar magia.

-¡He infringido la ley! ¡El Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!

-¡Cállate, James, no quiero ir a Azkaban para compartir una mugrosa celda con el padre y el abuelo de Lyssandra! -Lloriqueó Alice, recordando a los mortífagos de la familia Rockwood.

-¡No te vamos a castigar por una tontería como ésa! -gritó Fudge, agitando con impaciencia la mano que sostenía el bollo-. ¡Fue un accidente! ¡No se envía a nadie a Azkaban sólo por inflar a su tía!

Pero aquello no cuadraba del todo con el trato que el Ministerio de Magia
había dispensado a Harry anteriormente.

-¡El año pasado me enviaron una amonestación oficial sólo porque un elfo doméstico tiró un pastel en la casa de mi tío! -exclamó Harry arrugando el entrecejo-. ¡El Ministerio de Magia me comunicó que me expulsarían de Hogwarts si volvía a utilizarse magia en aquella casa!

Si a Alice no la engañaban los ojos, Fudge parecía embarazado, pero eso era imposible, porque era hombre, pero Alice no tenía nada en contra de eso, solo que si Fudge tenía pito no podía estar embarazado.

-Las circunstancias cambian, hermanos... Tenemos que tener en cuenta... Tal como están las cosas actualmente... No querrás que te expulsemos, ¿verdad?

-Por supuesto que no -dijo Harry.

-Sería horrible

-Bueno, entonces, ¿por qué protestas? -dijo Fudge riéndose, sin darle importancia-. Ahora cómete un bollo, Harry, para que te tranquilices mientras voy a ver si Tom tiene una habitación libre para ustedes.

Fudge salió de la estancia con paso firme, y Alice lo siguió con la mirada.

Fudge regresó acompañado por Tom, el tabernero.

-La habitación 11 está libre, chicos-le comunicó Fudge-. Creo que se encontrarás muy cómodo. Sólo una petición (y estoy seguro de que lo entenderán): no quiero que vayan al Londres muggle, ¿de acuerdo? No salgas del callejón Diagon. Y tienen que estar de vuelta cada tarde antes de que oscurezca. Supongo que lo entiendes. Tom los vigilará en mi nombre.

-De acuerdo -respondió Harry-. Pero ¿por qué...?

-No queremos que te vuelvas a perder -explicó Fudge, riéndose con ganas-. No, no... mejor saber dónde estás... Lo que quiero decir...

Fudge se aclaró ruidosamente la garganta y recogió su capa.

-Me voy. Ya sabes, tengo mucho que hacer.

-¿Han atrapado a Black? -preguntó Alice.

Los dedos de Fudge resbalaron por los broches de plata de la capa.

-¿Qué? ¿Has oído algo? Bueno, no. Aún no, pero es cuestión de tiempo. Los guardias de Azkaban no han fallado nunca, hasta ahora... Y están más irritados que nunca. -Fudge se estremeció ligeramente-. Bueno, adiós.

Alargó la mano y Harry, al estrecharla, tuvo una idea repentina.

-¡Señor ministro! ¿Puedo pedirle algo?

-Por supuesto -sonrió Fudge.

-Los de tercer curso, en Hogwarts, tienen permiso para visitar Hogsmeade, pero mis tíos no han firmado la autorización. ¿Podría hacerlo usted?

Fudge parecía incómodo.

-Ah -exclamó-. No, no, lo siento mucho, Harry. Pero como no soy ni tu padre ni tu tutor...

-Pero usted es el ministro de Magia -repuso Harry-. Si me diera permiso...

-No. Lo siento, Harry, pero las normas son las normas -dijo Fudge rotundamente-. Quizá puedas visitar Hogsmeade el próximo curso. De hecho, creo que es mejor que no... Sí. Bueno, me voy. Espero que tengan una
estancia agradable aquí, chicos.

Fudge era un hijo de puta, pero un hijo de puta que ocultaba algo.

Y con una última sonrisa, salió de la estancia. Tom se acercó a los hermanos sonriendo.

-Si quieren seguirme, señores Potter... Ya he subido sus cosas...

Alice y Harry siguieron a Tom por una escalera de madera muy elegante hasta una puerta con un número 11 de metal colgado en ella. Tom la abrió con la llave para que Harry pasara.

Dentro había una cama de aspecto muy cómodo, algunos muebles de roble con mucho barniz, un fuego que crepitaba alegremente y, encaramada sobre el armario...

-¡Hedwig! -exclamó Harry.

La blanca lechuza dio un picotazo al aire y se fue volando hasta el brazo de Harry.

-Tiene una lechuza muy lista -dijo Tom con una risita-. Ha llegado unos cinco minutos después de usted. Si necesitan algo, señor y señorita Potter; no duden en pedirlo.

Volvió a hacer una inclinación, y abandonó la habitación.

Harry se sentó en su cama durante un rato, acariciando a Hedwig

Alice abrió la ventana y se sentó en su umbral, sonriendo. El cielo que veía por la ventana cambió rápidamente del azul intenso y aterciopelado a un gris frío y metálico, y luego, lentamente, a un rosa con franjas doradas. Apenas podía creer que acabara de abandonar Privet Drive hacía sólo unas horas, que no hubiera sido expulsada y que tuviera por delante la perspectiva de pasar dos semanas sin los Dursley.

-Ha sido una noche muy rara, Hedwig -dijo Harry bostezando.

Y sin siquiera quitarse las gafas, se desplomó sobre la almohada y se quedó dormido.

Alice suspiró, se bajó del umbral de la ventana y la cerró.

Se acostó en el otro lugar de la cama, le quitó delicadamente las gafas a su hermano y se acostó a su lado para dormir cómodamente.

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