Capítulo 13.4
Al final del día, el bullicio en mi cabeza no había cesado. Por supuesto, Emil y Becky se habían enterado enseguida de lo que me había ocurrido esa mañana y, como yo, seguían sin poder creerlo. Pero con un programa de trabajo tan lleno, no tuvimos tiempo de hablar más del tema. Quedaría para el día siguiente, pues esa noche los tres debían limpiar las zonas comunes de los dormitorios en su piso.
Mientras Alan y yo recorríamos el pasillo con nuestros carritos para bajar a los sótanos, vi, de reojo, a Innae y a Hoshi inspeccionando una de las suites. Me detuve, indecisa. Sentí de pronto unas ganas irreprimibles de ir a hablar con mi jefa de equipo. Alan disminuyó un poco el paso para esperarme.
—Baja sin mí. Tengo que hablar con la señora Jeon.
Alan frunció el ceño.
—¿Estás segura? Puedo quedarme contigo si quieres.
Negué con la cabeza.
—No, debo hacerlo sola. Te veré en el vestuario.
Mi amigo asintió y continuó su camino con el carrito. Después de tomarme un minuto para reunir valor, alisé mi uniforme, inhalé profundo y entré a la suite.
—Disculpe. ¿Podría hablar con usted a solas? —pregunté con respeto a mi jefa de equipo.
Innae alzó la vista de su libreta, imperturbable. Asintió y se volvió hacia Hoshi.
—Me encargo de esto. ¿Podrías seguir con la inspección tú solo?
El joven le lanzó una mirada de sorpresa, pero obedeció sin preguntar. Una vez que salió de la habitación, ella cerró su libreta y se plantó frente a mí, con la barbilla bien alta.
—Bora, ¿dónde está tu Clyde?
No esperaba esa pregunta y me puse tensa.
—Se acabó nuestro turno. Alan fue a dejar su carrito. Voy a reunirme con él...
—Sabes muy bien que siempre deben permanecer en binomio —me interrumpió con brusquedad—. ¡Es una regla fundamental, tanto por seguridad como por eficiencia! No estás sola aquí, Bora. Si no eres capaz de seguir instrucciones simples, ¡comprometes el trabajo de todo tu equipo!
Me dejó perpleja. No tuve tiempo de defenderme, porque continuó con un tono cortante:
—¿Qué querías decirme?
Hubo un breve silencio. Me aclaré la garganta. Tenía miedo de hacer la pregunta, pero reuní el valor:
—Esta mañana, usted nos envió, a Alan y a mí, al sauna para atender a una pareja que lo había reservado. Quería saber... ¿por qué nosotros? Tenía entendido que existe un equipo específico para ese piso.
A juzgar por la expresión curiosamente divertida de su rostro, deduje que lo había hecho a propósito.
—¿Buscas una explicación? ¡Bien! Seré sincera contigo. Te envié allá porque quería confirmar una intuición que tenía desde el principio.
Me lanzó una mirada impenetrable. Sentí un nudo en el estómago y fingí no entender.
—¿Una intuición? ¿A qué se refiere?
Innae ladeó ligeramente la cabeza.
—Tu relación con Eliel —comenzó, con un matiz condescendiente en su voz—. Quería ver cómo reaccionarías en una situación que pusiera a prueba tu serenidad. Tu comportamiento de esta mañana... digamos que fue muy revelador.
—Lo que insinúa no es cierto. Eliel y yo...
Ella alzó un dedo para interrumpirme.
—No hace falta que lo niegues, Bora. ¡No soy tonta! Eres una impostora. Ver a Danbi con su amante de verdad te afectó. ¡Vaya trío el de ustedes, si lo piensas bien!
Cerré los puños.
—Pero deberías darme las gracias —soltó de pronto.
Desconcertada, la miré fijamente. Ella acercó su rostro, aún impasible, y su voz se volvió más baja, casi un susurro:
— Porque ahora tienes un arma. Sabes algo sobre Danbi que casi nadie sabe. Si ella intenta hacer algo contra ti, tendrás con qué defenderte. En este mundo, Bora, hay que saber usar las cartas que una tiene. Las cartas que YO te di.
Abrí la boca, aturdida, y me quedé sin palabras. Mi jefa me guiñó un ojo y retiró el rostro.
—Tu jornada ha terminado. Puedes irte. Y no lo olvides: permanece siempre con tu Clyde. La próxima vez te sancionaré.
Luego se dio la vuelta, ya absorta en otra tarea.
Salí de la suite con paso pesado, la cabeza dándome vueltas. ¿Era esa mujer el veneno o el antídoto? Imposible saber cuáles eran realmente sus intenciones. Tendría que mantenerme alerta.
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