Capítulo 13.2

Era la primera vez que venía aquí. Con los brazos llenos de toallas, seguía a Alan, quien empujaba el carrito con el champán y los bocadillos. El lugar estaba a media luz, solo iluminado por velas incrustadas en muros de piedra natural. Una música suave, de notas relajantes, flotaba en el aire y se mezclaba con el sonido del agua en la piscina central.

—Espero que no estén teniendo relaciones ahí dentro —murmuró Alan—. Sería muy incómodo.

—No hay forma, está prohibido.

Él soltó una risita burlona.

—Como si los clientes siempre respetaran las normas.

Llegamos a la zona de las albercas calientes. Alcé la vista hacia el techo abovedado, que realzaba la majestuosidad del lugar. La arquitectura era impresionante. Mosaicos relucientes revestían paredes y suelos. Mis ojos recorrieron el espacio vacío, mientras el vapor denso se elevaba de las piscinas de agua caliente. Avancé con pasos cautelosos cuando, de pronto, unas risas rompieron la quietud, seguidas de voces. Me detuve en seco al creer reconocer una de ellas. Entrecerré los ojos para ver mejor a través de la niebla. Poco a poco, las siluetas se definieron.

—Dejemos todo sobre esos sillones de allá —susurró Alan.

Yo, demasiado concentrada en la pareja que se divertía en el agua, apenas le presté atención.

—Esa voz... la conozco —alcancé a susurrar.

Las dos figuras emergieron de la bruma y mis ojos, ya acostumbrados a la penumbra, la identificaron de inmediato. Un sonido se ahogó en mi garganta, y todas mis alarmas se encendieron. ¡Oh, Danbi! Mi corazón se aceleró. Me quedé inmóvil. Sí, era Danbi, pero no estaba con Eliel. Estaba en brazos de otro hombre, sus labios fundidos en un beso. Mientras mi mente intentaba asimilar lo que veía, Alan me hablaba, pero la conmoción no me dejaba escuchar. Al notar mi estado de estupor, él se acercó y me tomó del brazo. Volví en mí, retrocedí un paso y miré desesperadamente a mi alrededor en busca de un sitio para ocultarme. Distinguí un hueco en la pared y, sin pensarlo, corrí a esconderme ahí, rezando para no ser descubierta.

Intentando comprender lo que sucedía, mi amigo se quedó unos segundos inmóvil antes de acercarse a mí sin el carrito. Con señas, le rogué que se alejara, los ojos desorbitados.
—¿Qué haces? ¿Por qué te escondes?

¡No era posible, nos delataría! Le agarré del brazo y lo empujé hacia mí, susurrándole con urgencia:

—Es Danbi... Ella está aquí... con otro hombre.

Alan captó la preocupación en mi voz y parpadeó.

—¿Es amiga tuya?

—¡No! Es la novia de Eliel.

Frunció el ceño y retrocedió un poco.

—Pero... si tú eres la novia de El...

—¡Esa relación es falsa! —lo interrumpí, molesta—. ¡La verdadera es ella! Y lo está engañando.

Alan echó un vistazo hacia la alberca.

—¿Lo engaña de verdad o de mentirita?

Con los nervios de punta, le di un golpecito en la nuca.

—¡Ay...!

—¡De verdad! —respondí apretando la mandíbula.

Nuestros susurros llamaron la atención de la pareja a lo lejos.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Danbi con desconfianza en su voz.

Mis labios se entreabrieron, dejando escapar un ligero jadeo de sorpresa. Sin saber qué hacer, mi amigo se enderezó torpemente, levantando la mano para mostrar que no significaba ningún peligro.

—Eh... estamos aquí para traer champán y aperitivos, señora. Queríamos asegurarnos de que no les falte nada.

—¿Nosotros? —inquirió el hombre.

—Sí, yo y...

Iba a decir mi nombre, pero con un gesto de la cabeza lo disuadí.

—...mi carrito.

A paso apresurado, Alan se dirigió a su equipo que había dejado a un lado. Yo seguía escondida mientras escuchaba a la pareja salir del agua. Con los puños apretados, intentaba contener mi respiración para no delatarme, suplicando que Alan los distrajera el tiempo suficiente. Asomé la cabeza lo justo para verlo presentar la botella de champán con gestos exagerados. Fruncí el ceño: todo menos natural. Mi mirada se fijó en Danbi, quien echó hacia atrás su larga cabellera y se sentó en una de las tumbonas, junto a su amante.

—Gracias, pueden dejarnos solos —dijo el hombre, dedicándole a Alan una sonrisa de aprobación.

Exhalé suavemente y retiré la cabeza hacia la oscuridad, con el corazón martillándome en el pecho. Pronto terminaría este incómodo momento. Ahora debíamos encontrar la forma de salir de ahí sin que nos notaran. De pronto, mi walkie-talkie soltó un ruido estático. ¡No, no, no! Se me cayeron las toallas y agarré el aparato en un torpe intento de apagarlo, pero fue demasiado tarde...

—¿Y bien? ¿Piensan volver algún día o qué? —bramó la voz de Becky, evidentemente furiosa—. ¡Necesitamos refuerzos en la suite, esto es un campo de batalla!

Con los nervios a flor de piel, presioné el botón equivocado y en lugar de silenciarlo, subí el volumen.

—¡En serio, ¿qué están haciendo?! ¿Dándose un chapuzón en el sauna?

Por fin logré apagar a Becky. Consciente de que el daño estaba hecho, presioné el walkie-talkie contra mi pecho y cerré con fuerza los ojos.

—¿Quién está con ustedes? —se apresuró a preguntar Danbi.

¡Rayos! Abrí los ojos de golpe. Alan intentó calmar la situación:

—Oh, no es nada... solo un malentendido con... nada grave. Lo resuelvo enseguida —balbuceó, las palabras saliendo en desorden.

Pero sus excusas chapuceras no bastaron.

—Hay alguien más aquí, ¿verdad? —soltó el hombre con rudeza—. ¡Que se muestre!

Su orden resonó contra las paredes. Contuve el aliento al oír pasos decididos que venían hacia mí. Estaba perdida.

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