Capítulo 11.3

Por fin me reuní con mis amigos en las gradas. Ya me había quitado la peluca y el bigote, y me sentía mucho más cómoda. El concierto había empezado hacía rato. El público, compuesto sobre todo por mujeres, estaba eufórico. Los focos iluminaban el escenario, mientras unas enormes pantallas reproducían cada movimiento de los idols. La multitud alzaba los brazos y coreaba las canciones. Los destellos de los lightsticks formaban un mar centelleante, y las potentes bases retumbaban bajo nuestros pies.

Alan y Emil, completamente metidos en el ambiente, casi no se dieron cuenta de que había llegado. Tenían los brazos en alto y bailaban al ritmo de la música. Solo Becky se abalanzó sobre mí al verme aparecer. Para hacerse oír por encima de todo aquel estruendo, gritó:

—¿¡Por qué has tardado tanto!?

Luego se giró y me ofreció el oído. Le grité a mi vez:

—¡No te lo vas a creer! Una asistente me confundió con un chamán místico súper famoso entre las celebridades. ¡Me arrastró al camerino de Eliel y tuve que fingir para que no me descubrieran!

Becky dejó de bailar por un instante y giró la cabeza bruscamente hacia mí, con sorpresa. Enseguida, sus mejillas empezaron a temblar y se echó a reír a carcajadas.

—¿¡Me estás tomando el pelo!? —logró articular entre hipos de risa.

Por suerte, el ruido tapaba nuestra conversación y las carcajadas de mi amiga.

—¡Para nada! Y lo peor es que apareció la señora Han, la manager del grupo. Creí que me reconocería, pero no. Incluso me pidió mi número de teléfono para contactarme si volvía a necesitarme.

Becky, espantada, se cubrió la boca con la mano.

—¿Y qué hiciste?

—Le di el tuyo, diciéndole que era el de mi asistente.

El rostro de mi amiga se congeló de inmediato. Bajó los brazos y abrió los ojos como platos.

—¿Le diste mi número? ¿Y si me llama? ¡Bora, te das cuenta del lío en el que me estás metiendo?

Esta vez la que se rió fui yo.

—Bueno, fue tu idea, ¿recuerdas? Me dijiste que me disfrazara y me colara. ¡Ahora estamos las dos en el mismo barco! Bienvenida a mi vida. Ya verás, de tranquila no tiene nada.

Mi amiga abrió la boca para protestar, pero no salió ninguna palabra. Al final se volvió hacia el escenario con gesto resignado. Yo todavía me reía por dentro. Decidida a disfrutar el concierto, volví la mirada hacia el grupo y mis ojos se clavaron en Eliel. Allí estaba, en el centro del escenario, bailando a la perfección. La luz de los reflectores realzaba cada línea de su cuerpo, y aunque nos separaba cierta distancia, parecía capaz de consumirme.

—Madre mía, ¿cómo pueden ser tan sexis los hombres? —exclamó Becky, que había regresado a bailar junto a Emil y Alan.

De pronto recordé mis manos sobre sus hombros. Estuve tan cerca... y, a la vez, tan lejos de él. Un leve escalofrío me recorrió el cuerpo, y aparté la mirada para no sumirme en pensamientos confusos. Incluso en la penumbra de las gradas percibía curiosidad en algunas miradas dirigidas hacia mí. Aun así, me obligué a ignorarlas y me prometí a mí misma disfrutar de la noche con mis amigos.

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